
Aunque tienen significaciones próximas, trabajo y empleo son cosas distintas. Alguien puede estar escribiendo una novela, trabajo arduo como el que más, y si no hace otra cosa está desempleado, o desempleada. En cambio, si después encuentra quién se la publique, sí que estarán empleados los que se encarguen de la edición, incluido el trabajo de impresión, más la distribución y la publicidad. Y, para ilustrar la diferencia, está el caso más notable: los millones de mujeres que se dedican, en el hogar, a las labores del cuidado y, sin embargo, se consideran parte (la mayoría: 42.7%) de la población económicamente inactiva que es, a su vez, casi el 37 por ciento de la población en edad de trabajar (más de 12 años).
De todas maneras, solemos decir “estoy buscando trabajo” cuando en realidad lo que estamos buscando es “empleo”. Como quien dice que el trabajo, en su sentido “económico”, es aquella actividad que nos permite obtener un ingreso monetario para nosotros mismos o para la familia. –No gratuitamente se habla de “Mercado Laboral”–. Generalmente está asociado a la condición de asalariado, ya sea peón o jornalero, como se acostumbra decir en el campo, o bien, obrero o empleado, de empresas privadas o instituciones estatales. No obstante, existe también el trabajo por cuenta propia o “independiente” que podría denominarse “autoempleo” y que ahora, de manera eufemística, llaman “emprendimiento”. Una franja de empleo que es de extraordinaria importancia en países como Colombia: según los cálculos del Dane, el 41.7 por ciento de la población ocupada. La diferencia con los asalariados consiste en que éstos trabajan para un patrón, y los “independientes” para el mercado que es, sin duda, muchísimo más tiránico e implacable.
Estas consideraciones son fundamentales para entender lo que nos está sucediendo y nos va a suceder en estos tiempos de confinamiento y parálisis económica como resultado del enfrentamiento a la pandemia del Covid-19. Digámoslo de una vez. En circunstancias de crisis económica, o de estancamiento secular (como parecía estar sucediendo en Colombia), la reacción frente a los despidos masivos o el desaforado crecimiento del desempleo, es el trabajo por cuenta propia que se convierte, por lo tanto, en el más inmediato refugio. En cambio, en una crisis como la actual, propiciada por una política pública como es el confinamiento obligatorio, junto con el mercado se fractura sustancialmente la dinámica del trabajo por cuenta propia y desaparece hasta la misma posibilidad del refugio. En consecuencia, lo que se nos viene encima no es la incertidumbre frente a una deseada fase de “recuperación económica”, que después de las crisis habituales tiene un apoyo en las pequeñas actividades mercantiles, sino la angustia frente a las enormes dificultades de la reanudación de la dinámica del refugio.
Y ya veníamos mal…
No alcanzaron, los defensores del establecimiento, a celebrar los aparentes buenos resultados en materia de empleo. En efecto, según la periódica Encuesta de Hogares del Dane (Geih), publicada en marzo, en plena emergencia de la llamada cuarentena, la tasa de desempleo del pasado febrero, para 13 ciudades principales y sus Áreas Metropolitanas, fue de 11.5 por ciento, es decir, menor que el 12.4 por ciento registrado el mismo mes del año anterior. En principio, como resultado de un incremento de la población ocupada. ¿Se había quebrado la tendencia que venía más o menos desde el 2015? ¿Como resultado de las políticas económicas del flamante gabinete de Iván Duque?
En realidad no había muchas razones para la celebración. Si se toman los resultados para el Total Nacional el comportamiento es opuesto: el desempleo aumenta; su tasa, de un año a otro (febrero), pasa de 11.8 a 12.2 por ciento, incrementándose el número de desempleados en más de cien mil personas según las estimaciones. En total se contabilizan alrededor de 3 millones de desempleados. Pero no es un problema de exceso de oferta; disminuye, además, la población ocupada. A la persistente disminución del empleo en el sector agropecuario se añade la del comercio, cifras apenas parcialmente compensadas por una recuperación del empleo en la construcción. La tendencia, en suma, seguía siendo preocupante.
Si se compara la evolución de estos dos indicadores se encuentra que, si bien resulta favorable el cambio en el de las trece ciudades y sus áreas, la verdad es que aquí la tasa siempre ha sido muy alta y de acentuada variabilidad. En cambio el del total nacional –que incorpora, además de otras diez grandes ciudades, lo que podríamos llamar “rural”, cuya tasa suele ser menor seguramente por la extraordinaria movilidad de la fuerza de trabajo y la persistente vitalidad de la economía campesina– muestra un consistente deterioro desde el desplome de 2015. (Ver Gráfico 1 que corresponde a “años móviles”). Esto lo corrobora el análisis de las series desestacionalizadas que, además, nos previene de irresponsables cantos de victoria pues advierte, justamente, sobre la particular variabilidad. (Ver gráfico 2).1 Un detalle a considerar consiste en que para el mes de febrero de 2020, esta vez, excepcionalmente, la tasa del total nacional es superior a la de 13 ciudades.
Para decirlo en términos coloquiales: ¡estábamos en manos del empleo urbano! Y sobre todo de dos grandes ciudades metropolitanas, Bogotá y Medellín, donde el desempleo disminuyó apreciablemente en el último año. Por ejemplo en Bogotá, donde, tomando el promedio para el trimestre diciembre-febrero la tasa se reduce significativamente de 12.9 (2018-19) a 10.8 por ciento (2019-20). Y téngase en cuenta que estamos hablando de un importante número absoluto de personas, el cual afecta considerablemente, por supuesto, los datos consolidados. De hecho, en ciudades intermedias o pequeñas como Quibdó o Ibagué la tasa de desempleo es dramáticamente elevada. Pero, ¿En qué sectores y en qué posiciones ocupacionales es donde aumenta el empleo urbano?
El ejercicio no es difícil y arroja enseñanzas bastante reveladoras (seguimos en este caso la información provista por el Dane). Obviamente, aquí prácticamente descartamos el sector agropecuario. Comparando febrero contra febrero, para las trece ciudades y sus áreas, la ocupación aumenta significativamente en algunas ramas. En su orden: construcción, Industria manufacturera y comercio (incluye reparación de vehículos). Estas ramas significan casi el 45 por ciento del total, pero sobre todo la última que emplea, según las estimaciones, más de 2.252.000 personas. Otras ramas tienen también un importante peso en el empleo, por ejemplo servicios de entretenimiento y recreación, así como servicios administrativos y profesionales, pero sobre todo el sector clasificado como “Administración Pública, Defensa, Salud y Educación” (casi 13% del total ocupado), en donde el empleo de febrero de 2020 es menor que en el mismo mes de 2019.
Pero más reveladora es la identificación de la dinámica según la posición ocupacional. Los trabajadores por cuenta propia y los obreros o empleados de empresas privadas constituyen, como se sabe, el grueso de la población empleada (alrededor de 87%). Contrariamente a lo que se piensa, el grupo de empleados u obreros del sector gobierno representa apenas un 3.9 por ciento. Ahora bien, en lo que se refiere a la evolución reciente, es claro que, entre los dos primeros, el mayor incremento porcentual en el empleo corresponde al renglón de los independientes (4.2% al comparar los trimestres diciembre-febrero). Y si se toma, desde otro punto de vista, el empleo considerado informal –bastante discutible pues el Dane lo define como el provisto por establecimientos de menos de cinco trabajadores, excluyendo a los independientes– éste representa en el trimestre dic/19-feb/20 un 46.7 por ciento (extraordinariamente alto, por cierto) habiendo aumentado en 0.8 puntos porcentuales con respecto al registrado un año antes. Bogotá y Medellín están entre las de menor proporción de informalidad pero aun así los porcentajes son altos, 41.7 la primera y 40.8 la segunda.
Fácil es entonces concluir que la variación positiva del empleo en estas grandes ciudades es hasta cierto punto ilusoria. En un contexto de alto desempleo, desde hace por lo menos cuatro años, ya la tasa había bajado un poco y así mismo había vuelto a subir. (Ver gráfico 2). Se trata, en buena parte, de una dinámica de lo que hemos llamado estrategias de refugio cuya posibilidad depende, gracias a las economías urbanas de la aglomeración, de la buena salud del mercado. Dicho de otra manera: ninguna tendencia consistente hacia lo que en Colombia más se podría parecer al pleno empleo va a iniciarse mientras se persista en un modelo de desarrollo ya fracasado. Y eso para no hablar de una verdadera resolución que significaría, más bien, un cambio de economía.
El desastre y sus consecuencias
Evidentemente, si algo resultó completamente aniquilado, con la respuesta adoptada frente a la pandemia, fue la estrategia del refugio. Especialmente de quienes viven en la calle o por lo menos de la calle. Desde las diversas formas de mendicidad –incluida la que practican una buena proporción de los recién llegados de Venezuela– hasta los servicios técnicos relacionados con dispositivos electrónicos, pasando, por ejemplo, por todos los tipos de comercio y de negocios de comida y bebida. Porque aun pudiendo acceder a la calle, ¿a quién le venderían? Es decir, el confinamiento obligatorio afecta tanto a los vendedores como a los compradores o usuarios. Piénsese en el trabajo independiente, de oficio o profesional, que va desde el salón de belleza hasta el consultorio odontológico.
Es cierto que han sido afectadas las empresas, o instituciones del Estado, ubicadas en los sectores llamados no esenciales. Y ya se ha visto lo difícil que ha sido y será materializar una política de apoyo. En este caso, mientras no haya despidos (o “licencias”), hay remuneración completa o parcial. Es decir, por este lado, sólo se interrumpe parcialmente la cadena de las compras y pagos, o sea la demanda. A menos que se practique el “teletrabajo” o la educación y los servicios “virtuales”, tendríamos entonces la paradoja de un empleo sin trabajo. ¿Por cuánto tiempo? No mucho. El capital resuelve su problema, aunque no definitivamente, prescindiendo de nuevas inversiones y reduciendo al mínimo sus costos corrientes, como quien dice nada de compras de materias primas y servicios y nada de salarios. Desde luego, dependiendo de la duración de las medidas es muy probable que proliferen las quiebras y ruinas de empresas, especialmente las más frágiles. Hacia el final del periodo se encontrará seguramente un enorme desempleo explícito.2
Esto sugiere que, una vez finalizada la crisis de la pandemia y asumidos sus costos, materiales y en vidas humanas, el capital reanudará su actividad sólo progresivamente, por tanteo. Seguramente aprovechará las enseñanzas del confinamiento. En primer lugar las posibilidades de automatización seguidas de las diferentes formas de “teletrabajo”. Por otra parte, y quebrando una vez más las normas laborales internacionales, se recurrirá en mayor escala al trabajo temporal y al trabajo por horas. El empleo salarial y formal, en consecuencia, podría volver a los niveles de febrero sólo varios años después, habiendo cambiado, eso sí, de distribución (asignación) y calidad. Todo ello dependiendo, claro está, del hallazgo de un nuevo rumbo para el capitalismo colombiano.
El panorama, es completamente diferente para aquellos que mencionábamos anteriormente. No cuentan con las alternativas del capital. El tiempo disponible es, en consecuencia, más corto. La salida no es económica: a menos que haya una política pública apropiada, lo que se vislumbra es un estallido social, por desgracia no revolucionario, sino desesperado. En todo caso, cuando se logre salir a la otra orilla (y no sabemos lo que va a suceder entre tanto), contando con los costos en vidas y en salud, la recuperación será más dificultosa pues supone la restauración de los mecanismos de operación del mercado urbano –obsérvese que lo señalado anteriormente no es enteramente válido para el mundo rural.
Esto sugiere una alternativa radical: escapar del mercado, en una suerte de éxodo del trabajo que así recuperaría su condición, alejándose de la identificación o confusión con el “empleo”. En efecto, un refugio va a ser probablemente el llamado retorno a la población “inactiva”. No obstante, esto implica forzosamente, o bien un incremento de los ingresos monetarios familiares, o bien el aseguramiento de la sobrevivencia por medios ajenos al mercado. En todo caso, estas son alternativas que no pueden progresar mediante decisiones individuales o de pequeñas comunidades locales. Requiere de un esfuerzo colectivo consciente que confronte a la vez las políticas provenientes de las clases dominantes a través del Estado.
En estas circunstancias sólo hay dos posibilidades: o se mantiene el modelo y poco a poco, muy lentamente, vuelven a operar las estrategias de refugio, u ocurre un vuelco radical y total y la generación de empleo toma un rumbo diferente. La política, entonces, en su verdadero y más profundo sentido, tendrá nuevamente la palabra.
1 En relación con las cifras e indicadores del mercado laboral, vale la pena advertir que además de los aspectos metodológicos de muestreo y cobertura, hay diversas formas de medición en el tiempo utilizadas para responder a las simples preguntas de si “está aumentando o disminuyendo”. No es aquí el lugar para detenernos en estos análisis y sólo se presenta lo necesario para la ilustración.
2 No va a ser fácil medirlo. El Dane ya anunció los cambios de operación y metodología que va a introducir para hacer la encuesta durante el confinamiento, principalmente “utilizando el teléfono”. No obstante, hay diversas razones para desconfiar de los resultados que se van a ofrecer en estas condiciones.
Periódico desdeabajo Nº267, pdf interactivo
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