
A propósito del ciclo de conversatorios “El general Naranjo”: entre la ficción, la realidad y la falsedad histórica. Un debate necesario, realizado entre el 8 y 10 de julio, organizado por el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, la fundación Carlos Pizarro y el periódico desdeabajo, reaviva la pregunta por los usos políticos del pasado y las luchas por la memoria cuando estas transitan por los medios de comunicación.
Tal vez es en la última década que los colombianos acudimos a un cambio en las narrativas de las series de televisión, me refiero a cierto boom o fijación con las adaptaciones telenoveladas de personajes que se han instalado en la historia del país y que van desde los siniestros Pablo Escobar, Carlos Castaño o “Popeye”, pasando por artistas como Joe Arroyo y Rafael Orozco, hasta sujetos más caricaturizados en las versiones audiovisuales como Luis Eduardo Díaz, más conocido por “La gloria de Lucho”.
Resalta como una constante en la mayoría de estos relatos la fusión de la realidad con la ficción, que en primera medida puede explicarse desde la construcción narrativa del clásico melodrama latinoamericano (los amores imposibles, los conflictos de clase, la bondad de los menos favorecidos, la necesidad de un antagonista), pero que sin lugar a dudas genera cierto nivel de debate entre aquellos que son expuestos desde sus vínculos directos como familiares y allegados con los relatos y sus protagonistas; familiares y allegados que demandan la reivindicación del derecho a la verdad –que una sociedad como la nuestra requiere–, más cuando la historia no logra posicionarse como una prioridad en las políticas que delimitan los currículos escolares y, por tanto, no alcanza a cobrar su dimensión de producción de referentes simbólicos para la comprensión de lo que somos y de lo que nos ha sucedido como sociedad.
El debate se intensifica cuando aludimos a una representación ficcionada de un pasado violento claramente identificable en la historia reciente del país y que, aunque puede estar resuelto en los fallos judiciales y en los acercamientos a una verdad histórica, aún actúa como un elemento sensible e irreconciliable en términos de las disputas por la memoria que intentan posicionar una versión particular de ese pasado no resuelto. Es el caso de “El general Naranjo”, la serie producida en el 2019 por FOX Telecolombia y que el Canal Caracol acaba de presentar en la televisión nacional.
Basada en el libro “El general de las mil batallas” de Julio Sánchez Cristo, se anunció en Colombia bajo la promesa de ser “la historia contada desde el lado de los buenos”, una historia para acompañar las noches de los fervorosos televidentes de este canal, pero que terminó siendo una versión bastante cuestionable de la historia de la Colombia de las dos últimas décadas del siglo pasado y las que van de este, con una clara intención de posicionar en la opinión pública una representación particular del pasado reciente de la violencia política en el país, de sucesos como la toma del Palacio de Justicia en 1985, que en ese entramado de ficción y realidad confunde y tergiversa los hechos investigados y documentados en fallos judiciales, libros y otras producciones culturales sobre este acontecimiento, estableciendo una versión ya recurrente en informativos y series de televisión que relacionan la toma del Palacio con una alianza entre el entonces M-19 y el cartel de Medellín, caso que al parecer en el libro de Sánchez Cristo no se relata como en la novela.
La disputa por la memoria
Estamos ante un tema que no es menor. La memoria en América latina ha significado la posibilidad de conservar los proyectos políticos de una clase. La memoria también ha sido el mecanismo por el cual se mantienen vivos aquellos hombres y mujeres vinculados a las luchas populares, que hoy ya no están pero que se convierten en inspiradores de colectivos y organizaciones. En el Cono Sur las maneras como se nombran y se explican los procesos de violencia política establecen el campo de las luchas por la memoria de los diversos actores involucrados.
Cuando estas representaciones del pasado se ponen en público y logran cierto grado de prevalencia en la sociedad, no solo están manteniendo “algo” que vale la pena recordar, sino que como lo plantea Eugenia Alier (2010), se constituyen en pasados-presentes, en la medida que permiten la construcción de unas identidades, referentes de acción y objetos de las luchas memoriales en las calles, en los centros educativos, en los medios de comunicación; con la pretensión de convertirse en las versiones socialmente legitimadas y apropiadas por la mayoría. Pero estas memorias también son un proyecto de futuro, pues permiten plantear un horizonte posible a partir de ese reconocimiento de un pasado particular y la proyección de las transformaciones necesarias en la idea de la no repetición o de lo que “no nos puede volver a pasar”.
Es por eso que no puede reducirse esta interpretación de la historia de Colombia, planteada en el argumento de cada capítulo del “General Naranjo”, a un requerimiento de la narrativa propia de las series de televisión y, por tanto, pasar por alto cada una de las “imprecisiones” históricas allí contenidas, pues sus efectos no son de poca monta ni en el presente ni en el futuro de nuestro ser nacional.
Si el alcance de las luchas por la memoria está en la construcción del sentido, es necesario pensar qué es lo que hacemos con los pasados que construimos desde estas series, a qué grupos o personas les interesa volver hegemónica estas interpretaciones y cómo estas memorias, elaboradas desde la lógica del entretenimiento, contribuyen al afianzamiento de un modelo social a la medida de quienes detentan el poder.
Pero la memoria no solo tiene implicaciones analíticas, también es una demanda social, de ahí la importancia de su articulación con la verdad y la reparación (justicia). Las experiencias en Argentina, Chile y Uruguay nos muestran que es importante el reconocimiento público de las memorias y su validación social, por ser el punto de partida para el enjuiciamiento de quienes perpetraron los ciclos de violencia. En estos países surgieron comisiones de investigación, y aunque les ha costado muchos años han logrado avances en ese sentido.
La particularidad histórica de Colombia complejiza esta pretensión, pues tal como lo plantea el debate sobre estas series televisivas, estamos disputando las memorias al tiempo que se recrudecen los ejercicios de violencia política. De ahí los interrogantes: ¿Cómo disputar un pasado que no acaba de pasar?, ¿o un pasado que es presente y que limita la emergencia de todas las versiones y de todas las voces?
Finalmente, propongo una problematización de lo que implican estas memorias del entretenimiento con su inestable búsqueda entre el acontecimiento y la ficción; una realización que, a partir de sus tramas melodramáticas y esa interconexión con las memorias de la violencia, logra captar la atención de la audiencia en tanto que ocupan el mismo espacio público y son canalizadas por las pantallas sin el cuestionamiento de sus espectadores.
De otro lado, corresponde pensar la manera de vincular experiencias desde las organizaciones sociales que estén produciendo sus memorias en lógica de lucha con estos relatos de los medios convencionales, para disputar en el escenario de lo público con otras representaciones del pasado, a través de lenguajes que reconozcan los intereses y preferencias de las mayorías hoy cautivadas por “caines”, “naranjos” y “capos”.
Referencia:
Allier Montaño, E. (2010). Batallas por la memoria. Los usos políticos del pasado reciente en Uruguay. Montevideo: Instituto de Investigaciones Sociales unam/Editorial Trilce.
El General Naranjo: Entre la ficción, la realidada y la flalsedad histórica
julio 2020
Responsabilidad social en los medios de comunicación
(incluso en la ficción)
Julio 8 de 2020
Consecuencias, la distorsión de la memoria desde la televisión
Julio 9 de 2020
Narrativas, verades judiciales y verdad histórica
Julio 10 de 2020
Leave a Reply