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Historia de la filosofía

Historia de la filosofía

Rubén Sierra Mejía analizó la normalización de la filosofía en Colombia a partir de 1940. Consideró que la normalización de la filosofía se gestó cuando en las universidades se inició el estudio de los filósofos contemporáneos. No obstante, vale aclarar que la filosofía ha estado presente desde tiempos coloniales y ha estado centrada en la escolástica. Las universidades privadas, como la de los dominicos, los javerianos, los franciscanos y, en general, las universidades de impronta religiosa, han trabajado la filosofía durante varios siglos.

En la formación de la república la enseñanza del utilitarismo desató las polémicas. Luego de la Regeneración (1886) la filosofía se hundió en el pensamiento antimoderno y, se concentró en la Universidad del Rosario. Es significativo en este punto el Ensayo sobre la doctrina liberal de Rafael María Carrasquilla (1899). En dicho estudio sostiene el ilustre prelado: 1) el gobierno civil debe estar sujeto al gobierno eclesiástico, pues el poder civil viene de Dios. El Estado protege y ampara a la religión y, le brinda los medios materiales para su acción; la Iglesia le da al Estado algo de su vida sobrenatural, y sanciona, en conciencia a la autoridad suprema; 2) La libertad está encaminada a Dios y, por tanto, la libertad debe estar sometida a los designios divinos: de ahí que la religión católica debe ser oficial en el país, la libertad de palabra y de imprenta no puede atentar contra el dogma católico, contra la moral católica, contra la honra de las personas, contra la autoridad legítima y el orden social.

De la misma manera, la enseñanza debe ajustarse a los planteamientos de la iglesia, pues ella es el camino de la libertad; 3) La doctrina liberal que se hizo presente en el Siglo XIX, en Europa, tiene origen en el fenómeno protestante que desvió la recta doctrina del catolicismo, cuestión que hizo necesaria la doctrina social de la iglesia. Más en el Siglo XVIII se dio otra corriente absurda. Ésta fue la Ilustración o Iluminismo. Dicho pensamiento sostuvo que el hombre pueda guiarse por la razón y la autonomía. Finalmente, la Revolución Francesa junto con la Declaración de los Derechos Humanos, sostiene que “el principio de la soberanía reside en la soberanía de la nación.

Cabe considerar a Carlos Arturo Torres, quien vió en la disputa partidista vio una lucha absurda desde la formación de la república. En la cuarta década del Siglo XIX se forjó el ideario de los partidos de consecuencias funestas. En Idola fori (1935) Torres anotó “Alguna vez, en el campo de la matanza, después del vértigo de la hecatombe inmensa, de una de esas interminables batallas de las guerras civiles colombianas, un médico filósofo preguntó a uno de los heridos a quienes retiraban destrozados los miembros, de en medio de un montón de cadáveres, qué motivo supremo, qué indiscutible santidad de causa le había impuesto, en forma tan cruel, el abandono de su hogar a la miseria, la matanza de sus conciudadanos y últimamente la ofrenda de su propia vida, por qué iba a morir. “La defensa de los principios de mi partido”, dijo el moribundo con noble y fiero gesto de convicción. ¿Y podría usted decirme en qué consisten ellos? Insistió el cirujano. Quedose el interrogado tal como si por primera vez confrontase su inteligencia semejante cuestión, y luego dijo embarazada y amargamente: En verdad, no lo sé y nunca había pensado en ello”

Vale, así, considerar, por ejemplo, los partidos políticos para los cuales los principios ideológicos, son algo que nadie entiende ni llega a comprender, con la consecuencia que esos “principios ideológicos” ininteligibles son los que mueven a la acción, a la satanización del otro, al enfrentamiento y a la lucha a muerte. El gregarismo lleva a los caudillos, los jefes naturales de la colectividades, la práctica política del populismo que no permite la lucidez ante los problemas de la sociedad. Vale considerar la visión irónica de los partidos en la novela Cien años de soledad: “Los liberales eran masones, gente de mala índole, partidaria de ahorcar a los curas, de implantar el matrimonio civil y el divorcio, de reconocer iguales derechos a los hijos naturales que a los legítimos, y de despedazar al país en un sistema federal que despojara de poderes a la autoridad suprema. Los conservadores, en cambio, que habían recibido el poder directamente de Dios, respaldar la estabilidad del orden público y la moral familiar, eran los defensores de la fe en Cristo, del principio de autoridad, y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera descuartizado en entidades autónomas”.

Carlos Arturo Torres caviló la tendencia inercial a lo largo de la historia colombiana: “Por una fatalidad de nuestra formación mental, existe en nosotros como impulso nativo la tendencia a la categoría de la inconcusa verdad la idea consagrada por la moda o por la fe hermética en las predicciones de nuestros directores espirituales…Correlativamente y como proyección necesaria, aunque en apariencia inversa de esa forma idolátrica de adoraciones intelectuales, levantan otros, a manera de oriflama exclusivo, no ya las doctrinas que forman el ambiente de una generación, sino la especulación novísima, la teoría de última hora, así sea la más delirante absurda y antihumana; es, para emplear la concreción de Tarde, la imitación-moda que se contrapone a la imitación costumbre.”

Hacia finales de los años cuarenta del Siglo XX vendría la reacción que, Rubén Sierra Mejía, considera como modernización de la filosofía. A propósito de esa normalización Rafael Gutiérrez Girardot reflexionó: “Frente a lo que había en Colombia, que era Monseñor Carrasquilla, la Revista de Occidente era una liberación absoluta, pues no había más. Y el hecho de que fuera una liberación no significa que fuera filosóficamente sostenible, sino al contrario esa liberación nos costó muchísimo porque nos trajo la Revista de Occidente de Ortega, y comparada con los textos alemanes se ve la simulación; y eso es lo más normal. Piense en el párroco que lee el oficio divino en latín y todos los parroquianos se admiran de lo culto que es el padre; eso mismo hizo Ortega y Gasset” Por lo tanto, el acto fundacional de la filosofía moderna en Colombia.

En el Instituto de Filosofía, en la Universidad Nacional se centró en Max Scheler y José Ortega y Gasset. Habría que examinar con reserva las falencias de esa normalización. Mucho más cuando se plantea que lo que hay es una retórica de la simulación pues “el ensayo orteguiano- al decir de Gutiérrez Girardot- no sólo sofocó la posibilidad del pensamiento coherente, fundado científicamente y por tanto creativo, sino que abrió las puertas a una retórica de simulación: la de la pregunta sorprendida, por la causa de las evidencias irrelevantes, acompañada de estas preferentemente alemanas, cuya amistad con Ortega se pone de relieve muy cuidadosamente.”

En el prólogo de Las convenciones contra la cultura (1987) Germán Colmenares anota: “América ha mantenido obstinadamente un monólogo cuyo tema invariable ha sido el pensamiento europeo. Mi propia Universidad del Valle, Cali, ha alimentado durante años mis perplejidades al recibir y propagar casi instantáneamente los más sofisticados productos del pensamiento europeo, particularmente las elaboraciones de la rive gauche. Ojalá estos ensayos sobre los orígenes de tan curiosa vocación, y mi propio uso liberal de esas ideas aproxime aún más a mis colegas del departamento de Filosofía, de Letras, de Comunicación Social y de Historia”.

El planteamiento de Germán Colmenares resulta revelador al señalar, como la intelectualidad, se forja en un monólogo con el pensamiento europeo. Es bastante significativo que el discurso que se dirige uno a sí mismo en la escena esté signado por el pensamiento europeo, de tal modo que la autognosis –es decir el conocimiento de sí mismo– sea la representación especular del pensamiento europeo. Además, la moda –uso pasajero en materia de trajes y costumbres– hace variopinta a la intelectualidad de la república hispana, pues la novedad llega con “el profesor que estudio en Europa o en los Estados Unidos, alumno de fulano, zutano o melgarejo” o la “última traducción” que ¿depende del capricho de las editoriales? La fauna filosófica propaga casi instantáneamente los productos del discurso filosófico europeo

Rubén Jaramillo Vélez publicó, en 1994, Colombia: la modernidad postergada. A diferencia de quienes sostienen que Colombia está inundada por el espíritu de la modernidad o postmodernidad, la obra mencionada esboza los obstáculos que no permiten la modernidad. La obra traza las características de la mentalidad española en el Siglo XVII. En España no emergió la burguesía como sucedió en Inglaterra y Francia. Hispanoamérica se vio afectada, pues sucedió que en España no se forjaron las bases para que surgiera en el mundo americano la mentalidad burguesa. En el mundo hispánico no hubo interés por Galileo, Newton, Leibniz. Tampoco se gestó el ambiente político que llevó a Inglaterra y Francia a una sociedad moderna. En el siglo XIX, cuando se configuran las repúblicas hispanas, en el caso de Colombia, hubo el intento de implementación del benthamismo pero fue en vano. La tradición tuvo más peso. Además el proyecto de la Regeneración llevó al antimodernismo, como es palpable en la Constitución de 1886 y el Concordato de 1887, a pesar de la tibia industrialización, el cultivo del café, el surgimiento de las ciudades.

Hacia finales de la segunda década del siglo XX se hizo necesaria la “ética civil” que encarnase las nuevas condiciones de la sociedad, en la cual se debilitaban las relaciones comunitarias (familia, pueblo, tradiciones) dado el desarrollo de las vías de comunicación, las relaciones de trabajo y las relaciones sociales que hacían necesaria una nueva mentalidad. Sin embargo, el mundo social (la gran ciudad, el estado nacional) comenzaba a respirar el cálculo, la especulación y la utilidad, pero no fueron acompañadas por el cambio hacia una ética civil, sino que permaneció la moralidad católica y el freno hacia los cambios que gestaran la estructura de la sociedad moderna.

Rafael Gutiérrez Girardot en el ensayo intitulado Sobre la crítica y su carencia en las Españas (1982) analiza la estática de las ideas, así “los intentos de comprender al menos los resultados de la crítica en las Españas sólo produjo persecuciones.” En el caso de España el krausismo y el positivismo, “como intentos de introducir formas de pensamiento y de trabajo dirigidas por la crítica. Pero el poder de la Iglesia, la santidad de la Religión y su brazo, la majestad de la legislación, lograron sofocarlos y reducirlos a simple anticlericalismo que per se, y como todo lo que simple y cordialmente anti-, nada tiene que ver con la crítica

En las Españas ha sido raro el uso del propio entendimiento. La educación ha llevado por caminos distintos a los de la ilustración porque la “Santa Madre anatemizó todo lo moderno con el argumento de que todo lo moderno es malo porque es moderno”. Además como consecuencia de esa herencia los dogmáticos se “caracterizan por la incapacidad de plantear problemas, de discutirlos, en una palabra de investigar y explorar.” En lugar de la crítica, “la simulación se ha convertido en el elemento vital de la vida intelectual de las Españas; no es la excepción, sino generalmente su regla” que ha encontrado lugar donde enconcharse: las Universidades. Sometidas a la sacralidad de la religión y a la majestad de la legislación “las Universidades de las Españas volvieron a ser lo que habían sido antes: reproductoras del dogmatismo.”

La “conciencia” ha sido formada en la religión católica, en la versión contrarreformada, y “como una institución de poder terrenal que en beneficio del dogma constituye un factor esencial del estatismo de las sociedades hispanas.” De esta manera, la formación de la conciencia en el momento de la socialización de los niños se hace desde el dogma, es decir, en creencias colectivas no sujetas a pruebas de veracidad. Atribuye Gutiérrez Girardot que el dogma tiene como punto de partida la Contrarreforma, de la cual se derivaron catecismos, como el del padre Gaspar Astete. Bien se sabe que dentro de los designios de la Corona Española junto con la iglesia de Roma estuvieron de acuerdo con la evangelización a través del catecismo. No hubo alfabetización ni imprenta ni lectura de la Biblia cuestión que hubiese quizá dado lugar al público lector. El catecismo como el texto de preguntas y respuestas fue el medio para trasmitir el dogma. “Tras su forma simple de preguntar y de responder, tras su apariencia “racional” se oculta la intolerancia y su forma decisionista de pensamiento. El catecismo lleva al “si” o al “no, y con ello la “estructura” de lo que es “verdadero” o de lo es “falso”. Lo “bueno” es lo que está de acuerdo con la iglesia católica. Lo “malo” es la modernidad (la reforma, Ilustración, revolución, liberalismo, anarquismo, marxismo, etc.). “Pues tras esas huellas hay una forma dogmática de pensamiento que impide una recepción provechosa. De las corrientes y críticas de las obras llámense modernos o europeas, creaciones de dependencia para otros.”

Es curioso el caso de los filósofos unos se declaran platónicos, otros kantianos, otros fenomenólogos, otros partidarios de la teoría crítica y en los últimos tiempos filósofos latinoamericanos. En general, en los departamentos de filosofía se forman más que estudiosos creyentes. No hay cambio conceptual pues por cuestión de moda se es moderno, en otro tiempo postmoderno, pasados unos años partidarios de la globalización. Y como la filosofía se desvirtúa en creencia se le teme a la crítica, dado que no hay mayor argumentación. La filosofía que ha sido la búsqueda sin término, se convierte en depositaria de la verdad y, no hay interés por el concepto ya sean los de componente empírico o bien las ideas, es decir, conceptos sin referente empírico. La crítica es una aguafiestas. En un medio donde se afirma que se deben respetar las opiniones filosóficas, pues están al margen de toda duda. Además al crítico se le mira como un “desadaptado”, un “problemático”. De hacérsele a un lado porque con sus inquietudes, sus dudas, sus argumentos lo que hace es desvirtuar el dogma que se repite porque en él se ha crecido.

 

 

 

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Información adicional

Autor/a: Silvio E. Avendaño C.
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