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El Marx del siglo XXI

Luis Humberto Guerrero
Luis Humberto Guerrero

El mayor historiador marxista vivo recupera el pensamiento de Karl Marx, y afirma que su crítica del sistema capitalista, liberada de las experiencias fallidas del siglo XX, resulta esencial a la hora de repensar el mundo, en crisis desde la caída del Muro de Berlín.

En el cementerio de Highgate, al norte de Londres, donde están enterrados los decimonónicos Karl Marx y Herbert Spencer, sus respectivas tumbas están una a la vista de la otra. Cuando ambos vivían, Herbert era reconocido como el Aristóteles de la época, en tanto en la parte baja de Hampsted Karl subsistía gracias al dinero de su amigo Friedrich Engels. Cuando algún visitante preguntaba a Karl por sus obras, solía inquirir con amarga ironía: “¿Qué obras?”. Había escrito algunos panfletos y el tronco de un importante volumen incompleto, Das Kapital (El Capital), obra en la que apenas había avanzado en la última década de su vida. Su principal esfuerzo político desde el fracaso de la revolución de 1848, la llamada Primera Internacional (de Trabajadores, 1864-1873), se había ido a pique. Tampoco había ocupado ningún lugar destacado en la política ni en la vida intelectual de Gran Bretaña, donde residió más de la mitad de su vida como exiliado. Cuando murió, el 14 de marzo de 1883, a los 64 años, sólo once personas estaban junto a su féretro. Sin embargo, mientras hoy nadie sabe siquiera que Spencer está en Highgate, la tumba de Marx recibe a peregrinos de todos los rincones del mundo, y socialistas, comunistas y revolucionarios de toda índole desearían ser enterrados a su sombra.

Esta parábola, tomada casi textualmente del propio Eric Hobsbawm, ilumina mejor que cualquier argumento lo que surge como el propósito central de su último libro: la reivindicación de la figura de Marx, la vigencia y el vigor de sus ideas en el mundo moderno, su capacidad de movilizar fuerzas sociales, precisamente cuando la globalización capitalista –pronosticada por él en 1848– no logra zafar de sus periódicas crisis.

Radiografía histórica

Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo 1840-2011 (1) es, básicamente, un estudio del “desarrollo e impacto póstumo” de las ideas de Marx, aunque no se trata de una historia sistemática del marxismo en el sentido que del término se tiene. Hobsbawm advierte que su trabajo está especialmente dirigido a aquellos lectores con un interés específico en Marx, el marxismo y su interacción en el mundo de las ideas. De hecho, esta nueva obra entra en sintonía con toda su fecunda producción (2), especialmente dedicada al desarrollo mundial del capitalismo, el movimiento obrero y las particularidades y condiciones históricas en que se produjo el desenvolvimiento del marxismo.

Nacido en 1917 en Alejandría, bajo el protectorado británico de Egipto, Eric Hobsbawm es, a los 94 años, el historiador vivo con mayor reconocimiento internacional. En su largo y profundo vínculo con el marxismo descuella su pertenencia al prestigioso Grupo de Historiadores del Partido Comunista de Gran Bretaña, acaso la más brillante escuela historiográfica marxista, que en 1952 fundara la influyente revista Past and Present. En 1956, tras la invasión soviética a Hungría, y a diferencia de la mayoría de sus colegas, permaneció fiel a Moscú, aunque no sin posiciones críticas. En este punto, precisamente, algunos especialistas han señalado que su última obra carece de una convincente explicación teórico-histórica del estalinismo, si bien se alude a él en tono crítico en diversos momentos. También, que la dimensión y profundidad de la actual crisis capitalista hubiera demandado una visión más honda y específica, con menos reducción al “fundamentalismo de mercado”. Y por último, que aun con méritos incuestionables, el trabajo no alcanza a configurar una reflexión global, unitaria y sistemática del marxismo, capaz de incluir lo que implícitamente su título proclama.

Hobsbawm construyó esta obra en base a dieciséis ensayos escritos entre 1956 y 2009, muchos de ellos inéditos en castellano, ahora recopilados y adaptados para esta circunstancia. El núcleo del trabajo incluye seis capítulos escritos para el ambicioso Storia del Marxismo, publicado en italiano por Einaudi (Turín, 1978-1982), lo que configura más de la mitad del libro. Antonio Gramsci (1891-1937) es el único marxista posterior a Marx y Engels específicamente analizado y celebrado como teórico político original y estratégico: “en mi opinión, el pensador más original de Occidente desde 1917”, evalúa el autor.

Formalmente, la obra está dividida en dos partes. La primera constituye un recorrido sobre el pensamiento teórico-político de Marx y Engels durante el siglo XIX, incluidas sus posiciones frente a expresiones socialistas alemanas, francesas y británicas, sus ideas acerca del Estado, la lucha de clases, los tipos posibles de revolución y la futura sociedad. No falta una introducción a Las condiciones de la clase obrera en Inglaterra, de Engels, las diferentes lecturas que admite el Manifiesto comunista y los tardíamente hallados Grundrisse (bosquejos, en alemán), manuscritos donde un Marx ya maduro resignifica las formaciones económicas precapitalistas. La segunda parte ofrece una visión panorámica de la influencia del marxismo como movimiento político-social-intelectual en los últimos 130 años, desde la muerte de Marx.

Según Hobsbawm, lo que la gente pensaba de Marx el siglo pasado estaba dominado por tres hechos. Primero, había una división entre países susceptibles de hacer la revolución, y los que no. Luego, la herencia teórica de Marx, bifurcada entre reformistas y revolucionarios, abrumadoramente dominada por la revolución rusa. Y a partir de 1917, tras el derrumbe del capitalismo decimonónico y de la sociedad burguesa, en lo que Hobsbawm denominó la “era de la catástrofe”, con sus dos guerras, desde 1914 a 1945. Por entonces, y aun después, la alternativa socialista parecía ser inmune al colapso: por ejemplo el crack de 1929, el triunfo soviético sobre el nazi-fascismo, la conquista del espacio… En tanto, había dudas de que el capitalismo pudiera recuperarse, aunque de hecho lo hizo, pero no en su antigua forma.

Para esta radiografía histórica de la cultura marxista en el mundo, Hobsbawm distingue varias etapas. Una primera, durante la Segunda Internacional, dominada por la disputa “dictadura proletaria-socialdemocracia” (1880-1914). Una segunda, de lucha contra el fascismo (1929-1945). Una tercera, de posguerra: “frentes populares”, revolución democrático-burguesa, Tercer Mundo, explosión de la educación en los setenta (1945-1983). Y una cuarta, escrita puntualmente para este libro, de “recesión marxista desde 1983 hasta el 2000”, a tono con la debilidad y el colapso del llamado “socialismo real”.

En este punto Hobsbawm es coherente con lo que previno tras el derrumbe del muro berlinés, en noviembre de 1989, en el sentido de que “no solo cayó hacia el Este”, aplastando el experimento socialista. A este lado del muro –advirtió– la economía ya expresaba su crisis, un capitalismo “tardío” y “salvaje” se había lanzado sobre los restos del socialismo, las vanguardias artísticas habían caído y el sistema de valores establecido se había desmoronado.

Redescubrir su significado

Con todo, que la era de los regímenes socialistas y los partidos comunistas de masas haya tocado a su fin, y que allí donde aún sobreviven hayan abandonado el marxismo leninista –China, Vietnam– no significa, señala Hobsbawm, el fin de la vigencia de Marx. “Hoy en día Marx es, otra vez y más que nunca, un pensador para el siglo XXI”, se atreve a decir. Y ofrece dos razones. Por un lado, el fin del marxismo oficial en la URSS liberó a Marx de la identificación pública con el leninismo en teoría y con los regímenes leninistas en la práctica: “el argumento de que la teoría marxiana implica necesariamente el leninismo y sólo el leninismo (u otra escuela de la ortodoxia marxista) resulta insostenible”, apunta. Aquí, dos reflexiones. Una: al tomar distancia del leninismo, Hobsbawm no oculta los cambios operados en su pensamiento en las últimas dos décadas. Otra: al liberar las ideas de Marx del lastre de asociaciones formuladas en su nombre (no sólo el fracaso de la URSS, también el estalinismo, la Kampuchea de Pol-Pot o la revolución cultural maoísta) las pone de cara a recuperar su génesis crítica del capitalismo.

La otra razón, dice, es que el mundo capitalista globalizado que surgió de las entrañas del neoliberalismo a partir de 1990, era “en aspectos cruciales asombrosamente parecido” al mundo anticipado por Marx en el Manifiesto comunista. Destaca que ya en El Capital Marx logró desentrañar el comportamiento del capitalismo como una característica históricamente temporal de la economía humana, que respondía a un circuito basado en la expansión, concentración, autotransformación y crisis cíclicas. Y mientras el capitalismo global siga experimentando su mayor conmoción desde 1929 –sostiene– es difícil que Marx abandone la escena. Además, anticipa, el Marx del siglo XXI será sin lugar a dudas muy distinto del Marx del siglo XX. Y ello es así, advierte, porque gran parte de la historia académica de las ideas, en particular las ideas políticas, consiste en redescubrir el significado y la intención original de los pensadores y los contextos originales de su pensamiento. El Adam Smith de hoy en día no es el Adam Smith de 1776, salvo para un grupo de estudiosos especializado. Lo mismo ocurre inevitablemente con Marx, sostiene.
Para Hobsbawm, desde el punto de vista de la historia, el impacto político del marxismo es el logro más importante, aunque tampoco puede ignorarse el impacto intelectual. El nombre de Marx sugiere importantes transformaciones en el universo intelectual humano, junto a figuras como Isaac Newton, Charles Darwin, Sigmund Freud o Albert Einstein.

Además, advierte, nuestro juicio del marxismo del siglo XX no se sustenta en el pensamiento genuino de Marx, sino en interpretaciones y revisiones. Ni Marx ni Engels abordaron lo que luego sería, en el proceso de descolonización, la “cuestión nacional”, y tampoco profundizaron en el problema agrario y el campesinado, excepto el caso alemán. El revisionismo, el imperialismo, la disputa sobre cómo debería ser una economía socialista, que ocuparon el centro del debate del siglo pasado, no estuvieron (no podían estarlo) en la cabeza de Marx ni de Engels. Cuando en 1917 los bolcheviques tomaron el poder en Rusia –evoca– el marxismo se debatía en el dilema de si se podía encarar una sociedad socialista sin pasar antes por el capitalismo. Rusia estaba demasiado atrasada como para producir otra cosa que una caricatura de una sociedad socialista, “un imperio chino de color rojo”, según dicen, ironizó Georgi Plejánov. Tampoco una Rusia capitalista liberal surgiría bajo el zarismo. De modo que lo que hicieron –dice Hobsbawm– fue empujar el país desde el atraso hacia la modernidad a través de un improvisado desarrollo económico de tipo occidental, que se llamó “economía de guerra” (como era la de los contendientes) que echó las bases de la economía soviética planificada. Si con la Primera Guerra  y la Revolución se hizo añicos la Rusia de los zares, con la Segunda Guerra la URSS se convirtió en superpotencia.

Hoy ya nada de esto existe, advierte Hobsbawm. Pero tampoco la “imperturbable victoria del liberalismo político y económico” (Francis Fukuyama). Los intentos del siglo XX por tratar la historia del mundo entre puro colectivismo y puro individualismo, “no sobrevivieron a la casi simultánea bancarrota de la economía soviética y la economía del mercado”. Ninguna de estas economías volverá, arriesga. Desde la caída del muro, la izquierda se quedó sin su tradicional alternativa al capitalismo, “a menos que reflexionen sobre lo que querían decir con ‘socialismo’ y abandonen la presunción de que la clase obrera (manual) será el principal agente de cambio social”. Pero, avisa, también quedaron a la intemperie aquellos fervorosos de la reductio ad absurdum de la sociedad de mercado de 1973-2008.

“Puede que no esté en el horizonte un sistema alternativo, pero la posibilidad de una desintegración, incluso de un desmoronamiento del sistema existente, no se puede descartar”, previene. Desde los años 1970, el capitalismo “revirtió a la extrema y patológica versión del laissez-faire (‘el gobierno no es la solución, sino el problema’)”, en alusión al abandono de las teorías keynesianas sobre la intervención del Estado y la entronización del “fundamentalismo de mercado”, encarnado por Margaret Thatcher, Ronald Reagan y otros émulos patéticos. Ahora “hemos redescubierto que el capitalismo no es la (o no es la única) respuesta, sino la pregunta”, parafrasea un irónico Hobsbawm.

Hoy, señala, un ilimitado crecimiento económico, cada vez más altamente tecnológico y en pos de beneficios insostenibles, produce riqueza global, “pero a costa de un factor de producción cada vez más prescindible, el trabajo humano, y podríamos añadir de los recursos naturales. El liberalismo económico y político no puede proporcionar la solución a los problemas del siglo XXI. Tampoco podemos prever cuáles serán esas soluciones, pero para que haya alguna posibilidad de éxito –concluye Hobsbawm– deben plantearse las preguntas de Marx, aunque no se quieran aceptar las diferentes respuestas de sus discípulos”.

1        Crítica, Buenos Aires, mayo de 2011, 490 páginas.
2        Entre sus numerosos libros se destaca la serie formada por La era de la revolución, 1789-1848 (1997), La era del capital, 1848- 1875 (1998), La era del imperio, 1875-1914 (1998) e Historia del siglo XX (1998). Sus últimas obras publicadas son Entrevista sobre el siglo XXI (2000), Años interesantes. Una vida en el siglo XX (2003) y Guerra y paz en el siglo XXI (2007), todas publicadas por Crítica. También deben mencionarse sus clásicas compilaciones: Trabajadores, El mundo del trabajo, Revolucionarios o Marxismo e historia social y Sobre la historia.

*Periodista.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

Información adicional

Eric Hobsbawm reivindica la crítica del capitalismo
Autor/a: Adolfo Coronato
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