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El legado de Hiroshima. 60 años después

Un problema relacionado, discutido en la literatura especializada mucho antes del 11 de septiembre de 2001, es que las armas nucleares pueden caer, más temprano o más tarde, en manos de grupos terroristas. Las recientes explosiones y víctimas de Londres son otro recordatorio de que el ciclo de ataque y respuesta puede escalar, de manera impredecible, hasta superar en horror a Hiroshima o Nagasaki. El poder reinante a escala mundial se otorga a sí mismo el derecho de hacer la guerra a su voluntad, bajo la doctrina de la autodefensa anticipatoria que cubre cualquier contingencia que elija. Para ello, los medios de destrucción tienen que ser ilimitados.

Los gastos militares de Estados Unidos se aproximan a los del resto del mundo combinado, mientras que las ventas de armas de 38 compañías estadounidenses (una en Canadá) llegan a cerca de 60 por ciento del total mundial (que aumentó 25 por ciento desde 2002). Se han realizado esfuerzos para fortalecer la delgada cuerda de donde cuelga la supervivencia. El más importante es el Tratado de No Proliferación Nuclear, que se puso en efecto en 1970. Su conferencia regular, convocada cada cinco años para reconsiderarlo, se realizó en mayo en Naciones Unidas.

El tratado ha estado confrontando su colapso porque los estados nucleares incumplen sus obligaciones, especialmente con respecto al artículo VI, que apremia a esos estados a realizar esfuerzos de «buena fe» a fin de eliminar las armas nucleares. Estados Unidos es líder en el rechazo a acatar los deberes emanados del artículo VI. Mohamed el Baradei, jefe de la Agencia Internacional de Energía Atómica, ha dicho que la «renuencia de una de las partes a cumplir sus obligaciones alienta la renuencia de los otros».

El ex presidente Jimmy Carter consideró a Estados Unidos «el mayor culpable en esta erosión del TNPN. Mientras aseguran que están protegiendo al mundo de la proliferación de amenazas de Irak, Libia, Irán y Corea del Norte, los líderes estadounidenses no sólo han abandonado las restricciones existentes del tratado, sino que también han reafirmado planes para poner a prueba y desarrollar nuevas armas, incluyendo misiles antibalísticos, los llamados bunker buster, que destruyen construcciones subterráneas «y tal vez algunas nuevas bombas pequeñas». También han abandonado las promesas pasadas y ahora amenazan con un primer uso de armas atómicas contra estados no nucleares.

McNamara considera «inmoral, ilegal, innecesaria militarmente y temiblemente peligrosa» la actual política de Estados Unidos en armas nucleares, por crear «riesgos inaceptables para otras naciones y para la nuestra», tanto respecto de «un lanzamiento nuclear accidental o inadvertido» como de un ataque nuclear por terroristas. McNamara comparte el juicio de William Perry, secretario de Defensa del ex presidente Bill Clinton, de que «hay posibilidad incluso mayor a 50 por ciento de un ataque nuclear contra objetivos de Estados Unidos dentro de una década».

Juicios similares son también expresados por prominentes analistas de estrategia. En su libro Nuclear Terrorism, el especialista en relaciones internacionales de Harvard, Graham Allison, informa que hay «consenso en la comunidad de seguridad nacional» (de la cual ha formado parte) de que un ataque con una «bomba sucia» es «inevitable» y un ataque con un arma nuclear es altamente posible, si materiales fisionables, el ingrediente esencial, no son aislados y asegurados.

Un análisis de alto nivel de la «guerra contra el terrorismo» dos años después de la invasión de Irak se «focalizó en la forma de lidiar con el aumento de una nueva generación de terroristas, entrenados en Irak durante los dos años pasados», informó Susan B. Glasser en el periódico The Washington Post. «Altos funcionarios del gobierno vuelcan de manera progresiva su atención en anticipar lo que uno denominó ‘derrame’ de cientos o miles de jihadistas adiestrados en Irak, y que luego retornan a sus países de origen en todo Medio Oriente y Europa Occidental». Un ex alto funcionario del gobierno de Bush dijo que «es nueva pieza en una nueva ecuación. Si usted no sabe quiénes son los miembros de esas fuerzas en Irak, ¿cómo los va a localizar en Estambul o en Londres?»

Peter Bergen, especialista en terrorismo de Estados Unidos, señala en The Boston Globe que «el presidente tiene razón al decir que Irak es el principal frente de la guerra al terrorismo, pero es un frente que nosotros mismos hemos creado». Poco después de las bombas en Londres, Chatham House, la principal institución británica en análisis de asuntos extranjeros, publicó un estudio marcando la conclusión obvia negada con indignación por el gobierno, de que «el Reino Unido está particularmente en riesgo porque es el aliado más cercano de Estados Unidos, ha desplegado a las fuerzas armadas en la campaña militar para derrocar al régimen talibán en Afganistán y en Irak… (y es) el «pasajero del asiento trasero» de la política estadounidense, afirmado detrás del conductor de la motocicleta.

La probabilidad de un cercano apocalipsis no puede ser estimada de manera realista, pero es seguramente demasiado alta para que cualquier persona en su sano juicio la contemple con ecuanimidad. Aunque la especulación es inútil, la reacción ante la amenaza de otro Hiroshima definitivamente no lo es. Por el contrario, es urgente, particularmente en Estados Unidos a raíz del papel primordial de Washington en acelerar la carrera hacia la destrucción al extender su dominio militar, único en la historia.

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