Ella trabaja por días, en distintas casas de familia, en el norte. Por cada día de trabajo, recibe $17.000ºº y trabaja cinco días a la semana; paga $100.000ºº de arriendo, y con los servicios públicos alcanza a ser $140.000ºº, en transporte gasta $40.000ºº. Quienes cancelan su “salario” consideran que Mariana gana lo suficiente por los oficios que hace.
Sus hijos y ella se alegran de que llegue la temporada escolar, porque en su colegio les ofrecen refrigerio y almuerzo durante 120 días al año.
Mariana compra y trabaja
La tienda donde Mariana compra, apenas vende “líchigo” y algunos productos que los vecinos de ella, igual de “vaciados” suelen llevar a casa. En la tienda por supuesto no se fía.
Con lo que compra, paga el IVA, en el transporte paga la sobretasa de la gasolina, con las tarifas, contribuye a sostener las empresas de servicios públicos y a pagar la deuda externa, con el arriendo paga los impuestos de valorización y predial y de lo poco que gana, buena parte se va en impuesto de renta, por parte de quienes son los dueños de las casas en donde trabaja.
Finalmente, Mariana con su trabajo contribuye a mantener ordenadas las casas de las familias que la contratan, hace los alimentos y en algunos casos, ayuda a cuidar sus hijos. Ella trabaja para no considerarse una excluida porque si no lo hiciera, su familia se habría dispersado y tendría hambre y sin lugar donde vivir.
Mariana ni excluida ni marginalizada
Mariana, al igual que muchos de sus vecinos, les preocupa e indigna que se les considere como pobres a los que hay que ayudar a asistir. La solidaridad –afirma Mariana- no consiste en que los ricos “nos miren con buenos ojos, o que grandes empresas nos hagan llegar sus residuos o sobras”.
Ella siente que sus hijos y ella misma necesitan lograr una situación más saludable, una mejor comida y por supuesto la seguridad de que diariamente la van a tener.
Cada día de trabajo es un día que la acerca a la desesperanza. Nada augura un futuro con alguna pensión o con una seguridad de que sus hijos puedan obtener una subsistencia digna. Esto hace que Mariana, más que excluida se sienta explotada y negada.
La Alimentación, una oportunidad
Mariana, al igual que la mayoría de los bogotanos, tiene sus esperanzas puestas en el gobierno de Lucho Garzón y en el énfasis de su programa en lo social.
Ella no tiene porqué saberlo, pero la alimentación no es una dádiva, sino un derecho que todos tenemos por el hecho de vivir en sociedad. ¡Qué bueno fuera que con este programa se produjeran alternativas para el empleo y la seguridad de los bogotanos pobres!, piensa Mariana.
Por esa y otras razones, pensamos nosotros, el programa alimentario debe servir con un ánimo que vaya más allá de intentar resolver un problema urgente. Porque a Mariana como a muchos bogotanos, les interesa que les enseñen a pescar y no que les den el pescado.
El problema no reside exclusivamente en la falta de solidaridad, porque por mucho que se quiera no se han dado las alternativas para que esta funcione y es muy difícil que los que todo lo tienen quieran poner en juego siquiera un centavo de sus privilegios.
Mariana puede confiar
Los bogotanos como la protagonista de esta historia, confían en que el gobierno de Lucho Garzón al hablar de un compromiso social contra la pobreza, que propone “planes de choque contra la pobreza, intervención social integral y la emergencia social en seis localidades” logre mejorar sus condiciones de vida al garantizar su seguridad alimentaria y social.
Mariana puede esperar que si el gobierno bogotano invierte tanto como lo que le llegó a las Juntas Administradoras Locales, en el 2003, para su programa alimentario, quinientas mil personas más podrán tener su alimentación asegurada, al menos en este periodo administrativo.
Claro está que también como lo propone el gobierno, deberían darse suplementos nutricionales para superarse las deficiencias anteriores, hacerse atención a la salud oral, desparasitación, mejoramiento de condiciones sanitarias y control a la calidad del agua.
Pero no es suficiente la asistencia, porque la seguridad requiere otras medidas, algunas de ellas ya contempladas como los comedores, las tiendas comunitarias y cooperativas de distribución, y el fomento y la promoción de cadenas alimentarias y los bancos de alimentos.
Los bogotanos, entre los que se encuentra Mariana, saben que la ciudad, más que la buena voluntad y lo que proporcione la Administración de Lucho Garzón, depende del ejercicio de la soberanía (sobre los bienes colectivos, de su bienestar y seguridad, de lo que pretende del futuro a través de la educación, de su cultura y comunicación) de las mayorías que deben combatir y romper el usufructo del hambre que hacen las minorías.
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