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Un muro, que impide ver, da origen a un nuevo nicho de mercado

Un muro, que impide ver, da origen a un nuevo nicho de mercado

En la decadencia de los pueblos
o naciones se muestra que la ayuda que las superestructuras pueden
prestar a los esfuerzos del individuo particular por proseguir la vida
es tanta como ninguna. Entonces es

cuando se hace mucho más reconoci

ble que en cuanto el opus commune se

desintegra en el nivel superior,
los hombres sólo se pueden regenerar en unidades pequeñas.

Peter Sloterdijk

 

Hace algún tiempo ya, mis ojos no se detenían a mirar los muros de las calles. Los grafitis de mi generación, lenguaje poético en frases ingeniosas y simples, se esfumaron, y los nuevos, especie de pinturas cifradas en muchas ocasiones eran incomprensibles para mí y de una monotonía de arabescos que me hacía ignorarlos. Por lo demás, los carteles nunca evolucionaron de los hechos en screen y pegados con engrudo.

 

Pero si no ves el muro, es seguro que te estrelles. Me ocurrió días atrás, sin poder evitarlo. Di con unos cartelitos tamaño oficio pegados unos tras otros en un mural de un metro por tres, entremezclados con unos que anuncian feria de licencias de construcción en las curadurías urbanas de la ciudad, que a mi entender preludiaban la entrada a un nuevo nicho de mercado. Se invitaba a los jóvenes a utilizar (pagado por sus padres) la hidroterapia para contrarrestar “adicciones y ludopatías”.

 

Es innegable que los chicos, hoy más que nunca, pasan mucho tiempo de su vida frente a aparatos de juego –maquinitas o juegos, como se les llama en el argot popular– a los cuales acceden en locales que aparentan estar legalizados (supongo que “legalizados” quiere decir que están aceptados por la sociedad, aunque a ella no se le haya preguntado claramente) y otros que, por sus componentes, son más amenazadores, pues son sitios donde la mayoría de las veces se mezcla el juego con el consumo de drogas. Pero también, con el avance tecnológico y el sentimiento de culpa de los padres por tener que dejar solos a sus hijos la mayor parte del tiempo, ha aparecido un grupo cada vez más en ascenso de niños y jóvenes que pasan sus horas libres en casa frente a un aparato de juego o el computador conectado a internet sin fronteras (en todo el sentido de la palabra) o juegos para instalar.

 

 

No es tan simple la mirada que se le puede dar a esta situación. Habrá que verla desde varios frentes:

 

En primer lugar, desde la perversidad del sistema económico, que cada vez exige mayor tiempo de trabajo de los padres para poder obtener ‘producción’, por un lado –el de la empresa–, y mayor capacidad de pago, por el otro –el del trabajador.

 

En segundo lugar, el consumismo, que ha llevado a las familias a exigirse cada vez más para obtener no ya comodidades sino lujos que artificialmente les brindan, o creen que les brindan, un mejor posicionamiento en la sociedad: un televisor última generación, el carro (en estratos 3 y 4) y los elementos de entretenimiento de sus hijos, ya que no solamente los padres no están con ellos sino que, además, cuando están en casa, “están cansados” u ocupados de los quehaceres necesarios del hogar.

 

Finalmente, la hipocresía de la sociedad que, por un lado, pretende tener individuos sanos y por el otro promueve, con el uso de los mass media, el consumo de sustancias y elementos de ‘entretenimiento’ peligrosos para la salud.

 

 

La perversidad del sistema


En el primer aspecto, el capitalismo no ha dejado resquicios. Se empeña en generar ganancia a cualquier precio, y la familia, unidad importante de soporte social, se ha visto considerablemente afectada, ya que los niños deben ir al ‘jardín’, muchas veces desde los tres meses de edad, es decir, una vez que la madre cumple su licencia de maternidad. A partir de ese momento, los padres deben redoblar esfuerzos si realmente quieren participar del crecimiento de su hijo sin dejar de percibir lo necesario para su subsistencia. Los resultados de tal condición se manifiestan en los comportamientos de los infantes, que crecen prácticamente bajo la tutela del televisor (para nadie es un secreto que los programas que se emiten no tienen casi nada como aporte al crecimiento personal del individuo), que reproduce e impulsa la práctica del consumismo. Y es ahí, en esta segunda cara, donde el individuo en formación termina por perderse, ya que la publicidad y los programas anodinos les imponen un pensamiento empobrecido en el cual la moda, el individualismo, la violencia y las prácticas nocivas para la sociedad (como la acumulación de cosas que cubren necesidades creadas) se promueven como paradigmas, y la dependencia de estos mundos artificiales se asienta.

 

Consumismo desaforado

 

En las últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI, el desarrollo tecnológico diversificó esa dependencia con la llegada de los juegos electrónicos –mayoritariamente, apología a la guerra y la competencia–, que llevan a niños y jóvenes a pensar en evadir o dejar la escuela. El reto de ganar, una de las estrategias más recurrentes en el juego, se fue convirtiendo en una serie de noveladas etapas que de los episodios fueron haciendo vagones de un tren sin fin en que niños y jóvenes entierran su tiempo. Los padres, que trabajan duro para lograr que la maquinita entre a casa –en la cual cree que sus hijos están “más seguros”–, se desentienden de lo que sucede frente a ella, y cuando reaccionan es ya tarde. El chico ha sido ganado desde la publicidad o desde la estrategia consumista por el juego o la máquina.

 

La hipocresía


En este punto es necesario hacer visible la tercera cara: la hipocresía de la sociedad capitalista, que por un lado veta y por el otro promueve prácticas dañinas para el individuo. Esto no es nuevo; es tan viejo como la figura de la ganancia. Una de las mayores rentas del capital la producen las empresas que fabrican alcohol para consumo humano. La venta de cigarrillos se hace en sitios en los cuales se expenden productos de primera necesidad, y con una mínima restricción de consumo hacia los menores de edad. Igualmente, la venta de aparatos electrónicos de juego y software de entretenimiento es libre y ampliamente publicitado. Cuando más, se advierte a los padres sobre su responsabilidad en el control de su uso, pero ya sabemos dónde están los padres.

 

Asimismo, el fútbol, deporte que se masificó con la radio y la televisión, es usado por la publicidad para promover consumismo y alcohol. En lo micro es utilizado por grupos permeados por el narcotráfico para expandir el consumo de drogas y promover la delincuencia. La hipocresía de la sociedad ha llegado hasta el extremo de asociar el deporte y el entretenimiento con productos adictivos, ya que esos productos patrocinan jugadores, equipos y justas deportivas. Sin embargo, la mayor máscara de hipocresía y de uso de los seres humanos por sus propios semejantes está por evidenciarse. Como lo dijimos en el primer párrafo de este artículo, ahora la sociedad empieza a ver en estas conductas adictivas una fuente de lucro nada despreciable.

 

Tanto el consumismo como la adicción tienen ahora en la medicina mercantilizada un camino para seguir siendo lucrativos, y no hablo únicamente de tratamientos paliativos que fungen de curativos: hablo de la medicina institucionalizada que, permeada por el capital, encuentra una fuente de ingresos in crescendo en la formulación de medicamentos y costosos tratamientos para las recién declaradas enfermedades.

 

La sociedad crea los males, y la familia, en vía de extinción, tiene que sufragar los gastos de recuperación, haciendo que nunca termine el círculo infernal de trabajar más para ganar más, porque necesitamos más. Sumado a esto, igual que en la medicina tradicional, solamente se ataca el mal cuando su peligro es inminente, en vez de construir canales de prevención. Fortalecer la familia como núcleo social, dando espacios para la socialización entre sus miembros y brindándole a la escuela los necesarios espacios para repensarse, serían dos caminos indispensables para el re-encuentro de la sociedad con sus jóvenes y sus niños.

 

Pero en la realidad, por el contrario, las nuevas generaciones están siendo moldeadas por los medios de comunicación y el mercado. Sin competidores, la publicidad, reina de los mass media, construye una sociedad dependiente que camina a la luz de las necesidades del mercado y alejada de toda ética humana.

Información adicional

Autor/a: Julia Pacheco
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