Con motivo del aniversario 59 de la muerte del padre Camilo Torres Restrepo, se realizó la tradicional misa del 15 de febrero en la Capilla de la Universidad Nacional, en Bogotá. Allí me encontré con algunos amigos camilistas y pude conversar con el padre Javier Giraldo, a quien admiro y le otorgo mucho respeto, así como con el profesor Carlos Medina Gallego, académico y gran conocedor de la vida de Camilo, de la historia del Eln, y del conflicto social y armado de nuestro país.
Desde cuando me acerqué a la capilla, sentí cierto nerviosismo, pues una congregación o ceremonia en torno al padre Camilo siempre ha sido y será conmovedor para mí. Debo decir que soy más que un simpatizante y admirador del padre Camilo Torres, pues mis vínculos familiares y la historia me conectan de manera estrecha con Camilo. Desde muy joven me interesé por la vida y la obra de este noble revolucionario, quien inspiró el pensamiento rebelde de la generación de mis padres.
A mis 18 años leí con pasión uno de los tantos libros sobre el cura revolucionario: la biografía escrita por Walter J. Broderick, que estaba en la biblioteca de mi casa, firmada por mi padre. En mi niñez había oído hablar de Camilo por mis progenitores y mi abuela paterna, Leonor Cortés Bolívar. Sabía que detrás de la vida y la muerte de Camilo Torres existía un capítulo de la historia de Colombia que yo necesitaba escudriñar y conocer. Fue así como en las páginas de esta obra encontré el nombre de mi tío Julio César Cortés (1939-1968), hermano 10 años mayor que mi padre, Carlos Arturo, con lo cual mi espíritu político despertaría para siempre.
Precisamente me llamo Julio Cortés porque así lo acordaron mis papás en honor a mi tío. Julio César Cortés fue un estudiante brillante de medicina de la Universidad Nacional en los años 60, en un momento histórico de gran convulsión política y efervescencia revolucionaria en Colombia y en el mundo. Julio César ha sido catalogado por el historiador Manuel Ruiz Montealegre y varios estudiantes líderes de su época como el máximo dirigente estudiantil de la Nacional de entonces.
Julio César Cortés fue presidente del Consejo Superior Estudiantil en 1961 y 1962, miembro del Fuar (Frente Unido de Acción Revolucionaria), periodista estudiantil y fundador del periódico El Bisturí, presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios (FUN), y fundador del periódico Frente Unido, junto con el padre Camilo Torres Restrepo y otros líderes de la Nacional.
Asimismo, asistió con gran protagonismo a congresos estudiantiles en Moscú y varias ciudades de países socialistas en tiempos de la Guerra Fría. Estuvo en Cuba y era un consagrado estudioso del marxismo, de la historia de Colombia y en general de las luchas emancipatorias de la humanidad. Obtuvo el premio nacional de cuento con “La piedra”, relato sobre el encuentro de un policía con él, en un refugio provisional durante un tropel de la Nacional.
“Julio César Cortés tenía muy buenas relaciones con estudiantes que militaban en organizaciones políticas, y el reconocimiento de sus condiciones humanas aparece reiterado en los testimonios de los estudiantes de la época. Aun cuando su principal motivación era la cuestión política, este líder estudiantil, el más importante de la época sin lugar a dudas, tenía una vocación hacia el arte y la literatura. Al respecto, Antonio Hernández señala: ‘Julio, aparte de que era un líder político, era escritor; además de su formación de médico tenía vínculos con la literatura y la cultura’”*.
Camilo, Julio César Cortés y el movimiento estudiantil
Cuando Camilo Torres llega como capellán a la Universidad Nacional en 1959, se encuentra con un gran activismo del movimiento estudiantil. Acababa de triunfar la Revolución Cubana con Fidel y el Che Guevara, y esta victoria se constituiría en esperanza y ejemplo por seguir para derrotar tiranías como la de Fulgencio Batista, sostenidas por Estados Unidos. La Revolución Cubana se convirtió en fuente de inspiración de la lucha revolucionaria para muchos jóvenes latinoamericanos y del mundo que luchaban contra el imperialismo y las oligarquías locales.
El padre Camilo Torres optó desde muy joven por la vida sacerdotal. Se involucró solidariamente con los pobres, y su sensibilidad social con los oprimidos lo llevaron a tomar posturas cada vez más críticas y radicales, hasta convertirse en un cura incómodo para las altas jerarquías de la iglesia católica, así como para la clase dirigente del país. Sus estudios en Sociología y Teología de la liberación, realizados en Lovaina (Bélgica), influyeron en Camilo para asumir un trabajo cada vez más comprometido con las luchas populares y sentir que la única forma de servirle al prójimo era el “amor eficaz” a través de la revolución.
Si bien es cierto que Camilo Torres Restrepo se ha constituido en un icono de la revolución colombiana, también es pertinente conocer y reivindicar la memoria de otros heroicos revolucionarios que estuvieron a su lado; estudiantes que lo acompañaron en el trabajo comunitario en barrios populares de Bogotá, jóvenes que lucharon por una sociedad justa, en la que los niños no murieran de desnutrición y accedieran a una educación que desarrollara la conciencia crítica y emancipatoria. Una juventud que consideraba que el peor enemigo era el imperialismo asesino.
Tristemente, muchos de estos líderes estudiantiles tuvieron que partir a la clandestinidad y optar por la lucha armada como único camino para continuar en la defensa de sus convicciones políticas y huir de la represión. Las vías democráticas estaban cerradas a la posibilidad de un cambio social. La oligarquía liberal-conservadora había asesinado a Jorge Eliécer Gaitán, y la violencia imperaba en campos y ciudades. Eran los tiempos del Frente Nacional, ante el cual los estudiantes, los obreros y los campesinos se organizaban para derrocar el régimen oligarca. Crecía el inconformismo social contra los sucesivos gobiernos de la derecha, así como los enfrentamientos entre estudiantes y la fuerza pública eran cada vez más violentos.
Fueron varios los estudiantes, especialmente de medicina, los que tuvieron un papel protagónico en la dirigencia del movimiento estudiantil, marcado por un fuerte proceso de politización y activismo: Julio César Cortés, Guido Lastra, Hermías Ruiz, Víctor Medina Morón, Jaime Arenas Reyes, Ricardo Lara Parada, Jaime Pardo Leal, María Arango y muchos otros ofrendaron sus vidas por la revolución colombiana. La utopía de la revolución parecía posible.
“Me siento feliz de estar en plena juventud ahora que millones de personas se aprestan a luchar. Me siento feliz de hacer parte de ese ejército –que será legendario– de indios, de negros, de mulatos, de siervos y esclavos de la tierra que en toda América se levanta incontenible contra sus amos” (fragmento de carta escrita por Julio César a su hermana Leonor, antes de ingresar al Eln, 1965).
Paradojas de la militancia revolucionaria
Paradójicamente, en 1968, estudiantes revolucionarios vinculados y cofundadores de la guerrilla del Eln, como Julio César Cortés, médico de este grupo armado, y Víctor Medina Morón, comandante político, fueron asesinados en las filas de esa guerrilla por orden de su comandante, Fabio Vásquez Castaño, debido a diferencias de enfoque en la lucha, ya que, para la comandancia, predominaba el accionar militar sobre la labor de formación política del pueblo y de la propia insurgencia. El 22 de marzo de 1968 se produjo el trágico e injusto fusilamiento de Cortés, Morón y Ochoa, capítulo lamentable descrito en el libro Yo vi morir a Camilo, de Carlos Arango Z. Aquí cabe recordar las palabras de Julio César en el momento de su fusilamiento: “Viva la revolución. Abajo Fabio Vásquez Castaño”.
Otros líderes estudiantiles, pertenecientes a esta organización, fueron asesinados posteriormente por el Eln. Es el caso de Jaime Arenas Reyes, compañero entrañable de Camilo y Julio César. Luego de estos fusilamientos, Arenas huyó pero fue capturado por el ejército y puesto preso. Durante su detención en prisión, escribió el libro La guerrilla por dentro. En ese texto, Jaime denuncia los fusilamientos, el autoritarismo de Vásquez Castaño y las contradicciones al interior del movimiento eleno. Después de salir de la cárcel, Jaime Arenas fue asesinado por un comando urbano del Eln. De igual modo, en 1985, ocurrió la muerte de Ricardo Lara Parada, cofundador de la guerrilla roja y negra, asesinado en la puerta de su casa, años después de haberse separado de esa agrupación armada y ser un gran dirigente político en Barrancabermeja.
La tragedia de los fusilamientos de parte de la comandancia del Eln en contra de sus propios compañeros es realmente cruel e incomprensible. El Eln se había fundado en 1964 con una pequeña base campesina de Santander, y de jóvenes estudiantes de las universidades Nacional e Industrial de Santander (UIS), que se identificaron con los propósitos del padre Camilo Torres y el Frente Unido. Fueron jóvenes nobles que dieron la vida por la revolución, por una patria libre de esclavos y tiranos. Se dice que esta guerrilla tenía más bajas por sus propios fusilamientos que por muertes en combate con el ejército.
Con esa experiencia se puso en evidencia la tendencia militarista y autoritaria que primó sobre el debate político en esa organización armada. Una generación de valiosos seres humanos fue desperdiciada por no haber existido una vía política que permitiera los aportes de la inteligencia y el compromiso que caracterizó a esos jóvenes. “Fueron líderes muy valiosos y admirables que entregaron su vida, la muerte de ellos fue terrible, fueron estigmatizados como traidores, y realmente eso no corresponde a la realidad, incluso después se comprendió que Fabio Vásquez estaba casi loco y por eso se lo llevaron a Cuba. Yo creo que vale la pena reivindicar esas vidas sacrificadas por un mundo mejor” (padre Javier Giraldo).
Replanteamiento
Además de la tragedia de su muerte en esas circunstancias, hay un agravante que pesa sobre la memoria histórica, sobre cada uno de ellos y sus familias: es haber sido catalogados de divisionistas y traidores. Como consecuencia de esta estigmatización, surge en los 80 el movimiento Replanteamiento, justamente con el objetivo de reconocer tanto el origen patriótico del Eln, como la honestidad revolucionaria de quienes fueron fusilados y acusados de traidores.
Han pasado muchos años y hasta el momento la dirigencia elena no ha pedido perdón por sus injusticias y sus crímenes. El comandante Fabio Vásquez murió en Cuba sin reconocer su responsabilidad en las ejecuciones de sus compañeros. Tristemente, los ideales del padre Camilo Torres y de tantos revolucionarios se perdieron casi desde la fundación de esta guerrilla. Las familias de estos revolucionarios que fueron víctimas del Eln merecen que se reconozca la verdad histórica y la dignidad de sus protagonistas.
En conclusión, conviene rescatar la memoria histórica, especialmente en la situación que atraviesa actualmente el país, pues, como dijo el profesor Carlos Medina Gallego, “hay una generación de jóvenes universitarios que le apostó a la utopía de la revolución, que se fue quedando en el camino, como consecuencia, unas veces de la tragedia de la guerra, y otras veces, debido a contradicciones internas, como es el caso del Eln, que tiene una deuda grandísima en términos de vida con los jóvenes de nuestro país que escogieron el camino de la lucha armada”.
* Ruiz Montealegre, Manuel, Sueños y realidades, procesos de organización estudiantil 1954-1966.

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