Foto tomada de: https://flic.kr/p/4HYATJ

El fútbol es uno de los pocos deportes capaces de romper las fronteras locales y nacionales para unir pueblos, a la vez que puede acrecentarse cuando de clásicos se trata. A pesar de ser un escenario de resistencias y enunciaciones políticas, algunos intelectuales se atreven a señalarlo con desprecio como el ‘opio de los pueblos’ y en el mejor de los casos como un simple circo. Nada más alejado de la realidad, toda vez que el fútbol es un carnaval de las gentes de todo el mundo, en especial de los sectores más populares de cada país.

El fútbol es uno de los pocos deportes capaces de romper las fronteras locales y nacionales  para unir pueblos, a la vez que puede acrecentarse cuando de clásicos1 se trata. A pesar de ser un escenario de resistencias y enunciaciones políticas, algunos intelectuales se atreven a señalarlo con desprecio como el ‘opio de los pueblos’ y en el mejor de los casos como un simple circo. Nada más alejado de la realidad, toda vez que el fútbol es un carnaval de las gentes de todo el mundo, en especial de los sectores más populares de cada país.

Es una dinámica y potencial de energías que se siente por doquier y cualquier día. Por ejemplo, un viernes, final de semana, a las 8:30 de la noche, cuando las energías del rebusque diario-semanal están al límite, cuando el cuerpo todo pide reposo, en el Estadio El Campín, con energías recargadas por el amor al equipo, se congregan más de 25.000 personas para gozar un partido entre Millonarios y Atlético Bucaramanga. De la misma manera, cada día se reúnen en todo el mundo decenas de miles de aficionados para ver a sus respectivos equipos, jueguen de local o de visitante. Para un gran porcentaje de estos, ajenos a la tras escena del mundo del balompié, el partido y la emoción terminará a a los 90 minutos, con el pitido final, sin embargo allí solo termina un rito en un mundo carnavalesco que se traslada a los territorios, la política, la economía y a la vida de sus aficionados.

Una pelota, 22 jugadores y un rito

Con la mejor compañía posible, llegamos al estadio El Campín. Tenemos entradas para la lateral sur y al llegar se escuchan los gritos eufóricos de cientos de personas al unísono, quienes adaptando las mejores canciones de nuestro continente demuestran su amor por el equipo y a su vez el rechazo al contrincante. Sobrepasando tiempo y diversas dificultades, el fútbol, con un poco más de un siglo de vida, representación sagrada moderna que congrega diversidad de feligresía, sobrevive y se lleva a cabo de manera reiterada en su templo: el estadio. Solo otra representación sagrada, la Misa, sobrevive, en este caso al paso de los siglos.

De esa forma aterrizamos en un escenario con un rito de fondo: si para algunos el cine reemplazó al teatro, para Pasolini2 el fútbol es quien lo ha sustituido, “porque el teatro es relación entre un público en carne y hueso y personajes en carne y hueso que actúan en el escenario, mientras que el cine es una relación entre una platea de carne y hueso y una pantalla, sombras. Por su parte, el fútbol es, de nuevo, un espectáculo en el que un mundo real, de carne (el de los graderíos de los estadios), se compara con el de los protagonistas reales (los atletas en el terreno de juego) que se mueven y comportan de acuerdo con un rito preciso”3.

No hay otra forma de definirlo, ya que para el caso de Bogotá en el coloso de la 53 x 30, no solo sucede un juego alrededor de la redonda, sino que  se escenifica todo un instrumento con finalidad simbólica. De hecho, al atravesar la puerta de ingreso se crea y se juega con la palabra por medio de banderas, cánticos y graffitis. Todo esto termina por sacudir a los espectadores más allá de sus imposiciones sociales, muchas veces determinadas por la exclusión y la marginalidad. Es el momento, comparado, como cuando las sociedades tribales se ponen sus máscaras e invierten la realidad profana en todo un mito.

En ese sentido, nadie sería capaz de identificar la diferencia entre quien me acompañaba y otro asistente al rito futbolero, pues pasados cinco minutos fue inevitable no contagiarse de la ceremonia, de la parafernalia que nos recibía incluso desde unas cuantas cuadras antes del estadio. De esa manera, todos los asistentes, la mayoría desconocidos entre sí, pasan a ser hermanos rituales, comunicados por medio del abrazo, del grito, del anhelo de ganar y al final de la temporada ser campeones.

Aquí el telón no se alza y da paso a los actores. Acá el balón rueda, y el intermediario entre los dioses, el árbitro, da inicio al partido con un pitido que retumba al mismo tiempo que su reloj marca el inicio de los 90 minutos más sagrados en el mundo para millones de personas. Mientras tanto en la tribuna, no en las tablas, preparamos nuestras gargantas para alentar y movilizar al equipo a la victoria. El tiempo real se ha detenido y todas sus implicaciones sociales las hemos dejado en la puerta; ahora somos parte de un rito de 90 minutos en el que todo dependerá de nuestro aliento.

El rito está en marcha. Basta una mirada a mi derecha para cruzar miradas con quien me acompaña, mirada cómplice convertida en una prueba del amor que moviliza a cientos de personas todos los fines de semana a sus estadios para alentar a sus respectivos equipos del alma. Algún extraño podría desconocer que para la compañera a mi lado es su primera vez asistiendo al estadio, aunque su lenguaje corporal expresa el mismo clamor inexplicable por poder gritar ¡Gol!, una palabra tan universal como los números, anhelada y deseada por millones de personas alrededor del mundo cada que los once suyos pisan la grama.

Nos hemos contagiado de la alegría del carnaval del fútbol, basta escuchar un cántico una sola vez para que seamos parte de la voz colectiva que la entona “Lo digo con orgullo de Millos nada más”. Saltamos al ritmo de los bombones que ordenan el tiempo de las melodías que incentivan a los jugadores a mover la pelota más rápido o a tener más “huevos”, si es el caso. De vez en cuando y como el ritual que es, aparece algún acto de magia en las piernas de alguno de los jugadores, acto que impresiona a los espectadores, sin embargo, los cientos de hombres y mujeres esperan y se dejan llevar por la ‘embriaguez’ espiritual que produce el sagrado gol.

La número 5 rueda, y la alegría no se hace esperar: a los quince minutos un joven jugador le descarga su energía concentrada en una de sus piernas y logra que burle al portero que custodia la portería contraria, y llega a la red. Se mueve la malla y la hinchada. Mi acompañante y yo, ambos, participamos de un ensordecedor y masivo grito de victoria. Los abrazos se traducen en un reconocimiento al aguante del hermano ritual: durante los 14 minutos anteriores nunca paramos de cantar ni para tomar agua. El festejo se repetirá otras dos veces. En esas ocasiones celebramos, al igual que el resto, con tanta alegría que nos desbordamos de energía. Es el éxtasis.

Millonarios derrota al equipo visitante con 3 goles a favor y ninguno en contra; el pitido final de la autoridad entre el mundo sagrado de la pecosa y los hombres y mujeres terrantes indica que el espectáculo llega a su final. Aquí el telón no cae sino que la pelota deja de rodar. Entre las miradas, los abrazos, los festejos y una innumerable cantidad de emociones, el tiempo sagrado empieza a desvanecerse para volver a darle paso al tiempo real y con él, a la vida que nos corresponde en la sociedad, eso sí, esperando que el próximo partido haga menos hostil la vida.


En el “Reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”, como lo afirmaba Gramsci4, cada partido despierta las fibras más humanas de las personas, mueve los sentimientos del amor, la tristeza, la alegría y el llanto en millones de personas para las cuales sus escuadras han pasado a ser un sentimiento.

En este artículo solo se alcanzan a dibujar una pequeña parte de las razones por las cuales el fútbol, a pesar del desprecio de los intelectuales de izquierda y derecha, nunca será una cuestión de opio ni de circo, porque quienes van al estadio no lo hacen para olvidar la vida que llevan, sufren o gozan, afuera de las gradas, sino para reafirmar el ocio como una reivindicación central en otro mundo posible. En el contexto actual, en el que se han desvanecido las búsquedas de sentido, dispersado los signos y complejizado cada vez más los códigos estables y compartidos, el ritual futbolero sigue permitiendo seleccionar mediante acuerdos colectivos los significados que regulan la vida5.

Aunque se podría creer que el carnaval futbolero, gozado y sufrido por miles de personas, termina cuando se detiene la pelota en el pasto de los estadios, debemos decir que el mismo continúa en los barrios, especialmente en los populares, porque allí se vive el rodar de la pelota de la misma manera, y con pasiones similares, a como ocurre al interior del estadio. La diferencia estriba en el mediador: el narrador escuchado por la radio o –visto y escuchado– por medio de la pantalla, aún así se sigue conservando el deseo sagrado de dejar de asumir unas funciones sociales impuestas para convertirse en un “hincha”. De hecho, la existencia de la “previa” como escenario de preparación para entrar al espacio sagrado ocurre a las afueras del estadio o en la casa en donde se encuentran amores, amigos, familias y parches, entre otros, para acompañar la emoción de ver a su equipo con cerveza, fernet, vino, dependiendo de la región del continente donde se desarrolle el cotejo.

Si el carnaval empezara y terminara con el partido, tal vez otros aspectos de la vida –como la política y la economía– no estarían al acecho buscando incidir en el deporte más popular en el mundo. Todo lo contrario, alrededor del carnaval se encuentran juntanzas en los barrios, organizaciones de economías otras para sostener una pasión que cada vez es más cara, con cientos de personas que replican los productos originales del patrocinador, para quebrar los precios, reunir unos pesos y hacer más accesible el ingreso. ¿Acaso en la crisis argentina de los 90 la hinchada del River Plate no asistió con una camisa no oficial que lo único que tenía con respecto a la propia era el color blanco y rojo? El fútbol es un carnaval para toda la vida y tal vez por eso el partido solo sea un rito de 90 minutos, pero no el único.

Gambetear6 al capitalismo

El capitalismo, con su capacidad de hacer suyo cualquier elemento de la vida de la sociedad, acecha al fútbol desde hace varias décadas. Impone “formas de comportarse” en las gradas, aumenta precios en la boletería y hace de los equipos marcas y empresas privadas, mientras barre a los clubes de socios. Sin embargo, los aficionados se resisten a esas buenas formas y desde Latinoamérica, no en Inglaterra donde lo vieron nacer, blindan el carnaval, convertido para los pueblos en un espacio para hacerle frente a los modos de vida que nos han impuesto.

Además, así como Maradona fue capaz de gambetear a 9 ingleses en 1986 y darle una alegría a un pueblo entero que pedía a gritos justicia por los “pibes de Malvinas”, diferentes expresiones dentro del fútbol han demostrado que es posible gambetear al capital apostando por otras prácticas al interior de los equipos que permiten otras formas de vivir el fútbol y hasta de incomodar a quienes en nombre de la Fifa se denominan dueños del fútbol. De esa forma, el Club San Lorenzo de Almagro, sufrió perder su cancha y su reconocimiento deportivo por darle la voz a las víctimas de la violencia militar en la Argentina de la última Junta Militar. Mientras tanto el Club Deportivo Palestino sigue respaldando, en el fútbol chileno, la lucha del pueblo palestino. En Alemania, el Unión Berlín, un equipo sostenido por sus socios y nacido en la República Democrática Alemana, le hace frente al equipo del franquismo en España por la Liga de los Campeones en Europa. De igual manera, cientos de barras continúan configurando y expresando formas organizativas de las juventudes. Por ejemplo, la barra del club Livorno, ciudad donde nació el Partido Comunista de Gramsci, luce con orgullo al Che Guevara como su símbolo. Como estos ejemplos, podrían darse otros cientos de estos alrededor del mundo. En la hinchada está el telón de Aquiles del fútbol moderno porque, así como la riqueza existe gracias al trabajador, el fútbol existe gracias a sus aficionados.


Tal vez es momento de dejar de analizar, desde una torre de marfil, las prácticas de los sectores populares como algo que se debe superar, y más bien arrojarnos a comprenderlas con todo lo que eso implica, porque a fin de cuentas en el mundo otro que soñamos habrá humanidad y con ella un costal de contradicciones. Tal vez gracias a eso, quienes nos quieren negar el fútbol se animen y se den la posibilidad de enamorarse de este festín, de las compañías y de la alegría que se dan en el estadio.  

1   Un partido clásico es un enfrentamiento entre los dos equipos representativos de una región. En Bogotá se encuentra Millonarios vs. Santa Fe, así como en Argentina River vs. Boca o en Italia Lazio vs Roma. No obstante, también han aparecido partidos con cargas políticas que los hacen emocionantes como un clásico: Inglaterra vs Argentina, por ejemplo.

2   Fue un director italiano de cine que aunque se caracterizó por su trabajo cinematográfico, también lo acompañaba su amor por el fútbol.

3   La Razón (2022) Pasolini: El fútbol es un lenguaje.

4   Gramsci, Antonio (1918), El fútbol y el juego de la escoba.

5   Ametrano, Lucrecia (1991), Fútbol, ritual de multitudes: crónica etnográfica de una pasión.

6   En el fútbol la gambeta hace referencia a un movimiento del jugador para evitar que el contrario le arrebate el balón

*  Futbolero, hincha de Millonarios y estudiante de Lic. en ciencias sociales.  

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Información adicional

El fútbol
Autor/a: Sebastián Delgado
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°307, 18 de octubre - 18 de noviembre de 2023

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