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Sin embargo, los territorios urbanos donde se arraigan los movimientos que trabajan por la emancipación sufren nuevas e inesperadas embestidas de actores nacidos a menudo en el seno de los mismos movimientos. Se trata de un proceso que se puede fechar en la década de 1990 con el acceso a los gobiernos municipales de fuerzas de izquierda como el Partido de los Trabajadores en Brasil, el Frente Amplio en Uruguay y otras fuerzas de izquierda en porción significativa de las ciudades latinoamericanas. De la mano de la “descentralización con participación” se pusieron en marcha proyectos como el Presupuesto Participativo, en Porto Alegre y otras ciudades, experiencias que tuvieron nombres y protagonistas diferentes pero características similares. Desde el punto de vista de los sectores populares organizados en movimientos, las experiencias no fueron felices, porque propiciaron la desarticulación de toda una camada de organizaciones populares, más allá de la voluntad de sus promotores.
En esta década nacieron gobiernos progresistas y de izquierda en la mayor parte de los países sudamericanos. Las viejas políticas participativas dieron paso a diversos planes estatales para combatir la pobreza, que deja consecuencias de larga duración para los movimientos, en particular para los urbanos. Con ellos se impusieron nuevas formas de gobernar o “nuevas gobernabilidades”, para decirlo con Michel Foucault2, que pueden ser interpretadas como punto de intersección entre los movimientos sociales y los Estados.
El problema que enfrenta el arte de gobernar en América Latina consiste en que en las últimas décadas las poblaciones se levantan, se insurreccionan, y desde el caracazo de 1989 lo hacen regularmente. El panóptico se vuelve arcaico: aunque sigue funcionando, no es el medio fundamental de control social. Para gobernar grandes poblaciones que cambian y buscan el cambio se requieren formas de control a distancia, más sutiles, que buscan la “anulación progresiva de los fenómenos por obra de los fenómenos mismos”, lo que exige un tipo de acción menos transparente que la del soberano, para dar paso una acción “calculadora, meditada, analítica, calculada”3. Se trata de actuar en relación de inmanencia respecto a las sociedades, y para eso los movimientos juegan un papel fundamental, y de ahí la necesidad de contar con ellos.
Podemos decir que los Estados que dirigen Lula, Kirchner y Tabaré Vázquez, los ejemplos más obvios pero no únicos, son hijos del arte de gobernar4. Ya no estamos ante los estados benefactores o los estados neoliberales prescindentes sino ante algo inédito, que sobre la base de la fragilidad heredada del modelo neoliberal busca desarrollar nuevas artes para mantenerlos en pie, dotarlos de mayor legitimidad y asegurar así su supervivencia siempre amenzada. Ello supone entender al Estado como propone Foucault, o sea, como una práctica y no como una cosa o estructura. El 25 por ciento de la población de Brasil, casi 50 millones, es beneficiaria del plan Hambre Cero. En Argentina y Uruguay, el 15 por ciento de los hogares reciben ayuda estatal, complementada por planes que apoyan las formas de supervivencia nacidas en la pobreza. No puede hablarse, por tanto, de las clásicas políticas focalizadas sino de algo diferente y nuevo.
Estas prácticas o formas de hacer, trabajan hoy con fuerza en territorios de la pobreza, y para ello deben asumir algunas de las iniciativas que nacieron abajo y orientarlas en otra dirección. Lejos de marginar a los movimientos, las nuevas prácticas estatales pasan por el “fortalecimiento de las organizaciones”, como propone el Banco Mundial, para convertirlas en contrapartes activas, capaces de hacer “diagnósticos participativos” y ejercer la dirección de proyectos con Organizaciones No Gubernamentales (Ong). Estas prácticas adjudican recursos, construyen saberes, administran cosas que afectarán a la población. Me interesa destacar que no es una gubernamentalidad construida por el Estado, adoptada pasivamente por los movimientos, sino que se busca, y se consigue en alguna medida, una construcción conjunta en espacio-tiempos compartidos.
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