Los medios masivos de comunicación de la capital colombiana no desaprovecharon el fallido intento de recuperar para la ciudad el proceso de recolección de basuras, que la alcaldía de Gustavo Petro pretendió en el segundo semestre del 2012. El alarmismo generado por la prensa tenía dos objetivos fácilmente identificables: de un lado, la defensa a rajatabla de los intereses privados sobre los públicos y, del otro, sembrar en el imaginario ciudadano que el complejo problema de los desechos se reduce tan sólo a su recolección. Con esto último, lo urgente, como siempre, terminó sepultando lo verdaderamente importante, y la complejidad del problema pudo nuevamente ser ocultada.
La generación de basuras, su recolección y centralización, y el destino final de los residuos, son etapas que no pueden analizarse ni tratarse de forma independiente, y en Bogotá, luego del impase, quedó la sensación de que el problema se reduce a quienes –y bajo que denominación– recogen las basuras y las llevan a un relleno sanitario.
El asunto, sin embargo, es mucho más serio y ya ha prendido las alarmas de las instituciones multilaterales, que ven en el proceso de generación y eliminación de desechos, uno de los problemas más graves a enfrentar en la actualidad. Parafraseando al economista del siglo XIX Thomas R. Malthus, hoy se puede afirmar sin temor a equivocaciones, que mientras la población crece en progresión aritmética las basuras crecen en progresión geométrica, amenazando con desbordar todas las previsiones.
El mundo: un basural
El Banco Mundial (BM) publicó en junio de 2012 un informe titulado Menudo desperdicio: Un examen mundial de la gestión de los residuos sólidos, en el que muestra como en los últimos diez años la población urbana del mundo pasó de 2.900 millones de habitantes que generaban 0,64 kilógramos de basuras por persona y por día, a 3.000 millones que están generando 1,2 kilógramos por persona y por día, con lo que la producción de residuos sólidos urbanos (RSU) saltó de 680 millones a 1.300 millones de toneladas. En otras palabras, mientras la población urbana creció 3,5%, las basuras casi se duplican.
Es un lugar común entre los expertos relacionar la cantidad de basuras por persona con el nivel de desarrollo de los países, lo que sin duda debiera parecer, a los más sensatos, un verdadero contrasentido. Sin embargo, es esa una realidad que el capitalismo ha naturalizado, hasta el punto que las proyecciones sobre el crecimiento de las basuras se hacen al alza sobre el supuesto de que las personas, en promedio, van a “elevar” su nivel de vida (se estima que el volumen de residuos sólidos municipales generados para el año 2025 será el doble del actual). Nada mejor, seguramente, para calificar el tipo de desarrollo al que nos impulsa el capital, pues basura y progreso se hacen sinónimos. Un habitante de un país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a los más “desarrollados”, genera 3,38 veces más basura (2,2 kilogramos de basura/día) que un africano (0,65 kgs/día), y casi cinco veces más que uno del sur de Asia (0,45 kgs/día).
Si se observan los valores mínimos y máximos que por regiones asume la generación de basuras (ver cuadro), llama la atención que son África y el sur de Asia los que tienen los valores más bajos (las regiones más pobres), pero, que los valores de los límites superiores no se dan en las sociedades más ricas sino en las más asimétricas, entre las que destaca América Latina con 14 kilogramos/persona/día, en una muestra más que los grupos privilegiados de nuestros países son grotescamente derrochadores y más irracionales que el resto de la humanidad. Lo que da pié para pensar que, entre nosotros, la reducción de los desechos pasa por superar la inequidad en la distribución del ingreso.
Los datos anteriores se limitan tan sólo a los residuos sólidos urbanos que son los más estudiados. Sin embargo, en los Estados Unidos, que con el 4,6% de la población mundial produce poco más del 30% de los residuos totales, los RSU representan tan sólo el 1,5%, mientras que los procesos extractivos (minería y combustibles) son el 75%, la agricultura el 13% y la industria el 9,5%; por lo que unos cálculos gruesos llevarían la cifra de los desechos totales a 16 mil millones de toneladas por año. Para el mundo, esa escandalosa cifra sería cercana a los 86.667 millones de toneladas. Lo que no debe extrañar en un sistema en el que la producción de los minerales metálicos, para citar un ejemplo, requiere remover 16 toneladas de materiales por cada tonelada producida, o, donde por cada tonelada de producción agropecuaria se pierden de forma directa o indirecta cinco toneladas.
El año 2001 quizá se inscriba de forma definitiva en la historia de la humanidad, no tanto por el derribamiento de las Torres Gemelas como porque en ese año el vertedero de la ciudad de Nueva York, a orillas del estuario de Fresh Kills, se convertía en la mayor acumulación de desechos en la historia de la humanidad, con una altura superior en 25 metros a la Estatua de la Libertad, si es cierto el dato consignado en el Libro de la Ignorancia General, en el que también se aduce que pudo competir con la Muralla China, como la estructura humana más grande visible desde el espacio. Quizá, también, los estudiosos del futuro puedan establecer relaciones convincentes entre la declinación del imperio y el límite alcanzado por su montaña de basuras. El BM al asegura que en el 2004 China superó a EE.UU en la generación de desechos, lo que no deja duda acerca de que el poder en el capitalismo está directamente relacionado con los cerros de basura que se esté en condiciones de generar. ¿Y a eso es a lo que llamamos progreso?
¿Capitalismo con “cero basuras”?
El concepto de “basura Cero”, desarrollado sobre la base de las experiencias de Camberra en Australia y San Francisco en los Estados Unidos, se basa en tres principios fundamentales: i) reducir la generación de residuos; ii) revalorizar (reciclar) y iii) reutilizar. Ahora bien, sobre el primer punto se debe interrogar, seriamente, acerca de la verdadera posibilidad de reducción de residuos en un mundo en el que la obsolescencia planificada se acelera cada vez más como estrategia productiva y donde el efecto imitación conduce a las poblaciones a cambios acelerados de los modelos de sus bienes como estrategia competitiva, independientemente de la vida útil de los objetos. En este punto, de lo que se trata es de alterar completamente no sólo la lógica cultural que nos rige sino la lógica productiva, planteándose la necesidad de transformaciones radicales en el sistema. En el caso de las bombillas, por ejemplo, es técnicamente posible que su duración sobrepase en mucho la actual (se habla de una bombilla producida por Shelby Electric Company que está encendida desde 1901), sin embargo, no es la tecnología lo que impide su generalización sino las necesidades de las compañías de sostener su ritmo de ventas. En esto, el ambientalismo ingenuo debe empezar a entender que el problema va más allá de apagar con más frecuencia los focos o reentrenar los ojos para desarrollar actividades con poca luz.
Sobre el reciclaje es mucho lo que se ha dicho y escrito, sin embargo, en EE.UU el porcentaje de material reciclado apenas supera el 30% (las metas para Bogotá son el 20%). Y es que en este proceso, el balance económico y energético es fundamental, pues cuando se trata de materiales que aún no son escasos, la lógica de la ganancia dicta que el reciclaje se vuelve atractivo si sus costos son menores que los de extracción. Y en lo que respecta a la dimensión ambiental, lo que se debe tener en cuenta es que los consumos de energía y las respectivas emisiones contaminantes no sean superiores a las generadas en los procesos extractivos, pues de lo contrario nada se estaría ganando en este sentido.
La reutilización, que se diferencia del reciclaje en que allí no se presenta ningún proceso transformativo, se reduce en nuestro medio al comercio de los “ropavejeros” y algunos mercados de muebles o herramientas, que representan muy poco. Sin contar con la estigmatización social en la que la práctica se encuentra involucrada.
¿No hay nada que hacer, entonces, diferente a enterrar los residuos? Si, si vemos que en la composición de los desechos, son los de origen orgánico los dominantes (ver gráfico). Puesto que además de combatir la irracionalidad del desperdicio que ha llevado a que en el mundo de los 4 mil millones de toneladas métricas de alimentos que se producen, 2 mil millones se conviertan en basura, es posible reimpulsar el ciclaje de este tipo de materia (el tan mentado de “la cuna a la cuna”, en sustitución de “la cuna a la tumba”) a través del compostaje.
Debe señalarse que entre las múltiples razones de la conversión de la comida en basura –en un mundo en el que padecen desnutrición cerca de mil millones de personas–, se encuentran las razones cosméticas. El 30% de los alimentos cosechados no llega al mercado por razones de “calidad” que en buena medida tienen que ver con el tamaño del producto, el color, la forma, manchas naturales en la cáscara o la vaina, etcétera, detalles que nada tienen que ver con contaminación, sabor, deterioro u otro tipo de reales impedimentos para ser consumidos.
Y en cuanto a los alimentos procesados, también hay mucho que hacer. El Parlamento Europeo se propone legislar sobre la reducción de los precios de los alimentos cuando estén próximos a la fecha de caducidad, con el fin de reducir la cantidad de alimentos no vendidos que se tiran. Cualquier avance que penalice la conversión de los alimentos en basura, como un delito de lesa humanidad, debe ser bienvenida e impulsada.
Lo anterior es tan sólo una pequeña muestra que trata de señalar dónde reside realmente el origen del problema de las basuras, que no puede reducirse al de su “clasificación en la fuente” recolección y destino final, sino que arranca del principio del consumismo, que es la piedra angular del capital, y cuyo desmonte se hace necesario si de verdad no queremos ahogarnos en un mar de desperdicios.
Bogotá no es la excepción
La visibilización del problema de las basuras en nuestra capital, desafortunadamente, redujo la dimensión real del problema a uno de sus aspectos. Se desaprovechó la oportunidad de sensibilizar a la opinión pública sobre la irracionalidad que esconde el llamado problema de los desechos y las contradicciones que allí se ocultan.
La actual administración enmarcó el problema dentro del criterio de “basuras cero”, que en nuestra región se ha desarrollado con algunos avances en Buenos Aires, pero, de esto no se hizo una ofensiva real que llevara a poner en primer plano una discusión amplia sobre el tema. En Colombia, desde el 2007, cuando se presentó en el Senado el proyecto de ley 04 de ese año, se habla de “basura cero” sin que el tema trascienda a las comunidades.
En el proyecto de acuerdo, propuesto para Bogotá, se puede leer como parte de la metas, “poner en operación 6 parques de reciclaje y 60 bodegas especializadas de reciclaje”, lo que genera dudas sobre si el concepto de “reciclaje” se concibe tan sólo como el de selección y bodegaje de material reciclable. También se puede leer allí: “constituir y operar 60 empresas de reciclaje”, dando la sensación de que el problema se reduce a la buena voluntad, y que allí no cuentan el mercado ni las posibilidades de retorno económico y ambiental.
Brilla por su ausencia, en cambio, el tratamiento de los residuos orgánicos, que según el estudio de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP), Caracterización de los residuos sólidos residenciales generados en la ciudad de Bogotá, se constituyen en los de más peso entre los residuos sólidos urbanos (“A nivel global, los residuos de comida preparada, como no preparada, constituyen aproximadamente el 60% del total de los residuos sólidos generados en la parte urbana de la ciudad”).
Este estudio, además, estima una cifra de 0,32 kilogramos/persona/día, muy lejos de los 0,93 que el estudio de la ONU-HABITAT, Estudio de las ciudades de América Latina y el Caribe 2012: Rumbo a una nueva transición urbana, calcula como promedio para las ciudades de América Latina. Igualmente, las 2.058 toneladas diarias que arroja el estudio de la UAESP se muestran muy bajas respecto de las 7.535 toneladas/día que el proyecto de acuerdo 010 de 2012, sobre reciclaje, esgrime en las respectivas motivaciones. Las discrepancias suman aún más dudas sobre el conocimiento que se tiene de la problemática, y justifican impulsar un verdadero debate en el que se muestren las contradicciones de un servicio privatizado, cuya rentabilidad depende de que se generen más y no menos basuras, y en el que el llamado material reciclable, que ha sido ya pagado por el consumidor, termina apropiado por quienes lo han cobrado previamente, los empresarios productores.
Reducir, reutilizar y reciclar es un lema cuyo alcance traspasa las fronteras de la voluntad y la información, pues toca la racionalidad misma de las lógicas del producir y consumir que se han impuesto. La basura electrónica, en pleno crecimiento, y los residuos nucleares, son temas aún más complejos que se escapan a una simple nota de periódico, pero que remarcan las fuertes contradicciones en las que hoy se inscribe el funcionamiento de nuestra sociedad, y que a los movimientos que propugnan por un mundo verdaderamente amable les corresponde sacarlas a la luz.
Pero más allá de todas estas debilidades, hay una oportunidad a la mano. Esforcémonos porque el traspié de diciembre sobre una parte de la problemática de los desechos, no termine ahogando la discusión e impidiendo un conocimiento amplio y crítico del problema.
Cuadro 1
Generación de residuos sólidos (kgs/persona/día)
Región | Límite Inferior | Límite Superior | Promedio |
África | 0,09 | 3,00 | 0,65 |
Asia Oriental y del Pacífico | 0,44 | 4,30 | 0,95 |
Europa Oriental y Asia Central | 0,29 | 2,10 | 1,10 |
Latinoamérica y Caribe | 0,11 | 14,00 | 1,10 |
Medio Oriente y Norte de África | 0,36 | 5,70 | 1,10 |
OCDE | 1,10 | 3,70 | 2,20 |
Sur de Asia | 0,12 | 5,10 | 0,45 |
Fuente: Banco Mundial.
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