Colores, plumas, tambores y armónicas se tomaron el centro bogotano el martes 28 de febrero, ¿la razón? La celebración del carnaval del perdón, o en la lengua de quienes lo festejaron “Kalusturrinda” o “Atun Puncha”.
Transcurría la cotidianidad del martes a las 9 de la mañana. Un día parecido a cualquier otro laboral. En la calle personas caminando de acuerdo a su tiempo y afán para cumplir con sus obligaciones diarias; vendedores ambulantes, rebuscadores del diario intentando calmar las culebras que les esperan; estudiantes y transeúntes revisando sus celulares; policías al acecho; gente con traje de oficina y otra con traje de miseria, apoyados sobre el asfalto. De pronto, como de la nada, gana eco el sonido de tambores que rompen con esta monotonía y con la “normalidad” que llena la rutina cotidiana. Como hipnotizados, unos y otros de los que por allí pasaban suspenden su actividad o dejan a un lado el afán que aligera sus piernas, para observar la marcha de indígenas que, con coloridos plumajes, caminan juntos, llenado el espacio con sus gritos de alegría. Su primer destino: la Catedral primada.
Iglesia emplumada
Reconstruyendo la tradición de su región, Valle de Sibundoy (alto Putumayo), los Ingas iniciaron la celebración de su día grande con una misa en la Catedral primada, ubicada en la Plaza de Bolívar. El sonido de los tambores, cascabeles y dulzainas fue continuo, el padre celebró la eucaristía en medio de más de 100 indígenas vestidos con sus atuendos tradicionales, donde resaltaban los tejidos de colores y símbolos ininteligibles, collares con dientes de tigre, coronas de plumas de guacamayas y capisayos (similar a una ruana pero de colores). Al finalizar este tiro, todos salieron a la Plaza de Bolívar para seguir bailando y jugando, para celebrar esta fiesta milenaria.
Ortiga, chicha y cabeza de gallo
Ya ubicados en la Plaza, los tambores no pararon de sonar hasta la mañana siguiente. El baile y la música tienen un ritmo constante y repetitivo. La melodía bailada fue la misma, y en medio de ella se jugó con ortiga, ganaron espacio otros juegos tradicionales –como la carrera de banderas–, la chicha no faltó y se gritó con emoción. Casi a las 12 del medio día inició el recorrido por La Candelaria rumbo al antiguo cabildo Inga, ubicado por la sexta con cuarta, cerca a la Casa de Nariño. El recorrido también sorprendió a las personas que por allí transitaban, entre ellas varios gringos que tomaban fotos y que se encontraron con que en el ambiente había otra lengua, la Inga, que proviene del Quechua hablante.
Al caminar se juntan más personas. Llegaron otros pueblos indígenas y en un momento ya sumaban más de 200. El cabildo antiguo se encuentra abandonado, es una casa que solo tiene fachada, pues dentro está lleno de maleza y paredes destruidas. En medio del pastal estaba construido el castillo de donde colgaba un gallo viejo con las patas arriba. Mientras la gente se acomodaba para el acto que seguiría, se ofreció chicha y se escucharon las palabras de los taitas y mamas quienes hicieron un llamado al fortalecimiento cultural, el rescate de la lengua tradicional, de la simbología y de la medicina. Asimismo, intervino el nuevo gobernador quien invitó a revivir ese espacio que se encuentra caído y abandonado. Luego de estas palabras, se procedió al ritual de quitarle la cabeza al gallo que colgaba del castillo, para lo cual se formó una fila de aspirantes (hombres y mujeres) quienes tuvieron 5 saltos para lograr quitarle la cabeza. Luego de varios intentos por parte de distintos concursantes, un joven logra quedarse con el animal descabezado.
La fiesta siguió en toda su intensidad, y la gente se movió hacia el nuevo cabildo para continuar celebrando, según su calendario, el fin de año e inicio y bienvenida del nuevo. En este espacio la comida abundó, también la bebida, compartiendo también entre los allí presentes hasta el amanecer.
Así terminó una noche diferente en el centro de Bogotá, noche que se conectó con los tambores que sonaban, igualmente y a la misma hora, en el Valle de Sibundoy; una noche que siguió la herencia de los antepasados del Putumayo.
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