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Una investigadora perdida en la Amazonía

Una investigadora perdida en la Amazonía

Mi primer viaje a los llanos del Yarí lo realicé en el año 2006. En ese momento cursaba sexto semestre de Derecho y mi interés por el sur colombiano estaba orientado a comprender los órdenes jurídicos que surgían en medio de un contexto de ausencia estatal y presencia guerrillera. Quería conocer cómo vivía una sociedad al margen del Estado, cómo se regulaba, cuáles eran sus mitos, su cotidianidad, cuál era la incidencia de la guerrilla de las Farc en el día a día de la gente.

Me fui a buscar la magia en la manigua, quería sorprenderme con los mitos de la selva; con los cananguchales, a los que los llaneros iban en las noches para aprender las canciones de sus arpas, copiando los trinos de los pájaros; con los jaguares que podían sentir la presencia de alguien a kilómetros de distancia; y con las manadas de cajuches que si te atrapan no tienes más opción que subirte a un árbol. Quería sorprenderme con la selva en su conjunto, la que regula la producción de lluvia en la Tierra, con su ecosistema profundamente frágil y poderoso a la vez.

En mi primer viaje mis padres estaban muy asustados. Me fui para la frontera, para ese territorio donde viven los “salvajes”, coqueros, guerrilleros, narcotraficantes, y donde además se estaba librando una cruenta guerra. Yo me creía fuera de estos estigmas, sin embargo, viajaba al Yarí con cierto morbo de investigadora, y preguntaba por lo que no se debe preguntar: la guerra y la presencia de la guerrilla, preguntas incómodas que generaban largos silencios en mis interlocutores.

Este acercamiento al territorio, a partir del extrañamiento absoluto, o de comprender a los otros como opuestos totales, seres con los que no se tiene ninguna conexión, es el primer estadio de la investigación al que he llamado investigación de zoológico, esta forma de investigar peca de algunas ingenuidades, ya que, como mujer de ciudad, consideraba a los campesinos como seres perfectos, cayendo en otro estereotipo perverso, el del “buen salvaje”.

En este primer acercamiento intentaba mantener una neutralidad forzada, nunca manifestaba mis posiciones políticas, ni mostraba aprobación o desaprobación a los comentarios de los campesinos y campesinas. Se supone que así garantizaba mi seguridad, en un territorio en el que todos eran sospechosos.

Esta forma de acercamiento se vio modificada cuando la guerra afectó directamente a algunas personas con las que había convivido en mis viajes. A este momento de mi vida lo he llamado investigación consciente, o cuando te das cuenta de que el fuego quema.

Un día del año 2008, una persona con la que había intercambiado un tinto en una cafetería de uno de los caseríos en la Y (entre la Macarena y San Vicente del Caguán), y a quien había hecho una entrevista, decidió desmovilizarse. Este campesino, a quien se le conocía en el pueblo como buche de cebo, no había hecho parte de la estructura guerrillera, sin embargo, las promesas de dinero y mejores condiciones que creyó tendría tras su desmovilización, así como las múltiples deudas que tenía con habitantes de este caserío, lo llevaron a manifestar a la Brigada del ejército que él era un miembro importante del Bloque Oriental de las Farc. Diez días después de la supuesta desmovilización de buche de cebo, el caserío fue copado por helicópteros, con hombres que descendían por largas sogas; más de 700 efectivos del ejército, CTI y fiscalía llegaron y lo rodearon, apresaron a todos los que el desmovilizado señalaba como colaboradores de la insurgencia, y que, según rumores locales, eran todos aquellos a quienes buche de cebo les debía dinero.

En el operativo fueron capturadas 15 personas, entre ellas doña Esperanza, la esposa del mecánico del caserío, y don Eulises, el esposo de la panadera del pueblo; todos los capturados se encontraban en sus casas realizando sus oficios cotidianos, sin embargo, fueron presentados a la prensa nacional como miembros de uno de los anillos de seguridad del finado jefe guerrillero Jorge Briceño, alias el mono jojoy. Algunos de los acreedores o enemigos de buche de cebo pudieron huir, pero después de este incidente el caserío ya no fue el mismo.

Yo viajé a la Y quince días después y la mayoría de las personas tenían una expresión adusta; el mecánico estaba sumido en una profunda tristeza tras la captura de su esposa, y estaba buscando dinero para pagar su costosa defensa, que según nos contó, no bajaría de 20 millones de pesos. Doña Lina, la panadera, había enfermado por el impacto de la captura de su compañero, con quien había llegado hacía 30 años al Yarí, a abrir monte para buscar un mejor futuro para su familia.

Al principio me sentí triste, la mayoría de habitantes del caserío se mostraban recios a hablar conmigo, pensé que su alejamiento y rabia se debía a mis imprudencias, o algún posible error cometido y que no acertaba a recordar, sin embargo, después comprendí que yo hacía parte de un nosotros que los excluía a ellos.

Encontré explicación a esto también en la poesía, que tiene la capacidad de resumir de una manera sencilla y profunda nuestras sensaciones. El poema de José Manuel Arango, “Grammatic Certant”, resume un poco lo que sucedía cuando asumía la posición de investigadora zoológico: El nosotros/ lo saben los gramáticos/es un curioso pronombre/ Quiere decir tú y yo/ sin él / y también él y yo/ sin ti /y también él y yo / contigo y contra el resto/ En todo caso excluye siempre a alguien /De esta parte nosotros/ de la otra los otros que nosotros.

 

En este sentido mi cautela al relacionarme con ellos, mis estereotipos, mi ingenuidad, hacían parte de la larga historia de exclusión que han sufrido los pobladores de las fronteras. Yo creía estar desarrollando un proceso investigativo colaborativo y colectivo, al “atreverme” a internarme en las peligrosas selvas del sur de Colombia, para explicarle a la centralidad lo que allí sucedía, cuando en realidad sólo era una transeúnte del dolor que implica para estas comunidades ser la otredad, el revés; y en momentos de crisis como la que acabo de relatar, las diferencias entre una citadina, universitaria, que se sorprende y toma fotos a todo, y ellos, campesinos y campesinas en medio de la guerra, se vuelven más marcadas.

Comprendí que los habitantes del Yarí eran tan humanos como los habitantes de Nueva York, Medellín o Neiva, y que acaecían en ellos todas las contradicciones humanas. Comprendí que no eran ni ángeles ni demonios, y que si quería acercarme a su humanidad no debía mirarlos a través de categorías librescas, sino que debía mirar mi propia humanidad, mis contradicciones, mis miedos, mis búsquedas; esto me sirvió para sentirme emparentada con ellos y ellas, y para construir relaciones más fraternas; así mismo, dejé a un lado la coraza de la neutralidad que me había acompañado hasta ese momento.

En el Yarí conocí a Isa, guerrillera, yo, investigadora. Nos volvimos amigas en la casa de don Pachito, y desde entonces nos encontramos en nuestras alegrías y dramas cotidianos. En el 2013 conocí también a Erika, feminista, yo, comprendiendo el feminismo. Y nos volvimos amigas. Con las dos me aventuré a apostarle a este relato, con las dos he descubierto también la magia y me encanta que hagan parte de mi vida.

En el 2016 me convertí en madre del bello Yako Simón, algo que cambió completamente mi cotidianidad, pero también mi visión como investigadora. La maternidad me hizo entender de otra forma los afanes y las angustias de los habitantes de las regiones de guerra en Colombia; comprendí la urgencia de tener un pedazo de tierra, las reglas comunitarias que garantizaban la existencia de una escuela en cada vereda y el acceso por vía carreteable. Comprendí que la insistencia de vivir en lugares lejanos, inhóspitos y donde la guerra campea, es la insistencia de la vida por permanecer.

Con la maternidad comprendí más profundamente las angustias y los sueños de estos campesinos y campesinas. A este momento de la investigación lo denomino investigación vivencial, que me hace seguir aquí, en la amazonía colombiana, perdida en la manigua.

*    Decirle a una mujer que es una perdida es decirle que ha incumplido con todo lo que se esperaba de ella, así que nosotras queremos reivindicar ese perderse de las mujeres, porque han fracturado el molde patriarcal que las acecha. En Relatos de Mujeres Perdidas presentaremos tres historias, en tres tiempos y tres territorios del país: la selva, la ciudad y el páramo, donde las tonalidades del conflicto armado se han sentido en distintos niveles.

                Estas narrativas están hiladas como un tritono disonante y subversivo. Esa figura musical se ha considerado siniestra desde el Medioevo, y las mujeres que aquí tejen sus historias, se han hecho cada vez más feministas y más siniestras. En sus historias perdidas encontraron algo de conexión con su identidad y potencia, así que aquí está la primera entrega.

Información adicional

Relatos de mujeres perdidas
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