Más que decir, hay que…

“No basta con poner el huevo, hay que cacarearlo”, dicen en el campo. Es este un proceder esencial para evitar que el fruto del esfuerzo realizado termine sin ser visto, perdido entre la maleza, apropiado por otros o comido por algún depredador. En el caso que nos ocupa, opacado por los contrarios.

Poner y cantar el huevo, una experiencia de vida gestada en la evolución de milenios de las especies, que nos enseña lo esencial que es hacer, pero también lo fundamental que resulta saber comunicar, algo mucho más pertinente al tratarse de la dirección de un gobierno. Es este un reto mayor en tiempos como los que corren, de comunicación en tiempo real, computarizada, detrás de la cual opera una infinidad de programadores, bots y otras herramientas diseñadas para enviar y reenviar determinados contenidos, muchos de ellos falsos y que, si no se quiere que prosperen, deben ser desmentidos. De igual manera, hay que proceder cuando la oposición asume, lidera y pretende concretar despropósitos.

Cacarear el huevo, como se puede deducir, se trata de una realidad y un reto que terminaron por empotrar a la comunicación como propósito prioritario de todos los gobernantes. Es un deber hacer en el centro del cual descansa el objetivo cotidiano de la disputa de la opinión pública, y con ella el favor ciudadano, su beneplácito a la gestión.

Saber comunicar, además de saber hacer, implica equipo, bien ensamblado en todos los aspectos que demanda el hecho de gobernar, un deber ser colectivo que por las características del suceso político-comunicativo, en tiempos de pantalla y de redes sociales, de manera contradictoria implica que la cabeza del gobierno se exponga cada día, tratando de llegar a las fibras más profundas de la población. Con este esfuerzo se debe estar cada día en el centro del debate nacional, además de imponer la agenda mediática, y no que sus adversarios se la impongan y lo lleven a la defensiva.

Se trata de un reto prioritario para un gobierno como el que hoy ocupa la Casa de Nariño: garantizar la percepción de su esencia, esto es, el cambio, y evitar ser visto como “más de lo mismo”, obliga al despliegue con liderazgo de una agenda mediática que se muestre cautivante, convocante, integradora, la misma que debe coincidir con las acciones cotidianas de todos y cada uno de sus ministerios y dependencias de primer nivel.

Como se ve, un gobierno como el de la Colombia de hoy se halla ante la exigencia de un hacer colectivo pero que, por las dinámicas desprendidas de los canales de la comunicación moderna, termina demandando e imponiendo la imagen y el mensaje del líder. Es el espectáculo, un fenómeno cultural impuesto en las últimas décadas del capitalismo, con la individualización asociada al mismo.

En el manejo de empresas, esa labor recae en la persona identificada como ceo, en su capacidad administrativa y gerencial, la cual, para alcanzar sus mejores réditos, exige motivar, saber descentralizar, llamar la atención en el momento adecuado, reconocer los propios errores y, por tanto, corregir y potenciar las cualidades de cada uno de sus ejecutivos. Evidentemente, es un proceder que, para el caso de la dirección de un país, implica otros muchos procederes asociados a ello: motivar la participación constante de las gentes, sembrar convicciones, movilizar en acción común, enamorar en la necesidad del cambio, potenciar espacios para que la población se sienta reconocida y con posibilidades de realizar todo aquello que se considera necesario para el país y para ella misma. Ese proceder debe ir de la mano de saber develar un cúmulo de inevitables manipulaciones y desinformaciones de los exponentes de la tradición, reconstruyendo en todo momento la historia nacional y, en ello, dejando ver quiénes se han servido del Estado en provecho propio, y cómo lo han hecho. Desde luego, hay que saber actuar para que lo negativo no vuelva a suceder. En síntesis, hay que hacer del acto de gobernar un hecho comunicativo y educativo.

Este último propósito es fundamental, toda vez que en tiempos en los que priman las noticias falsas, además de la superficialidad en el tratamiento de los sucesos, se presenta como elemento básico la capacidad de análisis, aprendiendo a leer entre líneas, sabiendo separar el grano de la paja, identificando lo que beneficia a las mayorías de aquello que las perjudica. Ello debe ocurrir dentro de la dinámica de un proceso y un actuar integrales en los cuales se requiere potenciar el amor a las letras, construyendo para ese propósito miles de círculos de lectura en los barrios y los conjuntos residenciales, como espacio para el debate cotidiano y, con ello, para propiciar que el gobierno esté cada vez más asentado en redes y tejidos territoriales. Círculos a su vez pueden asumir la construcción de redes comunicativas, produciendo video, radio, periódicos o canales de whatsapp o similares. Sencillamente, hay que comunicar, educar, descentralizar, organizar.

Es un reto en nada despreciable, ciertamente difícil de concretar; un reto que se tiene que materializar de manera constante y con logros efectivos en el mediano y el largo plazo. En este punto, la alfabetización política y digital se torna como un propósito de cambio real, y que depende de las mayorías y no de minorías, así se consideren de izquierda. Tal objetivo también implica, como lo veremos más adelante, el manejo de modelos de programación, de encriptación, lo cual debe comenzar por lo más elemental: saber proteger la privacidad, dejando a un lado el narcisismo que hoy impera por doquier, un deber ser que puede golpearse con el muro de la realidad. Más de lo mismo: corrupción, mucho decir y poco hacer, personalismo, gobernar con los de siempre, todo ello característico de quienes le antecedieron, cuadra y marca de algún modo la dinámica de la actual administración. Es una realidad que franquea la agenda comunicativa, derivada, por tanto, en propaganda y, por ello, con posibilidades de permear e impactar entre sus fieles, y no mucho más.

Pero una agenda comunicativa, en un gobierno que se dice del cambio, también debería romper con estándares, ser novedosa, y ello demanda, en primera instancia –así parezca suicida–, no caer en el personalismo y sí enrutarse hacia lo colectivo. Es decir, no centrar la agenda comunicativa en las redes sociales. De ser así, conscientemente, implicaría apoyarse, ampliar y fomentar los medios de comunicación de todas las organizaciones populares, comunitarias y similares, existentes en el país, potenciando por esa vía –con su convergencia de propósitos, planes, mecanismos y acciones comunes–, la construcción de un sistema nacional de comunicación alternativo y, en esa forma, actuar, pensarse y proyectarse más allá de los cuatro años de mandato, con la vista puesta en un proyecto de gobierno de largo plazo –tres décadas por lo menos que, como es lógico, depende para su éxito de la fortaleza de los tejidos populares. Un proceder de esa naturaleza necesariamente educa y organiza, además de comunicar.

Un estímulo de tal naturaleza a lo comunicativo comunitario también debe alentar su autonomía, sin demandarle silencios ni comportamientos cómplices o adulatorios en ningún momento. No se puede asimilar la necesaria y saludable herramienta de la crítica a una especie de oposición a la línea oficial, y sí asumir que aquella –y la diferenciación con lo que no corresponde al bien común– es el deber ser y, por consiguiente, debe ser tomada en cuenta y valorada, y, de corresponder con la realidad, enmendar en todos los planos. Es, resulta obvio, la complejidad del cambio.

De actuar por esta vía, tal pretensión se debiera sustentar en varios puntos de apoyo, la primera de ellas la cultural. Es difícil –si no imposible– ganar el liderazgo nacional sin pugna por otros valores, y con ética –y sin ejemplo de ello–, sin resignificar ciertas palabras, sin reencauzar el lenguaje, su vitalidad hoy perdida en el simplismo repetitivo de unas cuantas palabras o el facilismo de unas imágenes que “lo dicen todo”, al tiempo que no dicen nada. En definitiva, imposible sin la disputa de la memoria histórica, sin referentes de un país que privilegia lo común y colectivo, dejando a un lado el negocio y el lucro personal sobre el bien común. Un actuar asociado, claro está, a una agenda económica y social que materialice y acople la palabra cotidiana.

Otro de esos puntos de apoyo está en la atención que merecen la ciencia y la tecnología, asumiendo propósitos estratégicos, entre los cuales está el de la comunicación moderna. Es imprescindible partir del reconocimiento de que las redes de comunicación están hoy bajo total dominio y control de las multinacionales, con todas las implicaciones que esto tiene en asuntos de soberanía nacional y privacidad de contenidos, algo que solo se puede resolver a partir de la construcción de un proyecto de internet que se soporte en una red satelital que aproveche las ventajas que, como país ecuatorial, tenemos en la biosfera. Un proyecto de esta índole sobrepasa las posibilidades del país y, por tanto, se debe abocar en conjunto con varios países, primero de la otrora Gran Colombia, y luego ampliado a todos los de la región. Si se analiza bien, es este un proceder asociado al desarrollo de software libre, al aprendizaje de programación –por lo menos desde la educación secundaria–, y también a la construcción de todos los insumos que demanda la fabricación de una red satelital propia, de cohetería y similares.

Un punto más descansa en superar el paradójico comportamiento de la izquierda en materia comunicacional: se queja sin descanso del poder de los grandes medios, del “monopolio”, de la desinformación, pero no se afana por construir un sistema paralelo, en el cual tenga real incidencia la sociedad. (No solo consumir sino producir contenidos. No solo asentir sino polemizar. No desinformar –dejando a un lado la propaganda y el ideologismo– sí informar). Con desdén, desprecia todo el acumulado comunitario, social y político, construido por decenas de colectivos a lo largo y ancho del país. En ese desdén, cada agrupación considera válidos solo los esfuerzos que sus allegados realizan en este campo. Y, ahora que se es gobierno, reivindica los instrumentos institucionales. Ante esta realidad, se nos antoja una pregunta elemental: y una vez que no se tenga control sobre estos, ¿cómo se actuará en lo que nos concierne?

Es aquel un comportamiento ampliado al acceso a las redes sociales, con las cuales se les rinde pleitesía al control y la censura que en la práctica ejercen las grandes multinacionales sobre los contenidos que en texto, audio y video producen unos y otros. Romper esa servidumbre solo es posible por dos vías: o construyendo un sistema propio, como ya fue dicho, o por decisión de los pueblos del mundo al declarar tales medios como bienes comunes de la humanidad, desplazando a las multinacionales que hoy tienen bajo su dominio la internet y todo lo que esta implica.

Hacer, saber hacer. Comunicar, saber comunicar. Disputar cada día la opinión pública. Menos personalismo y más dinámica colectiva. Construir redes y medios de comunicación propios, y con ellos potenciar la construcción de un Sistema nacional de comunicación independiente. Gobernar con visión de futuro. Poner el huevo y cacarearlo, son los retos del Gobierno del Cambio.

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Autor/a: Equipo Desde Abajo
País: Colombia
Región: Suramérica
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