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El cristal con que se mira: parteras y economía del cuidado

El cristal con que se mira: parteras y economía del cuidado

Difícil sería sacar un balance positivo para las mujeres de este año de confinamiento. Desde las ciudades, se reportan crisis económica e incrementada violencia policiaca en América Latina. Para que los hospitales no se vieran rebasados, los estados ensayaron nuevas modalidades de la vieja estrategia represiva del confinamiento. La población con capacidad de ahorro y trabajo por internet ha sido confinada en sus casas, dejando las calles y el peligro de contagio a las obreras, obreros y pobres que sobreviven del trabajo físico.

Aisladas con sus agresores, en primera línea en la atención de los familiares enfermos, sin acceso a los métodos anticonceptivos (18 millones de mujeres se quedaron sin planificación durante el confinamiento), con escuelas y guarderías cerradas y amenazadas por los despidos masivos, las mujeres en Nuestramérica en un año han realizado un 46 por ciento más de llamadas a los centros de atención denunciando violencia familiar, rompiendo el silencio ante las amenazas y golpes que reciben ellas y sus hijas, compelidas a permancer allí ante las dificultades para salir a buscar refugio. Los embarazos no deseados han crecido un 20 por ciento y, en la Ciudad de México, por ejemplo, las mujeres que se dedican al trabajo sexual han duplicado su número.

Un panorama nada alentador

Pasamos de millones de mujeres en la calle, reclamando el derecho a la vida y la libertad a tener que manifestarnos por internet o rompiendo el aislamiento cuando se presenta una candidatura de voto popular en cabeza de un hombre con acusaciones no resueltas de violación y acoso. Estábamos a punto de hacer tambalear el pacto patriarcal, cuando resurge con fuerza. Habíamos planteado una economía del cuidado, con tiempos para el cultivo de las relaciones y las atenciones emotivas cuando ante la emergencia asumimos la carga de los trabajos domésticos no remunerados, arriesgándonos a volver a estereotipos de género de 60 años atrás. Aparentemente un fracaso, de hecho, un gran riesgo.

Reproducción social: ¿otra economía o cárcel de género?

Pero ¿qué pensamos hoy del trabajo de reproducción social, es decir de la producción de la vida y de los cuidados del cuerpo y de la psique, incluyendo las relaciones familiares, comunitarias y sociales? ¿Cómo reconocer y socializar la riqueza que produce? ¿Podría ser que las mujeres que reducen su jornada laboral en nombre de la jornada de reproducción social y reclaman una participación igual a los hombres de su núcleo de convivencia estén estallando la organización social de un capitalismo que subsume y oprime el cuidado en nombre del salario? La posibilidad del cambio está ahora en el discurso que sostiene las decisiones y las prácticas acerca de la reproducción social.

La ONU, las ONG y las mujeres de los partidos políticos lanzan uno o varios gritos al cielo. Todos muy razonables, pero en 2020, en lo macro, las mujeres argentinas han logrado el derecho a la interrupción legal de la maternidad hasta las 14 semanas de embarazo y han replanteado el debate sobre el derecho a decidir en toda América. Y en lo micro, las mujeres que nunca abandonaron sus trabajos tradicionales de parteras y curanderas en el campo de la salud han posicionado otra manera de entender el cuidado, la higiene y las atenciones. Un trabajo que tiene que ver con la reproducción social, con el cuidado de una gestante a partir de su cultura, por ende, sus miedos y sus seguridades, y con el cuidado al interior de una comunidad, con todos sus lazos, que con el trabajo capitalista en el campo de la salud.

Las parteras que salvan vidas y no cobran

El colectivo de Periodistas de a pie, se ha dedicado a reportar cómo las parteras comunitarias de Chiapas han ayudado a nacer más de mil 300 bebés durante la contingencia sanitaria. A diferencia de lo ocurrido en el sistema de salud –donde las muertes maternas aumentaron un 30 por ciento– todas las mamás y niña/os atendida/os por ellas están sanos.

A partir de este reportaje, fui a buscar datos sobre otras comunidades de curanderas indígenas en América Latina. La gestación y el parto de muchas mujeres indígenas y negras, así como de un número creciente de mujeres que le temen a la violencia obstétrica de los hospitales, sobre todo en las ciudades y pueblos del interior, son atendidos por parteras tradicionales, con o sin el reconocimiento de las autoridades de salud de los diferentes países del subcontinente.

Los gobiernos, en efecto, siguen caminos diferentes respecto al reconocimiento de su labor, desde una mirada hegemónica del modelo biomédico de salud. Ahí donde las mujeres logran vincularse con el reconocimiento del sector, desempeñan una función comunitaria importantísima. En la Colombia, sobretodo, como en México, las mujeres que temen ir a hospitales recurren a una partería tradicional que hunde sus raíces en conocimientos centenarios.

Como nunca antes había sucedido, por estos días fue posible ver hasta a seis mujeres juntas caminando por la calle de un pueblo diminuto en pleno trabajo de parto. Una tras otra, a su paso, deambulan frente a la casa de la partera Lucía Girón Pérez, esperando que la dilatación termine y puedan entrar al pequeño cuarto donde cientos de mujeres han decidido ir a dar a luz desde que fue declarada la pandemia de covid 19.

Ella es una mujer del pueblo maya tzeltal que nació y creció en la comunidad de Tzajalchén, en la región de Los Altos de Chiapas. Es la famosa partera de la que se habla en los parajes montañosos más alejados. A sus 46 años es la esperanza de las mujeres indígenas que no quieren ir a los servicios de salud por miedo al contagio. ¡348 partos en un año!

La fila de mujeres embarazadas revela el domicilio de la curandera, así como el hecho que éstas lleguen de los lugares más apartados de Los Altos revela una duda sobre la credibilidad del sistema médico hospitalario y una confianza en los saberes que las mujeres guardan para los momentos de crisis. Y la pandemia es uno de ellos.

Con su sonrisa, el traje típico de su municipio, que incluye un moño atado a sus dos trenzas uniéndolas en la punta, Lucía Girón les comentó a las compañeras de Periodistas de a pie que, en un año cualquiera, atiende hasta 15 partos en total, pero en 2020 los nombres, la fecha y la hora de las criaturas que ayudó a venir al mundo, apuntados meticulosamente en su libreta, fueron más de 300.

Así, según Manuela Mosquera Morena, fundadora de la Red Interétnica de Parteras y Parteros del Chocó, la atención de los partos se ha disparado durante la cuarentena. Las 820 integrantes de la Red reciben muchos más niños y niñas que otros años. Si antes de la pandemia, una partera atendía ocasionalmente algún parto, hoy reporta seis nacimientos a la semana.

La prepotencia con la que los gobiernos informaron sobre el covid 19 y la confusión en medio de la cual se organizaron las instituciones de salud, provocaron el incremento de la tradicional desconfianza de los pueblos indígenas hacia el estado. Producto de ello, algunos, en México, como en Ecuador, Guatemala, Brasil y Colombia, se encerraron dejando afuera de los límites de sus tierras comunales hasta los paisanos que no pudieron volver.

En Chiapas, las parteras ya estaban reunidas en un movimiento, el Nich Ixim, que las reúne en gran número. Todas han tenido una enorme carga de trabajo desde que a finales de marzo de 2020 se difundió la información de muertes maternas por covid en centros hospitalarios. Miedo, desconfianza, el recuerdo ancestral de las plagas que matan: en apenas 70 años de invasión el 90 por ciento de la población americana murió y las enfermedades desconocidas fueron una causa determinante (no la única, el genocidio tuvo muchas formas).

Pero hay algo más: las parteras saben dar masajes que ayudan el flujo de oxitocina, que sirven para acomodar el bebé en la posición de parto, que desenredan el cordón umbilical del cuello de los bebés; ensayan las formas de hablarle a los que van a nacer para que ayuden a sus madres; nunca molestan a una mujer mientras busca su posición para completar la dilatación, botar el tapón y pujar para dar a luz. No hay con ellas una mala palabra, una ridiculización, una demostración de falta de importancia. Muchas mujeres van solas, la presencia de un marido es excepcional, sentirse atendidas es un consuelo.

Por supuestos, hay gastos: ampolletas de oxitocina, sueros, cubrebocas, gel, gasas, jabón y otros insumos son pagados con recursos propios por las parteras que raras veces logran recuperar su inversión. Las parturientas pagan lo que pueden, que a veces es nada. Además hay que recordar que el trabajo de parto puede ser lento y que exige de la partera un fuerte esfuerzo físico así como una crónica falta de sueño. Es difícil encontrar tiempo para dormir cuando el miedo al contagio atrae a las comunidades decenas de embarazadas y parturientas.

A nivel hospitalario, con corte a febrero de 2021, seguramente México encabeza en América Latina la mortalidad materna ligada al covid. Le siguen Brasil, Colombia y Paraguay. A las causas conocidas (hemorragia obstétrica, hipertensión, edema y proteinuria durante el embarazo), se agregan defunciones por covid o probable covid 19. Se trata de casos registrados en el sistema de salud, mientras las parteras no registran ni una sola muerte materna.

Atención y cuidados como alternativa de salud

El sistema de salud de todos los países capitalistas, aun los europeos, en el neoliberalismo fue sometido a muerte por inanición, si no es que fue deliberadamente golpeado para desaparecer. En este año de crisis sanitaria ningún país ha tenido capacidad para brindar atención a toda la ciudadanía ni ha contado con decisión para nacionalizar los hospitales privados (como tampoco ha tocado la educación privada, que habría debido ser incorporada al sistema público y desaparecer como educación de clase), de manera que el sistema de salud no tiene un buen sistema de protección estructural. El caso de la falta de oxígeno en la Amazonía brasileña fue una vergüenza mundial; caso al cual se suma la falta de capacitación, la reducción de los presupuestos y el agotamiento del personal capacitado. La salud materna fue de las menos atendidas y las parteras llegaron al rescate de las futuras madres con un financiamiento insuficiente.

Según Periodistas de a pie, Dora Lucía Méndez Alfonso y Rosalinda Pérez Roblero son otras dos parteras chiapanecas que durante la pandemia han atendido más partos que nunca. También han sido buscadas por mujeres y hombres enfermas con el coronavirus para que las ayuden a tratarse. Y a ellas dos, como a un gran número del personal médico, les dio covid. 

Lucía Méndez vive en Los Manguitos, una comunidad maya tzeltal, donde por miedo al contagio la población incendió un hospital, una ambulancia y el palacio municipal. Los servicios de salud pública eran incapaces de hacerse cargo de la situación, ni volverían a tomar las riendas de la situación. El miedo es siempre fruto de datos manipulados, mala información o propaganda, pero el miedo de la población indígena a las autoridades de estado tiene una larga historia.  La gente llegó a creer que en el hospital estaban administrando el virus.

En una situación tan crítica, las parteras que, en su mayoría son curanderas tradicionales que se han especializado tomando diversos cursos en el sistema sanitario formal, fueron quienes atendieron a la gente. Atendieron con fitoterapia a personas con covid, dándose cuenta que lo primero era bajarles la inflamación, es decir, retomaron sus conocimientos ancestrales del cuerpo vivo y los aplicaron a lo que estaban enfrentando, aunque lo desconocieran.

Ello en medio de una crisis del sector productivo enorme. La zona cañera no contrató a cortadores que se quedaron sin salario, los negocios cerraron, los jornaleros agrícolas no pudieron viajar. Enfermedad y hambre, una situación propia de la época de la Colonia.

Con ello, aumentaron los partos por atender, porque ninguna mujer volvió a un hospital. Pero ¿quién podía pagar? Las parteras se volvieron heroínas populares, con una dignidad y un reconocimiento social del que no gozaban hace tiempo.

Todas las parteras que se enfermaron de covid se aislaron y derivaron a las futuras madres que las buscaban y a los enfermos a sus compañeras. Algunas se enfermaron con síntomas leves, otras se pusieron graves, pero todas volvieron a trabajar al dejar de ser infecciosas, a pesar del cansancio y el dolor de huesos que queda pos covid.

Algunas dijeron que no le tuvieron miedo al covid porque habían pasado por graves epidemias en las décadas de 1980 y 1990, como la de tuberculosis o la de cólera, atendiendo partos. Eso le dio fuerza para enfrentar esta crisis. Otras estaban atendiendo en la frontera entre Guatemala y México y, como siempre, no discriminaron entre mujeres de uno u otro país. Les llegaron embarazadas con tos y fiebres altas y las atendieron, recomendándoles cuidados posteriores al parto. Intentaron separar el espacio donde atendían a las parturientas del lugar donde les llegaban personas acusando síntomas de la enfermedad, pero es difícil debido al reducido espacio de sus casas y consultorios.

Estas actuaciones no corresponden a la esfera del trabajo asalariado, sino al de cuidados, atención, una expresión de confianza, exactamente como los trabajos de reproducción social, el cuidado de niñas y niños, la atención a los mayores, la limpieza y reposición de la vida. Se trata de mujeres haciendo trabajos de mujeres, los mismos que deben ser socializados, y a los cuales los hombres deben acceder dejando de lado la competencia y la falta de atención a los detalles de la vida. Si la medicina no es una ciencia exacta, ¿con qué derecho la ciencia médica hospitalaria se abroga la cientificidad y eficacia de sus métodos, mismos que en ocasiones no puede demostrar? Con el mismo con que el capitalismo define como trabajo el que se realiza por una ganancia monetaria y relega a la reproducción social al mundo de las tareas sin nombre.

En México, sin embargo, el esforzado trabajo de atención de las parteras rinde sus frutos en el reconocimiento del saber femenino y popular. El movimiento Nich Ixim contactó al subsecretario (viceministro) de salud encargado de la atención a la pandemia, Hugo López-Gatell, y se reunieron en la Secretaría de Gobierno, con la Comisión Nacional de Derechos Humanos y autoridades locales para plantearles qué condiciones necesitan para poder trabajar. 

Insistieron en los móviles de su trabajo, la cosmovisión en el que se encuadra, la imposibilidad de no respetar un cuerpo que da a luz o criminalizar una persona migrante. Exigieron a las autoridades una relación basada en el respeto, que la constancia de alumbramiento que las parteras entregan se acepte en todos los municipios “y que no se niegue ni un solo certificado de nacimiento de recién nacido cuando el parto es atendido por partera”. La entrega de materiales de protección contra el covid para parteras, “sin condicionamientos”, es parte no finalidad de esta nueva relación con la autoridad que están construyendo con su esfuerzo.

Por supuesto, la realidad depende siempre del cristal con que se la mira, pero creo indispensable que empecemos a descolonizar y degenerar las relaciones de trabajo que tienen que ver con formas no capitalistas o no definidas por la explotación laboral, como las de cuidados. La salud, toda, depende de ello.

Información adicional

Autor/a: Francesca Gargallo Celentani
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