La caída de las Águilas

El teatro ha surgido como posible lugar para preguntarse sobre el mundo. No sólo consiste en la representación tal cual de la realidad, sino de otro lugar para enunciar(se) bajo nuevos lenguajes estéticos acordes a la intención comunicativa.

En nuestro país, sus expresiones más elaboradas datan de los años cincuenta, década en que surgen como necesidad de visibilizar distintas problemáticas que marcaban al país. En este principio de mantener su intención comunicativa, los grupos de teatro en Colombia optan por la ruta más difícil: hablar del conflicto.

Varias décadas de experiencias diversas, manifestadas por medio de decenas de grupos de teatro con asiento en ciudades como Cali, Bogotá, Medellín y otras, con festivales que reúnen a varios de ellos y van permitiendo el compartir de comprensiones artísticas, brindan argumentos para dialogar con propuestas de lenguaje corporal que también llegan desde otras coordenadas, con todo lo cual se estructuran las formas de representar que hoy toman cuerpo en la multiplicidad de grupos teatrales con que hoy cuenta el país. algunos de aquellos grupos aún perduran, otros no resistieron la ausencia de un política pública que los apoyara y potenciara.

En ese trasegar, hablar y crear esquemas representativos que narren el conflicto ha sido históricamente una tarea que asumen los y las creadoras de dramaturgias propias, con la intención de hacer visible lo invisible, lo oculto, lo prohibido; es así como el teatro se convierte en una posibilidad y herramienta para hablar y generar preguntas, vinculado con las problemáticas culturales, políticas y sociales de la época. Algo que encontramos, en los días que corren, por ejemplo,

También pierden sus alas

Este lugar de un montaje que genere preguntas, que cuente una historia de la realidad social del país, la encontramos en el Teatro Estudio Alcaraván, con su obra “La caída de las águilas”, escrita por Paola Guarnizo.

La obra se ubica en la Curva del silencio, un lugar al que llega después de un tiempo Ezequiel, quien es conocido y querido por la comunidad. El público es quien acompaña a este personaje durante la obra a través de su recorrido violento, contradictorio y doloroso que vive al llegar de nuevo a su pueblo, esta vez bajo la orden de los que andan en los cielos, volando como águilas y cóndores, dando órdenes sin pisar el suelo.

Esta historia es una llave para abrir la puerta a la memoria de la Masacre del Salado, una de las 42 masacres realizadas en la región de Montes de María durante los años 1999–2001 por parte de los paramilitares, llave que tiene la capacidad de abrir cientos de puertas que tienen tras de sí la misma situación: Una acción cómplice contra la vida entre el Estado, los paramilitares y los propietarios –invisibles– de la tierra en las regiones. Las Águilas han caído en todo el país, y tal vez es por ese motivo que, aunque la obra se construye desde la Masacre de El Salado, tiene la posibilidad de llevar al espectador a cualquier masacre de las cientos padecidas por diversidad de poblaciones que habitan este país.

El Salado es un corregimiento del municipio de El Carmen de Bolívar, dentro de los Montes de María, fundado en 1812 y alejado a 18 km del casco urbano. Antes de ser el epicentro de escenas de terror era conocido, al igual que la Curva del silencio, por su producción tabaquera y por las manos, como las de Salvador, que permitían su siembra en la región.

Desde el 16 de febrero del 2000, un conjunto de 450 paramilitares avanzan por toda la región haciendo de sus pasos un manto de sangre y sufrimiento. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, su acción demencial es la respuesta a un supuesto robo de ganado sufrido por un capataz o, en el marco de la obra, un Águila, Enilse López Romero. La comunidad había visto el 23 de diciembre de 1999 unos volantes amenazantes que caían al pueblo como plumas después de un vuelo rapaz.

La masacre de El Salado y su derroche de violencia ilustran de forma contundente una estrategia paramilitar sustentada en el uso y propagación del terror como instrumento de control sobre el territorio y la población. Situación que es puesta ante el espectador entre risas e indicios de llanto, pues en el desarrollo de la obra se presentan escenas que no dejan de otra que reflexionar.

Aunque parezca una situación propia del realismo mágico, varios comandantes paramilitares de los bloques armados allí desplegados se hacían llamar como animales “Gallo”, “Tigre” y “Pantera” entre otros. Esta situación no escapa a la agudeza de la obra, que consigue representarla, permitiendo que el público espectador se encuentre con unos animales capataces y dueños invisibles de la Curva del silencio.

«Cadena» y «El Gallo», eran los nombres de las estructuras paramilitares preexistentes en la región de los Montes de María, y quienes posibilitaron la incursión en el territorio de los otros: el de «El Tigre» salió desde San Onofre para encontrarse con los demás en El Guamo, donde empezaron su itinerario de muerte por la carretera Troncal de Occidente; ubicaron al de «Amaury» en la vía El Carmen de Bolívar-El Salado, y prosiguieron por San Pedro hacia Ovejas (CNMH, 2009, p. 42).

Reconstrucción de hechos reales, representados con ingenio y creatividad, de manera que la obra no quede reducida a simple panfleto, y que nos permite preguntarnos, ¿Qué herramientas usa el teatro para permitirnos acercarnos a sucesos que parecen ajenos a nuestra realidad inmediata, pero que suceden dentro de nuestro parámetro nacional?

El teatro en Colombia, como el canto, el cine y otras artes y expresiones culturales, ha sido el lenguaje y la forma, una de las artes a las que ha recurrido nuestra sociedad para expresar lo que la intimidación, la amenaza y el vil atentado impiden se exprese de manera franca. Con la creatividad que le caracteriza, con lenguajes indirectos, símbolos, metáforas, colores, sonidos y otros recursos que se entregan en cada escena al espectador, se le deja a este la labor de traducir o interpretrar los códigos de lo allí representado, buscando el tiempo, el espacio, el territorio, los nombres y características de los sucesos y personajes que llenan las “tablas”

Es por eso que el teatro no existe únicamente para el espectáculo, es además un lugar para la reflexión y la tarea de descifrar aquellos símbolos que dicen cosas, que dan información, que están, finalmente, cargados de significado. En esta obra, específicamente, podemos encontrar aquellos cuerpos que generan imágenes detrás de la escena en cuestión, los cuales no son personajes específicos sino que habitan el escenario como almas que están en la historia; no tienen rostro, más que un sombrero que los cubre, que no los identifica individualmente, pero que los representa de manera colectiva, representa todas aquellas víctimas de la masacre.

La existencia de símbolos y signos que se despliegan dentro del acontecimiento teatral acá comentado son muchos. La representación de la sangre, por ejemplo, cuando la capa para peluquear es gigante y roja, y se amarra, casi que apretando el cuello de Ezequiel, generando así esa sensación de presión y tensión del personaje, quien en su cuello siente la culpa de lo que pasará en aquel lugar, donde se derramará sangre. En definitiva, el teatro colombiano, como el latinoamericano, ha sido capaz de crear otras formas para visibilizar y denunciar.

A fin de cuentas, una obra de teatro como “La caída de las Águilas” busca, como dice Paola: “Una conmemoración a todas las masacres de Colombia en los últimos tiempos, porque en los últimos cien años lo único que hemos tenido acá son masacres y abusos al territorio y a la población civil, entonces es un homenaje a todas esas víctimas anónimas, que el estado ha olvidado en medio de todo su afán por obtener tierras”. Y ¿acaso no es necesario recordar? El teatro como herramienta poderosa para representar, crear y construir posibles mundos es la llave maestra para hablar de lo que poco se habla. “La caída de las Águilas” busca incomodar, llamar a la memoria, traer en sus hombros la existencia de quienes ya no están, homenajearlos, darles un nombre y un lugar.

“Queremos que el espectador termine indagando en qué país está, no en la burbuja que nos venden los medios de comunicación, ni en la fluidez que hay de estas noticias superfluas que hay en las redes sociales, sino que se interese realmente por el resultado de país que tenemos, que tiene que ver con los fenómenos y los acontecimientos perversos que hemos tenido que vivir como colombianos”.

Un propósito que valida y da continuidad a la función histórica cumplida por este arte, tanto en Colombia, en Latinoamérica, como en cualquier parte del mundo.

*Fotografías: Juan Sebastián Navarrete Aldana

Información adicional

Autor/a: Brenda Polanco y Sebastián Delgado
País: Colombia
Región: Sudamérica
Fuente: Periódico desdeabajo Edición noviembre 18 - diciembre 18 - 2022

Leave a Reply

Your email address will not be published.