Bogotá electoral: indicador del cambio de régimen político en Colombia

Se considera que Bogotá, la principal ciudad electoral del país, ha dejado de ser, a partir del siglo XXI, el fortín electoral del establecimiento frentenacionalista que de marras ha gobernado al país. Por lo tanto, y ahora, referente de la emergencia de un nuevo régimen político en Colombia.

Las elecciones regionales en Colombia, a realizarse en el mes de octubre, se enmarcan en una doble condición transicional, una de largo plazo, de carácter civilizatorio, que cobija a todo el planeta y la otra, de mediano y corto plazo, en relación con la dinámica que va revistiendo la posible transición hacia un nuevo régimen sociopolítico en el país. Un marco caracterizado por la alta tensión e inquietante expectativa global y local.

A nivel global, en relación con la situación civilizatoria, por cuanto, hasta que no se dé la emergencia de las nuevas instituciones económicas, políticas, sociales, culturales. etcétera, que caracterizarán la nueva época, se mantendrá en el planeta la puja entre las formas caducas y sus actores que se resisten a reconocer esa indetenible condición, y las inéditas que, ensayando y errando van dándole forma a las nuevas requeridas.

Un devenir que, en términos sociales y humanos, resulta severo para todo el mundo inocente o no de la situación, debido a que, cuando los sistemas sociopolíticos y sus instituciones han alcanzado el límite de sus rendimientos o alcances posibles; sus actores, con el objeto e mejorar esos rendimientos, persisten en continuar gastando prodigios de ingenio y elevadas cantidades de energía en importantes recursos humanos y materiales, mientras pasa desapercibido el verdadero factor limitador*; cuyo relevo incrementa su entropía, pues al resistirse a desaparecer persiste en recuperarse invirtiendo más energía de la que necesita; como se ilustra cuando se mantiene en sobrevivencia a un enfermo terminal. De ahí que la situación que nos presenta el panorama mundial en cabeza de los EE.UU y Europa, nos rememora la tensión y conflictos variopintas dados entre las formas monárquicas feudales y las liberales republicanas, en la transición de la premodernidad a la modernidad.

Enmarcado en este entorno global, la situación del país, desde 2022, se ve matizada con la asunción del gobierno por parte de la coalición del Pacto Histórico en cabeza de Gustavo Petro; con el que se avizora la emergencia de un posible cambio en el régimen político colombiano, dominado centenariamente por la coalición partidista liberal-conservadora y su régimen frentenacionalista, hegemonizado por el notablato de abolengo centralizado desde los orígenes de la República en la capital: Bogotá.

Sabemos que ese notablato se incubó en la misma Colonia, cuyas características socioeconómicas, políticas y culturales se proyectaron en la República, pues la susodicha Independencia fue solo el paso de la administración de la cosa pública en manos de los españoles a sus hijos, los criollos notables, hacendatarios y comerciantes, centrados en Santafe de Bogotá; cuyas fracciones más retardatarias de los partidos liberal y conservador se coalicionaron para mantener la administración heredada del Estado fundado por la monarquía hispana.

Se trata de una coalición que, como un frente bipartidista, se opuso desde entonces a todo intento de modernizar el país, es decir, de ponerlo a tono con la sociedad capitalista y su democracia liberal ya vigente en el mundo, como fueron los intentos liberales de José Hilario López en 1849, Alfonso López Pumarejo en 1936 y Carlos Lleras Restrepo en 1968, que colocaban como columna vertebral de la misma a la reforma agraria, pero que terminaron fallidas en el Senado dominado por la coalición frentenacionalista. De ahí que se considere que, esa coalición y su régimen bipartidista frentenacionalista, es la que ha dominado el país desde siempre, y que hoy se resiste a la posible emergencia de uno nuevo, es decir, a ser desplazada del ejercicio gubernamental.

Es evidente que el propósito del gobierno de Gustavo Petro es un cuarto intento por modernizar el país y ponerlo a tono con los nuevos retos civilizatorios, que incluye la sobrevivencia de la vida en el planeta, como él mismo lo ha expresado y como se constata en su plan de desarrollo. Lejos está su propósito de plantearse la constitución de un régimen socialista o comunista que, como igualmente lo ha afirmado públicamente, hoy nadie sabe qué es eso. Un marco en el cual resulta insólito que, desde antes de ser elegido el poder del notablato le hiciera firmar en notaria que no expropiará (se entiende que fundamentalmente la tierra, objeto de marras de la modernización), un hecho inédito en la historia de la política mundial (quizá con el único antecedente el de Juan sin Tierra de Inglaterra quien, en 1215, tuvo que ceder a la presión de los barones feudales firmando la famosa Carta Magna).

Pese a lo anterior, es decir, a demostrar el gobierno su consecuencia con respetar la Constitución de 1991, cuya realización de los derechos y deberes en ella normados son su propósito –y que no atentan contra los derechos de los notables–-, estos han persistido en hacerle ingobernable su gestión; y no precisamente acudiendo a acciones dignas de una clase con creencias, valores y propósitos “realmente notables”, sino acudiendo a las formas políticas y morales más viles, difundidos a través de sus medios de comunicación; expresión, precisamente de su decadencia e impajaritable relevo histórico.

Esta situación de relevo supuesto, tiene su punto de lanza a la ciudad de Bogotá. Esta ciudad es innegable que, desde marras, es la unidad económica (24% del PIB), social, demográfica (15%), cultural, ideológica, electoral (15%) y política-administrativa más importante del país. Ella es su expresión condensada y punto de referencia, pues sus dinámicas marcan la pauta de su devenir. Por eso mismo es reconocido por todos que su poder ejecutivo es el segundo más importante de la nación, que se refrenda en su comportamiento electoral.

Bogotá que, como Santafe de, fue el nicho en el que se incubó y consolidó el poder del centralista del notablato y su régimen frentenacionalista, en 1994 rompe el hechizo de esta hegemonía, eligiendo como alcalde a Antanas Mockus, un candidato independiente de los partidos políticos tradicionales y/o frentenacionalistas, que desde entonces desaparecen del espectro de elegidos ilustrado en los partidos y apellidos no notables de sus candidatos. Mockus reemplazaba a Jaime Castro (1992-1995) el último de los alcaldes liberales.

Como se puede ver en el cuadro de alcaldes elegidos entre 1994-2022, formalmente desaparecen los alcaldes liberales y conservadores; y si consideramos a Enrique Peñalosa como representante del establecimiento de notables, lo fue, renegando de la denominación de alguno de sus partidos de origen, lo que ya nos resulta simbólicamente muy significativo en términos políticos. Esta situación se refleja igualmente en el actual Concejo en el que los liberales con 7 curules (15%) y los conservadores con 2 (4%), junto a los 5 camuflados de Centro democrático y los 4 de Cambio Radical suman solo 18 (40%) de los 45 que conforman ese cuerpo legislativo. No sobra decir que esta situación de Bogotá contrasta con el comportamiento electoral del país en donde, a nivel del Senado, de los 102 curules 16 son del partido Conservador (15.6%), 15 del Liberal (14.7%), 14 de Centro Democrático, (13.07%), 11 de Cambio Radical (10.7) y 10 del partido de La U (0.98%), para un total de 66 (64.7%), en fin, representativos del notablato. Que explica el porqué de las trabas que tiene el gobierno para adelantar sus reformas y avanzar en la implementación de un nuevo régimen.

En ese marco, si observamos el actual abanico de candidatos para la alcaldía de Bogotá: Gustavo Bolívar, (Pacto Histórico), Carlos Fernando Galán (Nuevo liberalismo), Juan Daniel Oviedo (Con todo por Bogotá), Rodrigo Lara, (Independiente), General (r) Jorge Luis Vargas, (Cambio Radical), Diego Molano (Reconstruyamos a Bogotá) y Jorge Enrique Robledo, (Dignidad y Compromiso) no portan los apellidos (López, Santos, Lleras, Turbay, Pastrana, Gaviria, Peñalosa) ni los partidos: Liberal, Conservador o del Centro Democrático; tampoco se afirman como representantes o voceros del régimen de notables; los más afines: Lara, Vargas, Molano y Galán, les son vergonzantes. El hecho mismo que quieran dejar sin candidato al Pacto Histórico, demandando la candidatura de Gustavo Bolívar, demuestra la bajeza de las tácticas electorales a que acude el establecimiento para poder prolongar la entropía de su agónico relevo.

Concluyendo, el establecimiento de los notables y su rancio régimen frentenacionalista –actualizado como Seguridad Democrática–, hace rato perdió a Bogotá, el gran síntoma para que en el mediano y largo plazo se dé un cambio de régimen en el país. Las elecciones regionales ad portas, serán el termómetro de ese proceso, en nuestro criterio, tortuoso, pero irreversible.

*    Rosnay, J. D. (1975). El Macrosocopio. Hacia una visión global. España: A.C.

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Información adicional

Autor/a: Luis Humberto Hernández
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°306, 18 de septiembre-18 de octubre de 2023

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