A primera vista, la Revolución de Octubre parece un golpe de Estado llevado a cabo por un grupo de conspiradores, los Bolcheviques. Y así ha pasado a la mayoría de los textos de la historiografía del siglo XX, tanto los más serios como los de divulgación. Y sin embargo, es una imagen equivocada. El problema consiste en que ha sido sustentada y repetida muchas veces, lo mismo entre los contrarrevolucionarios que agitan siempre el espantajo del “puñado de terroristas”, que en las filas de la izquierda oficial, surgida de la propia revolución, interesada en reforzar la “receta” del Partido como supremo hacedor.
La refutación no es difícil. En una perspectiva histórica puede afirmarse que éste fue apenas un eslabón en una cadena de acontecimientos, incluso en un sentido estricto o reducido. Se trata de una misma revolución que arranca con el levantamiento de febrero y culmina con la promulgación de los decretos que darían inicio a la transformación social y política, poniendo fin a la dualidad de poder. En un sentido político práctico es claro que no puede entenderse octubre sin las jornadas de julio y la derrota del intento de golpe militar, y lo que es más importante, sin el levantamiento campesino que se venía desarrollando en forma paralela1. En términos empíricos, además, los hechos, en esos diez días fabulosos, lo corroboran.
La dualidad de poder ya no era posible
El gobierno provisional, que en julio pareció ganar un nuevo aliento, quedó definitivamente maltrecho después del golpe fallido de Kornílov, pese al fortalecimiento del papel de Kerenski como jefe de gobierno. Era evidente que a la burguesía (para no mencionar a los monárquicos), ya no le interesaba este arreglo político inestable e inepto. En el fondo continuaba abrigando la esperanza de una solución militar. Esta circunstancia hacía cada vez más inocua y patética la insistencia de los partidos conciliadores de encasillar el proceso en un molde puramente “democrático”. Como si fuera poco, entre los obreros y los soldados, y sobre todo entre las clases medias de Petrogrado y Moscú, el propio Kerenski perdía aceleradamente la popularidad que alguna vez había conquistado. Lo mismo, en cierta forma, entre los campesinos. En esa misma medida crecía la influencia de las corrientes y partidos verdaderamente revolucionarios.
Téngase en cuenta que se mantenía la angustia de una guerra absurda que no ofrecía más que derrotas, muertes y miseria. Había llegado al punto de que, estando en riesgo Petrogrado, se proponía su evacuación y el traslado del gobierno a Moscú. Sobra decir que para el gobierno el objetivo real era reducir la capacidad de acción de los revolucionarios cuya fuerza en la capital era notable. Los bolcheviques, respondieron inmediatamente que si el gobierno no era capaz de defender Petrogrado, y prefería cederlo a los alemanes, que renunciara en favor de otro que sí tuviera la dignidad y el valor requeridos. Este detalle tuvo gran importancia en la agitación insurreccional.
En fin, todo indicaba que ya casi nadie creía en el gobierno El problema consistía, en el fondo, en que la solución de la inestabilidad por el lado del poder oficializado pendía de un hilo cada vez más delgado: la convocatoria de una Asamblea Constituyente que cada vez se veía más lejana. En cambio, en los Soviets donde aumentaba la presencia de los Bolcheviques –claramente en el más radical, el de Petrogrado– aunque se respaldaba la oferta de la Asamblea, poco a poco se iba consolidando la idea de que era indispensable asumir de manera exclusiva y formal el poder que ya estaban ejerciendo en la práctica. Se planteaba la convocatoria de un Segundo gran Congreso de los Soviets de toda Rusia. Fue por ello que los partidos conciliadores, al perder el control sobre los soviets, propusieron y consiguieron realizar una supuesta “Conferencia Democrática” (no electiva sino por designación) el 14 de septiembre, de donde surgió un curioso “Consejo de la República Rusa” conocido como “Preparlamento” cuya primera sesión fue el 7 de octubre.
Como es obvio, se trataba de reconstruir y hasta cierto punto “modernizar”, de una vez, el viejo aparato de Estado con algunos cuerpos colegiados. Pero este viejo aparato se encontraba en una crisis irremediable. Para empezar, carecía ya de una estructura sólida de fuerzas armadas: la gran masa de los soldados y los marinos ni creía en los grandes objetivos militares ni aceptaba el mando de los oficiales.2 Poco a poco, especialmente en la guarnición de Petrogrado, los diferentes destacamentos se habían venido colocando a órdenes de los Soviets. En cierta forma, la dualidad de poder se estaba expresando en una dualidad militar. Quedaba solamente la burocracia aunque desconcertada y atravesada también por profundas contradicciones políticas. El intento en todo caso fue inútil. En el preparlamento los bolcheviques participaron solamente para dejar una constancia, luego de la cual se retiraron ruidosamente. Ya no era el momento de actuar como oposición.
En los Soviets, por su parte, las cosas estaban cambiando. Ante las nuevas exigencias de la situación política, los partidos políticos conciliadores perdían prestigio rápidamente. Obviamente esto sólo se podía reflejar en la medida en que se eligieran nuevos representantes. El caso más dramático era el de los socialrevolucionarios, dominantes en muchos de los soviets y especialmente en las organizaciones campesinas. En cambio, los bolcheviques, cuya claridad política y decisión eran cada vez mayores, obtenían la más amplia representación; a comienzos de septiembre lo habían mostrado en las principales ciudades industriales. No cabía duda de que al hacer las elecciones de los delegados al Congreso Nacional de los Soviets iban a alcanzar un triunfo contundente. Por lo pronto, sin embargo, el Comité Central Ejecutivo (Tsik), que debería convocarlo, reflejaba la antigua correlación de fuerzas. La convocatoria del Congreso, que estatutariamente debía realizarse en septiembre y había sido aplazado, se convirtió entonces en un motivo de tensión. Particularmente con el Soviet de Petrogrado que el 23 de septiembre eligió, de nuevo, como presidente, a Trotski quien, anteriormente, había advertido que si no se citaba formalmente, se convocaría de hecho. En esa sesión, por lo demás, al aceptar la presidencia, Trotski enunció, en un notable discurso, lo que debía ser la materialización táctica de la consigna de “todo el poder a los soviets”.
Limpia y silenciosamente
Durante la noche del 24 al 25 de octubre Guardias Rojos y Destacamentos de soldados, en una operación relámpago, ocupan uno tras otro varios puntos estratégicos en la ciudad de Petrogrado. Las estaciones del ferrocarril y las oficinas de correos; el Palacio de Táurida; el Banco Nacional; las centrales telefónicas y las plantas de energía eléctrica. Se han tomado algunos prisioneros y se ha disuelto el flamante preparlamento donde Kerenski el día anterior había amenazado con liquidar la conspiración. – En la mañana del 25 ya ha huido hacia el norte, en busca de refuerzos.- La ciudad estaba en poder de la revolución. Solamente quedaba el Palacio de Invierno donde intentaba reunirse lo que quedaba del gabinete ministerial. Fue la única resistencia militar apreciable, pero duró sólo 24 horas más; bastaron algunos cañonazos de salva del crucero Aurora que se encontraba en el Neva y la decisión de Antónov Ovseienko quien organizó el asalto. En ese instante preciso se inauguraba el Segundo Congreso de los Soviets de toda Rusia.
¿Cómo fue posible semejante asombrosa operación? La respuesta es sencilla: justamente porque no era un complot. Participaron en las acciones directas muy pocos, gracias justamente a que contaban con un enorme respaldo, una base social organizada y atenta. Y se enfrentaban a un gobierno desprestigiado, débil y aislado, casi un fantasma. Con la particularidad de que si en febrero el levantamiento busca ganarse el alma del soldado, en octubre la confraternización entre obreros y militares ya es un punto de partida. El poder popular ya existía. Octubre era el episodio final de todo un proceso de acumulación.
En efecto, el 9 de Octubre el Soviet de Petrogrado crea el Comité Militar Revolucionario con el fin inicial de organizar y garantizar la defensa de la ciudad frente a la amenaza del ejército alemán. Era, en realidad, la recuperación de una medida que ya se había tomado con ocasión del golpe militar de agosto. Lo mismo que otra institución cuyo origen remoto estaba en la revolución de 1905: la Guardia Roja. El carácter del Comité era, sin embargo, un tanto ambiguo y sorprendente. Como se ha dicho, al gobierno poco le importaba la amenaza alemana pero no podía confesarlo y tenía que aceptar la decisión. Algo similar les sucedía a los dirigentes de los partidos conciliadores que terminaron aceptando que la defensa era necesaria incluso frente a las amenazas de la “contrarrevolución”. El hecho es que el Soviet se dotaba así de un organismo -a cuya cabeza se colocó luego a Trotski- que formal y legalmente le permitía controlar militarmente la ciudad. Con la posibilidad de dirigir todas las áreas de operación y de intervenir, mediante comisarios, todos los componentes de la guarnición e incluso el Estado Mayor gubernamental de la Región. Como si fuera poco, al lado del Comité se creó otro organismo relacionado con la sección de soldados del Soviet: la conferencia permanente de la guarnición integrada por los comités de regimiento.
La ruptura de tal dualidad de mando se presentó, primero, el 16 de octubre cuando, desobedeciendo las órdenes del gobierno, los destacamentos que se pretendían enviar al frente, decidieron permanecer en la ciudad y luego, el 21, cuando el Estado Mayor rechaza la intervención de los comisarios. Se convoca entonces una reunión extraordinaria del Soviet donde por decisión unánime se notifica a todos los regimientos que deben obedecer solamente las instrucciones del Comité Militar Revolucionario. Al mismo tiempo, se comienza a armar los guardias rojos que en cada barrio comienzan a operar en armonía con las unidades militares. Todo esto es posible, naturalmente, porque ya las ideas revolucionarias en contra de las viejas jerarquías y sobre todo en contra del Gobierno de Kerenski, predominan entre los obreros y los soldados.
Fue este Comité Militar Revolucionario de Petrogrado el que planeó y coordinó la insurrección. Y ya sabemos la importancia que tenía la capital para cualquier iniciativa revolucionaria. Desde luego, el Soviet siempre planteó públicamente su política en términos defensivos -El gobierno debe renunciar, sólo si intenta oponerse por la fuerza nos veremos obligados a responder de la misma manera – No obstante, el proceso era mucho más amplio. Fenómenos similares se estaban presentando en Moscú, Kiev y otras ciudades, aunque mucho más de carácter político que militar. E implicaba los más amplios sectores sociales. Por ejemplo, el Congreso nacional de los Comités de Fábrica fundamental en términos de las iniciativas socialistas de control obrero ya había aprobado un respaldo incondicional a todo esfuerzo encaminado al derrocamiento del gobierno provisional. Es en este punto donde juega un papel crucial la realización del mencionado Segundo Congreso de los Soviets de toda Rusia, finalmente convocado para el día 25. Deliberadamente la insurrección se había hecho coincidir con éste, de manera que se pudiera verificar formalmente el traslado del poder, o mejor, la legitimación del único y verdadero poder en los Soviets.
El nuevo gobierno, de un nuevo tipo
En el Congreso la mayoría de los delegados, tal y como se esperaba, era bolchevique. En el nuevo buró, reflejando esta realidad, la composición fue la siguiente: 14 bolcheviques, 7 socialrevolucionarios, 3 mencheviques y un “internacionalista”. No obstante, la discusión fue encarnizada. El argumento más fuerte de parte de la oposición, especialmente de los Mencheviques que contaban entre sus filas al prestigioso y ya anciano Mártov, consistía en señalar que la insurrección –que ellos denominaban conspiración– había sido un acto de irresponsabilidad. Que habían dado lugar a una sangrienta guerra civil que sería fácilmente aprovechada por la contrarrevolución. La toma del Palacio de Invierno que en ese momento se estaba desarrollando, junto con los enfrentamientos que se daban en uno u otro lugar de la ciudad parecían confirmarlo. La única solución, a su juicio, era detener la guerra civil mediante una propuesta de gobierno de coalición con todos los grupos socialistas y democráticos.
La deliberación, sin embargo, no pudo avanzar más dado lo beligerante de las posiciones. Los mencheviques, una parte de los socialrevolucionarios y otros grupos como el Bund judío, además de algunos delegados del ejecutivo del soviet campesino, decidieron retirarse del Congreso. No había alternativa. La posición de los bolcheviques era contundente: aquí no ha habido ninguna conspiración sino un levantamiento popular; si triunfamos por qué tenemos que ceder y negociar con pequeños grupos que hoy en día no tienen ninguna significación social. Son Uds. grupos que ya tuvieron su oportunidad histórica y la perdieron. Todo el enjuiciamiento que se hacía del gobierno provisional, aunque implícito, caía sobre los opositores.3
Tal vez pudiera decirse que Mártov estaba sobreestimando la fuerza de los grupos conciliadores, sin embargo no es tan claro que los bolcheviques en cuanto Partido resumieran el conjunto de las corrientes y agrupamientos sociales explotados u oprimidos de toda Rusia. La descripción de la cotidianidad en aquellos días que hace Reed, por ejemplo, muestra que, además de los opositores a los bolcheviques (muchas veces por ignorancia) existía probablemente una amplia franja de personas, incluyendo obreros y soldados pero sobre todo empleados y pequeños comerciantes o artesanos, que estaban de acuerdo con derrocar el gobierno provisional e incluso con entregar el poder a los soviets, pero que no se sentían representados por los bolcheviques. Y eso sin contar con aquellos que preferían la “neutralidad” o la “indiferencia”. Y Trotski, por su parte, reconoce que en la propia guarnición de Petrogrado existía una minoría hostil: junkers, tres regimientos cosacos, el batallón de motociclistas y la división de tanques.4 Al respecto, por fortuna, la vida misma resolvió la contradicción así fuese a través de una dolorosa prueba de fuerza. Kerenski intentó un contragolpe pero no pudo reunir una base militar y social suficiente y fracasó.
En todo caso el Congreso continuó y los delegados se pusieron manos a la obra en la tarea transformadora. En primer lugar la Proclama sobre la Paz y el Decreto sobre la tierra. Y, por supuesto, la formación del primer gobierno revolucionario, provisionalmente elegido por el Congreso hasta la reunión de la Asamblea Constituyente. Se le dio el nombre de Consejo de Comisarios del Pueblo, una reminiscencia de la revolución francesa. Sin embargo lo significativo de esta figura consistía en que cada uno de ellos (salvo el Presidente, en este caso V.I. Lenin), tendría a su cargo la comisión que, en estrecha relación con las organizaciones sociales, administraría el “servicio del Estado” correspondiente (agricultura, trabajo, defensa, etc.), para asegurar la ejecución del programa señalado por el Congreso. En el momento, catorce Comisarios. En consecuencia: “El poder gubernamental pertenece al colegio formado por los presidentes de estas comisiones, es decir al Consejo de los Comisarios del Pueblo”5 Y lo más importante: “El control de la actividad de los comisarios y el derecho de revocarlos corresponde al Congreso de toda Rusia y a su Comité Ejecutivo Central”6
No había terminado la revolución, otras confrontaciones les esperaban, pero sí había comenzado una nueva etapa histórica, no sólo para Rusia sino para la humanidad entera.
1 Ver “Campesinos”, periódico desdeabajo Nº235, mayo 2017.
2 Ver “La revolución contra la guerra; la guerra contra la revolución”, periódico desdeabajo Nº236, junio 2017.
3 Ver el relato de John Reed, Diez días que estremecieron al mundo. Editorial Desde Abajo. Bogotá, agosto de 2017. También Deutscher, I. “Trotsky, el Profeta Armado”, Ediciones ERA, México, 1970
4 Trotski, L. “Historia de la revolución rusa”. Tomo II, p. 9. Ed. Sarpe, Madrid, 1985.
5 Citado en Reed, Ibídem.
6 Ibídem.
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