
La crisis carcelaria, sobrepasó desde hace tiempo umbrales inconcebibles de la destrucción metódica de seres humanos. El Sistema Penal ha revelado su incapacidad para reparar los daños causados a las personas que sufren las conductas que sanciona con la prisión, y ha evidenciado la parálisis mental y moral que le impide construir un mecanismo social de verdad eficaz en la prevención y el tratamiento de las conductas sancionables.
De poco o de nada ha servido que en 1998, la Corte Constitucional emitiera la Sentencia T-173, en la que declaraba un estado de cosas inconstitucional en las cárceles del país por un criminal hacinamiento que vulnera en cada instante los derechos más elementales que tiene toda persona por el sólo hecho de existir. Las condiciones socioeconómicas y culturales, junto a la lógica letal del sistema penal, rellenan las cárceles, una y otra vez. El Ministerio de Justicia y el Inpec han evadido el cumplimiento de la sentencia de la Corte y el estado infernal del sistema penitenciario no sólo se mantiene sino que se incrementa.
En Colombia, el sistema carcelario tiene capacidad para 75.676 reclusos y en la actualidad someten a 135.000 personas, la mayor parte de las cuales sobrevive en condiciones dantescas: alejados de las regiones en las que habitan sus familias, entre excrementos, con alimentación mal balanceada y peor servida, sin atención de salud, con la pestilencia y la ferocidad de los cuerpos hacinados, fumándose los ladrillos de la prisión, oprimidos por la amenaza del bolillo y los gases.
Contra este padecimiento, hace más de un mes se desató en las cárceles un movimiento pacífico de protesta, dirigido a modificar las dimensiones más terribles de la máquina de destrucción y muerte sistemática en que fueron convertidos los presidios de Colombia. Tan solo en el año 2012, 81 presos han muerto en estas cárceles, una cifra de espanto que recuerda las cárceles como método de exterminio utilizado por el franquismo para evitar los costos políticos internacionales generados por los fusilamientos.
Los recientes y múltiples casos de cruel agonía y muerte por falta de atención médica y desidia burocrática, los casos de violencia y tortura ejercida por sectores de una guardia enferma de miedo y odio, víctima a su vez de un sistema penal que los utiliza como herramientas de bajo costo para una despiadada forma de control social, el hacinamiento persistente que convierte todo centro carcelario en un dispositivo criminógeno, la necesidad de un exámen público de las finanzas del sistema que permita comprender si los recursos son suficientes para atender los mínimos de dignidad constitucionales, y la manera como se administran los mismos, están concitando la atención del movimiento de derechos humanos y de los organismos responsables de ellos, para que cese el funcionamiento de esta maquinaria de infringir sufrimiento, aniquilar almas, degradar y triturar cuerpos.
Las fundaciones Lazos de Dignidad, y Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, periodistas como Azalea Robles (http://azalearobles.blogspot.com/), el Movimiento cárceles al desnudo, la campaña Transpasa los Muros, la Defensoría del Pueblo, e Iván Cepeda Castro, desde el Congreso Nacional, y millares de prisioneros y prisioneras que han ido a la huelga de hambre, impulsan un proceso tendiente a visibilizar el infierno de las cárceles, en pos de variar radicalmente las despiadadas condiciones que hoy imperan a su interior.
Mientras esto sucede, los centros de investigación, la intelectualidad, las universidades, la mayor parte de los medios masivos de comunicación, han guardado silencio con relación a esta afrenta diaria a nuestro sentido básico de humanidad, que nos llena de vergüenza.
La magnitud colosal del horror y la evidente y sostenida incapacidad del sistema penitenciario para cumplir con los fines legales de resocialización que lo justifican, incitan a considerar otra formas, de verdad eficaces, de enfrentar las conductas que atentan contra la comunidad.
En la mayor parte de las cárceles todo vale, todo demanda dinero: un planchón para dormir, una comida, un gramo de bazuco, el comercio sexual, el alquiler de una celda para la relación sexual, un cupo para rebajar pena por estudio o trabajo, la protección frente a las agresiones, el acceso a un celular o un patio menos degradado. Los precios conducen a la necesidad de articularse a organizaciones que delinquen para procurar los cuantiosos recursos exigidos para hacer más llevadera la vida en la prisión, o si no, enloquecer o suicidarse. ¿Cómo se explica esto sino porque este sistema conduce a la corrupción de la guardia y de los altos niveles de dirección?
Una luz
En el pavoroso escenario de las cárceles de Colombia y, la más pavorosa aún actitud indolente de la Ministra de Justicia ante una política criminal reactiva y el populismo puntivo que hacina las cárceles con jóvenes detenidos por la infracción de delitos menores, la magnitud que han alcanzado la corrupción1, la cárcel como ente criminógeno, la muerte y el sufrimiento evitables en el sistema de prisiones, la Cárcel Distrital de Bogotá tiene luz propia por el proceso, hoy fortalecido, de crear condiciones dignas para la reclusión.
Por esta razón entrevistamos en esta sección a Jorge Lemus, su Director, empeñado en humanizar las condiciones materiales, culturales y espirituales en que cumplen sus penas las personas privadas de la libertad.
Junto a su palabra, la de Freddy y de Wendy, dos jóvenes artistas privados de la libertad por un sistema social que niega a millones de jóvenes el estudio y el empleo en condiciones de dignidad, obligándolos a sobrevivir en entornos de drogadicción y prostitución, en medios en los que prevalece la idea de que tomar la propiedad ajena es una vía válida para cubrir necesidades reales o creadas, y, después, cuando incurren en una conducta prefigurada por las condiciones en las que espigan sus vidas, cae el Sistema Penal, con todo el rigor de sus silogismos implacables a ejercer el castigo y la venganza, al mismo tiempo que exonera los robos de miles de millones de pesos ejecutados con bolígrafo y amistades cómplices, desde la tranquilidad de sus oficinas oficiales, por personas estudiadas, que en la mayoría de los casos han contado con envidiables condiciones de vida.
Las ideas de Louk Hulsman, un formidable pensador holandés que defendió la abolición del sistema penal y de las cárceles, y del movimiento abolicionista, cobran extraordinario valor para, en primer lugar, descongestionar y humanizar las prisiones, y no seguir como cómplices de un delito mayor: la destrucción masiva e indolente de miles y miles de seres humanos que salen de las prisiones después de vivenciar el infierno que convierte a los seres humanos en muertos que respiran.
Las ideas del abolicionismo, pueden, además, dar paso a un movimiento de reflexión y obra que permita relegar las cárceles al pasado, evitar la calificación que reduce a un ser humano a la condición de “malo” y construir otra forma de hacer frente a las conductas que causan problemas y daños a la comunidad, que nunca son reparados por el encierro carcelario.
Hulsman consagró su vida a la tarea de “crear conciencia para avanzar hacia la abolición del sistema penal y de esa siniestra institución llamada cárcel”. Libró una batalla por “cambiar el lenguaje de la Universidad, que es donde se ‘fabrican’ las palabras que luego fundamentan la creación de instituciones como la justicia penal y la cárcel, donde los individuos son separados por el incidente que es objeto de condena. Se aísla al victimario de su medio, sus amigos, su familia, del sustrato material de su mundo y también se aísla a las víctimas de una manera similar, aunque estén en libertad”.
Para eso es necesario “fabricar palabras para ir creando conciencia y para hacer ver que ni la cárcel ni el sistema penal sirven para solucionar los conflictos”. Hulsman propugnó por “Un movimiento internacional para cambiar al mundo cambiando las palabras, para abolir palabras como ‘delito’ o ‘delincuente’ y trabajar con los jueces, y con los fiscales, para que empiecen a buscar otras soluciones que no atenten contra el derecho supremo del hombre, que es la libertad”.
Sobre las cárceles señaló: “El invento de la prisión es reciente y también es un invento de países específicos, con una cultura y creencias especificas. Y cuando digo prisión no me refiero a lugares en donde las personas pueden estar privadas de libertad poco tiempo, sino a un lugar para pasar un largo tiempo de castigo”. Para Hulsman, esta cuestión especifica tiene que ver con el desarrollo de la religión católica, “es una imagen que nos remite al Dante de la Divina Comedia (cielo, infierno y en medio un purgatorio). En mi opinión la prisión es una forma del purgatorio.”
1 Ver http://www.kienyke.com/historias/desde-el-infierno-en-la-carcel-modelo-de-bogota/
Recuadro 1
Cifras del horror
Existen cárceles en Colombia que tienen niveles exorbitantes de hacinamiento: Modelo: 225%. Bellavista: 300%. Su capacidad es para 2.400, y encierra 7.300 personas. Esta situación obliga a que los internos duerman en cambuches, pasillos, baños, patios, y lavaderos.
En celdas construidas para albergar 8 personas tienen que encerrarse hasta 40.
El hacinamiento es de tal magnitud, que los días de visita un guardia debe requisar, en promedio, a 1.000 visitantes.
Día a día, para acceder a la alimentación, cada interno debe hacer fila durante 6 horas.
Mientras delitos como hurto, tráfico de armas y de sustancias ilícitas suman 66.906 presos, crímenes contra la humanidad (masacres, desplazamiento forzado, violencia sexual, genocidio) solamente suman 564 recluidos.
Más del 50% de las personas que hoy están en las cárceles y penitenciarías se encuentran allí por delitos menores.
Fuente: Debate de control político promovido por Iván Cepeda Castro el 12 de agosto de 2012, y ponencia del mismo Representante a la Cámara en el debate de control político promovido para visibilizar e impedir la continuidad de la crisis carcelaria. Agosto 15 de 2012.
Recuadro 2
Entrevista a Jorge Lemus, Director de la Cárcel Distrital de Bogotá.
“El problema carcelario no se resuelve construyendo mas cárceles”
Héctor Arenas –HA–: ¿Cómo contempla el escenario de la crisis carcelaria?
Jorge Lemun –JL–: El problema carcelario es estructural, es decir, un problema que no se resuelve construyendo mas cárceles. Lo que se trata es de prevenir la comisión de muchos delitos a través de la creación de condiciones sociales que eviten los circuitos por los cuales alguien llega a delinquir. Por otra parte, es necesario que los delitos que se dan –porque no se pudieron prevenir– puedan ser tratados a través de formas diferentes a la prisión. Por ejemplo: las penas domiciliarias.
–HA–: ¿Por qué los jueces de ejecución de penas aplican poco las penas domiciliarias?
–JL–: Porque por cada pena domiciliaria que otorgan hay una investigación disciplinaria que se ganan por parte del Consejo Superior de la Judicatura. Entonces, en la mayor parte de los casos prefieren negarla, prefieren que los condenados se queden purgando las penas en penitenciarias que están a reventar.
–HA–: La institución carcelaria encuentra su justificación filosófica y legal en la idea de que sirve al proceso de resocialización de los condenados. Nadie ignora ya la condición infernal de la inmensa mayoría de los presidios en el país.
–JL–: En una cárcel hacinada no se puede hacer resocialización. Los talleres son muy pocos para la cantidad de detenidos. La cárcel Modelo tiene capacidad para 2.900 prisioneros y encierra casi 8.000 privados de la libertad. Y tiene talleres para 400 de ellos. Aquí, en la cárcel Distrital el 100% de la población condenada tiene talleres. Esta cárcel tiene capacidad para 1.042 prisioneros y ahora contamos 528 personas privadas de la libertad, 79 mujeres y el resto hombres. Tan sólo un 7% de sindicados, el resto son condenados. Aquí la mayoría de los privados de su libertad tiene condenas de máximo sesenta meses. En estas condiciones es posible ofrecer programas de resocialización.
–HA–: ¿Qué tipo de talleres se ofrecen?
–JL–: Aquí los talleres no se dan tan solo para ocupar la gente, sino para que les sirva para cuando salgan de la cárcel. Hay un taller de panadería que aspiramos convertir en un proyecto productivo con la Secretaría de Integración Social para que compren el pan los comedores comunitarios y para que los privados de la libertad puedan percibir un ingreso, depositado en una cuenta. Lo mismo pretendemos con el taller de scream. Muchas veces los privados de la libertad no tienen ni para pagar las pólizas de libertad.
Hay talleres, con apoyo del Sena, de telares, carpintería, marroquinería y de pintura veneciana. Hay un taller de alimentación con el que doce privados de la libertad trabajan con el contratista que suministra los alimentos en la cárcel y devengan un salario mínimo, además de percibir bonificaciones, en la pena, por su labor. En el ámbito artístico y cultural hay talleres de música, danza y teatro. Este año se han graduado 43 bachilleres y ahora se está finiquitando un convenio con una universidad para que se preparen para el examen de Icfes y puedan cursar carreras tecnológicas y universitarias.
–HA–: Son muchos los casos documentados de personas privadas de la libertad que han agonizado y muerto entre dolores insoportables sin encontrar atención médica, medicamentos. Cifras espantosas, casos reiterados de inhumanidad e indolencia que en otras geografías significaría la renuncia de los ministros del ramo por su incompetencia y ausencia de ética elemental. ¿Cómo se trata la salud en este centro de reclusión?
–JL–: Acá tenemos afiliados a todos los privados de la libertad con Capital Salud. El Hospital San Blas nos ha colaborado mucho en segundo nivel y el Hospital San Cristóbal, en primer nivel. En caso de requerir atención de tercer nivel se remite al hospital Simón Bolívar. Aquí tenemos un espacio de atención inmediata que determina la gravedad de la dolencia y hace la remisión del caso.
–HA–: ¿Y la alimentación y las celdas? ¿La higiene? ¿Hay gente durmiendo en los pasillos?
–JL–: La alimentación está compuesta por las tres comidas diarias, además de medias nuevas y onces. Los privados de la libertad que requieren dietas especiales por razones de salud, cuentan con ellas. Todos los privados de la libertad tienen su celda y planchón. Hay dos o tres privados de la libertad por celda. Las condiciones higiénicas son ejemplares tanto en el reclusorio como en el área de alimentación. La Secretaría de Salud ha emitido este año concepto favorable en sus visitas periódicas.
–HA–: ¿Cuánto le cuesta a la administración distrital, por año, una persona privada de la libertad?
–JL–: A la cárcel Distrital le cuesta 15.000.000 al año, y 10.000.000 de pesos a la Modelo. Sin embargo las diferencias entre las dos atmósferas y las condiciones de dignidad van mucho más allá de las presupuestales.
Tenemos convenios con La Picota y La Modelo, pero no se trata de traer el hacinamiento de allá hacia acá. Vamos a aceptar 300 nuevos privados de la libertad, pero estamos examinando las hojas de vida para no deteriorar la atmósfera de la cárcel.
No se trata de deteriorar el ambiente que hemos construido con la reunión con privados de la libertad por delitos de mayor gravedad. Tenemos, por los convenios existentes, 4 privados de la libertad por homicidio y narcotráfico, que no deberían estar acá.
Wendy y John Freddy: “Estar preso es como estar muerto”
–HA–: ¿Por qué llegaron a la cárcel?
John Freddy: Estábamos hurtando en la calle 85 con carrera décima y tuvimos la mala suerte de que nos capturaran a ambos, a mi me propinaran dos disparos uno en la espalda y otro en la nalga; cuando el señor del Gaula me iba a dar el tercer disparo, Wendy se tiró encima mío y me protegió.
–HA–: ¿Cuánto han cumplido de pena y cuánto les falta?
John Freddy: Llevo más de cuatro años encerrado y todavía me faltan doce meses.
Wendy: A mí me dieron 72 meses y llevo 49 físicos. ¡Demasiados!
–HA–: ¿Han estado en otra prisión?
John Freddy: Seis meses en la Modelo, en el patio cuarto. La gente dormía en los pasillos, para poder dentrar al baño tenía que pisar a las personas. El sistema sanitario era pésimo, en todo el sentido de la palabra. Ninguna cárcel es buena porque la libertad es algo que no tiene precio. Estar preso es como estar muerto. Encierro es encierro. Pero en la Modelo las condiciones eran de sufrimiento a cada instante. El patio era para 700 personas y meten 2.500. Lo único bueno que había era que dejaban entrar las comiditas de la calle. Por muchos licientes que uno tenga el alma se va muriendo, te la van asesinando. La forma de sobrevivir es adaptarse.
Aquí tuvimos la oportunidad de terminar el bachillerato. Había presentado un proyecto musical en dos administraciones pasadas y no me lo habían aprobado, me decían que lo iban a estudiar. El director Lemus nos escuchó, sobre todo nos escuchó, y nos aprobó este proyecto que ahora lo trabajamos con Wendy, a ambos nos gusta la música y queremos expresar lo que nos ha pasado, queremos que los jóvenes que viven circunstancias parecidas a las nuestras piensen antes de hacer una locura, piensen que es más lo que uno pierde que lo que gana cuando se toma una mala decisión.
Wendy: Yo pasé seis meses en el Buen Pastor. Nunca había estado en una cárcel. Llegué al patio dos y había muchísimas prisioneras. Los alimentos no eran de buena calidad. Me tocó dormir en el piso. Aquí se me facilita más que mi mamá pueda venir a visitarme y traiga a mi niña de cinco años. Al principio, como llegamos 100 remitidas, no fue fácil porque el patio es pequeño. Pero aquí he tenido la oportunidad de capacitarme en hartos talleres y acumular tiempo para el descuento. He estado en talleres de peluquería, danza, aquí terminé el bachillerato que había dejado a medias en el Colegio Agustín Nieto Caballero, en el centro, en Santa Fe. El barrio es pesado, mucha droga y prostitución, allí aprendí cosas negativas. Estar presa ha sido duro. Ser tratada como delincuente ha sido duro. Aquí he aprendido que tengo habilidades, que tengo cualidades. He encontrado gente que me colabora, que me apoya. Uno quiere cambiar, mejorar. Quiero trabajar con mis cosas buenas cuando este afuera.
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