Home » Perdida en la enfermedad pandémica

Perdida en la enfermedad pandémica

Perdida en la enfermedad pandémica

Covid es el virus,

el capitalismo la pandemia y la organización

es la respuesta.

Lo grita el mundo.

Lloro. Por todo y por nada. En la cama boca abajo, en la ducha acurrucada, en los marcos de las puertas y frente al espejo. Yo lloro a lo grande, con quejido, con fuerza abdominal, con mocos, incluso, lloré con un chorro de sangre saliendo por mi nariz, cuando acribillaron a bala a la Minga Indígena en Cali e hirieron a Daniela. 

Siendo una llorona completa, no había tenido nunca miedo de llorar. No es que me guste llorar delante de la gente, y me he arrepentido de mostrar mis bellas lágrimas ante seres poco empáticos, egocéntricos y arrogantes, pero esa incomodidad no se parece ni de cerca al miedo. El temor que sentía al acto de llorar, pasando quizá el cuarto día con el covid-19 en mi cuerpo, me congelaba el alma. 

Quería llorar porque me dolían las caderas y las piernas y nada me quitaba ese terrible dolor, y quería llorar porque estaba sola, y también llorar por no poder llorar. Sentía miedo de no poder respirar si lloraba, miedo de que se me liberara la congestión terrible que se afincó en algún lugar de mi cabeza y eso fuera un mal síntoma, o al menos un mal precedente para la recuperación de una gripa que no tiene nada que ver con la gripa “normal”, porque dura un montón y te manda a la cama diciéndote que ya no eres más dueña de tu cuerpo. Es como un bicho inteligente que aparece y desaparece cuando se le da la gana, que te da tregua en las mañanas, pero te golpea en las noches, cuando todo se pone en calma. 

El Taita Víctor sabe decir que en la noche no hay silencio, porque en su lengua no hay cómo traducir lo que en Occidente es la ausencia de sonido, y pues no, algo siempre esta sonando. Y en la calma, cuando llega la noche, la enfermedad encuentra su momento para revelarse con más fuerza, para decirte ¿Me recuerdas?, soy yo la demonia que viene a mostrarte qué se siente estar viva y muerta al tiempo. 

Así he entendido la enfermedad hasta ahora, como una maestra. Si bien una nunca quiere estar enferma, al cuerpo le hace falta mostrar lo que tiene; sus fortalezas, sus defensas y su vulnerabilidad, Pero, ¿qué tenía que enseñarme el covid-19?

Hasta el momento he tenido una confianza excesiva en mi cuerpo. No acostumbro a tomar fármacos de ninguna índole; ni antibióticos, ni analgésicos, ni antidepresivos, y no como animales. Me considero más o menos saludable, pero después de un año y medio de vivir una vida al revés, el ejercicio desapareció y las rutinas se esfumaron. Con el paro nacional, me olvidé de que estamos en medio de un virus pandémico, me relajé, me descuidé y me puse en ‘bandeja de plata’ para que un bicho que va muy orondo, determinando a quiénes pesca, en efecto nos pescara. 

Tengo una teoría sobre cómo y por qué me contagié, que casa perfecta con la idea de este virus como un artefacto químico y espiritual que nos reveló el colapso del capitalismo como lo conocemos y nos puso en una guerra entre la vida y la muerte, pues tuve un bajón emocional el 18 de junio. Un ataque de pánico que me hizo acostar sobre la tierra para respirar y repetirme frenéticamente que todo estaría bien; así no tuviera casa, así no tuviera plantas, así tuviera un montón de cosas innecesarias, así estuvieran matando gente en los barrios en una larga noche que no cesa, y así el mundo no parara de decirme que por favor parara. 

Mi cuerpo y mi corazón quedaron listos para cualquier cosa inmunda que quisiera apoderarse de ellos. Ocho días después sentí el inicio de una “gripita”, y me eché flores por creer que como siempre, no me había tumbado, sino que se sentía suave y pasaría al otro día. Pero esas jactancias se vinieron abajo cuando cuatro días después me sentí extremadamente ajena en mi propio cuerpo. 

El cerebro estaba tensionado, como un motor a media marcha, completamente bloqueado. La piel hipersensible. Los oídos, raros. La frente, inaguantable. No había tos, no había fiebre. Solo frio. Ganas de llorar, miedo a llorar. Miedo a morirme por darme cuenta de que respirar es un gran privilegio. ¿Qué no intuía esto antes?

La posibilidad de morir siempre me ha rondado la cabeza, pero morirme cuando yo quiera, así que fue inevitable no culparme por pensar en todo lo que podría pasarme si mi cuerpo no respondía, si mi arrogante juventud se veía burlada por este habitante extraño, este otro poseyéndome desde el cerebro, que podía arrancarme la capacidad de decidir, de seguir gestionándome la vida y la muerte. 

Todo el covid es una congestión-contención. Congestión en la nariz, congestión en el pecho, contención de los olores, contención en los gustos. Como un detenimiento, una pausa de miles de microsegundos en el que el mundo para, hacia adentro. Como la tierra misma moviéndose espasmódicamente en este mundo tan desencantado para decirte: ¡Piensa!  Pero, ¿cómo si no encuentro las ideas?

Es también contención de los gobiernos, contención de los recursos, de la información, de la democracia y las libertades. Contención para ver a los otres, contención de tocar a los otres. Construcción de la frontera. Erguimiento de tu cuerpo como un nuevo límite, y por decisión ajena. 

Así lo describió Paul Preciado; tu cuerpo individual como nuevo territorio de una agresiva política de frontera. Todo lo que la humanidad occidental ha ensayado para configurar una biopolítica del poder, ahora adentro de tu cuerpo. Ya lo había experimentado visitando a mis amigas al otro lado de la puerta, dejando cariños y hierbas, pero no había dimensionado la asfixia de la frontera en mi propia nariz y de un aire que respiré únicamente yo por casi quince días, queriendo estar en las calles con las compas para, paradójicamente, derribar fronteras. 

Entonces, la guerra que nos declaró esta enfermedad es energética, orgánica y por ello también es química. Es entre cuerpos, aparatos, entidades y cosas, y el espíritu de todas esas cosas y de todas nosotras, que seguimos resistiendo desde el cuerpo colectivo. 

Yo (el triunfo del biopoder en ese vocablo), tenía que aprender a pedir ayuda. Tenía que activar la cadena de afectos, que es grandísima, llena de fueguitos y colores, cada quien con su propia vibra, pero cada uno y una en su propia presencia… y estar presente yo (de nuevo), así, enferma, demandando cuidado y sintiéndome “carga” porque una voz ancestral me dice que hay que ser productiva, incluso, produciendo la resistencia. Pero no, está bien parar, que pare esta locomotora y que entendamos los ritmos de la vida, en comunidad, en juntanza. 

Gracias a todos y todas las que me cuidaron. 

* Decirle a una mujer que es una perdida es decirle que ha incumplido con todo lo que se esperaba de ella, así que nosotras queremos reivindicar ese perderse de las mujeres, porque han fracturado el molde patriarcal que las acecha. En Relatos de Mujeres Perdidas presentaremos tres narraciones acerca de la experimentación de la enfermedad de la Covid-19. 

A las mujeres se nos ha endilgado la responsabilidad del cuidado y se nos ha remitido al escenario doméstico como jaula, para proveer afectos, comida, medicina y todo lo necesario para la supervivencia de otres y de nosotras mismas. Allí también hemos construido resistencias, saberes, brujerías. ¿Cómo aparecen estas herramientas cuando somos nosotras las que nos enfermamos?

Estas narrativas nos dejarán ver algo de ello. Están hiladas como un tritono disonante y subversivo, figura musical que se ha considerado siniestra desde el Medioevo, y las mujeres que aquí tejen sus historias, se han hecho cada vez más feministas y más siniestras. En sus historias perdidas encontraron algo de conexión con su identidad y potencia, así que aquí está la primera entrega de nuestro sexto tritono. 

 

Artículos relacionados

Mi susanitez social, como consecuencia del ideal del “amor romántico”

Laura J. Ramírez Guerrero

Perdida en una casa-cárcel; lugar de realización del amor infame**

Erika Rodríguez Gómez***

Funerales

Alejandra Ríos Guzmán

Perdida en la ansiedad de perderme

Alejandra A. Estrada

Cuerpo y queja: gritos necesarios en medio de la pandemia

Laura J. Ramírez Guerrero

Perdida en la vida

Girlandrey Sandoval Acosta

 

Información adicional

Autor/a: Erika Rodríguez Gómez
País:
Región:
Fuente:

Leave a Reply

Your email address will not be published.