Las ciencias naturales nos suministran ideas acerca de la estructura de la realidad, lo que son las cosas, cómo es el universo y, verosímilmente sobre cómo fue el origen y cuál puede ser el destino del universo. Esto es, notablemente, la física, la química, las matemáticas, y las ciencias computacionales. Por su parte, las ciencias humanas nos explica cómo vivimos, cómo hemos vivido y cómo podríamos vivir. Las ciencias humanas nos explican la forma como los seres humanos se organizan, los tipos de decisiones que toman, y lo que se sigue de las decisiones y las acciones humanas.
La complejidad del mundo actual exige de un cruce de ciencias y disciplinas, de métodos y enfoques, de lenguajes y metodologías que nos permitan entender los conjuntos de turbulencias, fluctuaciones, inestabilidades y no-linealidad de nuestra época. Es lo que genéricamente se llama interdisciplinariedad, y que adopta varios matices. Sin embargo, la verdadera interdisciplinariedad no sucede al interior de las ciencias sociales y humanas –así por ejemplo, entre economía y política, entre historia y sociología, o entre filosofía y psicología, por ejemplo–; asimismo, la auténtica interdisciplinariedad tampoco tiene lugar únicamente al interior de las ciencias naturales. Bien entendida, la interdisciplinariedad implica el diálogo, el cruce y los aprendizajes recíprocos entre tradiciones disciplinarias perfectamente diferentes.
Las ciencias sociales y humanas nacen el en trípode de un momento cultural y filosófico apasionante. Este trípode está conformado por la Ilustración, el Romanticismo y el Positivismo. El padre de las mismas es A. Comte, quien, por lo demás, en su Curso de filosofía positiva dedica dieciocho lecciones a las matemáticas. La idea de base no es difícil: debe ser posible una ciencia de lo humano, análogamente a como existe una ciencia de la naturaleza.
La Ilustración el Romanticismo y el Positivismo coinciden en un punto, a saber: en la fe en los seres humanos, en el hecho de que estos pueden tomar el destino en sus propias manos, y que la razón constituye la mejor forma de entender a los sistemas sociales humanos, tanto como de hacer efectivamente posible el mundo humano, en toda la extensión de la palabra.
La distinción semántica no es importante, en absoluto. En la tradición anglosajona se usa mucho más el término de social sciences y el de humanities. En la tradición francesa, por el contrario, se habla de las sciences humaines. Podemos usar indistintamente ambas expresiones para referirnos a un solo y mismo conjunto de temas y problemas.
Como quiera que sea, una cosa es evidente: las ciencias sociales y humanas nacen con una pretensión precisa, a saber: dar cuenta del mundo humano-social sin necesidad de metafísica; esto es, in extremis, sin necesidad de supuestos filosóficos. La ciencia nace como un campo propio, al margen e independientemente de la ontología y la metafísica. El siglo XIX y buena parte del siglo XX asiste a una magnifica eclosión del conocimiento: nacen la sociología y la antropología, la economía y la política, la psicología y el psicoanálisis; pero asimismo, nace la historia y la estética, las relaciones internacionales y el periodismo, en fin, la lingüística, la educación y los campos propios de las humanidades como la filosofía, la literatura, los estudios culturales y los estudios comparados y de área.
Durante mucho tiempo, cada ciencia y disciplina de las ciencias sociales y humanas se desarrolló en el esfuerzo por hacerse a sí misma posible; en ocasiones incluso al costo del diálogo con otras ciencias y metodologías. Esa es la historia, a grosso modo, de los primeros cincuenta años, en cada caso. Sin embargo, al cabo del tiempo y cada vez más, ha sido un lugar común reconocer la importancia y la necesidad del diálogo y aprendizajes con tradiciones disciplinarias disímiles. Las motivaciones y las justificaciones para dichos aprendizajes y diálogos son variados, pero todos coinciden en la necesidad de una apertura al mundo y a otros saberes y conocimientos.
Con seguridad, los asuntos del mundo humano, en el sentido más amplio e incluyente de la palabra, no los resuelven ni los resolverán únicamente las ciencias sociales y humanas. Pero tampoco será posible resolverlos sin ellas. De hecho, en contra de cualquier postura cientificista, la verdad es que, adicional y principalmente, también las artes y las humanidades son indispensables para pensar, hacer posible y resolver los retos y desafíos del mundo social, político y económico.
La literatura y la poesía, la música y la arquitectura, el teatro y las artes escénicas, todo ello con el involucramiento cada vez mayor de los sistemas computacionales emergen, cada vez más, con una voz propia en el panorama de las acciones, conocimientos, lenguajes y métodos estrictamente científicos.
Desde luego que necesitamos de la medicina y las tecnologías de punta; evidentemente que la física y la química realizan aportes significativos, por ejemplo. Pero el convivio y la existencia misma son imposibles sin las contribuciones de las artes y sin el tejido, tupido y cerrado de conceptos, metáforas, enfoques y metodologías de otros campos, áreas y dimensiones.
De lejos, la mejor y la principal condición de la que, crecientemente, depende la vida de los seres humanos, es de la ciencia en general, y de las tecnologías en particular. En este sentido, una formación en ciencias se erige como una condición necesaria para una vida con calidad y dignidad. Pero, al mismo tiempo, es importante atender a la socialización de la ciencia y la tecnología, y lograr que las bases de la sociedad se enteren de los desarrollos más apasionantes de la investigación de punta.
Vivimos una época de una enorme vitalidad en el conocimiento. Dicha vitalidad es sencillamente la expresión de optimismo en la investigación y de avances en ciencia y tecnología. Contra todas las apariencias, alimentadas por la gran prensa, superficial y sensacionalista.
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