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La disolución revolucionaria de la Asamblea Constituyente

La disolución revolucionaria  de la Asamblea Constituyente

Los acontecimientos de octubre (noviembre), que dieron lugar al derrocamiento del gobierno provisional, debían ser confirmados, y en cierto modo legitimados, durante las semanas siguientes, con la elección e instalación de la Asamblea Constituyente (AC) prometida desde el principio de todo el proceso y aplazada una y otra vez por dicho gobierno. Esa parecía ser la lógica de la dinámica política. No obstante, en los hechos, la conclusión fue muy distinta: la Asamblea apenas se reunió una sola vez, el tiempo necesario para admitir su disolución.

Esta parece ser una de las principales ambigüedades históricas de la Revolución Rusa. En efecto, si algo caracteriza una verdadera revolución es la sustitución de una clase por otra en el ejercicio del poder. La nueva clase tendría que organizar, enseguida, dicho ejercicio. Es claro que, en este caso, la burguesía había sido incapaz de asumir el poder, como en vano lo reclamaban los socialistas conciliadores, por lo cual tenía, a su vez, que ser sustituida. Y esto fue lo que ocurrió en Rusia donde el proceso tomó la forma de una dualidad de poder, régimen político inestable cuya resolución se materializó en la Revolución de Octubre. Todo el poder a los soviets, se decía, y se hizo realidad: un poder de obreros, soldados y campesinos se había levantado. En estas circunstancias, la lógica de la política no podía ser otra cosa que coherencia puramente formal.

 

Convocatoria de la Asamblea Constituyente

 

La Asamblea Constituyente era una promesa que había resultado de la revolución de febrero y era respaldada por todas las corrientes políticas (cínicamente de parte de los monárquicos y oficiales del ejército) con la única excepción de los anarquistas. Se trataba de organizar la nueva forma de ejercicio del poder. Evidentemente, estaba en la línea de que la Revolución Rusa era democrático-burguesa. Curiosamente, los socialistas conciliadores (eseristas y mencheviques), pese a la Revolución de Octubre, a la realidad de los soviets y a las primeras leyes adoptadas por el gobierno de los comisarios del Pueblo, seguían insistiendo en semejante alternativa. Téngase en cuenta que ya se había promulgado además una “Declaración de los derechos del pueblo trabajador” que era, en analogía con su predecesora burguesa, francesa, la base de la nueva constitucionalidad. De hecho, su aprobación, fue la primera y única proposición que sometieron los bolcheviques en dicha Asamblea. La idea de los socialistas moderados autodenominados demócratas se aprecia muy bien en la presentación que hizo allí Tseretelli, el representante menchevique:

“No es socialista quien incita al proletariado a conseguir sus últimos objetivos sin haber antes pasado por la democracia, que le permitirá hacerse poderoso. […] ¡Nada de dictaduras de una minoría, o iremos a caer en la anarquía, que traerá la reacción. Concretamente: república democrática, sufragio universal, expropiación sin indemnización de las propiedades de los terratenientes, restablecimiento, control y regularización de la producción por el Estado, jornada de ocho horas, seguro social para los trabajadores, restablecimiento de las libertades democráticas, derecho de las nacionalidades, lucha en favor de la paz…”1

Pero quienes más impulsaban la Asamblea eran los socialistas revolucionarios (los de derecha, principalmente) que se sentían seguros de sus mayorías electorales pero desconfiaban de los bolcheviques cuya reticencia ya era explícita, y se sentían obligados a defenderla –a tal punto que convocaron a una manifestación de respaldo la víspera de su instalación–. En su lógica, luego de culminada la labor constitucional de la Asamblea, se establecería una suerte de asamblea legislativa, o parlamento, en la cual serían mayoría. Se sentían ya el futuro partido de gobierno. La atmósfera en la que se desarrollaron la convocatoria y las elecciones (durante noviembre) no era la más adecuada pues al tiempo que los principales decretos revolucionarios veían la luz, era cada vez más evidente la resistencia económica de la burguesía con diversas formas de sabotaje, comenzándose a notar la desesperación de las masas populares como consecuencia de las condiciones de miseria (saqueos) y, con los primeros enfrentamientos, se organizaban las bases de la subsiguiente ofensiva militar contrarrevolucionaria. Esto es, la guerra civil.

La actitud general frente a la Asamblea era equívoca. Para los sectores más reaccionarios poco significaba y para la burguesía era una oportunidad, aunque no abrigaba muchas esperanzas, rasgo que la diferenciaba de la pequeña burguesía de las ciudades (incluidos los empleados y funcionarios) que la apreciaba como un objetivo político. Posición que compartían –hay que reconocerlo– varios sindicatos, algunos muy importantes como el de los ferroviarios de toda Rusia. Sobra decir que para los conciliadores se había convertido en una cuestión de principios. Entre los obreros y soldados la situación era confusa. Para los más radicales, ya se tenían los Soviets y eso era suficiente; mientras que para muchos, formados en esa reivindicación, se trataba de una transición política inevitable. Seguramente confiaban en que la Asamblea simplemente declarara su sometimiento al poder único de los Soviets. Entre los campesinos era mayor la confusión. Para la mayoría “su partido” era el Socialista Revolucionario y sólo por fidelidad a él acogían la Asamblea, pero no dejaban de expresar un cierto escepticismo; no gratuitamente conservaban relaciones fluidas con los soldados cuyas posiciones generalmente eran más radicales.

Las elecciones: una interpretación

 

Los resultados, como era previsible, le dieron la mayoría a los socialistas revolucionarios que, junto con los mencheviques, alcanzaron el 62 por ciento. Aunque vale la pena destacar que presentaron listas únicas, pese a su previa división, lo cual tuvo un efecto de la mayor importancia. Incluso, pudiera decirse, que fue un error de los socialrevolucionarios de izquierda –cuyas posiciones fueron, en la Asamblea, similares a las de los bolcheviques–, ya que le facilitaron el triunfo al ala derecha que se aprovechó de la popularidad de éstos, sobre todo entre los campesinos. La participación electoral, en todo caso, fue bastante alta, más de 36 millones de electores de toda Rusia. Los resultados fueron los siguientes:

Partidos burgueses (Kadetes, etc.) 4.600.000 13%
Socialistas-revolucionarios 20.900.000 58%
Mencheviques (y otros partidos) 1.700 000 4%
Bolcheviques 9.023.963 25%

Aparentemente la ciudad votaba por los bolcheviques y el campo por los eseristas. La cuestión no era, sin embargo, tan simple. También en las grandes ciudades los partidos burgueses habían obtenido sus votos. Lenin, quien, conociendo la debilidad electoral bolchevique en la totalidad del país, había advertido sobre el riesgo de que la Asamblea Constituyente se convirtiera en un poder formal enemigo de los Soviets, argumentó, antes de la instalación de la misma, que si se colocara del lado de la contrarrevolución (se había iniciado ya el levantamiento militar de Kaledin) no había otra alternativa que tomar enérgicas medidas revolucionarias, llamando a reconocer sin reservas el poder de los soviets y convocando, por ejemplo, a nuevas elecciones; de lo contrario la contradicción se resolvería por una vía contrarrevolucionaria, esto es liquidando los soviets2.

Dos años después, en un importante folleto, Lenin analizaría en detalle los resultados electorales con el fin de mostrar que el grueso de los votantes obreros, así como de los marinos y soldados, había votado por los bolcheviques, lo que comprobaba el carácter proletario de la revolución, en contraste con las vacilaciones de la pequeña burguesía y el atraso político de los campesinos que, concentrados en el objetivo de la tierra, no veían bien el partido que podía garantizarle verdaderamente sus aspiraciones. La guerra de clases se había ganado, como cualquier otra guerra, gracias a la concentración de las fuerzas en los puntos decisivos y en el momento decisivo3.

El punto central de la controversia, sin embargo, era otro. Lo que estaba en juego era la organización del ejercicio del poder por parte de la nueva clase. Aun existiendo los Soviets como órgano de poder proletario (aunque también era campesino) no era muy acertado el recurso teórico de enfrentarlo de manera simple a la Asamblea Constituyente. A pesar de que puede reconocerse fácilmente que el sufragio universal individualiza, homogeneiza y refleja un estado transitorio de opinión política. Lo cierto es que el ejercicio electoral había abarcado a la totalidad del país y por lo tanto había vinculado a la totalidad de la población a la oferta de un nuevo régimen político. Una enorme población, heterogénea ciertamente, pero que iba más allá del puñado de terratenientes y burgueses y no podía ni debía subestimarse. Las clases medias espiritualmente proclives a la contrarrevolución diría Serge en el libro citado. Simplista caracterización, así como el esquema “bolcheviques igual proletariado”, que desconoce peligrosamente la existencia de otras opciones políticas por parte de los obreros. ¿No cabía otra fórmula de vinculación política de la población al nuevo poder? Para Lenin, la población –especialmente los campesinos– se iba a conquistar, no con votos, sino precisamente con las medidas revolucionarias en su favor.

 

Una fugaz y patética existencia

 

En estas circunstancias la composición de la Asamblea (520 diputados) fue la siguiente: bolcheviques 161; socialistas-revolucionarios, 267. Ucranianos: 41 socialistas-revolucionarios y mencheviques. Por último: 15 Kadetes; 3 mencheviques; y 33 diputados (casi todos socialistasrevolucionarios) de las minorías nacionales o de pequeños partidos. Esa fue la que se instaló el 5 de enero de 1918. De todas formas, era claro que ni proyectaba una significación histórica mayúscula ni gozaba tampoco de mucho respeto. Y no se discutía su subordinación al poder de los soviets.

De manera significativa fue el ya legendario I M. Sverdlov, a la sazón Presidente del Comité Ejecutivo Panruso de los Soviets, quien abrió e inauguró la sesión, proponiendo de un vez aprobar la “Declaración de los Derechos del pueblo trabajador y explotado”. Pero rápidamente se vio el carácter que querían imprimirle los socialistas revolucionarios de derecha con el apoyo de los mencheviques. En la elección de Presidente de la Asamblea, a la candidatura respetable de la socialista revolucionaria de izquierda, María Spiridovna, contrapusieron la de Tchernov suficientemente desprestigiado como miembro del gobierno provisional que había sido. Pese a la evidente provocación que esto representaba, impusieron sus mayorías.

La sesión se dedicó entonces a la presentación de declaraciones de principios, como la de Tseretelli que citábamos anteriormente. Después de algunas fundamentales no se añadió nada nuevo. Entonces Raskolnikov leyó la declaración de los bolcheviques de que se retiraban definitivamente de la Asamblea. Otro tanto hicieron luego los socialistas de izquierda. No obstante la Asamblea parecía no darse por enteraba y continuaba la maratón de discursos. A las cuatro de la madrugada uno de los que estaban en la guardia se le acercó a Tchernov y le dijo algunas palabras. Era Selesniakov, un activo marino anarquista quien, entre burlón y severo, con imperiosa firmeza le exigió terminar con la palabrería porque ya era tarde y “no dejaban dormir” a los fatigados marinos. Tchernov trató de discutir. Entonces el marino insistió, pero esta vez en voz alta: “El cuerpo de guardia se halla fatigado. Les ruego que despejen el salón de sesiones”. No tuvieron otra alternativa que abandonar el salón4. Fue así como se disolvió la flamante Asamblea Constituyente. Al día siguiente un decreto del gobierno soviético confirmó la disolución. “Las masas trabajadoras han tenido ocasión de convencerse de que el viejo parlamentarismo burgués ha caducado, que es absolutamente incompatible con la realización del socialismo, porque únicamente los organismos de clase y no los que tienen carácter nacional son capaces de quebrantar la resistencia de las clases poseedoras y de sentar los fundamentos de la sociedad socialista”5.

Selesniakov murió algunos años después combatiendo contra las tropas contrarrevolucionarias de Denikin.

 

El comienzo de una trágica discusión

 

Sin duda, la guerra civil que vino enseguida y la necesidad de defender el recién nacido poder de los trabajadores de las amenazas internas y externas, opacó la discusión que entonces se vislumbraba. Incluso los anarquistas, cuya presencia e influencia se había expandido, cedieron en su debate ante las necesidades de la resistencia. Sin embargo, en el movimiento socialista internacional, ad portas de la edificación de la nueva Tercera Internacional, llamada Comunista, nacía una crucial discusión. Téngase en cuenta además que durante varios años, de la Primera Guerra Mundial salieron significativos intentos revolucionarios, especialmente en Alemania. En la Socialdemocracia, por supuesto, predominaba la tesis según la cual la revolución rusa debía ser democrático-burguesa y por tanto resultaba incomprensible el abandono de la Asamblea Constituyente. Algunos iban más allá y, reconociendo la singularidad de esta revolución, se ubicaban en el plano de la defensa de los valores democráticos, particularmente la libertad política y el sufragio universal como conquistas de la humanidad que debían ser respetadas por el proletariado. Un nombre significativo en este debate es el de Kautsky. Pero también, una revolucionaria a carta cabal como Rosa Luxemburgo, asesinada poco tiempo después, en un breve escrito desde la cárcel planteó una seria crítica:

“Es cierto que toda institución democrática tiene sus límites y sus ausencias, hecho que la mancomuna a la totalidad de las instituciones humanas. Pero el remedio inventado por Trotski y Lenin, la supresión de la democracia en general, es aún peor que el mal que se quiere evitar: sofoca, en efecto, la fuente viva de la que únicamente pueden surgir las correcciones de las insuficiencias congénitas a las instituciones sociales, una vida política activa, libre y enérgica de las más amplias masas”6.

Sin duda también en esta crítica hay evidentes vacíos, pero lo que cuenta es el señalamiento de la pertinencia de una discusión. Infortunadamente no hubo ocasión ni bases para profundizarla. Tal vez no exista otro libro que haya merecido tanta discusión, hasta convertirse en un clásico, pero muchos años después de aparecido, como “El Estado y la Revolución” de Lenin. Era allí, en esos fundamentos trazados por él, donde había que hundir las raíces de la crítica. Fue allí donde se acuñó el concepto de fase de transición y de un nuevo Estado “que se extingue”, aunque también los atributos de la dictadura del proletariado como un aparato. El asunto crucial consiste en que también fue la remota sustentación de una práctica. No sólo en las materias fundamentales de la llamada construcción del socialismo, entre el comunismo de guerra y la NEP. Sino, sobre todo, en el desarrollo y fortalecimiento del Estado que poco a poco fue abandonando sus presupuestos iniciales, especialmente en lo relativo a la pluralidad. Entre 1919 y 1921 miles y miles de socialistas revolucionarios y anarquistas fueron ejecutados o deportados.

Puede argumentarse que fue un periodo de “estado de sitio” pero los acontecimientos posteriores revelaron que era permanente. Es difícil saber cómo habría reaccionado Lenin pero a Trotski sí le tocó vivir en carne propia la aplicación de su propio discurso. Es por eso tal vez que hay quienes afirman que fue en esos años cuando se plantó la “semilla del diablo”.

1 Citado en V. Serge, “El año uno de la revolución rusa” Ed. Siglo XXI, México, 1971
2 Tesis sobre la Asamblea Constituyente. Escrito en diciembre de 1917. V.I. Lenin Obras escogidas. Tomo II, p. 548
3 VI Lenin, “Las elecciones a la Asamblea Constituyente y la Dictadura del proletariado” Editorial Progreso, Moscú, sin fecha.
4 A. Gorelin “El anarquismo en la revolución rusa” (1922) en la compilación de Mintz, Buenos Aires, 2007
5 V.I. Lenin Obras escogidas. Tomo II, p. 574
6 Luxemburg, R. “Crítica de la Revolución Rusa” Editorial Quadrata, Buenos Aires, 2005

Información adicional

Autor/a: Héctor-León Moncayo S.
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