Vivir de la ilusión trastoca la realidad. El tecnócrata Robert McNamara transplantó al Pentágono el sistema de incentivos e indicadores cuantitativos que había implementado en Ford Motor Company. Como resultado obtuvo tal inflación en el conteo de cadáveres de los enemigos, que muchos civiles fueron contados como insurgentes del Vietcong, y la cifra de abatidos llegó a superar el número de combatientes enemigos. Pese a ello los Estados Unidos perdieron la guerra de Vietnam.
El incendiario expresidente Uribe también implementó una política de incentivos y conteo de cadáveres, en lo que fue juiciosamente apoyado por sus ministros de defensa Camilo Ospina y Juan Manuel Santos. Aunque con su estrategia de Seguridad Democrática logró arrinconar a las guerrillas de las Farc y del Eln, hay aberrantes lunares (crímenes de lesa humanidad) como la muerte de humildes civiles inocentes y ajenos al conflicto.
Con la efectista política de Prosperidad Democrática, y con el síndrome de Doña Florinda a cuestas, Juan Manuel Santos, además de la ya manida promesa de la paz, intenta que la cenicienta República de Colombia ingrese al “selecto” grupo de la Ocde. Para tal propósito se obsesiona con mostrar resultados positivos, como el presunto aumento de la llamada clase media. ¿Acaso está pensando con el deseo y se niega a ver el notorio encarecimiento de los boletos de entrada a tal club, para un país que en buena parte depende del hoy tan devaluado petróleo?, ¿será que se rehúsa a sospechar que en los próximos meses tal club de ricos países pacíficos podría expulsar a socios incómodos como México y Turquía, hoy plagados de inmigrantes, terroristas y traficantes?
Unas clases medias bastante pauperizadas
Días atrás, en un evento público con la presencia del Director del Dane, del Ministro de Hacienda y destacados economistas especialistas en pobreza,el presidente Santos afirmó –pleno de euforia y recordando a McNamara–, que: “[…] ya el 70 por ciento de los colombianos o un poco más están en lo que podríamos denominar la clase media”, y explicó que dicho rango social está contemplada de dos maneras: I) que es la clase emergente: “que todavía tienen el riesgo de caer en la pobreza”, y II) que este segmento de la población consolidado no tiene tal riesgo, y agregó: “Aquí un indicador muy importante es que la clase media consolidada es ya mayor al índice de la pobreza”.1 Y en ese mismo escenario el Presidente también señaló que 4.56 millones de colombianos han salido de la pobreza durante su administración.
Para comenzar a dudar de tanta belleza cualquier ciudadano medianamente informado podría hacer cuentas como las dos siguientes:
Según el Dane, la línea de pobreza (en términos monetarios) se supera a partir de 223.638 pesos por persona, lo que implica que un hogar de cuatro personas en promedio necesitaría 894.552 pesos para sobrevivir. Un poco más que el exiguo salario mínimo actual ($689.454).
A juzgar por los estándares internacionales, que califican como pobre a quien vive con una suma entre uno y dos dólares diarios (y al miserable a quien sobrevive con menos de un dólar diario), la clase media recién descubierta por Santos es bastante paupérrima: vive con US$2.50 al día. Y el misérrimo salario mínimo colombiano de US$7 diarios, no saca de la pobreza a un pobre hogar con 4 personas, en las que sólo uno de sus integrantes está vinculada al mercado laboral.
Ilusionista desnudado
Y lo que resulta más curioso es que en ese mismo evento el director del Dane mostró una realidad que va en contravía del falaz parte de victoria presidencial, pues: “[…] la Encuesta de Calidad de Vida del 2015 arrojó cifras alarmantes. El 23,1% de los jefes de hogar sostiene que no les alcanzan los ingresos para cubrir sus necesidades mínimas mientras que el 61,7% dijo que apenas cubrían los gastos mínimos”2. (Ver artículo Libardo Sarmiento, pág. 10).
A los irresponsables emisores de falaces partes de victoria contra la pobreza –en particular al presidente Santos y a su Ministro de Hacienda– habría que sugerirles que, con los actos, demuestren la veracidad de sus afirmaciones: ¿será que sus rollizos cuerpos y despercudidas pieles podrían sostenerse con un magro salario mínimo?, ¿acaso sus despilfarradoras esposas y en demasía consumistas retoños aguantarían vivir con un ingreso típico de la clase media recién descubierta por ellos?
Como dice el escritor libanés3 los líderes políticos deberían estar atados a un imperativo ético tan exigente, que los belicosos estuviesen combatiendo con sus propios hijos, y que los que –como el presidente Santos y sus Ministros / llaman prosperidad a la miseria, fuesen a vivir a un barrio del pobrerío con el ínfimo salario mínimo colombiano.
La tal clase media no existe, ni aún en medio de la opulencia
En la perspectiva marxista de Kalecki4, solamente existen dos clases sociales: los burgueses o capitalistas (quienes tienen capacidad de ahorro e inversión y, por tanto, ganan lo que gastan) y los proletarios (que con un exiguo o apenas suficiente salario, apenas si gastan lo que ganan).
No obstante, con la monstruosa ampliación de la sociedad de consumo se han expandido los ingresos de los asalariados y también estos han ostentado una pequeña capacidad de ahorro. Pero sigue existiendo una brecha insalvable entre este pobrerío y los grandes empresarios, al punto que el economista Hirsch, (1978) mostró los límites sociales del crecimiento y destrozó el cursi sueño americano de una riqueza para todos. Así las cosas, lo que aséptica e inocentemente se denomina clase media, es una especie de proletariado acomodado aunque volátilmente opulento y, además, martirizado, como Tántalo por desear lo inalcanzable. Estos arribistas proletarios gozan de unos ingresos más que suficientes para suplir necesidades básicas y deleitarse con algunos lujos, además de buscar el siempre esquivo ascenso social mediante el yugo de deudas hipotecarias que les consumen buena parte de su vida, sin saborear siquiera los siempre esquivos e inalcanzables bienes y servicios de carácter posicional (o la riqueza oligárquica sólo disponible para los grandes capitalistas).
Mario Benedetti dedicó un poema a la tal clase media, del cual destaco algunas líneas: “[…] Clase media, medio rica, medio culta, entre lo que cree serlo que es media una distancia medio grande […] Desde el medio mira medio mal a los negritos, a los ricos, a los sabios, a los locos, a los pobres […] Si escucha a un Hitler medio le gusta, y si habla un Che medio también […]”.
En este orden de ideas la tal clase media, o de opulentos proletarios sería, en realidad, medio baja, y tal medianía repercutiría en una patética mediocridad de sus valores, cosa que exquisitamente describe Taleb, así: “[…] Ya puede imaginarse la consternación que se apodera de mí cuando oigo cómo se glorifican los “valores de la clase media” y su consustancial ausencia de heroísmo; unos valores que, gracias a la globalización y a Internet, se han extendido hasta cualquiera de los rincones del planeta a los que llega British Airways, consagrando allí los opiáceos habituales de esta deificada clase: el “trabajo duro” en un banco o una compañía tabaquera, la diligente lectura de la prensa diaria, la observancia respetuosa de la mayoría (que no de la totalidad) de las normas de tráfico, el aprisionamiento en una casilla de un organigrama de empresa, la supeditación a la opinión de un jefe (mientras el historial del trabajador se mantiene celosamente guardado en los archivos del departamento de personal), el cumplimiento de la ley, la dependencia de las inversiones en bolsa, las vacaciones en algún destino tropical y la vida en un barrio residencial suburbano (lastrada por el peso de una hipoteca) con un perro de hermoso aspecto […]”5.
Ahogados en su medianía, los cuantiosos proletarios arribistas que se creen de clase media, son los “pavos de navidad” que engordan y viven de expectativas adaptativas, hasta que aparecen, intempestivamente, los cisnes negros de las crisis, y ellos pagan los platos rotos con sus impuestos6.
La no deleznable evidencia empírica disponible gracias al esfuerzo de instituciones como Oxfam y Credit Suisse, recogida por (Fariza, 2015) y sintetizada en las gráficas que aparecen en la parte superior, permite mapear e interpretar la desigualdad mundial, así:
En la cúpula de la pirámide un ínfimo 1 por ciento de la población controla el 50 por ciento de los activos, y sus más allegados cómplices (controlan casi el 40%). Más abajo –como se puede apreciar en la gráfica de la pirámide– una franja de unos mil millones de personas, ostentan poco más del 12 por ciento de los activos, que oscilan entre 10 mil y 100 mil dólares, y tal bloque poblacional sería el de las mal llamadas clases medias: estos proletarios opulentos y tantalizados tienen ingresos más que suficientes para incrementar su obesidad pero demasiado exiguos para llegar al club exclusivo de los burgueses. Más debajo de la figura piramidal, una extensa franja de la población, de casi 3.400 millones de personas, tiene unos ridículos activos de menos de 10.000 dólares (suficientes para algunos bienes inmuebles y algo de ropa) y, en su condición de proletarios rasos, apenas si gasta lo que gana.
La parte oculta de la pirámide trata del inframundo económico. Por debajo de la arbitrariamente denominada línea de pobreza, aparecen los seres humanos que ni siquiera pueden ostentar el humillante título de proletarios rasos. Se trata de más de 910 millones de individuos, llamados pobres, cuyos ingresos diarios oscilan entre uno a dos dólares; y los miserables que son cerca 1.300 millones de sub-vivientes que tienen unos ingresos de menos de un dólar al día.
La misérrima clase media descubierta por Santos estaría ubicada más bien el inframundo del pobrerío. Y la pirámide de la desigualdad en Colombia sería tan o más aberrante que la existente en el resto del mundo: hoy en Bogotá un alcalde tecnócrata complaciendo a un puñado de constructores amenaza con urbanizar la reserva ecológica Van der Hammen; y hoy en los campos, antes de que retornen los 5 millones de humildes desplazados, unos pocos empresarios habrán inundado el agro con gigantescos y rentables cultivos industriales con la iniciativa de las Zidres. Así continúan los ricos siendo más ricos, y los pobres más pobres. La clase media seguirá como una simple ilusión y una palabra para manipular aspiraciones arribistas.
* Profesor Universidad del Rosario.
1 El Colombiano, E. (02/03/2016). Obtenido de www.elcolombiano.com: http://www.elcolombiano.com/negocios/economia/el-70-de-los-colombianos-son-de-clase-media-santos-FH3687557.
2 Revista Semana. (03/03/2016). Obtenido de www.semana.com: http://www.semana.com/economia/articulo/indice-de-pobreza-monetaria-y-multidimensional-2016-en-colombia-segun-el-dane/463788.
3 Taleb, N. (2013). Antifrágil, las cosas que se benefician del desorden. Barcelona : Paidós. pp. 463-504.
4 Kalecki, M. (1974). Ensayos escogidos sobre dinámica de la economía capitalista 1933-1970. México: Fondo de Cultura Económica .
5 Taleb, N. (2013). Antifrágil. op, cit, p. 466.
6 Taleb, N. (2007). The Black Swam. New York: Random House.
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