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De la democracia en Estados Unidos

De la democracia en Estados Unidos

El mundo no se libró aún de la política estadounidense… Hasta ahora, las elecciones de medio término raramente eran decisivas, aun cuando provocaban una alteración de la mayoría. En 1994, el tsunami republicano había aniquilado sobre todo las resistencias de los demócratas a la política penal represiva y a la estrategia comercial librecambista de su presidente; en 2010, la escalada conservadora del Tea Party paralizó a Barack Obama, pero en un momento en que su eslogan de campaña, “Esperanza y cambio”, ya no era más que el recuerdo amargo de una ocasión perdida (1).

El escrutinio legislativo del 6 de noviembre próximo marcará en cambio una nueva etapa en la polarización política de Estados Unidos, ese torbellino que desde hace dos años precipitó la desestabilización del orden internacional. Porque el voto determinará el destino del ocupante de la Casa Blanca. Muy decidido a volver a presentarse en 2020, Donald Trump obsesiona a tal punto a cada uno de los dos campos que pareciera que les comió el cerebro. Sus adversarios lo acusan de ser un traidor que intenta socavar la Alianza Atlántica y los valores democráticos de Occidente. Él replica que sus acusadores son los auxiliares de las pandillas de América Central, las MS-13 (Mara Salvatrucha) que siembran el terror en Estados Unidos. Amplificados por las redes sociales, esos arrebatos de paranoia se convirtieron en una música de fondo que ya no marca ninguna interrupción postelectoral. En consecuencia, los dos partidos dejaron de ponerse de acuerdo sobre las reglas de juego de su enfrentamiento, esa “democracia estadounidense” de la que estaban tan orgullosos que todos la presentaban como modelo para el planeta en su totalidad.

Régimen oligárquico

Cuando no lo califican directamente de fascista, muchos demócratas ven en Trump a un “caniche de Putin” que debe su victoria a un modo de escrutinio sesgado en su contra (lo que no es falso) y a las fake news elaboradas minuciosamente por Moscú (una exageración reforzada por una obsesión). Si el Partido Demócrata recupera la mayoría en el Congreso, estará tentado de multiplicar las comisiones de investigación y de entablar un procedimiento de destitución contra el Presidente (2).

Semejante perspectiva atiza la ira de los partidarios de Trump, que siguen siendo numerosos, ardientes y de buena gana dispuestos a creerse perseguidos. En su opinión, precisamente cuando el balance económico de su héroe es halagüeño, los medios, las elites intelectuales y el “Estado profundo” se encarnizan en impedirle gobernar. Lejos de abrumarlos, una derrota en noviembre próximo los alentaría a creer que esa conspiración, el fraude electoral y el voto de inmigrantes clandestinos son la causa de sus sinsabores.

Dos electores estadounidenses de cada tres ya están convencidos: “El sistema está trucado en contra del estadounidense medio”; republicanos y demócratas por lo menos coinciden en ese punto (3). Y tienen razón en creerlo, porque la oligarquía es su régimen común. Pero el tenor actual de su enfrentamiento, personalizado al extremo, sugiere que la salvación de ese estadounidense medio no está a la vuelta de la esquina.

 

1. Véase Eric Alterman, “Profunda decepción con el presidente Obama”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, octubre de 2011.
2. Que no tendría éxito a menos que la votaran dos tercios de los senadores.
3. Setenta y cinco por ciento de los demócratas y cerca del 60% de los republicanos piensan eso. Gerald Seib, “The dangers of losing faith in democracy”, The Wall Street Journal, Nueva York, 4-7-18.

*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Víctor Goldstein

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