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Economía colombiana. Como el pan sin levadura

Economía colombiana. Como el pan sin levadura

El ambiente de inconformidad social con la economía, notable en los barrios más populosos de ciudades como Bogotá, Medellín y Cali, y mucho más en ciudades intermedias como Quibdó, Buenaventura, Cúcuta y similares, es un lugar común. En todos ellos sus habitantes más populares se quejan porque el dinero ahora no alcanza para comprar lo básico o necesario para garantizar los “tres golpes” en los hogares. ¡qué decir para cancelar arriendo, transporte, gastos escolares de sus vástagos, etcétera!”.

 

El menor poder adquisitivo es una consecuencia lógica del aumento sufrido por el IVA en tres puntos, por efecto de la reforma tributaria que le clavaron al país al finalizar el 2016 –pero con especial efecto para los más empobrecidos–. Pero también refleja el deterioro del mundo del trabajo, con un desempleo sostenido o creciente que sumadas todas las ciudades del país –no solo las 13 que reporta el Dane– ya supera el 11 por ciento, y con una informalidad del 60 por ciento que no da espacio a la estabilidad laboral ni a la dignificación del trabajo. Los optimistas cálculos del gobierno –siempre alejado de la realidad– proyectan que el año cerrará con un desempleo del 10,4 por ciento.

 

Las cifras de los primeros meses

 

De acuerdo a las proyecciones oficiales para el año en curso, la economía nacional debería crecer a tasas superiores al 3 por ciento, pero los primeros indicadores confirman que el resultado final estará muy por debajo de los “buenos propósitos” del ministro de Hacienda, siempre rajado en proyecciones de este tipo*.

 

Economía nacional en caída. El primer trimestre del 2017 arrancó con un crecimiento del Producto Interno Bruto del 1,1 por ciento, sin duda, una señal clara de desaceleración, un indicador que desde hace dos años, semestre a semestre, gana en intensidad. En el trimestre enero-marzo del año en curso, con menos exportaciones en hidrocarburos y otros minerales, así como reducción en el área de la construcción, aportaron fuertemente a ello. El crecimiento así reportado es el peor de los últimos nueve años.

 

Exportaciones de minerales e hidrocarburos en picada –con un precio en bolsa muy inferior al logrado hasta hace dos años–, que llevó a que en abril el indicador de exportaciones manufactureras registrara un inocultable -6,8 por ciento. Las alertas oficiales, y la queja de los empresarios, rompieron las noticias siempre matizadas y las medio tintas de los portavoces oficiales: en sus explicaciones tuvieron que aceptar que la industria nacional reporta bodegas llenas y pocas ventas, además de un dólar caro.

 

Pero, en el caso de los hidrocarburos tratamos no solamente el problema de la caída de los precios internacionales, sino que allí queda retratado el “cada día trae su afán” con el que la economía colombiana es manejada, pues desde que en la economía colombiana el café dejo de ser su motor, el sector externo quedó al garete de los “descubrimientos petroleros” en un país cuya geología nos dice que sus reservas son de poca monta. Si miramos la variación anual de la extracción de petróleo al finalizar el primer trimestre, encontramos que disminuyó 12,6%, mientras que ese valor para el trimestre fue de -1,6%; para el gas natural las cifras fueron -13,7% y -8,1%, según el Dane. Mientras que en mayo de 2016 el bombeo de petróleo alcanzó 906.000 de barriles por día, en el mismo de este año ese dato fue de 851.000 barriles. Mientras que la producción de gas natural cayó en mayo a 905.000.000 de pies cúbicos por día si se compara con el mismo mes del 2016.
Pero, aún en aquellos combustibles fósiles de los que tenemos reservas significativas como el carbón, compromisos como el Acuerdo de París, debían invitarnos seriamente a pensar –pese a la deserción de USA de dicho acuerdo– que nuestro sector externo no puede seguir dependiendo de ese tipo de productos. Sin embargo, nuestros “estrategas” económicos que viven auto-nombrándose como los más serios del continente tan sólo tienen ojos para el hoy, y en mundo que cambia aceleradamente, tan sólo ven la ingeniería ultraliberal que aprendieron en las universidades anglosajonas.

 

La agricultura, una rama en la que nos jugamos la soberanía alimentaria, y que mostraba una recuperación importante, como quiera que los cultivos transitorios tuvieron una variación anual positiva de 23,1%, en el último trimestre sufren un fuerte traspiés que lo lleva a una caída de -6,1%, debido en buena medida al comportamiento negativo de los cereales que disminuyeron 16,5%. Programas como “país-maíz” que tenían como propósito autoabastecernos en un producto que hemos sembrado por milenios, y del que importamos más del 80%, son anunciados con bombos y platillos y rápidamente dejados en el olvido. Los bajos precios de las materias primas a nivel mundial, facilitan que la lógica de la ganancia inmediata prime sobre los intereses de largo plazo y pongan en juego incluso un derecho básico como la alimentación, no sólo en el presente sino para las futuras generaciones.

 

Los tres puntos incrementados al IVA, que implicaron menos compras de los hogares, les está pasando su factura. Según la consultora Raddar, entre enero y abril los centros comerciales de grandes superficies tuvieron una caída en las ventas del 11,8% frente al mismo periodo del 2016, teniendo un descenso de 6,3; 20 y 11 por ciento en febrero, marzo y abril respectivamente. Además, las familias colombianas no han dejado de ser las más endeudadas de la región con un 67% de hogares en los que por lo menos una persona es un deudor (el porcentaje para América Latina es de 55%). El 19,4% de los ingresos de los colombianos está destinado al pago de deudas en intereses, ascendiendo éstas con los bancos a 187.5 billones de pesos según el Banco de La República. No debe sorprender, entonces, que el índice de confianza del consumidor haya alcanzado una caída significativa en el primer trimestre y que en febrero de éste año haya tenido el valor más bajo desde que ésta estadística es generada. El índice de condiciones económicas no tuvo un comportamiento mejor y entre abril y mayo cayó de 15, 7% a 23,7%.

 

Los industriales, a través de sus encuestas de opinión, confirmaron el rigor de esta realidad: la demanda interna está fuertemente afectada, así lo aseguró el 55,6% de los encuestados, que sin titubeos aseguró que en los primeros meses del año sus ventas han sido malas; otro 61,3% confirmó que las ventas están disminuidas, y solo un 15,7 por ciento confirmó que cumplió con lo proyectado para sus ventas en los primeros 5 meses del año.

 

En consonancia con esto, el consumo de energía eléctrica que es un dato técnico altamente significativo para el comportamiento de la industria fue negativo para la medición anual en -1,8%, si bien mostró un magro crecimiento en el primer trimestre de este año de 0,3% que deja ver muy pocas posibilidades que las condiciones presentes puedan evitar la recesión económica. La construcción, rama que absorbe un porcentaje importante del empleo no calificado decreció 1,4%, con un comportamiento negativo de la construcción de edificaciones de -7,1% (-8,4 en edificaciones residenciales, y -7,8% en no residenciales) que fue compensado, en alguna medida, por la construcción de obras civiles con un crecimiento de 3,5%. Es decir, que la inversión estatal minimizó en algún grado el deterioro del sector.

 

Mientras las exportaciones decrecen lo contrario sucede con las importaciones. El déficit reportado por el Dane en la balanza comercial, al cierre de abril, fue US$1.233,8 millones. Para el mismo mes del 2016 el registro había sido de US$1.089,4 millones. El desequilibrio comercial más notorio lo registra el país con China US$2.181,1 millones, seguido por Estados Unidos, US$1.101,0 millones y México US$772,2 millones.

 

Si bien estos resultados reflejan los errores de una política económica conservadora, con la mayoría de las cartas oficiales jugadas al sector minero, con una débil industria nacional que ya es cosa del pasado pues ahora es raquítica, con un Banco de la República que exhibe una y otra vez que no se rige por criterios soberanos –que solo administra cifras mirando a la Reserva Federal gringa y el vaivén de los precios del petróleo–, y una gran desconfianza de los hogares por el presente y el futuro inmediato de la economía nacional, la verdad es que los efectos de la economía del vecindario también están reflejados acá.

 

No es para menos. Con el mercado venezolano perdido, el golpe de la recesión que sufre Brasil, así como Argentina, no deja de extender sus efectos en la caja de los empresarios criollos. El extractivismo como modus vivendi de nuestras economías está cuestionado ya sean los gobiernos que lo administren de “izquierdas” o de “derechas”. Buscar una mayor autonomía económica, no para cerrarnos, sino para depender menos del sector externo es una urgencia de la región en la que tienen que trabajar seriamente las propuestas de los colectivos que en el continente luchan por alcanzar modos alternativos de vivir.

 

Así las cosas por el lado de la economía nacional, el único acierto del que ahora alardean es la baja tasa inflacionaria: 3,35 por ciento en lo que va corrido del año. Inflación contenida, es claro, por efecto deflacionario –con menor consumo y mucha oferta la economía muestra su verdadero estancamiento– y no por ningún acierto gubernamental en sus clásicas reglas fondomonetaristas.

La mano del Estado

 

Que el empresariado local nunca habría levantado cabeza si no fuera por la mano siempre bondadosa –para ellos– del Estado, es cosa que nadie puede negar. Así fue durante todo el siglo XX, incluido los años impositivos del neoliberalismo que alababan el supuesto desmonte o disminución del Estado. Puro decir, pues lo desmontaron para los sectores populares pero para los más ricos, con acceso a más subsidios, a menores tasas de interés, a ampliación de proyectos de todo tipo en el campo nacional, antes fue lo contrario: lo ampliaron o fortalecieron.

 

Lógica que no para allí. Ahora, ante el mal momento que viven el Estado les vuelve a lanzar su salvavidas –en verdad muchos salvavidas: en la reforma tributaria les redujeron el impuesto sobre la renta y les permiten, a partir del 2017, deducir el IVA pagado sobre los bienes de capital y creando, además, nuevos beneficios para quienes inviertan en turismo y hotelería, energías renovables, así como para quienes instalen sus industrias en cualquiera de los cerca de 300 municipios afectados por el conflicto armado. Dulce para el colibrí: tampoco les cobrarán impuesto –aranceles– por la importación de materias primas y los bienes de capital que el país no produzca.

 

Un Estado que les da trabajo y dinero por montones: 9,2 billones de pesos para continuar con el programa 4G –construcción de 243 kilómetros de autopistas y rehabilitación de 570 kilómetros–, construcción de otras 101 viviendas subsidiadas, así como de 18.400 aulas.

 

Todo esto, además de lo ya incluido el programa conocido como Plan de Impulso a la Productividad y el Empleo (Pipe I y II), que les garantizó obras por más de 21 mil billones de pesos. En concreto, en el vigente Pipe II la cifra redonda es por 16,84 billones de pesos, destinados a pagar construcciones en vías, centros de estudio, vivienda y otros proyectos sociales.

 

Así es que sobrevive la industria criolla: de la mano del Estado, el que alega la necesidad de aplicar la Regla Fiscal para cumplir con sus metas de control del gasto, claro, el destinado a los empobrecidos. Mientras tanto, el país político busca mostrar un enfrentamiento entre santismo y uribismo, como si tuvieran diferencias sobre lo que el establecimiento ha llamado pomposamente “nuestro modelo económico”, que fue lo innegociable en la Habana. Sistema que nos dirige hacía un estancamiento severo y duradero, aún mayor que el vivido, pero por el que muy pocos parecen preocuparse. Llevar al primer plano lo que esconde la recesión que asoma la cabeza, y la amenaza de convertirse en la nueva normalidad que trae consigo, es una obligación de quienes propugnan, de verdad, por una Colombia mejor.

 

* Mauricio Cárdenas Santa María, ministro de Hacienda, proyectó que en el 2015 el país crecería por sobre el 4 por ciento, y al cierre de año un escaso 3,1 por ciento fue lo alcanzado; para el 2016 aseguró que la cifra sería superior al 3 por ciento y con un escaso 2 por ciento cerró la maltrecha economía nacional.

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Economía colombiana
Autor/a: Equipo desdeabajo
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