A primera vista era ingenuidad, ignorancia o mala fe. Una y otra vez se repetía la peregrina tesis de la “prueba de fuego” que representarían, para el Pacto Histórico (PH), las elecciones regionales. Se añadía que, siendo segura su derrota, se confirmaría el progresivo descrédito de Petro. Para deshacerla bastaba con recordar que siempre, incluso en las de 2019, las agrupaciones desvergonzadamente clientelistas han conquistado amplias mayorías en municipios y departamentos. El que ahora volvieran a hacerlo no constituía ninguna sorpresa. Y sin embargo, seguía la cantinela.
Pero, yendo más al fondo, se descubre que no era una percepción sino un propósito. Formaba parte de una política nacional contra Petro y particularmente contra las reformas sociales en curso. Se trataba de desplazar el significado de estos comicios desde lo local hacia lo nacional. En Bogotá se decía: “¡Votar por Bolívar, es reelegir a Petro!”. Como si no hubiera nada crucial para definir en la capital. Consciente del despropósito, Claudia López montó una campaña complementaria, supuestamente no electoral, que advertía: “¡Defendamos el Metro!”.
Había, pues, que forzar el “plebiscito”. Vargas Lleras, con su habitual cinismo lo confesó: “Todos los contradictores del gobierno resultamos ganadores […] porque muy pocos de los elegidos lo hubieran logrado sin el apoyo y concurso de quienes antepusimos los intereses nacionales a los propios partidistas y respaldamos a quienes se perfilaban como favoritos, con la condición de que levantaran su voz de descontento y evitaran alianzas con el Pacto Histórico”
Afirmación atrevida, pero el propósito no podía quedar más claro: “Reiniciada la legislatura, esperemos que los partidos también hayan escuchado a sus seguidores en las urnas y no se vuelquen a votar a pupitrazo las reformas …” 1
La pregunta que sigue es obvia: ¿Será verdad que fue por estos “intereses nacionales” que los electores votaron como votaron? No es tan evidente: supone que antes votaban por el “pacto histórico” (o tenían esa tendencia) y ahora cambiaron radicalmente de preferencias políticas. Sin embargo, aunque las cosas no hayan sido así, la estratagema funciona y el resultado es lo que importa, se trata de cobrar la supuesta victoria, como se ve en la cita anterior.
Se parece pero no es lo mismo
Es cierto que existe una relación entre las elecciones regionales y las nacionales. Pero no es tan directa ni tan simple. Opera en Colombia más que todo por la vía de la conformación y reproducción del Congreso. Seguramente hay otros países –o en otros tiempos– en que la solidez de los partidos aseguraba la coherencia entre la política nacional y la local, pero aquí ya no es así. Si acaso, se mantiene en todas las circunstancias la fidelidad al caudillo y a la propaganda sectaria, pero el electorado común y corriente tiene otras razones, mucho más inmediatas, para elegir.
No es, pues, suficiente, guiarse por los resultados de las presidenciales para determinar la tendencia político electoral del país en todas sus regiones. Son muchas las diferencias (ver Recuadro) y no es muy convincente la idea de que el movimiento que coloca Presidente gana la capacidad, por ello mismo, de influir sobre la dinámica electoral de las regiones. Ni tampoco que su gobernabilidad dependa significativamente de la identidad conseguida con los mandatarios locales. Algunas veces ha sucedido que la alcaldía de Bogotá, por ejemplo, ha sido de signo diferente y hasta opuesto al Presidente. ¡Y éste ha sido reelegido después! Hay, en cambio, una influencia de sentido contrario: los caciques regionales ofrecen sus clientelas (esas que se esfuerzan periódicamente por consolidar e incrementar) como mercancías, a los candidatos presidenciales. Obviamente, para después pasar, de ser exitosa la operación, la cuenta de cobro. Sin duda hay una relación, que es obvia cuando lo nacional y lo regional hacen parte de una misma tendencia, pero no se puede indagar más allá. La verdad es que siempre ha gobernado lo que llamamos “derecha”.


Un vistazo al ayer
Como también se suele decir que la elección de Petro mostraba un ascenso de las “fuerzas del cambio”, que ya venía desde las regionales anteriores, no está de más detenerse un poco en sus resultados (2019). Es cierto que el país ha venido cambiando hasta llegar a lo que bien se asemeja a un punto de inflexión. Se ha añadido, a la histórica crisis humanitaria y social, el agotamiento del modelo económico y, después de la pandemia, una crisis económica. Pero su reflejo en la dinámica electoral no es algo automático.
Dos son las novedades que se señalaron en su momento en el 2019. La primera es el avance del “centro político”, ya no encarnado en un fracción del partido liberal como había sucedido siempre, sino en la propuesta electoral de la llamada “Alianza verde” cuyos buenos resultados venían desde su surgimiento en el 2005 a partir del grupo Alianza Democrática – M19. La segunda, el abrupto descenso del Centro Democrático.
Si nos atenemos a los resultados efectivos, es decir al número de elegidos, se confirma el predominio (más de 70%) de las corrientes que defienden el statu quo, lo cual no quiere decir forzosamente “partidos tradicionales”(como todavía lo piensan algunos, desconociendo que la principal característica de este siglo es la proliferación de partidos y grupos). Sin embargo, éstos seguían siendo, individualmente, los más importantes. Entre los otros, el Uribismo, ya sin el caudillo en la competencia, pierde fuerza. Téngase en cuenta además que sin Santos, el “Santismo” pierde la brújula. Así, el Partido de la U, partícipe del establecimiento, aunque muchos dudaban de clasificarlo en la “derecha”, se concentra en su especialidad regional y local. La famosa “polarización” había desaparecido.
La proliferación de grupos ha sido, precisamente, uno de los factores que han propiciado la imagen de un “cambio”. Son muchos (algunos creados específicamente para lo local) y no faltan los de “iglesia” o los ostentosamente derechistas, pero la mayoría comparten un solo rasgo en común: la carencia de una clara identidad ideológica y política, lo cual les permite caracterizarse todo el tiempo como de “centro”. Juegan con el sobreentendido de que no son “políticos” sino “técnicos” y por tanto que no son corruptos. Se destaca entre ellos el Partido Verde que, por cierto, hizo parte también de coaliciones victoriosas con el partido Liberal, de la U y Cambio Radical. Obsérvese que lo que se consideraba “izquierda” como la UP, “Comunes” y otras variantes, o el Polo, aparecen en estas cifras reunidos en el “resto” dada su escasa significación individual. “Colombia Humana” la corriente propiamente de Petro aparece generalmente en coaliciones. Anotación ésta del todo pertinente para lo que se está discutiendo pues, si bien es cierta la reconfiguración respecto al mapa político del siglo pasado, ésta no ha sido por el fortalecimiento de la izquierda, la aparición del PH (que aún no se había creado en 2019), ni mucho menos por el crecimiento del “petrismo”. Razones de más para no hacer comparaciones espurias entre el hoy el ayer.
En síntesis, aquí, en lo electoral, el punto de inflexión, o cambio, se limita a una renovación de grupos y denominaciones (muy poco en los contenidos), casi todos sobre la tendencia, que se ha visto en todo el mundo, de la “antipolítica” y la repugnancia frente a la corrupción. En Colombia habría que añadir la búsqueda de la paz, identificada en ese momento con la defensa del Acuerdo de La Habana2.
El triunfo de Petro que vino tres años después –y con el antecedente de su derrota en 2018 por cuenta del “centro”– no tiene mucho que ver con este mapa político. Se conoce la historia, que estuvo a punto de repetirse: si bien Fajardo se desinfló, dejando en la orfandad a sus seguidores en la competencia anterior, Petro casi pierde, en segunda vuelta, frente a un aparecido, un trujamán de feria que, a juzgar por los resultados, debió captar los votos no sólo de la derecha sino de una porción del “centro”3.
Ciertamente, se había logrado consolidar, en las elecciones de Congreso, la confluencia del PH creado, para este propósito, a principios de 2021. Luego se sumaron otros grupos. En la consulta para definir el candidato participaron casi 6 millones de ciudadanos, o sea, el 15 por ciento del censo electoral4. Finalmente, hacia la segunda vuelta, otros grupos, movimientos y fracciones de partidos confirmaron su apoyo a la candidatura de Petro. El triunfo, sin embargo, no puede atribuirse a la definitiva coalición orgánica del Pacto, sino a un conjunto mucho más amplio de ciudadanos que se decidieron por este candidato. Pero, sin querer minimizar la magnitud del cambio político, debe reconocerse que no significa tampoco la generación de una corriente popular de identidad política, ni siquiera de carácter populista o caudillista. Muy lejos está de la “ola de voto a la izquierda”, como acostumbraban decir algunos periodistas.
La distribución geográfica de los resultados electorales, además, no alcanza a ser alentadora. En la región occidental y algunos departamentos de la amazonia, la victoria fue contundente. Como contundente fue la derrota en la región andina, especialmente Antioquia y el eje cafetero. Sucedió lo mismo, aunque tal vez por la ventaja del origen del otro candidato, en los santanderes. La costa caribe fue en esta ocasión un lugar de encarnizada disputa, salvo en el Magdalena donde parece haberse consolidado Fuerza Ciudadana, hoy parte del PH. En esta región, como se sabe, dada la preeminencia de los famosos clanes que se reproducen con el respaldo, en cada ocasión, de varios partidos, da la impresión de que no abunda entre los votantes fidelidad partidista y existe un margen de migración que facilita la puja entre candidatos.
En fin, más allá de las cifras desagregadas o consolidadas, la pregunta es ¿qué tan seguro o volátil es el voto del Pacto y particularmente el de Petro? Téngase en cuenta que en la segunda vuelta de las presidenciales tiende a imponerse el criterio de la “utilidad”: muchos se decidieron por él para evitar que ganara Rodolfo, pero ¡quién sabe, de haber sido otro! Lo cierto es que ni siquiera entonces podía hablarse de fortaleza del PH, en el sentido de opción política e ideológica arraigada en el pensamiento y la voluntad de las personas, para no mencionar sus colosales deficiencias organizativas5.
La anunciada y promocionada batalla
Como era previsible, al día siguiente, los grandes medios titularon con frases como “aplastante derrota”, “Monumental paliza”. Sin embargo los resultados no son tan diferentes de los de 2019, ya comentados. Prosiguen, aunque lentamente, varias de las tendencias registradas.
El número y heterogeneidad de los cargos hace difícil los balances. Para 1.102 alcaldías y 32 gobernaciones (los uninominales), tenemos 418 diputados, 12.072 concejales y 6.885 ediles. Pero lo más preocupante es el número de candidatos, que abruma, por no decir francamente que espanta. Se inscribieron 132.553 y aunque luego disminuyeron, terminaron representando 6.6 veces los cargos a proveer. Esta tendencia viene desde principios de siglo6. En la disputa encontramos más de 35 “partidos”; muchos, desde luego, pequeñas empresas electorales. Fácil es sospechar que el principal interés de tantos políticos no es el de “servir a su país”.
Dos características se deben destacar. En primer lugar, es claro que esa miríada de pequeños grupos no representa otras tantas definiciones ideológicas; se consolida el vacío intelectual, lo que importa es lo que se cree de la persona del candidato, de ahí el peso adquirido por la publicidad o la “campaña de proximidad”, definitiva en la pequeña escala de pueblos, veredas y barrios. La segunda es más bien una consecuencia: obviamente, muy pocos de estos “partidos”, la mayoría tan pequeños, pueden aspirar a tener por sí mismos una parte importante de la torta, de ahí el fortalecimiento de las diversas formas de alianza introducidas en nuestra legislación, principalmente las Coaliciones (que además permiten ocultar las denominaciones que por su trayectoria de corrupción pueden resultar chocantes) pero también el sistema de “avales” y “coavales” y la muy extendida figura de “grupos significativos de ciudadanos” es decir “por firmas”7.
En el Cuadro Nº 3 se muestra, para gobernadores, el panorama de elegidos según fuese por partidos o por coaliciones. Tenemos sólo diez en el primer caso y 22 en el segundo. En comparación con el 2019, vemos que sólo los liberales pudieron desempeñarse bien en la fórmula partidista, reafirmando su condición de tradicionales hegemónicos en ciertas regiones, cosa que ya no pudieron hacer los conservadores. En esa condición trata de mantenerse el Centro Democrático (CD) con tres gobernadores (incluyendo “creemos”). Hecho significativo es la conquista de gobernaciones por parte de partidos nuevos, en solitario. Se incluye el PH aunque, como se sabe, es una coalición. Al igual que en el 2019, la fórmula más utilizada fue la de coalición (o coavales). El campeón de esta argucia es el Partido de la U que obtuvo así nueve gobernaciones, incluyendo la del Valle donde es claramente la fuerza hegemónica8. Es además la fuerza indiscutiblemente ganadora al sumar diez gobernaciones con la del Vichada que obtuvo en solitario. Entre los “nuevos, independientes, alternativos o del cambio”, como suelen identificarlos, los más fuertes, el Verde y la ASI (Alianza Social Independiente) se la jugaron nuevamente a las coaliciones pero sólo el primero tuvo éxito en dos departamentos.

Hacer, pues, el balance global es complicado. Diego Otero, propone examinar los resultados para las Asambleas como un indicador más adecuado que los uninominales. Sobre un total de 14.785.758 votos escrutados, concluye que continúan dominando los que llama “del sistema” con 66.8 por ciento, siendo el Partido Liberal el que obtuvo la mayor votación con 2.219.535, el 15,01 por ciento de total. Si se suma la correspondiente al Nuevo Liberalismo –excluyéndolos de los llamados independientes– pasaría del 70 por ciento. Recuérdese, entonces, que para 2019 –aunque sobre el número de diputados electos– los mismos representaban el 77.3 por ciento. Añade Otero que al PH puede atribuírsele un 7,94 por ciento y a la Alianza Verde el 9,349.
De todas maneras, es esta escala departamental la que más nos acerca a la dinámica regional de la política colombiana. Allí se observa el juego más puro de los intereses y las conveniencias, pero, a diferencia de lo local, el disfraz político permite concretar la influencia sobre el Congreso (Representantes) y desarrollar el apoyo o la oposición al gobierno nacional. Conviene, por tanto, detenernos un poco en algunos casos de coaliciones, tan ilustrativos como escandalosos.
En Cundinamarca, por ejemplo, la coalición ganadora (Jorge Emilio Rey) está formada por: Colombia Renaciente, Partido Liberal, Partido Conservador, Partido de la U, Cambio Radical, Movimiento Alternativo Indígena y Social, Alianza Social Independiente, Colombia Justa Libres, Partido Demócrata, Creemos, Partido Ecologista y La Fuerza de la Paz. ¿Alguien podrá establecer si representa el “sistema” o por contrario el “cambio”? No faltará quien responda, no se sabe si en broma, que, por lo menos, no hay Uribistas. Pero en Bolívar, aparece, en la ganadora, la ASI junto al Centro Democrático (y la Fuerza de la Paz y Colombia Renaciente), lo mismo en el Tolima, acompañada en este caso por la ADA y Colombia Renaciente. Como se señaló antes, ASI y los Verdes no son tan renovadores. Por ejemplo, en la Coalición Arauca Mejor que quedó en segundo lugar, después del CD, figuraban: Partido Liberal, Alianza Verde, Partido de la U, Alianza Social Independiente y Partido Conservador. En el mismo departamento, el PH, sin La Fuerza de la Paz, Esperanza Democrática, Independientes y Fuerza Ciudadana, ocupó con modesta votación el tercer lugar.
Otro tanto sucede con Mais que aparece en Córdoba al lado del Partido de la U, el Conservador y el Liberal. En el Valle, ocupó su sitio en la fórmula ganadora, acompañado de otros “renovadores” como ASI, La Fuerza de la Paz, Partido Demócrata Colombiano, Partido Colombia Renaciente y ADA, obviamente bajo el liderazgo de la U, mientras el PH, al cual muchos de ellos pertenecen, se desgastaba en un esfuerzo inútil.
En efecto, se ha dicho que el principal problema del PH fue no haberse presentado unido. En muchos departamentos ni siquiera aparece como tal sino que sus integrantes figuran en una u otra coalición. A veces se trataba de enfrentamientos políticos internos, como en el Atlántico o en el Cesar, pero la mayoría de las veces simplemente sucede que cada grupo, por pequeño que sea, tiene su propia agenda, según el departamento.
La presunta prueba “reina”
De todas maneras, la elección de los alcaldes tiene mayor importancia para los ciudadanos y concentra la atención de los grandes medios, las redes y la misma opinión pública. Especialmente en las grandes ciudades capitales. Puede decirse que el “juicio” sobre lo que pasó en las elecciones, superficialmente, tiene que ver con lo que haya sucedido en esta elección. Y en realidad, la abstención electoral suele ser menor. Es por eso que la imagen fabricada de la gran derrota toma fuerza fácilmente. Sin contar con dos advertencias. Una, que, como ya se dijo, nunca hubo una verdadera disminución de los partidos del establecimiento, y dos, que la pretendida renovación había estado concentrada en los partidos del “centro”.
Aquí también se reparten entre los candidatos de partido y los de coalición. Si nos concentramos en las ciudades capitales (excluyendo San Andrés que es al mismo tiempo Departamento) encontramos que de 31 solamente 14 ganaron representando un Partido. Se usaron frecuentemente las firmas, pese a contar con el respaldo tácito de corrientes políticas identificables, lo cual también sucedió aun apareciendo el partido. Por ello es difícil la identificación política, y el establecimiento de si la mayoría fue para la oposición, superfluo. Entre las ciudades capitales, solamente Leticia, Tunja, Quibdó, Santa Marta, Mitú y Puerto Carreño pueden ubicarse claramente como “independientes”. La sorpresa, naturalmente, fue la resurrección del Nuevo Liberalismo que además de Bogotá consiguió Florencia y San José del Guaviare. Para éste la calificación de independiente sigue siendo una broma.
Bogotá, como se sabe, se considera el paraíso del voto libre de opinión. No es del todo cierto pero puede asumirse que desde finales del siglo pasado no es un simple coto de caza de los viejos partidos. Aquí, no solamente gana Galán con el 49 por ciento, lo cual le permitió asegurar su puesto en primera vuelta, sino que, en segundo lugar, con alrededor del 20 por ciento, queda el novato J. D. Oviedo, candidato por firmas, desplazando a Gustavo Bolívar, el candidato del PH, a un tercer escaño. Aparentemente esta sería una nítida comprobación de la aparatosa derrota del petrismo ya que, según se dice, la capital era su seguro e invencible baluarte.
Varias razones pueden explicar estos resultados. En primer lugar, es claro que en la capital se concentró el mayor esfuerzo de propaganda de la oposición, no sólo de los partidos, sino especialmente de los gremios empresariales y los grandes medios masivos de comunicación, como ya se mencionó. Con una particularidad: aquí existe una contradicción que no es exactamente la misma que a nivel nacional en donde solía hablarse de polarización Uribe-Santos, o ultraderecha– izquierda, alrededor de la paz; es una contradicción entre el programa que podemos llamar “peñalosista”, que viene desde Antanas y ha seguido aplicándose hasta hoy con Claudia López, y las breves variantes de Garzón, Moreno y sobre todo Petro. Es este programa el que vuelve a ganar en Bogotá.
Es por eso que el voto libre no forzosamente se orienta hacia la izquierda, como suponen algunos superficialmente, sino hacia el “centro”, pretendidamente moderno y tecnocrático. Había un terreno favorable en la coyuntura: la sensación de que siendo Bolívar un simple ejecutor de Petro se volvía a aplazar el Metro que a juicio de muchos debe hacerse como sea, sin importar sus características.
Otra cosa es que la oposición más visceral y primitiva, encarnada en el uribismo, pero mucho más amplia, podía y pudo aprovechar estos resultados para cobrar una victoria en el escenario nacional, como lo veíamos al principio.
El saldo
En fin, no podía ser derrotado lo que no existía. Las elites colombianas y sus seguidores construyeron su “olla de piñata” para poder aplastarla fácilmente a manotazos. De ahí no se deduce –y es bueno aclararlo para evitar malentendidos– que no exista en el pueblo colombiano un enorme descontento, una exigencia y una ilusión de cambio, sino que no logra aun idear las alternativas. Y sin duda el terreno electoral no es el más adecuado para avanzar.
Hace algunos meses nos preguntábamos: ¿Qué tan histórico será este pacto?10. En el fondo era una reacción frente a las especulaciones de quienes ya se habían apresurado a declarar la aparición de un nuevo “bloque histórico”, en una evocación ligera de la conocida tesis de Gramsci. Desde luego, en esos términos no tiene discusión. Sin embargo, de la confusión resulta una pregunta. ¿Es por lo menos un indicio de que algo está sucediendo? Evidentemente es más una pretensión que muchos teníamos. ¿Cómo acercar, cómo juntar en una sola corriente, el deseo y la expectativa de cambio que se descubría en los sectores populares y en las clases medias (denominaciones deliberadamente genéricas) y que tenían bastantes y diversas expresiones organizativas?
Un primer problema: quien lo proponía y sus destinatarios no ven otro lugar de la política diferente al ejercicio electoral. Posiblemente explicable por nuestra historia. Años de “abstencionismo”, que, en el discurso, generalmente se asociaba con opciones de insurgencia armada, llevaron, al condenar a estas últimas, a reivindicar en cambio el “electorerismo”. Sin duda un razonamiento equivocado, pero eso fue lo que se dio. Los más jóvenes, por supuesto, han llegado al escenario, directamente, sin utilizarlo, como algo que es así, sin discusión.
Entonces, como tantas otras veces, lo que se propuso fue una coalición para ganar elecciones. Con sus implicaciones: financiación, trámites, personerías jurídicas, juego de avales, etcétera. Primero para el Congreso, que se ha considerado la base de la gobernabilidad. Y luego para la Presidencia. Un gran obstáculo: ya otros, liderados por los “Verdes”, estaban intentando hacer lo mismo (y con capacidad de “saquearle” grupos al Pacto). ¿Quién podía capitalizar el descontento tan claramente expresado en lo que se llamó estallido social? Por lo que hemos reseñado antes, parece que es esta última opción la que se encuentra más a tono con la dinámica cultural de hoy, especialmente en las clases medias ilustradas11.

Pero, más allá de los resultados electorales, lo que interesa es saber si existe otra forma de hacer política12. Anteriormente las corrientes políticas que pretendían ser revolucionarias (no simplemente de “izquierda”) se fogueaban en los movimientos sociales, en la lucha directa. Hoy adquieren la “experticia” en conversaciones de pasillo, acuerdos secretos, combinaciones burocráticas, intercambios de favores y aprenden técnicas de mercadeo. Esto es lo que parece caracterizar la renovación, si bien persiste una dinámica distinta en lo que queda de la antigua “izquierda” que sigue ligada a los movimientos sociales. Es, en la forma de una fáustica contradicción, lo que ha pesado desde sus inicios sobre el PH13. Hoy se recomienda su transformación en un “Partido”, como si la centralización y la dirección desde arriba resolvieran los problemas. Probablemente los agrave. La dificultad consiste en que el terreno electoral impone un estilo de trabajo; otra cosa sería falta de realismo. Habría que volver a la idea de principios del siglo XX en la que se busca estructurar la acción política desde lo extraparlamentario, para convertir lo electoral –y el gobierno– en un instrumento subordinado. Pero ya no es una opción para este “Pacto”, que no alcanzó a nacer.
Algunas características específicas de las elecciones departamentales y municipales:
a) Como se sabe, en Colombia, al igual que en muchos otros países, los partidos no representan ya ideas y programas sino que son empresas electorales que operan con base en el mercadeo (publicidad) y la corrupción. El efecto nocivo de esta condición es en este caso mucho más acentuado, pues lo que está en juego lo facilita. Mientras en las elecciones nacionales para Presidente y Congreso entran en disputa algunas ideas generales, en las locales sólo entran, en una feria de promesas, temas de interés inmediato que generalmente implican gasto público: vivienda, servicios, seguridad, movilidad, “obras” (los clásicos escenarios deportivos), etcétera.
b) Para los “candidatos” se trata de una “inversión” que debe ser recuperada y rentabilizada luego, mediante el fraude en los contratos, la disposición sobre cierto número de cargos públicos, o el saqueo puro y simple. De ahí la importancia que ha adquirido la “financiación”. En estas circunstancias, la relación con el ciudadano se despolitiza. Se trata de un negocio o intercambio de favores. Es lo que se conoce como el clientelismo. El ejemplo más descarnado es la compra de votos. –Hay abstención electoral, pero los que votan lo hacen a sabiendas de lo que están haciendo. Para algunos la convicción y para otros el interés. Cuando no es el miedo, ya que generalmente, a la corrupción se añade la coacción, no pocas veces violenta.
c) Aquí las elecciones son solamente uno de los dispositivos de reproducción de las estructuras locales de poder socioeconómico. Es por eso que se habla, con razón, de clanes polítiqueros los cuales no están atados forzosamente a determinado partido político. Es más, en los últimos tiempos es práctica habitual la formación de “disidencias” de partidos otrora tradicionales, la formación de nuevos partidos, o la creación de “movimientos” ad hoc, “por firmas”. A diferencia de los años cincuenta y sesenta, la proliferación de grupos, luego de la descomposición del sistema bipartidista, le ha dado a las elites locales una mayor capacidad negociadora en términos de su afiliación. Es cierto, por ejemplo, que en la mayoría de las regiones azotadas por la violencia paramilitar la corriente que mejor se ajusta a su mentalidad e intereses es la Uribista, pero no existe un verdadero compromiso con las estructuras del Centro Democrático, y según diversas combinaciones de conveniencias bien pueden optar por Cambio Radical, el Partido de la U, el Conservatismo, el Liberalismo o cualquier otro. Al fin y al cabo, muchos de estos partidos ya han demostrado hasta la saciedad que pueden incluso apoyar al paramilitarismo, de ser necesario
d) En el tema electoral es fundamental no olvidar las profundas diferencias geográficas: entre el campo y la ciudad, entre los varios polos regionales y entre centro y periferias. Y utilizar con precaución las cifras consolidadas “nacionales”. Como decía hace muchos años un dirigente Conservador: una cosa es la mayoría cuantitativa y otra la mayoría “geográfica”. Al respecto, es conveniente precisar la funcionalidad específica de los comicios en los “departamentos”, es decir para gobernadores y diputados. Como se sabe, salvo algunas excepciones, desde el punto de vista presupuestal y legal no es mucho lo que ofrecen. En esa medida lo que hacen es sumar y consolidar las fuerzas clientelares de los diferentes clanes, garantizando su reproducción y permitiendo así su presentación e incidencia nacional.
e) Finalmente, una anotación que suele estar presente en las conversaciones. Desde comienzos del presente siglo se viene registrando un proceso de diferenciación, separación y alejamiento entre las elecciones para el poder ejecutivo, de una parte, y las elecciones para órganos legislativos, de otra. En las primeras se advierte un peso importante del “voto libre de opinión”, mientras que en las segundas predomina el clientelismo. Esto es evidente en el caso nacional del Presidente de la república y en el de la Alcaldía del Distrito capital de Bogotá, y se comienza a observar también en otras ciudades capitales e intermedias. Sin embargo no es algo definitivo y conviene no sobreestimarlo.
1 Vargas Ll, G. “La pela fue total”. El Tiempo, 5 de noviembre de 2023
2 Fueron estas características en algunos candidatos triunfadores (principalmente no ser de la “clase política”) las que llevaron a muchos a celebrar la “renovación” en algunas alcaldías y un par de gobernaciones. Hoy en día ya podemos hacer el balance y la verdad es que no resulta muy satisfactorio. No ha habido renovación, por lo menos en Bogotá, Cali, Medellín, Cartagena y Villavicencio, ni siquiera donde fueron triunfos exclusivos de la Alianza Verde como en Cúcuta, Florencia y Manizales y están en duda en Santa Marta y la gobernación del Magdalena, donde los ganadores se presentan como izquierda.
3 Ver Moncayo S. Héctor-León, “Una fórmula infalible”, periódico desdeabajo, Nº 292, junio 16-julio 16, 2022.
4 Según el presidente, en un sorprendente trino, conformaban su respaldo en primera vuelta: Colombia Humana, Polo UP, Mais, Verdes con Petro, liberales al pacto, ASI con Petro, Aico, Fuerza de la Paz, Independientes, Gente en movimiento, Soy porque Somos, ADA, Fuerza Ciudadana. Sin duda quería poner el énfasis en los que no formaban parte orgánica del Pacto desde sus inicios. En realidad son muchos más, por lo menos quince, sin tener en cuenta los “movimientos”.
5 Ver Moncayo S. Héctor-León, “¿Qué tan histórico será este Pacto?”, periódico desdeabajo, Nº 289, marzo 20-abril 20, 2022.
6 Ver Rubiños, S “Territoriales en disputa” desdeabajo, Nº 307, octubre 18-noviembre 18, 2023
7 La figura que se estrenó en las elecciones del 2019 permite alianzas entre personerías jurídicas con menos del 15% de la votación válida en la elección anterior.
8 Seguramente es una forma de esconderse. Lo hace también Cambio Radical que así ganó dos gobernaciones. Aunque en su caso el ejemplo más notorio fue el de la Alcaldía de Sincelejo donde triunfó Jahir Acuña, ampliamente conocido por su corrupta trayectoria.
9 Otero Prada, Diego, “Análisis crítico de los resultados de las elecciones para las asambleas del 29 de octubre de 2023” Bogotá, 1 de noviembre de 2023. Asociación Colombiana de Economía Crítica-ACECRI.
10 Moncayo S. H-L, Ibídem.
11 Ver Moncayo S, Héctor-León, “La miseria en el medio intelectual” Le Monde diplomatique. Colombia. Edición 234, julio 2023.
12 Podría decirse que el estrepitoso derrumbe, tan colosal como vergonzoso, del llamado “Centro Verde Esperanza” en las presidenciales, expidió el acta de defunción de esta oferta. Sin embargo en las que acaban de pasar, como se vió, junto a la solidez de los clanes, vuelve a manifestarse la misma tendencia “centrista”, aunque con otros colores que no excluyen una futura resurrección del “liberalismo de izquierda”.
13 Durante todo esto proceso y especialmente últimamente han abundado las críticas sobre la escogencia de candidatos y la confección de listas. Ver una reseña en Rodríguez, R. “Qué pasó con las listas del Pacto Histórico?” agosto 13, 2023, https://razonpublica.com
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