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El intento de golpe militar

El intento de golpe militar

Durante las jornadas de julio, en las que obreros y soldados recibieron una derrota, el Gobierno Provisional no dejó ni un momento de acusarlos de ser agentes de la contrarrevolución1. Y los bolcheviques, particularmente, de ser “espías alemanes”. Todo ello era evidentemente falso. Sin embargo, la contrarrevolución sí existía, y no precisamente entre las masas descontentas sino en las alturas del poder burgués, sus partidos, los restos de los monárquicos, la Iglesia y la alta oficialidad. Y lo más significativo: en el propio gobierno, a pesar de la participación en el mismo de los partidos conciliadores. Todos interesados en deshacerse de los soviets, especialmente de los revolucionarios allí presentes. El plan había comenzado a desarrollarse desde el momento mismo en que se consolidó la derrota, la cual, al mismo tiempo, había puesto de presente, paradójicamente, la debilidad e impotencia del gobierno de la última coalición. Contemplaba, como culminación, un golpe militar, el 27 de agosto, fecha que, según algunos astutos como el entonces Comisario en el Frente de Guerra, Savinkov, era la más adecuada porque se completaban los seis meses de la revolución de febrero. El líder escogido para semejante empresa era el General Kornílov a quien el propio Kerenski había entregado desde mediados de julio el mando supremo de las Fuerzas Armadas con sede en el Cuartel General de Mohilev.

 

Sobre la derrota se reorganiza la reacción

 

No hay que subestimar el impacto del fracaso y la posterior represión. Sobre todo de la gran calumnia que no sólo afectó al partido Bolchevique sino que sumió en el desconcierto y la más profunda depresión a la mayoría de los obreros y soldados más activos comenzando por los bastiones de Petrogrado, Viborg y Kronstadt. Fue precisamente este ambiente, al debilitar la resistencia, el que facilitó la represión. Aunque no significaba apoyo para el Gobierno. Es cierto que en un primer momento, los bolcheviques perdieron simpatizantes e influencia, pero el crecimiento de socialistas revolucionarios (eseristas) y mencheviques no indicaba una pérdida de radicalidad, sino, como se vería más adelante, una transformación –fraccionamiento– de los partidos conciliadores. Una vez se disipó la bruma y la pesadilla de la inverosímil calumnia, en pocas semanas se retomó el sendero de la radicalización.

 

A pesar de todo, la debilidad del gobierno era ostensible. Los conciliadores ya eran mayoría en el gabinete, pero habían perdido toda iniciativa. Definitivamente, la dualidad de poder es una situación inestable, necesariamente transitoria. Kerensky busca entonces una alternativa de recuperación y concibe la idea de convocar a una gran “Conferencia Nacional”, en esta oportunidad en Moscú considerada la pacífica ciudad de las nobles tradiciones opuesta aparentemente a la revoltosa Petrogrado. La propuesta encuentra respaldo entre los grupos del poder reaccionario y la convoca para el 13 de agosto, teniendo cuidado de excluir a los bolcheviques. En el fondo su aspiración era construir una base social que le permitiera concentrar en sus manos todos los atributos del gobierno.

 

La gran Conferencia Nacional de Moscú se inauguró pues con gran pompa. Asistieron todas las llamadas “fuerzas vivas” de la sociedad. Industriales y banqueros, los principales Generales, el Clero y el profesorado, los líderes Kadetes. Incluso algunos mencheviques y eseristas miembros del Ejecutivo de los soviets y de los sindicatos. Simultáneamente y a manera de protesta, las corrientes revolucionarias encabezadas por los bolcheviques logran decretar una huelga general en Moscú y realizan una gran manifestación el día doce. El clima político entre los obreros y soldados ya había cambiado de signo.

 

En todo caso, el proyecto reaccionario iba más allá. Otra era la solución de la “mano fuerte”. Quien realmente salió victorioso de la Conferencia, y sin estar presente, fue el Generalísimo Kornílov en quien, de manera explícita, ponían su esperanza tanto los que aspiraban a una restauración monárquica como los que buscaban un reacomodo republicano pero sin paz y sin tierra. Pero especialmente la alta oficialidad militar que venía reclamando la recuperación de la disciplina en las fuerzas armadas y el orden en los campos. Su base fundamental era el “comité principal de la Asociación de Oficiales del Ejército y la Flota”. Y detrás de éste, grupos oscurantistas como los “Caballeros de San Jorge”. Kornílov no era ni un gran militar ni un hombre inteligente. Todo su prestigio provenía de no haber tenido escrúpulos en fusilar “desertores” y perseguir a los campesinos que ocupaban las haciendas. Reputación que le había merecido al mismo tiempo el odio de la población y de los propios soldados. Sin embargo, era, según creían, el indicado para poner fin a la inestabilidad, liquidando los soviets y sus dirigentes revolucionarios. Los kadetes, cuya eminencia gris era el exministro Miliukov, ya le habían expresado su respaldo.

 

La hora de la sublevación

 

El plan era relativamente sencillo. Se trataba de atacar y ocupar (por el sur y por el norte) Petrogrado. Para ello Kornílov, con el apoyo de Kerenski, había trasladado desde el frente suroccidental a las proximidades de la ciudad, el tercer cuerpo de caballería y la llamada “División salvaje”, formada por despiadados montañeses caucásicos al mando del tenebroso Krimov. Esta era la encargada de ocupar la sede del Soviet y detener (en realidad ahorcar) a los dirigentes bolcheviques. Así mismo se había concentrado cerca de Viborg una División Cosaca. En realidad, Kornílov tenía puesta toda su seguridad y toda su confianza en los cosacos, sus paisanos, un temible cuerpo de caballería, conformado por un pueblo campesino, diferenciado étnicamente, que había hecho de esta actividad, orientada a la represión de desórdenes sociales, su razón de ser. Lo que ignoraba era que en ellos también se iba a presentar la confrontación entre soldados y oficiales.

 

El punto de partida era, paradójicamente, la derrota en el frente de la guerra. El 21 de agosto los alemanes rompen el frente ruso y toman Riga. La circunstancia (se sospecha que fue planeada) es aprovechada por la reacción para volver a las acusaciones en contra de lo bolcheviques “derrotistas”. Confiaban en una reacción “patriótica” de la población. Kerenski ayudó con la expedición el 23 de agosto de un decreto en el que elogiaba a los oficiales y criticaba las medidas democratizadoras en el ejército que permitían el “irrespeto” por parte de los soldados. Al mismo tiempo, en la ciudad se desarrolla una estrategia de provocación para llevar a los bolcheviques a un levantamiento. El 25 de agosto se prohíbe el periódico bolchevique; el 26 doblan el precio del trigo. Pero los bolcheviques no caen en la trampa. Se encarga entonces a Dutov, coronel de cosacos, organizar una simulación de levantamiento. La idea, en todo caso, era argumentar la existencia de “disturbios” para justificar la ocupación militar.

 

El 26 de agosto ya la movilización está en marcha. Fue entonces cuando se pudo apreciar, a la luz del día, la participación de las embajadas de los países aliados (y detrás, sus gobiernos), especialmente Inglaterra. Una circunstancia vino entonces a dificultar el desarrollo del plan. O mejor, se puso de presente la existencia de dos planes. En realidad Kerenski formaba parte del mismo (¡autogolpe!), pero tenía previsto que la sublevación terminara en la conformación de un Directorio (¿cívico-militar?) que habría de entregarle, como gobierno, un poder absoluto. Es en ese momento cuando descubre que Kornílov, contando con el apoyo de los grupos reaccionarios, aspiraba a lograr la dimisión del gobierno provisional y a quedarse con el poder. No sólo iba a liquidar los bolcheviques sino a barrer también a los mencheviques y socialrevolucionarios. Kerenski decide entonces remover a Kornílov y nombrar en su lugar al General Lukomski y así se lo hizo saber en un mensaje oficial del Consejo de Ministros. Le ordenan devolver a sus lugares de origen a todas las tropas desplazadas. La reacción de Kornílov no se hizo esperar y el 27 de agosto, en un airado manifiesto al pueblo ruso, abre las cartas: “Obligado a entrar en acción abiertamente, declaro que el gobierno provisional, bajo la presión de la mayoría bolchevista de los soviets, obra de completo acuerdo con el Estado mayor Alemán, y que, con miras al próximo desembarco de fuerzas enemigas en la orilla del Riga, destruye el ejército y perturba el país desde el interior2.” El problema para Kerenski era que, a pesar de haber nombrado a Savinkov (uno de los estrategas del plan) en el Ministerio de Guerra, en realidad, no tenía mando sobre tropas.

 

El triunfo fue de los obreros y los soldados

 

La idea de Kerenski era, obviamente, lavarse las manos y echar toda la culpa a Kornílov. En la madrugada del 28 reune a Alexéiev y Terechenko para acordar la explicación de los “malentendidos” ya que la Asociación de Oficiales continúa respaldándolo, pero ya era tarde y todo Petrogrado estaba enterado de la ruptura. Comienzan entonces una serie de negociaciones que se prolongan hasta el 29. Miliukov propone convencer a Kornílov de que acepte la fórmula de reemplazar a Kerenski por el General Alexéiev. Fue entonces cuando entró en escena el “Comité para la lucha contra la contra-revolución”, organismo creado en la reunión conjunta de los comités ejecutivos (obreros, soldados y campesinos) de los Soviets, el 27 de agosto. El desenlace propuesto fue otro: a cambio de una lucha consecuente contra la reacción que liquidara el golpe, se proponía la conformación de un nuevo gabinete sin los Kadetes y se aceptaba un gobierno fuerte a través de una especie de Directorio.

 

No obstante, quienes realmente aseguraron la defensa de Petrogrado y derrotaron la contrarrevolución fueron los millares de obreros movilizados, organizados y conscientes. Sólo formalmente atendían las órdenes del Gobierno Provisional; en la práctica respondían a las orientaciones del Comité de Defensa Popular que desde entonces comenzó a identificarse como el Comité Militar Revolucionario. La labor se concentró en las barriadas obreras. Un papel importante le correspondió a la Organización Militar de los Bolcheviques cuya actividad inicial se concentró en la persuasión de los soldados movilizados. Se formaron grupos de obreros (Guardia Roja) para defender barrios y fábricas. El 29 de agosto ya cubrían toda la ciudad.

 

El resultado fue asombroso. En muchos regimientos los soldados se pronunciaron en contra de Kornílov y los oficiales. Se formaron destacamentos en Kronstadt y en Viborg. Hasta el punto que Kerenski tuvo que pedir auxilio a los marinos de Kronstadt para defender el Palacio de Invierno ante cualquier eventualidad. Entraron en acción los sindicatos y particularmente los ferroviarios. La famosa División Salvaje llegó hasta Luga pero los ferroviarios impidieron la movilización de los trenes; mientras tanto el Soviet de la ciudad se encargaba de distribuir entre los soldados copias de la destitución de Kornílov. El día 29 Krimov, ante la desmoralización, reconoce que es imposible seguir adelante. Entre los cosacos ocurrió lo impensable, los soldados se enfrentaron a sus oficiales y por primera vez entraron a formar parte de un Soviet.

 

El 30 de agosto la sublevación ya se había evaporado. Fue ante todo un triunfo político y no el resultado de victorias militares. Kornílov ni siquiera se movió del Cuartel General en Mohilev. Lo importante no fueron los combates, aunque la demostración de fuerza y decisión cumplió su papel. Pero el alcance político fue más allá de la derrota del intento de golpe militar reaccionario. No se defendía a Kerenski sino a la revolución. No tanto a su pasado como a su futuro. Aunque todavía no se veía claro el camino que habría de seguirse. La opción de la revolución simplemente democrático-burguesa había caducado en los hechos. La descomposición del ejército había llegado a su punto máximo. Es cierto que el arreglo en las alturas se mantuvo en el plano de la reconfiguración del Gobierno Provisional a través de una suerte de dictadura de Kerenski y la oferta (de nuevo) de Asamblea Constituyente para noviembre. Es cierto también que los oficiales comprometidos en la aventura, incluido Kornílov, fueron exculpados. -Ellos fueron, por cierto, la base de la guerra civil que se desencadenaría a partir de 1918-. Sin embargo, los obreros y los soldados, y más adelante los campesinos, ya habían aprendido bastante y sobre todo habían adquirido seguridad en su propia fuerza. Contaban con una nueva base organizativa forjada precisamente en la lucha que acababan de librar. La confianza en los viejos partidos reformistas se había erosionado. La suerte estaba echada.

 

1 Ver “Las Jornadas de Julio” Desde Abajo, 20 de julio de 2017.
2 Ver Trotsky, L. “Historia de la Revolución rusa”. T. II, p. 150. Ed Sarpe, Madrid, 1985.

Información adicional

Autor/a: HÉCTOR-LEÓN MONCAYO S.
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