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Julio Flórez: el poeta del pueblo

Julio Flórez: el poeta del pueblo

Nos emociona para siempre el hombre, el poeta que soñó para su tumba este epitafio: Julio Flórez, colombiano.

Eduardo Carranza

 

Se cumplen 90 años de la muerte de Julio Flórez, acaecida el 7 de febrero de 1923 en Usiacurí, Atlántico, y quien había nacido 56 años atrás –1867–, en la ciudad de Chiquinquirá, Boyacá.

 

Quien descollara años después por su lírica, era una persona de provincia, de familia liberal poco acomodada, que llega a la capital del país, donde la opresión política a la que fue sometido alimenta su rebeldía contra el orden cultural imperante. Con los años y las experiencias vividas se consuma como un impenitente que no se deja encasillar por la Iglesia ni por la política. El cansancio y la melancolía, junto con su rebeldía, fueron elementos de su creación literaria como expresión de su tiempo: las guerras civiles, como las de 1885 y la de los Mil Días, pero también la pérdida de Panamá.

 

Por su escritura e irreverencia con el poder, fue llamado depravado, morboso, blasfemo y ateo. Fue condenado al ostracismo por sus consideraciones políticas, y por presión del Presidente Rafael Reyes fue obligado a vagar, sin rumbo fijo, por Centroamérica y Europa.

 

Para entender a Flórez se deben revisar las guerras civil que una y otra vez desangran el país y enfrentan al pueblo contra el pueblo, para beneficio de una casta; para comprenderlo se debe tomar en cuenta el hambre que padecen las mayorías del campo, y con todo ello, comprender el sufrimiento que embarga al pueblo.

 

Así, con este contexto, se puede entender el sufrimiento de Flórez por su país y por los desposeídos. De ahí que su público preferido sean las sirvientas, los lustrabotas, los indígenas y campesinos, las lavanderas de los ríos, el chino de los mandados, el “indio de la zorra”, el de los caballos, y los “nieblunos”, casta de pobres rumbo a la ruina. Los artesanos, sastres, modistas, ebanistas, talabarteros, los colonos y los pescadores llevaban sus poemas a otras regiones del país, y también a otros países. Sus versos se cantaban en esa incomunicada, semicolonial y feudal Colombia. Por eso ese pueblo olvidado lo consideró su poeta.

 

Fue excomulgado por el obispo de Bogotá por considerar blasfemos sus versos, “La muerte de José Asunción Silva”, leído el día del entierro del suicida:

 

“Lejos de las paredes envejecidas
Que guardan el silencio del campo santo,
Lejos de las plegarias, lejos del llanto,
Se ven las sepulturas de los suicidas.
[…] Bien hiciste en matarte: sirve de abono
Y, a la tierra fecunda. Si no hay clemencia
Para ti, nada importa: ¡yo te perdono!”.

 

Pero no sólo esto. Fue censurado por Miguel Antonio Caro, cuando en 1885, en una velada de caridad en el teatro Colón, Flórez quiso leer un poema titulado ¡Oh, poetas!:

 

“¡Nosotros, los cansados de la vida,
Los pálidos, los tristes,
Los que vamos sin rumbo en el mar hondo
De la duda, entre escollos y entre sirtes”.

 

Su popularidad era inocultable. Sus poemas no solo se publicaban en revistas y periódicos sino también en almanaques, postales, y hojas sueltas. Era un intelectual que no cuadraba dentro de lo que se suponía que era un intelectual, y por ello decían que no era poeta sino trovero popular, el “poeta de las sirvientas”.

 

Sin duda, era otra de las maneras en que el poder se vengaba de su pluma irreverente y no sometida. Pero él no la dejaba secar. Cuando conoció Bogotá en todas sus facetas –las guerras, el acomodamiento, la miseria, la discriminación social–, sufrió de pesimismo que él mismo describió: “Me cansé de encontrar mezquindad en todas partes, fealdad moral, pocioncillas peores que las grandes pasiones, de ahí el inmenso pesimismo de mi obra conocida”.

 

Pesimismo al que también contribuyó el régimen represivo de Arístides Fernández –el cabo de la policía elevado a gran señor– Ministro de justicia: en los clubes, o bares populares no se podía hablar de política so pena de ir a parar al panóptico, como le sucedió a Flórez y a su amigo, el músico Emilio Murillo. A ese personaje le escribió unos versos, que en parte dicen:

 

Al chacal de mi patria


“Lástima que mi estrofa a ti descienda
Y tenga que azotar tus desnudeces,
Porque, di: ¿no es verdad que no mereces
Tanto, en esta fatídica contienda?”

 

Sin embargo, se consideran los siguientes versos como una verdadera declaración de la manera de pensar y sentir la vida por parte del colombiano:

 

Todo me llega tarde

 

Todo nos llega tarde ¡hasta la muerte!
nunca se satisface ni se alcanza la dulce posesión de una esperanza
cuando el deseo acósanos más fuerte.

 

Todo puede llegar, pero se advierte
que todo llega tarde: la bonanza,
después de la tragedia; la alabanza, cuando está ya la inspiración inerte.

 

La justicia nos muestra su balanza
cuando los siglos en la historia vierte
el tiempo mudo que en el orbe avanza.

 

Y la gloria, esa ninfa de la suerte,
sólo en las viejas sepulturas danza.
¡Todo nos llega tarde, hasta la muerte!

 

Julio Flórez fue fundador de La Gruta Simbólica, con poetas como Diego Uribe, Maximiliano Grillo, Luis María Mora, Roberto Mac-Douall, Clímaco Soto Borda, Enrique Álvarez Henao y Víctor M. Londoño. La anécdota de su fundación refleja la condición política del momento: siete amigos fueron detenidos por andar charlando, en horas de la noche, por la calle, caminar y charla sin salvoconducto, sabiendo que el país estaba en estado de sitio. Logran no ser llevados a la cárcel sino a la casa de un amigo, donde pasaron la noche en tertulia literaria, tomando vino moscatel.

 

Entre los poetas de su corriente fue el más pesimista de todos, pues todos ellos bohemios por gusto, sentimiento y política, hablan del desengaño, la amargura, mezclados con arrebatos místicos y bellezas ideales, no solo de los amores sino de la sociedad y la condición que les tocó vivir. Flórez era más romántico que modernista, cuando el capitalismo alzaba vuelo en el país y, por lo tanto, se suponía que lo romántico no tenía sentido.

 

Su trabajo literario está recopilado en diez libros: Horas (1883), Casta de lotos y manojo de Zarzas (1906), Cardos y lirios (1907), Fronda lirica (1910), Gotas de ajenjo (1909 –publicado en 1943), Oro y ébano (publicado en 1943), Haz de espinas, Flecha roja, y De pie los muertos; también aparece Mi retiro, Año harmónico y La voz del río. En todo caso, otros muchos poemas quedaron por ahí volando, unos con música de pasillo o bambuco, varios con firma de otros artistas de Colombia y del extranjero. Tuvo la literaria influencia del español Gustavo Adolfo Bécquer y del francés Víctor Hugo.

 

Su libro más famoso “Gotas de Ajenjo”, agrupa versos aún hoy recordados. Como no traer a la memoria su inmortal pasillo, letra y música,

 

“Mis flores negras”:

 

“Oye; bajo las ruinas de mis pasiones,
En el fondo de esta alma que ya no alegras,
Entre polvo de sueños y de ilusiones
Brotan entumecidas mis flores negras”.

 

Pero también, esa belleza de poema-canción, titulado “Tus ojos”:

 

“Ojos indefinibles, ojos grandes,
Como el cielo y el mar, hondos y puros;
Ojos como las selvas de los Andes:
Misteriosos, fantásticos y obscuros”.

 

Sus poemas más famosos –además de lo ya relacionados– todavía recordados hoy: La araña, A mi madre, Abstracción, Resurrecciones, Ley implacable, ¿Ves esa vieja?, Idilio eterno, y Boda negra. Sin olvidar los versos recogidos en su último libro “Oro y Ébano”, un trabajo más elaborado.

 

Como cualidad que puede lograr el escritor, el literato, el poeta, Julio Flórez también logró representar la colombianidad, ya que sus versos resumen el sentimiento del pueblo que habitaba el país, como su esperanza, pero también la rebeldía, melancolía y pasión. Y el pueblo se identificó con él. Cuando fue coronado de laureles en Usiacurí –Atlántico–, lo hicieron reconociéndolo como el poeta nacional popular. Según Rafael Maya, “Todos veían en Flórez a un especie de iluminado y de profeta, que sabia decir salvajemente sus amores, y que cantaba con abundancia tropical cosas que estaban en el corazón de todo el mundo, pero que nadie vertía de manera tan evidente e inmediato como aquel hombre de finos mostachos y de ojos incurablemente tristes, que manejaba la retórica del dolor y de la desesperación con insuperable precisión dramática”.

 

Y en su verso lo reafirma el poeta:

 

En el monte

 

“[…] A mi patria, sumida en sus tristezas,
Mi lira de oro y ébano le di,
Ella a mi no me ha dado ni riquezas,
Ni honores, no, pero su llanto sí”.

 

Referencias:

Julio Flórez, “Todo nos llega tarde”, Gloria Serpa-Florez de Kolbe, Planeta, Bogotá, 1994.
Julio Flórez, “Obra poética”, Ed. Minerva, Bogotá, 1970.
Julio Flórez, “Cuadernillos de poesía”, Ed. Panamericana, Bogotá, 1997.
Julio Flórez, “Poesía escogida”, Ancora Ed., Bogotá, 1988 (prólogo y selección de Harold Alvarado Tenorio).

Información adicional

Autor/a: Pedro Miguel Tapia
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