Piquiña barroca

En mi texto de abril, “La insoportable levedad de las imágenes” que se enfocaba en las imágenes, hacía una mención al hecho de que Bernini, en el clima de fuerte represión que se desencadenó por la Contrarreforma, alcanzó a esculpir su famosa Éxtasis de Santa Teresa. Ahora bien, no dudando ni un segundo del hecho de que muchísimos lectores y lectoras se habrán quedados hambrientos de información sobre este periodo histórico, me parece oportuno, por no decir necesario, retomar este discurso para profundizarlo más. En nuestra época tan incierta, como en la de Bernini, afortunadamente aún existen cosas cuyos rasgos se pueden descubrir gracias a los libros, sin tener que aguantarse el picor debido a la angustiante curiosidad que ella produce.

Así las cosas, si recordamos que Bernini nació en Nápoles el 7 de diciembre de 1598, y murió en Roma el 28 de noviembre de 1680, entonces podemos afirmar sin problema que el artista vivió casi plenamente el siglo XVII italiano. Desde un punto de vista socioeconómico, este fue un periodo marcado por una profunda crisis, que disparó las condiciones de pobreza no solo en la península itálica, sino en todo el continente europeo. Esto se debió a muchos factores, entre ellos el estancamiento de la expansión colonialista hacia el continente americano de las potencias occidentales, hambrunas difundidas por un ciclo de malas cosechas, varias olas de contagios y muertes por Peste y también las muchas guerras que se dieron debido al enfrentamiento entre católicos y protestantes. 

Este contexto borrascoso se reveló muy fértil para el proliferar de la cultura, ya que justamente este periodo corresponde grosso modo al Siglo de Oro español, cuyos autores se nutrieron bastante de un nuevo estilo artístico que se había implementado en Italia en aquellos años, a saber, el Barroco. Esta nueva concepción artística prosperó en Roma, gracias a una específica postura política de la Santa Sede, que, luego del Concilio de Trento, decidió impulsar fuertemente la producción artística como herramienta propagandística para la difusión de las doctrinas de la Contrarreforma. Esta decisión dio lugar a una producción artística notable, que ha dejado una profunda huella en la historia del arte, tal como cualquier turista puede constatar dando un paseo por las calles del centro de Roma, cuyas arquitecturas, iglesias y monumentos siguen demostrándonos los resultados de este periodo feliz, como lo atestigua la Fontana di Trevi. Imagínense que la demanda de obras era tan grande que muchísimos artistas, incluso aquellos que no estaban movidos por una fuerte pasión religiosa, confluyeron en Roma para tratar de conseguir alguna comisión del Vaticano. Probablemente, a pesar del pésimo final que tuvo su estancia y de la compleja relación que el autor instauró con varios miembros del clero, Caravaggio ha sido uno de los ejemplos más felices de los resultados que produjeron esta nueva postura artística de la Iglesia.

Desde el punto de vista artístico, acudiendo a la clásica y llamativa definición que Wölfflin da en su obra Principios de la historia del arte, el estilo del Barroco se define por contraposición a su antecesor, el Renacimiento. En particular, mientras que este último privilegiaba el estilo lineal y plano, el primero prefería lo pictórico y la profundidad; y en donde el Renacimiento le apostaba a la forma cerrada, la claridad absoluta y la pluralidad, el Barroco respondía con formas abiertas, falta de claridad y con la unidad. Dicho de otra forma, el Barroco renunciaría al ideal de proporción y armonía que los renacentistas habían rescatado de la antigua cultura griega para expresar un tipo de arte más conforme a las complejidades que la Modernidad iba planteando a los individuos. Esta contraposición fue inclusive ampliada hasta el punto de acuñar el concepto de lo Barroco para indicar cualquier estilo artístico que se contraponga al clasicismo y que, en muchas lecturas posteriores –como podría ser la de Benedetto Croce– pasó a tener un significado despectivo, en cuanto símbolo de una actitud decadente. 

Sin pretender extenderme demasiado en temas técnicos de la historia del arte, de todo esto me interesa resaltar el hecho de que, probablemente, fue necesario desarrollar un nuevo estilo artístico, porque la sensibilidad estética del siglo que le antecedió ya no lograba tocar los corazones de las nuevas generaciones, que, mientras tanto, debido también a los cambios socioeconómicos ya mencionados comenzaban a asumir el hecho de que la existencia no es tan lineal y armónica como se refiguraba en las pinturas renacentistas, y entonces se necesitaban nuevas imágenes con las cuales fuese más simple identificarse. Así las cosas, las sonrisas tranquilas y casi apáticas de la Venus de Botticelli y de la Fornarina de Raffaello fueron paulatinamente remplazadas por la cara extática de la Santa Teresa de Bernini o por las caras expresivas que distinguen las pinturas de Velázquez, porque, ya no se consideraba admisible excluir los sentimientos de las representaciones artísticas, ya que ellos eran un componente fundamental de la complejidad de la experiencia humana. 

En este alboroto cultural y, en consecuencia, estético, Bernini jugó un papel especial, al convertirse en el artista más apreciado por la Iglesia romana, y llegó a ser considerado algo así como un “dictador artístico” de la época. Por siglos se ha creído que Bernini pudo adquirir este estatus acoplando su producción artística a los gustos de sus comitentes religiosos. Dicho de otra forma, se ha perpetuado la idea de que Bernini haya sido el talentoso megáfono de la propaganda religiosa que la Iglesia quería imponer en el clima de la Contrarreforma. Sin embargo, gracias a La libertad de Bernini (La libertà di Bernini), un minucioso ensayo del historiador del arte Tomaso Montanari, sabemos que, en realidad, la trayectoria artística de Bernini no puede interpretarse simplemente como la larga sumisión de un artista excepcional a favor del poder y en desmedro de la propia libertad creadora, sino que se puede leer como la constante búsqueda de un compromiso que un artista tuvo que encontrar con el poder para que su arte prosperara y no tuviese demasiadas injerencias por parte de los comitentes. Así las cosas, Bernini pudo gozar de un margen de libertad a la hora de escoger qué y cómo crear nuevas obras de arte religiosas y gracias a esto, no teniendo que aguantarse la constante censura que padecieron varios de sus colegas, pudo contemporáneamente influenciar el gusto de los mismos comitentes y del pueblo en general, que con estas nuevas obras entraba en contacto una vez que se volvían públicas. De este modo, mientras que Caravaggio tuvo que escapar de la Ciudad Santa a causa de su estilo de vida y de sus posturas estéticas, y Giordano Bruno moría quemado el 17 de febrero de 1600 en Campo de’ Fiori por haber defendido doctrinas que la Inquisición consideraba heréticas, Bernini pudo crear y prosperar por toda su larga vida. 

Ahora bien, he querido traer a colación el ejemplo de Bernini, porque me parece que, además de brindarnos unas cuantas anécdotas sobre el siglo XVII, tiene aún algo que decir también con relación a los días que corren. De hecho, si regresamos a la descripción realizada de la época de Bernini, no es particularmente difícil encontrar las similitudes entre los dos periodos históricos, ya que nosotros también nos encontramos en un contexto en el que acabamos de salir de una pandemia de nivel global, las guerras proliferan, el cambio climático ha causado un sinfín de hambrunas en muchas partes del globo y, último pero no menos importantes, la polarización cultural y política está produciendo una miríada de bandos, políticos, culturales y religiosos, que no tienen ningún interés en el diálogo entre ellos. 

Pues bien, como hemos dicho, en un contexto similar, Bernini supo hacer malabares entre todas las dificultades y pudo crear algunas de las obras artísticas más representativas de la historia occidental. Dejando a un lado el desgastado lugar común de que la creatividad prospera mejor en las situaciones del conflicto, que huele a romantización de la violencia y no explicaría movimientos artísticos como, por ejemplo, el Impresionismo francés, que se desarrolló en plena Belle Époque, la cual es un momento histórico que debe su apodo al hecho de que se recuerda como el periodo más largo de paz y prosperidad que tuvo Europa en su historia; se puede igualmente remarcar la importancia que el arte recubre en los momentos de crisis, tanto desde la perspectiva de los artistas, como, sobre todo, desde la perspectiva de los espectadores.

En esta tónica, quién sabe cuántas personas se habrán ensimismado en algunas de estas caras de sufrimiento que se podían comenzar a admirar en este periodo en lugar de las expresiones tranquilas renacentistas, y, mirándolas, hayan encontrado por lo menos un momento de conforto luego de haber pasado un largo día aguantando hambre o pensando en algún ser querido que en el mismo periodo estaba desplazado en una de las muchas campañas militares que se daban en Europa y, de esta forma, hayan también podido sentirse un poco más cerca a lo divino que parecía haberlas abandonado. 

De forma similar, quién sabe si Bernini se dio cuenta de que, al momento de luchar por su libertad, estaba efectivamente contribuyendo a que la doctrina cristiana se difundiese lo más posible, ya que sus cánones estéticos permitían que la gente apreciara más sus obras, en desmedro de la indiferencia que habría provocado, entre los fieles, seguir reproduciendo las mismas imágenes sagradas, cuyo estilo ya no lograba tocar las nuevas sensibilidades populares y, en definitiva, no lograba despertar los corazones. Probablemente, nunca lo sabremos con certeza, pero es interesante, por lo menos plantearse el problema en estos términos para que, la próxima vez que tengamos que responder a la clásica pregunta por la utilidad del arte, podamos considerar otra perspectiva alternativa al sacar la calculadora para estimar su rentabilidad en el mundo actual. 

Finalmente, cerrando el discurso que inicié en abril, estas similitudes, además de renovar nuestro interés por Bernini, podrían también ayudarnos a replantearnos la importancia de las imágenes, y en consecuencia del arte en general, en nuestras vidas, para que de mercancía de consumo vuelvan a ser consideradas como salvavidas existenciales.  

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* Las imágenes son de la exhibición: “Caravaggio-Bernini”, Rijsmuseum, Ámsterdam, 14 feb-13 sept. 2020, https://www.rijksmuseum.nl/whats-on/exhibitions/past/caravaggio-bernini

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Información adicional

Autor/a: Fabio Bartoli
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo Nº325, junio 17 - julio 17 de 20225

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