En las favelas de Brasil, las villas de Argentina y los asentamientos de Uruguay, el Estado hace un intenso trabajo territorial con fuerte impacto en los movimientos. Para eso, ya no es necesario cooptar individualmente –incluso, sería contraproducente hacerlo– sino construir de modo conjunto. El papel más destacado lo juegan ahora las asistentes de las Ong (en buena medida mujeres jóvenes, con formación universitaria), que se mueven en los mismos espacios que los militantes y practican los modos de la educación popular. En los hechos, se produce una enorme confusión entre la militancia tradicional y los funcionarios estatales. Ambos hablan lenguajes similares y cultivan códigos parecidos, porque en realidad una parte sustancial del funcionariado de las Ong proviene de la militancia social o de sus aledaños.
En los territorios de los sectores populares, los activistas sociales ya no están solos. Unas décadas atrás, el Estado sólo aparecía vestido de uniforme policial o militar, o mediante caudillos patriarcales hoy en decadencia. Ahora, el Estado reconoció el papel del territorio y de los movimientos territoriales, y los movimientos reconocen el nuevo papel de aquél. Y juntos, a partir de tal reconocimiento, están creando algo diferente: nuevas formas de gobierno. Es éste un cambio de larga duración, destinado a introducir una poderosa cuña estatal en las periferias urbanas, pero ya no de un Estado puramente represivo sino algo más complejo y ‘participativo’ que, no obstante, persigue el mismo fin: adelantarse a lo que pueda suceder; en suma, “evitar la revolución”. Una vez más, siguiendo a Foucault, podemos decir que de la mano de los nuevos gobiernos, municipales y nacionales, nacen prácticas que hacen Estado y lo conservan.
En los hechos, los movimientos abordan los problemas fundamentales para la nueva gobernabilidad: salud, educación, coexistencia, en suma, ocupándose de la sociedad desde lógicas estatales; pero, sobre todo, tomando en cuenta aquellos espacios en los cuales pueden surgir problemas, movimientos, rupturas. Este Estado, producto de las nuevas gobernabilidades, tiene enorme legitimidad. Es ahora un Estado capilar porque, gracias al arte de gobernar, ha permeado los territorios de la pobreza con mucha mayor eficiencia que los caudillos clientelares del período neoliberal. Esos caudillos actuaban vertical y autoritariamente, y, por tanto, siempre podían ser desbordados.
Estamos transitando nuevas formas de dominación. Poco importa que vengan de la mano de fuerzas que se proclaman de izquierda, porque las nuevas artes de gobernar las desbordan y las incluyen a la vez. No se trata de que las izquierdas se hayan propuesto hacerlo así sino que les tocó gobernar en un período en que surgen gobernabilidades nuevas. En otras partes del mundo, Iraq, por ejemplo, algunas de estas ‘artes’ corren a cargo de las tropas de ocupación de Estados Unidos. No interesa tanto quién sino cómo.
Lo que está en juego es la supervivencia misma de los movimientos y de sus territorios como potenciales espacios de emancipación. En la medida en que las nuevas formas de gobernar, que suelen ser ensayadas primero en la escala municipal, desarticulan los movimientos sociales, pueden ser consideradas como parte del arsenal antisubversivo de los Estados. Superar este desafío pasa por comprender lo que está cambiando, asumir las nuevas formas de dominación biopolíticas más allá de quienes las hagan rodar. Que las encargadas de hacerlo sean las izquierdas no debiera sorprender: el panóptico y las formas disciplinarias de control social fueron una creación de la Revolución Francesa para enfrentar los desafíos que planteaba la caída del viejo régimen.
Raúl Zibechi
Montevideo, abril de 2008
Tamaño: 14 x 21 cm
220 páginas
ISBN: 978-958-8093-98-7
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