El arte nos permite volver a respirar

Desde este año se me abrió un espacio en estas páginas para poder compartir algunas notas sobre temas culturales y, preferiblemente sobre arte y literatura. Además de agradecer la confianza a los editores, conviene emplear unas palabras para explicar la lógica que seguiré para proponer mis intervenciones.

En primer lugar, y considerando el contexto periodístico, escribiré textos breves con fines divulgativos sobre los temas que me parezcan más oportunos para el momento, sin que esto signifique que ellos coincidan con los argumentos de actualidad que circulen en el mismo periodo. Dicho de otro modo, la elección de los tópicos tratados no se fundará en un ímpetu de intervención hacia los acontecimientos más candentes de nuestro mundo, sino que se basará en el placer, y —por qué no— en el capricho personal.

Sin embargo, la perspectiva desde la cual escribo coincide con aquella de Walter Pedullá, un famoso crítico literario italiano recién fallecido, quien en su biografía Il pallone di stoffa (La pelota de trapos) escribe que a la literatura le había siempre pedido responder en última instancia de la vida. En mi opinión, que seguramente no tiene pretensión de ser absoluta, esta es la manera más interesante y, si se quiere, útil de aproximarse a la literatura y, más en general, al arte. Efectivamente, acercarse a los hechos culturales con esta postura, que me atrevería a llamar existencial, nos permite hacer las preguntas correctas a las obras, las cuales, si la duda está bien planteada y si se tiene la paciencia de escuchar, suelen contestar con unas respuestas inesperadas, que inclusive pueden marcar la diferencia en la vida del individuo que quiso comprometerse con esta tarea de forma seria y honesta. 

Por ejemplo, desde el punto de vista del lector aficionado, esto nos impide caer en la trampa neoliberal, que quiere vender los productos culturales como mercancía que hay que consumir rápidamente y en gran cantidad, ojalá de forma acrítica y sin prestar demasiada atención al contenido. Una de las consecuencias menos graves, pero llamativas, de esto la hemos visto en nuestras redes sociales en este último mes, en donde nos han sumergido en innumerables publicaciones en que se recopilaban los cientos de libros leídos a lo largo del año, pasando por alto el contenido de los mismos, privilegiando entonces la cantidad en desmedro de la calidad de aquellos. Mutatis mutandis, este fenómeno nos recuerda las advertencias que, en su época, nos hizo Adorno sobre los riegos de una mercantilización de la cultura en favor de los fines comerciales de la misma, con una consiguiente limitación de la capacidad crítica del ciudadano moderno a la hora de evaluar los riesgos políticos de su contexto.

Es más, incluso en el caso de un famoso crítico literario experimentado como Lukács, quien se dedicaba a descubrir todas las imposturas burguesas en la literatura contemporánea, puede pasar que una determinada postura hacia la literatura ayude a comprender mejor tu tiempo, y haga revaluar tu percepción de la realidad. De hecho, es significativa su experiencia en cuanto, después de afirmar que Kafka no podría considerarse de ninguna manera un escritor realista, cambió de opinión luego de que la invasión soviética de Hungría causó la caída del gobierno y la encarcelación de varios ministros, entre ellos el mismo Lukács, los cuales fueron “alojados” en un castillo en Rumania, sin acceso a las actas de acusación, y sin saber la naturaleza del tribunal que los iba a juzgar ni la eventual duración del proceso. Parece que un día, durante una espera agotadora, el filósofo afirmó que “entonces Kafka sí que era un realista”.

Siempre con respecto al autor checo, el arte puede también brindarte una escalofriante panorámica sobre tu futuro. De hecho, cuando en una entrevista le preguntaban a Primo Levi, un preso de Auschwitz que ha relatado su experiencia en varios textos, acerca de su experiencia como traductor de Kafka, él contesta que le tiene temor a Kafka… como al profeta que te informará sobre el día de tu muerte.

Por supuesto, no todos los ejemplos son negativos. También tenemos múltiples casos de personas que han salvado la vida gracias a una saludable relación con la literatura. Al respecto, sin traer a colación solo casos de personajes célebres, les puedo asegurar que, en el ámbito de mis estudios especializados sobre Kierkegaard, he encontrado muchos colegas que me han confiado que la lectura de sus obras les había salvado la vida en algunos de los momentos más difíciles de sus existencias. Es curioso el hecho de que el mismo escritor danés, afligido por una muy agobiante melancolía, logró seguir adelante gracias a su actividad literaria, sin la cual, probablemente, no tendríamos algunos de los textos más importantes de la modernidad. Por supuesto, estos son solo unos ejemplos sueltos de los beneficios que puede conllevar tener una postura adecuada hacia el arte.

En fin, soy consciente de que todas estas cosas puedan parecer obviedades, pero creo también que, en esta época dominada por la tecnocracia y la economía, sea importante repetirlas, para recordar que hay otras maneras de razonar y de vivir, las cuales no necesariamente serán rentables, pero seguramente nos pueden ayudar a sostener el peso de una existencia, que no siempre es liviana como quisiéramos. Dicho de otro modo, el arte nos permite volver a tomar el aliento perdido en la incesante carrera que nos impone la sociedad y, de algún modo, volver a respirar.   

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Información adicional

Autor/a: Fabio Bartoli
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°320, 20 de enero - 20 de febrero de 2025

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