En su reciente visita a Medellín, invitado por la organización ecologista “Penca de Sábila”, Oscar Olivera vino a contarnos cómo fue el proceso de privatización del agua en Bolivia, o sea cómo ésta dejó de ser ese don preciado que
La guerra del agua, en abril de 2002, fue un hito histórico, no sólo para Bolivia sino para toda América Latina. Fue la primera vez que en este continente un movimiento popular logra, a la brava, reconvertir en pública una empresa que le había sido entregada a una multinacional. La confrontación llegó al punto que la policía y el ejército bolivianos, armados con tanquetas de agua, gases lacrimógenos y fusiles cargados, arremetió contra miles de personas (Cochabamba tiene un poco más de un millón de habitantes) que armadas con piedras, palos, consignas, llantas quemadas y mucha, mucha rabia, los enfrentó en las calles exigiendo a gritos que se largara
Es que nadie quería a
Finalmente, a un costo de un muerto y más de 300 contusos y heridos, la población derrotó a
Oscar Olivera, quien para entonces tenía 45 años de edad y varios callos ganados en las luchas sindicales, se convertiría en cabeza visible de
¿Qué significó histórica y políticamente para Bolivia la llamada Guerra del agua?, le preguntamos a Oscar Olivera, a lo que él responde:
“Fue mucho más que una victoria económica para el pueblo de Cochabamba. Fue sobre todo una victoria política. Fue el primer quiebre del modelo neoliberal en Bolivia, un modelo que está llevando a los políticos de nuestros países a entregar a las multinacionales el patrimonio colectivo representado en las empresas estatales; orquestado además por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y
¿Hasta qué punto ganar La guerra del agua influyó en los movimientos populares que tumbó a Sánchez de Lozada y llevó a Evo Morales a la presidencia de Bolivia?
“Fue una victoria que despertó la conciencia nacional y la movilización por la defensa de nuestros bienes comunes, no sólo del agua, también de la coca, el petróleo, el gas. En el 2002, cuando el gobierno trató de penalizar la hoja de coca por presión de la embajada norteamericana, hubo una movilización popular y ese proyecto se paró. En octubre del 2003 el gobierno pretendió entregar nuestras reservas de gas a las transnacionales, hubo otra revuelta de millones de personas y Sánchez de Lozada se tuvo que ir. En enero de 2005 el pueblo de
¿Qué pasó con el servicio del agua en Cochabamba después de que
“El gobierno le devolvió a la comunidad la empresa de aguas. Pero fue muy difícil al principio porque no sabíamos qué hacer con ella; no había ni un centavo para comprar gasolina, para llevar a los trabajadores a sus puestos de trabajo, para encender bombas, etc. Tuvimos que hacer mucho esfuerzo para impedir que otra vez los empresarios privados y los políticos retomaran la empresa. Y era porque no estábamos preparados. Dimos la guerra pero después no supimos qué hacer. No teníamos una propuesta alternativa para manejar la empresa, y eso nos hizo vulnerables. Cosa diferente está pasando en el Alto y
¿Qué otra enseñanza dejó la experiencia de Cochabamba?
“Que la administración de una empresa por la comunidad debe ser horizontal, sin jerarquías. Estas lo único que hacen es permitir que las decisiones las tomen unos cuantos dirigentes a espaldas de la comunidad. Es como se lo oí decir a un campesino: las organizaciones sociales debemos ser como el agua: transparentes y en movimiento”.
Y la legislación boliviana, ¿no fue un escollo para avanzar en la empresa?
“Claro que fue un escollo. La legislación vigente no permite empresas públicas autogestionarias con participación social, con autonomía, presupuesto participativo y formas efectivas de control. Más bien las conduce a metas expansionistas que conducen a su privatización. En Bolivia lo relacionado con el uso y el servicio del agua lo regula
Usted no habla de recursos naturales sino de bienes comunes, ¿tiene algún significado ese esguince lingüístico?
“No nos gusta hablar de recursos naturales. Es un término economisista que conduce a pensar que todo lo que la madre tierra nos da es susceptible de convertirse en mercancía, aprovecharse para el lucro. Preferimos hablar de bienes comunes, un término no sólo asociado a las necesidades del ser humano como tal sino a sus derechos como ciudadano. El agua es de todos y al mismo tiempo es de nadie. Nadie puede apropiarse de ella, y menos una trasnacional. En ese sentido tenemos la obligación de preservarla para las futuras generaciones”.
¿Cómo ha repercutido en otros países la experiencia boliviana en defensa del agua?
“La guerra del agua inspiró movimientos sociales en otros países. En Uruguay dos años después se conformó
Un destino que no soñaba
La guerra del agua terminó torciéndole el rumbo a la existencia de Oscar Olivera. Antes de ella era apenas un anónimo obrero y dirigente sindical de una fábrica de zapatos en Cochabamba. Nada más. La movilización contra
“Como ministro —dice— ya no voy a poder estar al lado de la lucha de la gente, que es donde yo me veo. Creo que el poder transformador de una sociedad no está tanto en el Gobierno como en la capacidad de movilización de la gente, como quedó demostrado en Bolivia con las protestas populares que llevaron a Evo al poder”.
Oscar Oliveira es desde hace 30 años (hoy tiene 50) mecánico de mantenimiento en una fábrica de zapatos en Cochabamba, donde sin embargo desde hace diez años no toca una máquina. Como dirigente del sindicato goza de franquicia para dedicarse de tiempo completo a las labores sindicales. Y vaya sí ha aprovechado esta franquicia. Le ha permitido asumir la vocería de
“Mi participación en las luchas fue también como un llamado de la sangre —dice—, porque mi abuelo y mi padre pelearon en la guerra del Chaco con Paraguay, por allá en los años 30 del siglo pasado, una guerra que fue por el gas de Bolivia. Esa herencia la tengo yo, y la tienen hoy muchos bolivianos. Nosotros tenemos que conservar ese patrimonio que fue defendido por nuestros padres y abuelos, para dejárselo a nuestros hijos y nietos”.
Oscar Olivera es de familia numerosa. Tuvo diecisiete hermanos, marca que al parecer también quiere alcanzar, o por lo menos acercarse: tiene seis hijos de su matrimonio, quienes allá en su Cochabamba natal lo estarán esperando cuando regrese de sus viajes por el mundo. Dos son niños y el resto niñas: Camila, Natalí, Solidaridad y Libertad, las dos últimas son como dos gotas de agua: son gemelas.
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