La campaña de Gustavo Petro aglomera en plazas de barrios y municipios. Da para tanto que pudiera ser verdad que, ante el 27 de mayo, ¿Colombia está ad portas de otro 19 de abril de 1970?
Con un gran número de reacios a participar, los días que pasan de discurso electoral y trapisonda prenden en una parte del país, con realidades entre la ciencia política, la inconformidad y la fantasía –en la esperanza (de la oposición) y en la desesperanza (de los excluidos), cualquier cifra es vista como avance o triunfo. Estas elecciones (2018-2022) resultaron con un abrebocas que no es garantía ni prenda de buen sabor.
Sucede que una ola de optimismo recorre al movimiento social colombiano y contagia a sus variados activismos con pasajes de memoria. Es motivo de alegría. Se trata de una irrupción en la exaltación de ánimo que tiene origen en la campaña presidencial de quien ahora aparece como aglutinador de la inconformidad de izquierda, cuyas propuestas de gobierno encuentran sintonía con capas poblacionales a lo largo y ancho del país. Incluso, silban en conglomerados sociales hasta ahora arrinconados, y silenciados, por una guerra contrainsurgente y paramilitar que dejó entre estos sectores un temor generalizado, y una amarra de silencios que apretaban pechos y hondas huellas en la memoria.
Es un optimismo que parece o llega a extremo, exagera, dado el antecedente de situación a flor de números, no solo en los recientes resultados de las elecciones, las consultas de marzo y la cifra anterior con continuidad del “referendo por la paz”, con efectos sobre la presente campaña, sino porque no repara en el asunto substancial con factores críticos: de las lecciones dejadas por las formas organizativas, partidistas, de gobierno, gestión e ¿identidad y pertenencia popular? aplicadas en América Latina durante los últimos años. Tampoco avista en las lecciones de nuestra propia historia cuyo reflejo más paradigmático descansa en Jorge Eliécer Gaitán, en el movimiento gaitanista y su exterminio. Y por supuesto con menor medida, en las consecuencias del fraude a Rojas Pinilla.
De ahí que llamen la atención, e incluso asusten, mensajes que ahora llegan por las redes sociales festejando el surgimiento de “un nuevo caudillo”. Una barbaridad y un contrasentido de múltiples dimensiones: social, organizativo, político, histórico, contradictorio ante el desafío actual por ¡Otra Democracia!, la que implica espacios, procesos y dinámicas participativas, deliberativas, consultivas, de otro tipo y otro ritmo, en todo el quehacer social, de lo cual no están exentas las nuevas formas de organización y participación, las nuevas formas por potenciar para ser gobierno y poder.
Precisamente, la primera lección por apropiar del inolvidable legado de Gaitán es que su potencial de liderazgo no se tradujo en fuerza organizada. Quedó un vacío que impidió la respuesta coherente de las mayorías ante la acción violenta del establecimiento, facilitando el genocidio que luego padecieron por decenas miles de sus adeptos. Es la misma lección que arroja el progresismo por toda América Latina: el más notorio aspecto que logran constituir y articular estos proyectos de gobierno es el de unos partidos de ascenso de otra clase dirigente, con vocación y funcionamiento electoral, simples instrumentos para tales jornadas. Todo un error que adelgaza el apoyo y las mayorías iniciales.
Otra de sus enseñanzas, en las circunstancias del tiempo en que vivió, fue el limitado sentido educativo de sus mensajes. En efecto, para conformar un sujeto social activo y protagónico por el cambio estructural, no basta con denunciar y agitar en la campaña electoral. Más allá de la misma y de sus semanas o meses de contienda, un proyecto de nuevo país debe asumir que en todo tiempo y circunstancias –como una de las funciones de quien tiene la palabra y la atención de quienes le escuchan– hay una tarea urgente: la de pronunciar mensajes llenos de ruptura con la política tradicional en su implicación de sentido pedagógico. Entre los primeros y fundamentales mensajes que debiera repetir una y otra vez, es que el líder resulta circunstancial y está en cuestión con Gaitán…, con Chávez…, con Evo…, la arenga “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”.
Para el tiempo de hoy y su desenlace pronto con victoria, los liderazgos deben ser colectivos. En todo proceso con vocación de cambio resulta central la configuración y la suma de las estructuras sociales plurales y horizontales, sumergidas con reconocimiento en territorios, donde todas las miradas de país tengan espacio, donde la propia gente se articule no solamente un día, con identidad e iniciativa, dando paso a la discusión y la planeación sobre cómo ser gobierno directo y en todo momento. Con proyección de los bosquejos diversos que amplíen el consenso social con raíz popular, y, de este modo, con un alcance definitivo de asidero –con margen para diversas formaciones políticas, no sólo de “partido único”–, bien por vía autónoma, bien de manera concertada con instituciones de variado carácter.
Extraña, por tanto, que en la campaña en marcha el candidato Petro no aluda a una ni a otra de estas particularidades, como si pretendiera tener asiento indispensable; como si la situación que ahora sucede con Lula en Brasil no ampliara ondas aleccionadoras por toda nuestra región: como si la curva con descenso en la popularidad de Chávez no hubiera sembrado lección alguna; como si el presente y la repetición en Bolivia de un liderazgo que no cuenta o pareciera no contar con sucesión no fuera suficiente para adentrarse en debates sobre estos temas de gobierno y poder.
Desprendida del genocidio padecido por el gaitanismo, llegan las imágenes que nos indican que sin movimiento(s) social(es), como soporte y alma de los procesos de cambio a que llama el candidato, toda esperanza de transformación efectiva es pura palabrería o “discurso de candidato y de político”. En verdad, sin mecanismos de control por parte de los propios movimientos, sobre quién interpreta o lleva por un tiempo la palabra de todos, lo único que queda en siembra es la continuidad de un personalismo, de un ‘presidencialismo’ funcional con las leyes del capital y, con este marco, de desilusiones.
Una lección de experiencias vividas en toda la región, y más allá, pero también desprendida de nuestro propio territorio con sus vivencias, es que una cosa es el gobierno y otra el poder. Mucho más cuando el acceso que otorga un hipotético triunfo electoral es al control del Ejecutivo, sin desconocer que Congreso, Cortes, Fuerzas Armadas, gremios económicos (entre ellos los banqueros), medios de comunicación, organismos multilaterales, etcétera, estarán en otras manos. O sea que ese optimismo desbordado que ahora se siente en amplios sectores del activismo y una franja alternativa ni siquiera pondera en que ese supuesto gobierno, sin un previo o paralelo hecho social motor de diferenciación, dentro de una situación en la cual el poder oligárquico cuenta con la iniciativa ante la opinión del habitante común, contaría con un escaso margen que condiciona y fuerza a conciliar y negociar las propuestas que ahora agita por plazas y auditorios, teniendo que –muy seguramente– ejecutar muchas de las medidas y programas que ahora mismo rechaza. En la desventaja derivada de la correlación de fuerzas, hay medidas impuestas de facto por el poder real que está detrás del escenario: el poder financiero, con sus cohortes de congresistas, jueces y militares que lo protegen y legalizan.
De ahí que sea sustancial que quien ahora atrae todas las miradas insista en que las gentes del país asuman sus formas de reunión, de organización, y obtengan espacios de deliberación, reflexión y decisión, para debatir en un primer momento el plan de gobierno que ahora es el eje de la campaña, y su aplicación, para que se lo apropien, lo amplíen en argumentos y lo reformulen en todo o en parte, según el sentimiento frente a la deuda social que el país padece bajo la responsabilidad tradicional. De ahí igualmente que insista el candidato en que esas mismas gentes con paso rápido, y bajo un impulso diario de una porción institucional en contradicción que salga a la vista, se constituyan, en todo espacio y lugar, en cientos, en miles, de comités de gobierno. Es una conexión de reuniones y organismos que deberán constituirse en soporte fundamental de control y ahondamiento de una política alterna, dentro de las variantes con realismo de a) la progresión y la continuidad en un nuevo proyecto de articulación y acción social alterna en Colombia, y b) de una gestión presidencial de nuevo tipo.
En cualquier caso, está a la orden una articulación arcoíris de las gentes de toda procedencia que siembre las instancias y mecanismos necesarios para que esa fuerza ahora despertada no vuelva a contraerse, no regrese a la contemplación, sino que ahora ocupe todo el territorio nacional en una animada campaña por un país soportado en vida digna y democracia plena, una frase que pudiera resumir todo aquello que anhelan unas y otros, tanto en el campo como en las ciudades.
Y así debe ser, pues, recordemos, un buen gobierno es el que garantiza la felicidad de todos sus gobernados, para lo cual un factor fundamental precisamente es lo ya resumido en la máxima de vida digna y democracia plena. Y un buen dirigente es aquel que, sin generar dependencias ni someter voluntades ni cortarle energía a la inconformidad social, crea las circunstancias requeridas para que, al tiempo que él actúa, surjan otros cientos de liderazgos del más diverso tipo, locales, regionales y nacionales. Son lecciones para tomar en cuenta. “Seamos realistas: proyectemos lo imposible”.
Rectificar en el mensaje y los instrumentos para la comunicación con la ciudadanía de a pie y del común, organizar, movilizar, educar, sembrar confianzas, acercar compromisos, disponer espacios y métodos para procesar las divergencias, identificar y proyectar un liderazgo de diverso tipo y colectivo de nación, mirar el presente pero siempre con perspectivas de inmediato, son apartes de una campaña y una acción social electoral que deben ser mucho más que eso.
De esta manera, así se pierda en el propósito de ser electo, se gana en el propósito de ser más país. Un triunfo por concretar en la calle, en una dualidad de poderes por darle forma constituyendo y poniendo en marcha miles de asociaciones solidarias en pro de otra economía necesaria, base presente y futura para darle piso a otra política, una que no amarre ni someta con clientelas y chantajes provenientes de la casa de gobierno nacional, departamental, municipal, veredal, del corregimiento, de la comuna, la localidad, la JAL, el barrio, la acción comunal o similares. Una economía y una política otras, asentadas a través de juntas de vecinos autónomos que asuman el ordenamiento y el cuidado de sus barrios y sus cuadras como un asunto prioritario en beneficio de la vida digna, la cual no es posible por fuera de la vida colectiva y solidaria. Como proyección de este actuar, un entretejido de movimientos sociales del más diverso carácter deberá tomar forma por todo el país. Su interrelación, en intercambio de productos, experiencias, discusiones, campañas, etcétera, será fundamental para que gane músculo.
Al actuar así, lo electoral será una simple circunstancia en el ejercicio de reconstruir nuestro país, devastado por años de confrontaciones armadas, con la proyección de un modelo paramilitar, contrainsurgente, que centró su mira en el “enemigo interno”, arrasando con los liderazgos sociales, con la instrumentalización de narcotráfico y narcotraficantes, en un desbarajuste de valores, tradiciones y tejidos sociales, y por su conducto en un ahondamiento del neoliberalismo por la senda cultural, levantando ante las propuestas de otro país posible inmensas murallas por sortear, todo lo cual fue y sigue complementado por una pléyade de pésimos gobiernos.
Con la primera vuelta de esta campaña, este 27 de mayo –y de darse el caso con la segunda el 17 de junio– se cierra una fase de optimismo social y deberá arrancar, de inmediato, otra fase: la de un alternativo reencuentro nacional. Hay que proceder así, pues no hay espacio para la desesperanza.
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