La última columna escrita por el poeta Eduardo Escobar (1943-2024) posiblemente quedé en la historia por haberla elaborada en tiempos de controversia nacional acerca del cambio en el modelo de salud. En ella Escobar manifiesta sus valoraciones luego de ser atendido de urgencia en una clínica. El poeta conservó hasta sus últimos momentos, la “esperanza” de ser inmune a la muerte, mientras como paciente auscultaba los rostros del personal médico que le atendía, vestía, acostaba y finalmente ponía líquidos a su cuerpo.
En medio de toda esa invasión clínica pudo contar con la disposición de reconocer en esos jóvenes médicos una sustancia que estaba por encima de “las prevenciones de la propaganda contra la salud neoliberal”. Entrevió que los oncólogos, neumólogos y cardiólogos que con probabilidad no habían leído sus poemas y columnas de prensa eran dulces y abnegados. Tampoco llegaremos a saber si la columna la escribió por llevar la contraria al gobierno
Al leer su escrito evoqué una tarde de 1982 cuando lo vi emerger de un hotel de Pereira en camilla y ser subido a una ambulancia. El poeta me miró con sus ojos claros, tras las gafas redondas, como expresándome “lástima no lo puedo atender para la entrevista… estos son los gajes de una noche de fiesta”. Afortunadamente me quedé con su poesía y después de verle partir en aquella ambulancia verifique que el poeta era una estrella la cual caía de los edificios en construcción obedeciendo a las leyes de la inercia, la gravedad y la dinámica
Afortunadamente el recuerdo de Escobar me permite recrear el mito del nadaísmo literario en Colombia,del poeta enamorado de las vacantes, los delirios y las fiestas, que compromete su corazón hasta quedar exhausto, urgido de suero o nebulizador para limpiar los pulmones congestionados. En esa tarde en la cual por problemas de salud Escobar no pudo atender al joven que soñaba ser poeta, se truncó mi aspiración de conocer a uno de los hijos de aquella generación nadaísta que estuvo dispuesta a distinguir el advenimiento del poema, la hora llegada de la epifanía
En el año de 1965 Gonzalo Arango y otros de sus compañeros de aventuras literarias, padecieron en Manizales la censura impuesta por quienes confundían nadaísmo con comunismo. Como respuesta a esa censura Arango y su grupo arrojó botellas vacías de aguardiente Cristal contra los muros del diario La Patria. Cuenta Jota Mario Arbeláez que contrario al desprecio de la élite manizalita, les esperaba a la entrada de Pereira un jovencito de nombre Cesar Gaviria Trujillo trasmitiendo desde un transmovil de Todelar la aparición de la pléyade de poetas vanguardistas, exhortando a escucharlos con toda libertad en el centro de la ciudad.
Fue tanto el entusiasmo que despertaron esos jóvenes, que hasta la impresora Sigma editó una publicación de poesía dirigida por Eduardo Escobar titulada “La viga en el ojo”, con un tiraje de 3000 ejemplares. En la publicación, participaron artistas plásticas como Álvaro Barrios y Pedro Alcántara y sirvió de trampolín y enlace con otras publicaciones literarias del continente.
Desde esas primeras visitas a la ciudad de los años sesenta, la voz del nadaísmo dejó huella en lo que hoy llaman “territorio”. Fueron los casos del poeta de Santa Rosa, Risaralda, Orlando Sierra; el mismo Héctor Escobar, poeta luciferino y habitante del barrio Providencia en Pereira quien solía evocar los recitales de Eduardo Escobar y su tropa.
Sin predica de socialismo alguno, Eduardo Escobar supo que los poemas no eran de nadie, sino que invaden sin hacerles solicitud alguna, pues llegan silenciosos y sin zapatos como un gusano. Del pasado supo que tenía la estructura de un fogón encendido, sobre el que reposa un recipiente cuyo contenido revuelve una mujer que se parece a su madre y tras de esa mujer un niño y tras del niño su padre con un bigote como un manubrio de bicicleta.
Finalmente Eduardo Escobar, indefenso ante ese tribunal médico que es como encontrarse “frente al pelotón de fusilamiento”, aceptó el veredicto que le decretaba cuidados intensivos. Una enfermera joven quitó de su rostro con delicadeza las gafas redondas que dejaban ver sus ojos claros. Adormecido por las drogas médicas, a pesar del desaliento producido por la proximidad del fin y mientras soportaba obedientemente los rituales clínicos, emitiendo uno que otro gemido de corneja, el poeta coqueto supo reconocer que bajo la pijama continuaba viva la energía vital que los senos de la enfermera le comunicaban.
* Escritor. Profesor Universidad Tecnológica de Pereira
El tango de los hampones
Muchas veces quise ser bueno
Pero siempre me convencieron de la movida
de la bolsa o la vida
que es la moda del siglo que corre
Por eso me preocupo
de mantener mi billetera gorda
a cualquier precio
sin pararme en pelillos
Y del bien sacrosanto de mi panza
Desoigo los consejos de los pobres y los buenos
Hay que trampear si queremos sobrevivir
Tretas y artimañas convienen
Y es ventajoso mantener alguna carta oculta
Los discursos morales conducen a la ruina
Hay que ir armando también por el buen camino
El mundo se pone cada vez más difícil
Pregúntale a mi pistola
Entre el justo y el pecador
la diferencia está en el muerto
Y aunque no hay muerto malo
es preferible vivir y seguir en lo que estamos
mientras nos dejen
No hay que dejarse adelantar
El vencedor impone la moral
Las víctimas no cuentan
Se cuentan
Y se olvidan
Muchas veces quise ser bueno
Pero quién alimentaría a mi familia
Es mejor prevenir que lamentar
Y menos peligroso golpear primero
Por hacer el bien sin mirar a quién
muchos de cuyos nombres me olvidé
hallaron un mal fin
Es bueno y loable intentar ser honrado
Pero resulta un sinsentido
en este mundo corrompido
La virtud es hermosa no cabe duda
pero las virtudes del rico son evidentes
Y están bien respaldadas por los bancos
El que cuenta sus morlacos
dispone bien las partes del antiguo problema
sé lo bueno y lo malo
Hay que alejarse de la horrible pobreza
Hay que ser duros antes que demasiado puros
Golpea fuerte, y no lamentes tu suerte
Si no existieran el bien y el mal
La vida sería como pan con pan
Únete a mi banda
No te irá mal
si eres leal
Y sobre todo
te cuidaremos de la policía
Es una porquería
El fin del mundo
Hoy soy feliz:
el sol se está apagando sobre el mundo.
Todo va a terminar.
La muerte es amarilla sobre el río.
El universo será un puñado de sal para
el mar.
La luz se transformará en jabón para la cara.
Los automóviles dormirán en las esquinas
y esperarán convertirse en garzas.
Yo,
esperaré la invasión de las garzas
que vendrán a fabricar sus nidos
en el corazón de los semáforos.
La ciudad de cemento será una caja de cartón,
Sola y empolvada
inmóvil
terminando en todas las calles.
Adquiriendo la hediondez que se acumula en mis bolsillos.
Pero yo soy feliz
irremediablemente,
mientras la luz es vieja.
Eduardo Escobar
Leave a Reply