La decisión del nuevo gobierno griego –surgido del triunfo electoral del movimiento Syriza–, de no permitir la extensión del “programa de ayuda” o “rescate” que se vence a finales de febrero, no sólo es explicable sino éticamente incontestable si observamos los resultados que las medidas de austeridad han tenido sobre la economía de ese país. Desde el 11 de febrero del 2010, fecha en que se dio inicio al llamado “ajuste estructural” en Grecia, el PIB se ha reducido un 25%, la tasa de desempleo alcanza también ese porcentaje y la deuda pública se elevó hasta el 179% del producto. Estas cifras, que se repiten en todos los diarios del mundo, sin embargo, velan las consecuencias que sobre la gente tiene la situación.
Al tiempo que el primer ministro griego Alexis Tsipras, y su jefe de finanzas Yanis Varoufakis, iniciaban una maratónica gira de visitas a líderes de otros países y de las entidades multilaterales europeas, la prensa daba cuenta marginalmente de los resultados de un estudio de la Universidad de Pensilvania (EE.UU.), publicado en la revista ‘British Medical Journal’, en el que luego de analizar las cifras de suicidios en Grecia, en el período que va desde principios de 1983 hasta finales del 2012, se concluye que desde que se da inicio a los programas de ajuste, la muerte de las personas por propia mano sube el 35,7%. El punto más alto se alcanza en 2012, y el hecho icónico de la desesperación de la gente la protagoniza Dimitris Christoulas, jubilado griego de 77 años, que se suicida públicamente en la plaza Sintagma, frente al parlamento, como protesta por la situación. Cuando los burócratas internacionales y los columnistas oficiosos, ante los esfuerzos del nuevo gobierno griego de alcanzar una renegociación, contraponen como argumento que las deudas deben honrarse, dejan de lado intencionalmente que sus exigencias cuestan literalmente vidas humanas.
Hoy no es de buen recibo recordar, que luego del estallido de la crisis en el 2008, Portugal, Italia, Grecia y España, fueron agrupados como los países PIGS (acrónimo formado por las iniciales de los nombres en inglés de esos países, y que con su significado literal de cerdos expresaba el desprecio racista por las poblaciones del sur del continente), y que detrás de la crisis griega estuvo la alteración fraudulenta de sus cuentas por Goldman Sachs, institución financiera norteamericana que maquilló las cifras de ese país para acomodarlas a los requisitos exigidos para ingresar a la Zona Euro. En el año 2000, Goldman Sachs convirtió a euros, con una tasa ficticia, la deuda griega de la época que estaba originalmente tasada en dólares y yenes, para reducirla artificialmente hasta los estándares exigidos por la comunidad europea. La diferencia la disfrazó con lo que se conoce como un swap de divisas, que Goldman Sachs le hizo firmar y que por efecto de los trucos financieros terminó multiplicando la deuda aún más.
El origen del problema no está entonces, como les gusta decir a los economistas ultraliberales en el Estado del Bienestar, que supuestamente es el ejemplo de como se ha vivido por encima de las posibilidades, sino en el robo del erario público por parte de los políticos de turno y las estafas financieras en que se convierten los llamados préstamos de ayuda. Otro dato que hoy se soslaya es que el actual director del Banco Central Europeo, Mario Draghi, fue director para Europa de Goldman Sachs entre 2002 y 2005, por lo que conoce de primera mano el origen del problema griego, y al hacer parte de la llamada troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), que es el grupo que condiciona a Grecia, carece de la más mínima autoridad moral para exigir el pago de una deuda que a todas luces se sabe espuria.
Sistema que mata
La deuda ha sido siempre un mecanismo de sometimiento en las sociedades mercantiles. En el capitalismo, a la deuda se suma la amenaza del desempleo como el par que completa el instrumento estructural de terror económico sobre las clases subordinadas. Ya a comienzos del siglo XIX, cuando el capital asumía características definitivas, las consecuencias de no poder integrarse funcionalmente al sistema derivaban en la autoeliminación. En 1846, Marx publicó la traducción y reseña de los casos de suicidio compilados por el archivista de la policía francesa Jacques Peuchet (Traducidos al español tanto por Ricardo Abduca como por Nicolás González Varela), texto en el que el funcionario policial sostiene que “La clasificación de las diversas causas del suicidio sería la clasificación de los defectos mismos de nuestra sociedad”, entre los que las condiciones económicas difíciles no son los menos importantes. Dice Peuchet, según la versión de Marx, que “Muy a menudo encontré que entre las causas de suicidio estaba el ser destituido de un puesto, el ser rechazado en un trabajo y la baja súbita de los salarios, que tienen consecuencia de que las familias no obtengan lo necesario para vivir, más aun teniendo en cuenta que la mayoría apenas si gana para comer”. Observaciones que resultan mucho más agudas que las que hace hoy día la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en sus recomendaciones sobre la prevención del suicidio destaca dificultar el acceso a medios como plaguicidas o armas de fuego.
No es de extrañar, entonces, dada la situación actual, que en mayo de 2013 la Asamblea Mundial de la Salud (la número 66) adoptara dentro del primer Plan de acción sobre salud mental, la prevención del suicidio, y que instaurara el 13 de septiembre como el día mundial de su celebración. La OMS estima que anualmente se quitan la vida 804 mil personas, muchas más que las 500 mil que mueren a manos de otros individuos de forma violenta por causas particulares y las 200 mil que en promedio dejan las confrontaciones bélicas abiertas. Eso significa que por cada 100 mil habitantes, 11,4 se quitan la vida (15 entre los hombres y 8 entre las mujeres), siendo la segunda causa principal de muerte entre personas que se encuentran entre los 15 y los 29 años; aunque en los países de ingresos altos y en los de ingresos bajos y medianos de Asia Sudoriental, para ese rango de edad es la principal causa de muerte en ambos sexos.
Además de Grecia, es España el otro país de Europa más castigado con el desempleo. Y allí, según el Instituto Nacional de estadísticas (INE), desde 2008 el suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte no natural. Igual sucedió en Japón con la crisis de onda larga que se inicia en 1998, cuando los suicidios pasaron de un promedio de 25.mil, en las dos décadas anteriores, a 32.863 en el año de arranque del estancamiento económico, no lográndose reducir a una cifra menor a treinta mil hasta el 2012.
Zombis económicos
Estar desempleado en el capitalismo significa estar por fuera del sistema. El extrañamiento económico coloca al individuo en un limbo en el que deja de ser, pero no en términos absolutos pues siempre existe la esperanza de ser reintegrado (“resucitado”). No se asiste acá al ser o no ser shakesperiano, sino a la condición de muerto viviente concebida por el vudú. En alguna medida, se tiene un pié en la tumba y otro fuera de ella; de allí que luego de la crisis de 2008 hiciera carrera en la cultura del entretenimiento la figura del zombie, que se corresponde con un ser que no está ni vivo ni muerto.
Como se sabe, en la mitología africana algunos muertos son resucitados por un “bokor” –especie de hechicero con el poder de revivir cadáveres– y que en su regreso muestran una ausencia total de conciencia pudiendo ser sometidos de forma absoluta por quienes los devuelven a la vida. Esas características han permitido a ciertos artistas utilizar ese arquetipo para representar instituciones o individuos que deambulan sin conciencia acerca de cuál es su propia realidad y las causas que la determinan. Los críticos culturales han señalado como el uso de la metáfora ha servido para representar diferentes situaciones de la vida moderna, que en la obra pionera de George Andrew Romero, La noche de los muertos vivientes –filmada en 1968–, simboliza a los soldados muertos en la guerra de Vietnam que regresan para vengarse de quienes los enviaron a un sacrificio inútil. En una obra posterior, El amanecer de los muertos, Romero intenta hacer una crítica a los valores del consumo. Sin embargo, en la alegoría, los zombis terminan destrozando todo e infectando a los “normales”, con lo que no sólo se distorsiona el hecho de que en el mito los muertos vivientes son en realidad víctimas por su condición de entes sometidos totalmente a su amo, que se encuentran en una situación peor incluso que la de los esclavos, pues carecen de cualquier posibilidad de conocer la verdadera realidad. Es pues el bokor y sus propósitos los que terminan diluidos en esos filmes, y si bien es cierto que en obras posteriores de otros autores, aparecen las Corporaciones como los creadores de zombis, tampoco se muestra allí una relación directa entre la alienación creada de forma intencional y su explotación.
Luego de la crisis de 2008 hizo carrera el término “economía zombi” para representar la situación actual, en la que nos enfrentamos a una supuesta disyunción entre la llamada economía real (la que concierne a la producción, distribución y consumo de bienes y servicios) y la economía financiera, dándose a entender un antagonismo entre capitalistas buenos y capitalistas malos, como si entre las corporaciones del sector “real” y las del sector financiero no existiera ninguna relación de complementariedad. Es verdad que existe un claro predominio del sector financiero, pero eso no implica que las corporaciones de la producción sean sus víctimas. Se empezó, entonces, a denominar “bancos zombi” a aquellas instituciones rescatadas y que se alejan cada vez más de la función original de captar ahorros del público, centralizarlos y redireccionarlos en forma de préstamos hacía nuevos proyectos, cuando en realidad los zombis son los cuentahabientes de la clase trabajadora y los contribuyentes a los fondos de pensiones que ignoran que sus depósitos son dedicados a la especulación, les cobran por tomar su dinero (intereses negativos), y sus ahorros son puestos en riesgo en operaciones en las que las probabilidades de pérdida no son pequeñas. Pero, son igualmente zombis los asalariados de los contratos de cero horas, en los que el trabajador se declara disponible en todo momento, pero trabaja y cobra tan sólo el tiempo que la fábrica, de forma discrecional, lo quiera utilizar, y sobre el que no existe un mínimo determinado. La flexibilización de la contratación encierra una inestabilidad y precariedad tan marcada que ha terminado por convertir a los trabajadores parciales en auténticos muertos vivientes.
Pero, no sólo los individuos están sujetos al dominio de las Corporaciones. Los Estados más pobres también son objeto de prácticas que los colocan en el limbo económico. Grecia es uno de los ejemplos más ilustrativos, pues los préstamos para pagar préstamos vencidos, han sido convertidos en una pirámide de deuda que no sólo ha llevado a la miseria y literalmente a la muerte a buena parte de su población, sino que amenaza no solamente con dejar hipotecadas a las generaciones futuras, sino también expropiadas de su patrimonio, incluidos sus monumentos históricos. Pero, no es sólo Grecia, pues la deuda crece en el mundo entero, luego que las llamadas medidas de austeridad se han universalizado, desnudando que tales políticas no persiguen detener la sangría sino aumentarla.
Tienda de raya universal
Las tiendas de raya eran instituciones expendedoras de víveres ubicadas en las haciendas o en las fábricas, que ofrecían crédito a los trabajadores. Los precios especulativos a los que les vendían, los endeudaban en tal grado, que no terminaban de cancelar sus acreencias ni cuando acababa su ciclo vital.
En el informe sobre la deuda del McKinsey Global Institute, publicado en febrero de 2015, se puede apreciar que las obligaciones de pago total en el mundo suman 199 billones (millones de millones) de dólares, que representan el 286% del PIB total. Desde el 2007, año en que se inició la crisis, hasta el 2014, esa deuda aumentó en 57 billones (40%). La tasa de crecimiento de la deuda de los hogares y del sector financiero (préstamos entre los bancos) mostró una reducción considerable entre el 2007 y el 2014, a pesar de que sus valores absolutos siguieron aumentando. Los Estados, en cambio, después de la crisis han visto crecer enormemente su pasivo tanto en términos absolutos como porcentuales, en buena medida por efecto de los programas de rescate de los bancos que han sido sumamente costosos. Esto deja en claro que la austeridad no es más que el recorte que se hace al gasto social para cubrir el hueco dejado por el balance negativo de los bancos acumulado entre 2000 y 2007.
La deuda total de algunos países, respecto de su PIB, está muy por encima del promedio mundial: Japón, (400%), Irlanda (390%), Portugal (358%), Grecia (317%), España (313%), Francia (280%), Italia (259%), Reino Unido (252%), y Estados Unidos (233%), para citar tan sólo los más importantes, alcanzan niveles de endeudamiento que obligan a pensar que caminamos por el filo de la navaja. El mito, ya señalado, de que es el gasto social, derivado del llamado Estado del bienestar, el que nos ha conducido a la actual situación, debe desenmascararse con vehemencia, y la denuncia de la “deuda odiosa”, debida a corrupción y malos manejos debe intensificarse. Los movimientos por la abolición de la deuda deben masificarse y acompañar los reclamos griegos.
La retoma de conciencia elimina la condición de zombi en la que se encuentran muchos colectivos, y debe permitir ajustar las cuentas con los “bokores” que pretenden instalar el totalitarismo absoluto a través del despojo total de la humanidad de las clases subordinadas. Éstas, entonces, tienen la palabra y la obligación de la acción.
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