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Festival de Britalia

Es recurrente entre las bandas entrevistadas en la sección “Abajo y a la izquierda –Rock y Rap de resistencia en Bogotá”–, la mención del Festival Popular por la Vida de Britalia, evento organizado por colectivos de base del suroccidente de Bogotá. Para conocer sobre sus orígenes y el desarrollo del Festival, conversé con Mauricio Castellanos, figura cimera del trabajo popular en Kennedy, militante de causas sociales y líder indiscutible de las comunidades de esta parte de la ciudad.

Mauricio Castellanos: Empecé a tener vínculos con lo social desde muy joven, desde mi época de estudiante en el Colegio Inem de Kennedy. En un primer momento me integré a un grupo estudiantil denominado G-15, que hacía parte de la Unión de Estudiantes de Secundaria (UNES), y en 1982 participé de un curso de periodismo con dirigentes estudiantiles de los colegios de la localidad, y como resultado de ello se publicó el periódico ‘8 y 9 de Junio’1. Ya para ese momento recurríamos a la música como elemento para acercar a los muchachos a los mítines que realizábamos a la salida de los colegios, así que invitábamos a un grupo de música andina que se llamaba Los Toyos. En esos años fui un activista de izquierda, pero no el activista convencional. Me gustaba el rock y me muevo con los llamados ‘colinos’. Incluso, con algunos compañeros llegamos a constituir un colectivo que se llamó Amor y Paz, cosa que no es bien vista por la izquierda tradicional, muy conservadora y moralista, y fue ese el motivo por el que nos excluyeron del partido comunista.

A los jóvenes de Kennedy que disfrutábamos con el rocanrol nos gustaba echarnos una pasadita por la Discoteca Ovni, ubicada en inmediaciones del Almacén Ley, que los domingos de 2 de la tarde a 8 de la noche programaba los famosos ‘rocolos’, rumbas de rock y sonidos juveniles. El ingreso costaba 35 pesos, pero uno retacaba con el portero y lograba entrar por 15 o 20. Kennedy era un mundo nuevo, y la juventud prevalecía en todos los barrios, particularmente en el centro de Kennedy, donde se movían diversos parchecitos de pelados que venían de barrios como Timiza, Carimagua, Banderas, Socorro y Britalia, entre otros. Con algunos amigos nos reuníamos en cercanías del Almacén Caravana, otros en la esquina de Foto John, la Papelería la Pantera Rosa o El Cuatro. Otros, por los lados del Parque Revolución, en el barrio Tequendama. Ahí se ubicaban los llamados ‘sabáticos’, jóvenes de gustos más pesados en la música.

Digamos que ellos fueron los primeros metaleros. Se vestían con ropa oscura, chaquetas de cuero, abrigos largos de paño, algunos con botas punteras. Era usual que estos parches bajaran hasta la Media Luna, un humedal de los lados de Timiza, hasta donde llegábamos con grabadoras y el vinito que siempre comprábamos en Cafam, a 67 pesos la botella. Por esos tiempos no había los conciertos o toques de hoy sino que proyectaban películas de bandas de rock en función de doblete (dos películas) hacia la medianoche en los teatros del centro, como el Faenza, el Coliseo o el Metropol. Como era tanto el parche de Kennedy, hubo un tiempo en que las proyectaron en el teatro Iris.

El antecedente del “Festival Popular por la Vida de Britalia” es, sin duda, la llegada en 1978 de la comunidad de las monjas de San Javier o javerianas al sector, y la posterior fundación del Centro de Promoción y Cultura (CPC) de Britalia. Para 1987 se había creado el Comité de Erradicación del Basurero de Gibraltar, basurero ubicado a espaldas de Britalia y Patio Bonito, problema muy sentido por los vecinos en virtud de ser un factor de problemas de salud. La Asociación de Juntas de Acción Comunal acordó un paro cívico que se llevó a cabo el 4 de marzo de 1988. Como resultado, se firma un “acta de acuerdo” entre la comunidad y la Alcaldía.

Sin embargo, la Alcaldía incumplió y no quitó el basurero en la fecha acordada, lo que motivó la idea de hacer un festival ambiental que a la vez fuera un acto de protesta. El 14 de agosto de 1988 se realiza entonces el Carnaval Ecológico y Cultural en medio de las celebraciones de los 450 años de la fundación de Bogotá, bajo el lema ‘Britalia también es capital’. El festejo fue un éxito, con más de 2.000 participantes, y es este evento lo que definirá las características del carnaval en el futuro: música, comparsas de niños, de jóvenes, de ancianos, zanqueros, grupos de danzas y protesta social.

En 1990, las monjas organizan el Carnaval por la Vida como rechazo al asesinato de pelados en eso que se denomina “limpieza social”, período muy severo de crímenes contra jóvenes de barrios populares, y nosotros los jóvenes del barrio hacemos las Olimpíadas Britalia 90, con el apoyo de la junta de acción comunal de Gran Britalia y Ciproc2. No recuerdo de quién fue la idea, pero se nos ocurrió invitar una banda de rock que se llamaba Minga Metal, unos chicos que habíamos conocido en la Casa de la Cultura de Kennedy y que habían logrado posicionar en las emisoras juveniles de la época uno o dos temas que fueron éxito, una presentación que gustó mucho a la comunidad. Es éste el momento en el cual unimos los eventos del barrio con la música rock. Ya en ese entonces Kennedy era un hervidero de bandas de rock: Las Ovejas Negras, Hades y un largo etcétera.

Para 1992 se conmemora lo que se denominó América 500 Años. Nosotros decimos, ¿cuáles 500 años? América tiene miles de años. ¿Cuál encuentro de dos mundos? Aquí lo que hubo fue una masacre y la destrucción de los pueblos ancestrales, un despojo salvaje. El concepto era claro. Nosotros no celebramos el saqueo y la devastación de nuestros pueblos. Esta coyuntura nos permite hacer unidad con la gente del CPC en eventos que buscaban darles otro sentido a los 500 años de invasión y exterminio, y realizamos el carnaval América Miles de Años, en que, a través de actividades culturales, deportivas y foros, nos opusimos a tal celebración y se nos facultó para que ampliáramos y extendiéramos el trabajo social y cultural a barrios como Villas de Kennedy, Villa de la Torre, Almenar, Calarcá, Villa Nelly y otros.

En este año, Richard Díaz, del grupo de teatro Máscatela, de Patio Bonito, trajo a los Redskin al barrio. Él se hablaba con David Moreno, uno de los fundadores de ese movimiento, y los invitó. Así que ellos aparecieron el domingo 12 de octubre a las 6 de la tarde, a la salida de misa. Llegaron a una procesión que presidía el párroco Pablo Emilio Moreno –imaginen una celebración cristiana con velas y cirios, y una cruz al frente–, por los indígenas, afros y demás mártires de la invasión europea. Recuerdo ahora la imagen de algo más de 40 muchachos rapados, parados en el atrio de la iglesia con chaquetas de aviadores o camufladas, con yines bota tubo, botas militares, cordones rojos y parches con símbolos comunistas y nombres de bandas (desconocidas para nosotros) de Ska y Punk. A más de que venían con algunos punqueros, que con sus crestas retadoras causaron estremecimiento entre las camanduleras del barrio. Este fue el comienzo de un vínculo que permitió que muchas bandas del naciente Ska, Punk y Rock militante, pasaran por los festivales de Britalia.

Paradójicamente, el primer evento conjunto con los Redskin no se realizó en Britalia sino en Villa de la Torre, un barrio contiguo que por esos años se estaba originando sobre el Humedal de la Chucua de la Vaca. Los muchachos organizaron un concierto encima de la plataforma de una tractomula, ante un público perplejo de vecinos cautelosos que siguieron el evento desde las puertas de sus casas. Tocaron Anarka, Desarme, Skandalo Oí, Justicia Natural y Papá Montero. ¡Un concierto inaudito en la mitad de un gran potrero!”.

M.C.: Para 1995 ya se habían cimentado el Carnaval, al que cada año le dábamos un nombre distinto. Entonces se acordó fijarle una sola identidad, que sería Carnaval Popular por la Vida, y ahí empieza una época muy dinámica de eventos político-culturales. Por ahí pasaron bandas hoy ya clásicas, como Pequeña Nación, Skampida, Alerta Camarada (unos peladitos de 15 años muy vivaces con la hoz y el martillo pintados en sus guitarras), Furibundo Serna, Desarme, Zona de Distención, Kolkana Soviet, La Extrema, Insumisión, Ritmo Rebelde, etcétera. Los vecinos se formaron poco a poco como un público que valoraba el Ska, el Punk, el Reggae, la música andina y los demás ritmos que tocaban los muchachos. En particular, se valoraban las letras de sus canciones, que denunciaban los asesinatos de líderes sociales, el paramilitarismo, los altos costos de los servicios públicos, las agresiones de Estados Unidos a los pueblos del mundo y otras lacras sociales.

Ahora, si usted me pregunta por qué esa música se avivó desde aquí, no le tengo una respuesta concluyente. Tal vez, el hecho de que estuvieran las monjas en los eventos era lo que les daba confianza a los padres de familia, o tal vez el hecho de que fuéramos más abiertos a las nuevas propuestas, cosa que no ocurría en otros barrios donde la gente era muy conservadora, pero también ayudaba el que los organizadores de los eventos fuéramos adultos, ya que eso generaba confianza en los vecinos. En otros barrios fueron los propios jóvenes quienes organizaron sus conciertos, muchas veces con la intransigente oposición de los mayores.

Con los años fuimos aprendiendo el manejo del sonido, la traída de los artistas, el montaje de la tarima, la propaganda, hasta consolidar lo que tenemos hoy día. No puedo terminar sin agradecerles a los muchachos que siempre estuvieron dispuestos a apoyar las actividades culturales del barrio. Nunca cobraron por sus presentaciones y nos entregaron su arte con total generosidad. Gracias, pelados.

1 Fecha en que se conmemora el asesinato de líderes estudiantiles en 1929, 1954 y años 60 y 70.
2 Fundación Centro de Investigación y Promoción Comunitaria (Ciproc), ubicado en el barrio Socorro, de la localidad de Kennedy, fundada en 1981.

Información adicional

Autor/a: Diego Sánchez González
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