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Sacar la fe de las iglesias

Sacar la fe de las iglesias

Hubo un método de comunidades cristianas en sectores empobrecidos que hizo pelechar esperanzas por toda América Latina. Esperanzas y acciones. Acciones y procesos. Procesos y revoluciones. La revolución sandinista, por ejemplo, la que derrocó en Nicaragua una dictadura de varias décadas, tuvo ese método como acicate y motor. Llegó de Francia y en nuestras comunidades encontró suelo fértil. Era el final de los años 60 del siglo veinte, efervescentes y revolucionarios. El método juntaba celebración, vida, historia y tarea política, denominada revisión de vida y tenía tres elementos claves: ver, juzgar y actuar. Las iglesias se entendían como grandes comunidades de pequeñas comunidades.

El sujeto del método revisión de vida era una pequeña comunidad estrechamente ligada por circunstancias de vida: pobres, vecinos, se apreciaban, tenían problemas comunes, muchas de las preguntas que planteaban ante la vida les eran enteramente familiares. Se reunían cuando empezaba la noche, arrastrando el cansancio de la jornada, cantaban un poco o conversaban informalmente; sucedía en la vereda o en el barrio, en una piecita de la casa pobre o en un salón de la escuela; se alumbraban con una vela o con un bombillo de poca luz; el grupo era acompañado por un sacerdote, una religiosa, un pastor, un seminarista, una mujer o un hombre de la comunidad con formación para ese servicio. El encuentro tenía lugar, habitualmente, una vez por semana.

El momento del VER. Cada uno contaba, sin detalle, como quien enumera cosas de la vida, un hecho que le había marcado la semana o el tiempo transcurrido desde el último encuentro. Sin juicios, sin opinión, sólo se planteaban, sin demasiado detalle, hechos que habían marcado la semana: una situación con un vecino, un problema con un juez, un acuerdo de convivencia, el atropello de un policía, un maltrato de un empleador, el embarazo de la niña de 13 años, la fiesta del fin de semana, un desalojo, la minga para arreglar la toma del agua o el camino vecinal, la huelga recién iniciada, cómo un compañero o compañera resolvió una situación de injusticia.

El momento del JUZGAR. La persona que animaba el encuentro movía al grupo a seleccionar uno solo de los hechos relatados. No se trataba del hecho más grandioso o espectacular, o del más bien contado, o del relatado por la persona que tenía más influencia o del que más opinión movía. Se escogía el hecho que más importancia tenía para comprender la vida que estaban viviendo y para descubrir la tarea que tenían que asumir, juntando fuerzas, en el momento presente. Una vez seleccionado el hecho sobre el que iban a profundizar, se pedía al compañero o compañera que lo había dado a conocer que lo presentara con mayor detalle: por qué se dio, quiénes lo protagonizaron, en qué circunstancias ocurrió, cómo se resolvió, cómo lo reflexionaron, qué fuerzas se juntaron para afrontarlo, qué consecuencias estaba produciendo. Para juzgar el hecho –y aquí es muy importante la formación del animador o animadora del grupo– se buscaban algunos textos que pudieran dar nueva luz sobre el asunto con preguntas como ¿qué hubiera dicho y cómo hubiera actuado Jesús?, ¿conocemos algún texto del evangelio que nos pueda iluminar para dar un juicio sobre lo sucedido?, ¿qué dicen los teóricos al respecto: los científicos sociales, políticos, defensores de derechos?, ¿alguien puede leer algún otro texto, un cuento, una noticia, un poema, etcétera, que nos dé luces para un buen juicio?. Así equipado, el grupo podía empezar a juzgar con preguntas como, ¿qué conexión tiene lo vivido con la realidad social, política y económica del resto del país?, ¿cómo se conecta ese hecho con lo que sucede en América Latina y en el mundo?, ¿se hubiera podido actuar de otra manera?, ¿conocemos algún movimiento u organización política o social que nos pueda acompañar en el abordaje de hechos similares?, ¿esto les sucede a los más ricos o solamente nos pasa a los empobrecidos?, ¿esto podría ser de otra manera?

El momento del ACTUAR. La pequeña comunidad se declaraba suficientemente iluminada y fuerte espiritual e interiormente para asumir compromisos concretos en relación con los juicios dados al hecho revisado. Era el momento de plantear preguntas por la acción: ¿Cómo vamos a hacer frente a hechos similares en lo sucesivo?, ¿cómo vamos a fortalecer la unidad de vecinos para resolver hechos parecidos?, ¿podemos hacerles frente con eficacia si nos quedamos solos?, ¿qué aliados vamos a buscar?, ¿esos aliados están en las esferas del poder establecido o en las organizaciones populares?, ¿cómo nos podemos articular con otras experiencias de organización del pueblo? Después de estas preguntas, se tomaban unas decisiones concretas que seguirían siendo coordinadas y evaluadas por la propia comunidad.

Pues te cuento, querida lectora, querido lector, que eso sí era una fe viva. La gente solía comentar “¡con razón decía Jesús que llegará un día en el que la verdadera oración no se hará en los templos sino en las calles, en las casas y donde la gente se reúne y lucha!”. Lo habitual era terminar la reunión tomando juntos algo sencillo pero acogedor, una aguapanela caliente y un pedazo de pan, comiendo y cantando juntos y evocaban la presencia de Jesús: “Cuando hagan eso, acuérdense que yo estoy en medio de ustedes”. Se abrazaban y volvían a sus casas y sentían que algo nuevo había empezado a crecer en sus corazones.

* Animador de Comunión sin fronteras.
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Información adicional

DE IGLESIAS Y CREYENTES
Autor/a: Ancízar Cadavid Restrepo*
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