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La paz pende de la bandera por otra democracia

La paz pende de la bandera por otra democracia

La paz es un ideal profundamente democrático, humano. Hay que propiciar su cimentación en toda sociedad, pero al pretenderla hay que precisar sus límites, contornos y particularidades.

 

La paz no es única ni neutral; la paz carga varios adjetivos. Hay paz buena –cuando beneficia toda la sociedad. Hay paz mala –cuando sus frutos permiten que la minoría del poder concentre para sí los frutos del trabajo del conjunto social. Y paz insuficiente, sin reconocer todos los factores insurgentes. ¿Dónde ubicar la paz que vendrá producto de los acuerdos firmados por las Farc? Sólo el tiempo lo dirá.

 

Desde ahora es necesario tener en cuenta que, la negociación no permitió discutir los factores estructurales que mantienen al país en la total desigualdad, con cifras que señalan a Colombia como nación entre las más desiguales del mundo. Donde más niños y niñas mueren por hambre. Donde la informalidad laboral es la opción de quienes están en edad de trabajar. Donde ser defensor de derechos humanos, es uno de los caminos más breves para llegar al cementerio, lugar donde deberíamos llegar tras muchas décadas de gozar la vida con dignidad.

 

Paz en vilo, pues aún requiere de más negociaciones, de instalar otras Mesas, con otras insurgencias, además, concretar los enunciados que por ahora solo son tinta en papel. Pese a todo esto, hay que decirlo, Colombia entra en un periodo de cierre del ciclo de lucha armada.

 

Como es conocido, la etapa más reciente de ésta lucha arrancó con el asesinato del pueblo liberal desde 1946, y de su líder Jorge Eliécer Gaitán en 1948. En los años 60 tal confrontación abrió sus compuertas a la guerra revolucionaria, enfrentada a sangre y fuego por el establecimiento y la intervención con asesoría militar de Estados Unidos. Por el poder en su conjunto, que puso en práctica las tácticas y despliegues de fuerza aprendidos en la guerra de Corea. Otros aprendizajes, en forma de mandato de una potencia vecina y su Comando Sur, llevan al establecimiento a desplegar, a partir del año 81 del siglo pasado, una nueva etapa en esta guerra: su paramilitarización. Ceñidos a este diseño operacional, durante casi 4 décadas las cabezas y asesores de todo orden del establecimiento, no ahorraron esfuerzos para cumplir su propósito estratégico: liquidar a sus enemigos alzados en armas.

 

No repararon en ética alguna ni en acudir a violaciones de todo orden. Tras esta aplicación contrainsurgente, causaron desplazamiento a cerca de 7 millones de connacionales: las víctimas en muertos y desaparecidos cuentan por miles de miles. Los “falsos positivos”, las torturas, los descuartizamientos de quienes consideraban aliados de la insurgencia, es prueba imborrable de su proceder. Actuaron sumidos en total barbaridad, con cientos de crímenes de Estado.

 

Sin embargo, ahora, a la hora de llamar por el sí en el plebiscito, declaran e insisten en que todos hemos sido víctimas de la guerra. Lavan sus manos apareciendo ellos, como los máximos amantes de la paz. Para sorpresa de propios y extraños, su ejecutoria y liderazgo en esta guerra, sin reparos en ética alguna, queda borrado. Todo un exabrupto. Ahora resulta que el Estado no tuvo nada que ver en esta guerra. Y que quienes la propiciaron, fueron los sectores populares. Manipulación de la historia.

 

Ante la encrucijada que favorece al poder es cierto, hay que votar por el sí. Pero con dos matices: 1) levantando una alternativa de mediano plazo que trace fronteras con el establecimiento, de ahí que propongamos: “En el plebiscito decimos: ¡Otra democracia sí”. Diferenciación y consigna que nos abre la oportunidad más allá del 2 de octubre, de proseguir en una dinámica social y política contra el actual estado de cosas. De actuar sin apego visible o invisible a Santos y su saga neoliberal, en pro de Otra democracia –económica, política y social– que abra las puertas para un giro en el régimen político colombiano. 2) Colocar las cosas en su lugar, pues de lo contrario los sectores alternativos quedarán difuminados en el discurso santista, vocero y representante de una clase que nunca fue ni ha sido ni será pacifista. Es indispensable dejar esto claro. Más ahora, ante el acuerdo firmado con las Farc.

 

Sucede que todos, guerreristas y no, torturadores y no, violadores de los derechos básicos más elementales por respetar en el campo de batalla y fuera de éste, y aquellos que los respetaban, etcétera, quedaron medidos con el mismo rasero. Pero hay más.

 

También, es necesario develar las deformaciones urdidas desde los voceros oficiales por el Sí. Manipulan la campaña plebiscitaria hasta llevarla a la confrontación, segundo round entre uribismo y santismo –el primero fue en 2014, que resultó con la reelección de Santos–, pleito que tendrá nuevo capítulo en la campaña electoral 2018. Más que conocido, en esa trampa –votar por el menos peor– la izquierda quedó desdibujada. Peor, y de proseguir por donde va, llegará en idéntica circunstancia a 2018.

 

Manipulan hasta potenciar el miedo: de perder el Sí, la guerrilla volverá al monte. Como dirían por ahí: falso de toda falsedad, puesto que no será desde el mando guerrillero que provendrá el rompimiento del cese de fuegos. Así, entre miedo, mentiras, y una izquierda política como vagón de cola del establecimiento, ahora le dicen a la sociedad que la paz arreglará todo. Nada más falso.

 

La paz insuficiente, creará un mejor ambiente en el campo para sectores no despreciables que allí habitan y facilitará mejores condiciones para la inversión en tales territorios, así como, en otros apetecidos por capitales globales. Asimismo, permitirá concretar promesas contenidas en la Constitución del 91 –como el Estatuto de la oposición– pero no mucho más. Ni el empleo desaparecerá, ni la miseria será quebrada en el campo y la ciudad, ni las ganancias dejarán de ir a los mismos bolsillos, ni el asesinato de líderes sociales menguará. Es más, ni siquiera en medio de una crisis económica como la actual, el presupuesto militar será reducido.

 

No vale la pena desnudar las manipulaciones y las mentiras del No. Son tan simples y cargadas de tanta ideología, que solo se sostienen como efecto de la intensa guerra política, que lidera durante largos años el establecimiento. Los “terroristas”, “bandidos”, “asesinos”, “mentirosos”, etcétera, de un día para otro, no pueden ser vistos como amigos, como aliados, como buena gente, como sinceros. Claro, para alimentar el odio que mucha gente les carga, también aportaron sus exabruptos.

 

Entonces, con la precisión cabal del momento que vive el país, sin idealizar los hechos –por positivos que sean–, evitaremos que el futuro depare sorpresas y que el activismo social, como al conjunto social, decaiga en nihilismo, depresión, desengaño, confusión y pasividad.

 

Saber valorar el presente, es condición básica para enfrentar de inmediato al establecimiento, con la exigencia de ¡Otra democracia sí!, condición indispensable para que la paz sea una realidad, más allá de cualquier acuerdo entre parte enfrentadas en el campo de batalla.

Información adicional

Autor/a: EQUIPO DESDEABAJO
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