Las elecciones de 2023 han sido enmarcadas como un referendo al mandato de Gustavo Petro. Este discurso, que resulta muy útil para la movilización electoral, parte de una falacia: considerar que las elecciones nacionales y subnacionales en Colombia están interconectadas. No obstante, hay ciertos componentes reales en esta afirmación, pues serán una elecciones claves para comprender la reorganización de los partidos de derecha y la posibilidad de consolidación del Pacto como organización política viable.
Este artículo, elaborado un mes antes de las elecciones locales, plantea algunos resultados esperables, en especial que los mismos estarán marcados por la visibilidad de las victorias de sectores contrarios al Ejecutivo nacional; la continuidad en la falta de arraigo de las fuerzas de izquierda como alternativa local; y el debate sobre la viabilidad del Pacto como coalición electoral o la necesidad de transitar hacia la construcción de una organización partidaria para asegurar su supervivencia.
Primer elemento: la falacia de la elección “referendo”
El diseño institucional de los sistemas electorales no es un producto accidental, sino la expresión de los intereses de los partidos políticos dominantes, las expectativas de la sociedad civil y las organizaciones minoritarias, y las tradiciones institucionales. El sistema electoral colombiano, construido tras la Constitución de 1991, tiene como principio básico la garantía de la pluralidad política, una aspiración surgida de décadas de cierre de la competencia electoral entre liberales y conservadores.
La separación entre las elecciones nacionales y subnacionales, con un año de diferencia, y entre legislativas y ejecutivas con tres meses de distancia, en la práctica garantiza que no haya una fuerza electoral mayoritaria en control de cargos nacionales y subnacionales. La separación busca limitar posibles “efectos de arrastre” de las elecciones presidenciales sobre el resto de las elecciones.
A esto se suma la distinta forma de asignación de cargos entre la elección presidencial y las de ejecutivos locales, pues mientras las presidenciales contemplan la doble vuelta en busca de mayor legitimidad de la fórmula ganadora, en las locales, con la excepción de Bogotá, la candidatura más votada es la ganadora. La doble vuelta lleva a los partidos a utilizar la primera para medir fuerzas y posicionarse para negociar la futura coalición electoral y de gobierno. En las locales, las candidaturas menos posicionadas disputan el arrastre de listas al Concejo.
También, existen dinámicas organizativas y competitivas diferenciadas entre las elecciones nacionales y las locales. A nivel subnacional, la agenda está marcada por las disputas entre élites locales y la búsqueda de acceso al poder de nuevos grupos sociales. Los partidos en lo local, más que estructuras partidarias, son máquinas de avales para fuerzas personalistas que disputan la posibilidad de distribuir mínimos beneficios entre clientelas y militancias.
A estas fuerzas personalistas la prensa las ha denominado como “clanes políticos”, vestigios de las facciones de los antiguos partidos nacionales o de élites sociales en ascenso. Los clanes logran cierta influencia a nivel nacional a través del Legislativo, de allí que sus carreras políticas transiten entre cargos en la Cámara o el Senado y cargos en el Ejecutivo subnacional. Y son piezas fundamentales para los avales locales.
A nivel nacional, la actitud de los partidos se aboca a la negociación con el Ejecutivo, por lo que no es sorprendente que, a pesar de la pérdida de popularidad del Ejecutivo, pocos partidos hayan declarado su oposición y prefieran mantener los beneficios de declararse “independientes”.
Reorganización de la derecha
En estas elecciones se observa un fenómeno notable: ante la pérdida de control de los cargos de elección nacional, las organizaciones y líderes de derecha han centrado su atención en obtener el control de cargos a nivel subnacional como una estrategia para mantener los beneficios para sus seguidores y estructuras políticas, y así sobrevivir organizativamente hasta el 2026.
Por ejemplo, Germán Vargas Lleras y su partido, Cambio Radical, han buscado mantenerse relevantes en la discusión nacional. De manera similar, Federico Gutiérrez, a través de su plataforma “Creemos”, aspira a recuperar Medellín y preservar su presencia de cara a las futuras elecciones presidenciales. En el caso del Centro Democrático, las facciones cercanas a la oficialidad en retiro han impulsado candidaturas de exoficiales a nivel nacional.
En anteriores elecciones locales, los partidos con influencia en el poder nacional también se vieron obligados a buscar apoyo en las votaciones subnacionales para mantenerse relevantes, como le sucedió al Partido Liberal después de las elecciones de 2006 o al Centro Democrático después de las de 2014.
La diferencia en esta ocasión radica en que esta búsqueda es más generalizada y cuenta con una mayor implicación de figuras nacionales. Como resultado, se observa un aumento en la presencia de discursos relacionados con la política nacional. Los actores políticos nacionales no están interesados en comprender lo local, sino en posicionarse de cara a las futuras elecciones presidenciales.
Esta búsqueda de lo local traerá cambios que será necesario observar detenidamente. Experiencias como la de Rodolfo Hernández han llevado a los líderes nacionales a buscar en lo subnacional los elementos que les permitan ganar popularidad o simpatía que no poseen. Además, ante la falta de organización partidaria y de militancia organizada, asociaciones civiles como las Iglesias Cristianas, ligas de comerciantes o las asociaciones de oficiales retirados pueden convertirse en opciones atractivas para reclutar militantes.
Asimismo, la pérdida de acceso a los recursos y cargos a nivel nacional cambia temporalmente la relación de poder entre los clanes locales y aquellos que la prensa bogotana prefiere no denominar como tales, refiriendose a ellos por nombres y apellidos, recordando los antiguos “liderazgos naturales” de los partidos tradicionales. Queda por verse si este cambio temporal se traducirá a largo plazo en el surgimiento de nuevas figuras nacionales o en el aumento de nuevas agendas públicas, más allá de los discursos centralizados.
Izquierda sin procesos locales
Otro aspecto a considerar es la falta de consolidación de la izquierda como una alternativa a nivel local. Con excepción de Bogotá, y ahora Magdalena, la izquierda no ha logrado establecer estructuras sólidas a nivel local. A pesar de que las candidaturas presidenciales de izquierda suelen ser competitivas en departamentos como La Guajira, Nariño y Valle del Cauca, estas preferencias no se traducen en la obtención de cargos en la Cámara de Representantes, y menos en cargos ejecutivos a nivel subnacional.
Un ejemplo de esta falta de consolidación es el hecho de que, hasta la irrupción del Pacto en 2022, la izquierda no había obtenido resultados significativos en la Cámara de Representantes. Esto no significa que no hayan existido intentos de acceder al poder a nivel local, pero al menos en el caso de cargos ejecutivos, como en Bogotá o Nariño, suelen estar liderados por candidatos con un reconocimiento nacional previo, en lugar de líderes locales.
Quizás la única experiencia de construcción de una fuerza local estable sea el proyecto liderado por Caicedo y su organización “Fuerza Ciudadana”, que ha mantenido el control de la alcaldía de Santa Marta desde 2012. Sin embargo, este proyecto responde a una estrategia electoral personalista y familiar. Esto se refleja en la falta de competitividad a nivel nacional.
En Bogotá, el Polo, que en su momento logró ser un partido mayoritario en el Concejo, ha experimentado divisiones debido a tensiones entre las facciones nacionales, convertido en la actualidad en una fuerza minoritaria de la cual surgen otras organizaciones de menor envergadura, como Colombia Humana y Dignidad y Compromiso, que tampoco han logrado consolidar una presencia electoral relevante en el Concejo.
Pacto: ¿Partido o Plataforma Electoral hasta 2022?
Gustavo Petro ha sido constante en su desinterés por organizar una estructura partidaria institucionalizada. Bajo la bandera de las “ciudadanías libres”, ha creado en diversos momentos organizaciones electorales con una consolidación limitada. Para las elecciones de 2022, su apuesta por una lista única y cerrada compuesta por diversas organizaciones minoritarias fue efectiva.
El efecto Petro logró consolidar una bancada significativa en el Congreso, y para las elecciones locales, buscó repetir esta fórmula. Por esto, en parte, el que el partido terminase asociado a la actividad proselitista del hoy mandatario, da lugar ahora a que frente a la falta de liderazgos alternativos reconocibles por la opinión pública, sea fácil para los opositores nacionales asociar los resultados electorales con la valoración ciudadana del gobierno nacional.
El partido no tuvo un buen desempeño durante los procesos de conformación de listas y registro de candidaturas para 2023. El excesivo centralismo en los requisitos administrativos, la falta de legitimidad de las directivas de la coalición y la indisciplina de líderes locales, generó demoras en la obtención de los avales, no registro de listas en algunos distritos, la salida de socios minoritarios y, en general, la falta de cohesión entre los anteriores miembros de esta coalición partidista-electoral.
Los hechos anteriores manifiestan la falta de adaptación del Pacto a las lógicas propias de las elecciones locales. Resulta preocupante la incapacidad de la organización para definir si transita a la formación de partido o al fortalecimiento de los espacios de coordinación de la coalición, pues sin esto no es posible adelantar procesos de formación política, canalizar las demandas de la militancia, ni respaldar la estrategia electoral, bien sea con publicidad o posicionamiento de la identidad partidaria.
Tampoco, la coalición ha logrado generar procesos lo suficientemente flexibles pero legítimos como para construir compromisos y consensos a nivel local, como sí lo logran las estructuras partidarias tradicionales. Por lo tanto, los conflictos internos tienden a escalar a la opinión pública, lo cual afecta la competitividad de las candidaturas.
Estos errores estratégicos pueden terminar por minar a medio plazo no solo el atractivo del logo Pacto para atraer a los liderazgos sociales, sino también facilitar la cooptación de estos liderazgos por parte de las organizaciones tradicionales, o por el contrario, conducir al desencanto de las bases politizadas durante el proceso de “estallido social” o provenientes de la organización social y comunitaria.
Conclusiones
Enmarcar las elecciones de 2023 como un referendo al Gobierno puede resultar estratégico para los partidos políticos de oposición, pero la realidad es que las dinámicas de las elecciones subnacionales impiden pensar que esta sea la razón principal de la toma de decisiones del electorado.
Más allá de esa lectura simplista, es importante considerar a las elecciones de 2023 como un escenario de recomposición de las fuerzas de derecha, haciendo necesario valorar la posible emergencia de nuevos liderazgos y temáticas en la agenda de las organizaciones de este espectro electoral y la reconfiguración de las fuerzas políticas en el panorama nacional y local, lo que podría dar píe a nuevos acuerdos de cara a las futuras presidenciales.
También, los resultados electorales de la izquierda, aunque deben ser analizados con la conciencia de su baja competitividad en las elecciones locales, deben servir como alerta para definir las rutas de reorganización de este espectro político, que solventada la emoción del triunfo presidencial tiene el reto de saber transitar en organización (u organizaciones) con capacidad de gobernar, competitivas, con capacidad de recambio en los liderazgos y de responder a las múltiples demandas tanto de bases como del electorado más amplio.
Como cierre, solo resta señalar que por el bien de la democracia colombiana, una vez terminado el proceso electoral, las oposiciones o competidores electorales del 2026 abandonen la necesidad de convertir cada asunto público en un referendo sobre la calidad del gobierno nacional, pues el desgaste de las elecciones subnacionales y la resaca de las presidenciales ha impedido al país tener un diálogo sobre las prioridades públicas.
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