Ecuador surgió en 1830 con la separación del departamento del Sur de la Gran Colombia, patria por la que luchó Simón Bolívar. En Ecuador y Colombia la historiografía de mediados del siglo XX destacaba al tirano conservador García Moreno pero hacía borrón de Eloy Alfaro frente a las comunidades indígenas y la Revolución Liberal que da contexto para ver hoy la actual disputa de Rafael Correa en la Presidencia. Alfaro, primero como Jefe Supremo y luego como Presidente Constitucional, gobernó entre 1895-1901 y entre 1906-1911. Cayó víctima de la hoguera bárbara.
En sus primeros años, Ecuador era un país pequeño con dos regiones socioeconómicas claramente diferenciadas y al mismo tiempo geográficas: la Costa o Litoral, bordeando el Pacífico, y la Sierra, cruzada de norte a sur por la cordillera de los Andes. Cerca del 80 por ciento de una población cercana al millón de habitantes estaba en la Sierra, y su enorme mayoría era indígena, sujeta al sistema de las haciendas coloniales. Si bien en esta región había una cadena de ciudades fundadas en el siglo XVI, se destacaba Quito, la capital, como eje para la actividad de los poderosos terratenientes de la Sierra centro-norte. En la Costa descollaba Guayaquil, comercial, con poderosos agroexportadores cacaoteros. De otra parte, la amazonia no contaba en la vida política del país, reducida a la Costa y la Sierra, que lucían casi como dos repúblicas autónomas, con poderes oligárquicos específicos.
Junto a esta localización, a las confrontaciones regionalistas, progresivamente sobrevino el desarrollo de las luchas políticas entre liberales y conservadores, expresadas a través de caudillos y partidos. Los liberales respondían mejor a las condiciones de la Costa, mientras los conservadores tenían una identificación mayor con la Sierra, señorial y rentista. Sin embargo, los más importantes ideólogos liberales despuntarían en la Sierra.
Precisamente uno de esos ideólogos serranos, Abelardo Moncayo (1847-1917), consideró que el régimen del tirano conservador Gabriel García Moreno (1860-1865 y 1869-1875) interrumpió el progreso de las libertades que inició la Independencia y el que debía ser el “siglo de Bolívar” resultó trunco con el garcianismo. Un reflejo del sentir de los liberales.
Para entonces, el joven Eloy Alfaro Delgado (1842-1912) también se había unido a las fuerzas liberales que combatían a García Moreno. Aunque años después radicado en Panamá, Alfaro nunca dejó de tratar con grandes figuras liberales americanas, se unió a la masonería, apoyó a la causa liberal común de los distintos países, y en forma intermitente regresó a Ecuador para levantar montoneras (guerrillas) contra los gobiernos conservadores. Por su constancia revolucionaria y sus compromisos liberales, con un primer alzamiento en 1864, Alfaro alcanzó prestigio nacional e internacional, así sus opositores le calificaran de “general de las derrotas”.
Tras los fusilamientos de Nicolás Díaz Infante y el coronel Luis Vargas Torres en 1885 y 1887, cuando en Guayaquil brotó el pronunciamiento popular del 5 de junio de 1895, con el que se inició la Revolución Liberal Ecuatoriana, Alfaro estaba en Nicaragua –en León, ciudad que le dio el grado de General de División– y fue llamado para encabezarla. Las multitudes le aclamaron y se puso al frente del ejército montonero, que en su ascenso a la Sierra recibió el respaldo de la población y las comunidades indígenas. “Ya viene el indio Alfaro”, era el grito de terror y combate con que terratenientes, conservadores e Iglesia se resistían en los Andes.
Liberalismo radical
Alfaro entró a Quito con el aplauso del pueblo. Primero como Jefe Supremo y luego como Presidente Constitucional, gobernó entre 1895-1901. La sucesión presidencial demostró que la familia liberal no era monolítica y que otros caudillos disputaban el nuevo poder. De modo que, ejerciendo como presidente Lizardo García (1905-1906), tras el período de Leonidas Plaza (1901-1905), los liberales radicales lo consideraron alejado del liberalismo auténtico. Entonces, Alfaro levantó una nueva revolución y así llegó a la segunda presidencia (1906-1911).
Los gobiernos alfaristas, que representaban el ala radical del liberalismo, transformaron al Ecuador en diversos órdenes. La economía agroexportadora del cacao despegó y sus rentas consolidaron a la oligarquía regional costeña, enriquecida en las haciendas y los comercios, los bancos privados y las primeras manufacturas. En virtud de la ideología que movilizaba, el alfarismo en el poder promovió el crecimiento empresarial, favoreció la urbanización, impulsó una industria nacional protegida y generalizó las relaciones salariales, mediante las cuales, era un supuesto, poder superar las condiciones de la servidumbre indígena, campesina y montubia. Significaba un proyecto modernizador y capitalista para un país rural y atrasado en la época.
El gran esfuerzo de Alfaro se concentró en la institucionalidad del Estado nacional. En esa perspectiva, inaugura la educación pública laica y crea los institutos normales para formar el magisterio al servicio del país; además, la separación entre Estado e Iglesia, la nacionalización de los cementerios y los bienes eclesiásticos, y la creación del registro civil y la iniciativa para las leyes de matrimonio civil y divorcio; pero también, el enorme esfuerzo de integración nacional mediante la construcción del ferrocarril entre Quito y Guayaquil, que acercó a la Costa y la Sierra. A ello hay que sumarle la reorganización del Ejército, la creación del Colegio Militar, y la fundación de la Academia de Guerra y de la Escuela de Clases y Cadetes.
Las transformaciones están inscritas en el marco de las dos Constituciones expedidas en 1897 y 1906, ésta última considerada la Carta Magna del liberalismo. Con su enunciado, se consagraron las más amplias libertades y los derechos individuales de carácter civil y político, como la libertad de cultos, de imprenta y de prensa, que bajo el régimen conservador anterior no tenían ejercicio. Fue abolida la pena de muerte para toda clase de delitos, incluso los políticos. Si bien la propiedad privada y la iniciativa individual tuvieron garantía, bajo el nuevo régimen constitucional el Estado era el dueño de los recursos mineros.
Gracias a sus viajes por América –Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Venezuela, Perú, Colombia, Centroamérica–, como promotor de las ideas liberales, Alfaro cultivó amistades y entendió la lucha liberal como parte de las luchas latinoamericanas por una nueva sociedad. Aún antes de llegar al poder, soñaba con revivir la Gran Colombia y lograr una Confederación de Países Sudamericanos, idea que tenía pares en el general Andrés Avelino Cáceres del Perú –también dos veces Presidente–; del alzado Cipriano Castro en Venezuela, luego en la silla presidencial; y Rafael Uribe Uribe en Colombia. Como gobernante, Alfaro gestionó su proyecto grancolombiano, se solidarizó con Venezuela en sus reclamos por la Guayana Esequiba, abogó por la independencia de Cuba y movilizó recursos y acciones por la causa liberal en otros países. En 1896 convocó a un Congreso Continental que debía crear un Derecho Público Americano para sujetar la manipulación que Estados Unidos hacía de la Doctrina Monroe (América para los americanos, sic). Ese congreso resultó boicoteado por la diplomacia norteamericana, lo que no impidió que los ocho países finalmente reunidos acordaran una concluyente declaración antiimperialista.
El cuadro de realizaciones de Alfaro como gobernante tuvo la visión social, que distinguió al alfarismo como sector radical del liberalismo, distinto del moderado o del orden, que, carente de esa opción social, respondió mejor a los intereses de las élites del poder terrateniente y de las burguesías emergentes. En efecto, promovió la pequeña y la mediana propiedad, abolió el trabajo subsidiario y alivio las cargas del concertaje, que hacía de los indígenas serranos y los peones costeños verdaderos esclavos, tal como denunció en un Mensaje al Congreso. Además, con la colaboración de Miguel Alburquerque, sastre cubano, respaldó la organización de los primeros sindicatos liberales. Sus gobiernos promovieron a las capas medias, con trabajo en el Estado, incorporación al magisterio e incluso al Ejército. Y por primera vez atendieron a la mujer ecuatoriana, que encontró trabajo en oficinas públicas, fue capacitada y recibió becas.
En la ojeriza de los terratenientes
Esas políticas sociales del radicalismo despertaron la reacción de las oligarquías regionales, no dispuestas a permitir reformas capaces de afectar su dominio y la explotación a los trabajadores del campo, que eran las bases de la riqueza que distinguía a las familias poderosas de la Costa y la Sierra, y que no consentían la alteración de un ‘orden’ tradicionalista. De manera que, a pesar del clima económico favorable a los propietarios terratenientes y a los empresarios en franca ampliación, Alfaro resultaba una figura capaz de despertar recelos. Y los liberales radicales aparecían como políticos desconfiables en potencia. Por eso, finalmente los sectores oligárquicos que incluso habían sustentado al liberalismo triunfante advirtieron que los liberales moderados coincidían mejor con la preservación de sus intereses. Así se configuraba el cuadro histórico de las resistencias al alfarismo. Las otras expresiones crecieron con el tiempo.
Los conservadores nunca dejaron de combatir a Eloy Alfaro. Tampoco las jerarquías de la Iglesia y los sacerdotes fanáticos, que desde los púlpitos condenaban a los liberales como masones, impíos, herejes y demonios. Algunos obispos, como Schumacher en Portoviejo y Massiá en Loja, encabezaron verdaderas guerrillas orientadas a liquidar a quienes acusaban de atentar contra la religión y contra Dios. Entonces, 1911 resultó fatal para el liberalismo radical. Los acontecimientos se precipitaron con motivo de la sucesión presidencial de Alfaro. Así, aparecieron caudillos que pretendían ganar las elecciones en oposición a los alfaristas. Los partidarios del general Leonidas Plaza Gutiérrez, es decir, los liberales placistas, del ala moderada de la familia liberal, ansiaban derrotar definitivamente al alfarismo.
Don Eloy, el “Viejo Luchador”, apoyó a Emilio Estrada, quien resultó electo. Pero éste dio muestras posteriores de inclinarse hacia los liberales moderados, una razón para que Alfaro exigiera su renuncia, conocedor además de la grave enfermedad que aquejaba al nuevo presidente electo. Eloy Alfaro pretendió influir en su propia sucesión. Se habló de intento dictatorial. Y el 11 de agosto de 1911 un movimiento ciudadano en Quito le obligó a refugiarse en la legación de Chile y, en seguida, a salir del país rumbo a Panamá. Pero en diciembre fallecía Emilio Estrada y se cumplían así las previsiones políticas que Alfaro intuía. Carlos Freile Zaldumbide quedó como Encargado del Ejecutivo.
Irrumpe y fracasa alzamiento en la Costa
Fue entonces cuando una nueva revolución en la Costa, en el norte, proclamó a Flavio Alfaro, sobrino del Viejo Luchador; y en el sur a Pedro Montero. En Guayaquil unieron sus fuerzas, aunque las iniciales batallas ocasionaron las primeras pérdidas humanas. El gobierno de Freile Zaldumbide dispuso enfrentar a los revolucionarios, enviando tropas que triunfaron en Huigra, Naranjito y Yaguachi. Esta breve guerra civil produjo como mil muertos y más víctimas.
Eloy Alfaro, que había llegado para intermediar en el conflicto, sin ánimo de conducir la revolución, resultó involucrado. A consecuencia de la derrota, fueron apresados los ‘cabecillas’ y también las personalidades alfaristas inculpadas por el gobierno. Un juicio sumario contra Pedro Montero en Guayaquil terminó en plena sala de la Corte con el asesinato de este general alfarista. Se temió, entonces, por la vida de los otros prisioneros. Y aunque fue convenido, con la intervención de los cónsules de Inglaterra y de Estados Unidos, que se respetaría su integridad y el justo juicio al que tenían derecho, el gobierno de Carlos Freile Zaldumbide no hizo caso del tratado y ordenó el traslado de los prisioneros a Quito, aún a sabiendas de que el riesgo era mayor por el clima de odio que calentaba la capital en alimento de venganza, pues había familias que perdieron sus seres queridos en la reciente guerra.
Los prisioneros llegaron a Quito en el ferrocarril. En seguida fueron trasladados al Panóptico. Al llegar al lugar donde guardarían prisión, les esperaba una turba que, con la complicidad de los soldados, penetró a cada una de las celdas, asesinó en forma cruel y terrible a los prisioneros y luego arrastró sus cuerpos por las calles de Quito hasta las afueras de la ciudad, en El Ejido, donde los cadáveres fueron incinerados. Con razón el historiador Alfredo Pareja Diezcanseco calificó al hecho como “hoguera bárbara”. Era el 28 de enero de 1912, día trágico para Quito y el país, en el que, bajo los gritos de ¡Viva la religión!, ¡Mueran los herejes!, ¡Mueran los masones!, perdieron la vida los generales Eloy Alfaro, Flavio Alfaro, Medardo Alfaro, Ulpiano Páez, Manuel Serrano, y el periodista y coronel Luciano Coral.
Desde una perspectiva histórica, no hay dudas de que los gobiernos de Eloy Alfaro representaron un período de acciones revolucionarias liberales y radicales para impulsar una nueva sociedad. Tampoco se puede desconocer el sentido de continuidad con la gesta independentista asumida por el propio Eloy Alfaro. Cabe entender, además, que las reacciones antialfaristas giraron en el ámbito de la alianza que siempre tuvieron los conservadores con la iglesia católica. Y es necesario comprender que la época del predominio liberal radical entre 1895 y 1912 concluyó con la “hoguera bárbara”. Ecuador conmemora este año el centenario del asesinato de Eloy Alfaro y el gobierno nacional busca mantener la memoria viva de la Revolución Liberal y el recuerdo de aquél y de los radicales en la historia del presente.
¿Quién mató a Alfaro y sus principales lugartenientes?
Obras escritas en la misma época de los sucesos, de los liberales José Peralta en Eloy Alfaro y sus victimarios, y de Roberto Andrade en Sangre ¿Quién la derramó? y Vida y muerte de Eloy Alfaro dejaron el testimonio de los hechos y señalaron responsabilidades. También cuenta, para aclarar, la acusación que hizo el fiscal Pío Jaramillo Alvarado en 1919.
Jaramillo aseguró: “Quien examine el proceso con la atención y el ánimo sereno que es preciso, encontrará que no existe el deseo de esclarecer la verdad; que un soplo de cobardes condescendientes conmueve todas sus páginas”. Pero tuvo la entereza de señalar que el crimen no se reducía a los autores materiales de la espantosa escena. Tras ellos habían actuado varios sectores: conservadores intolerantes, clero fanático, liberales enemigos de los radicales alfaristas y hasta la prensa de oposición. Responsabilizó, ante todo, al gobierno de Carlos Freile Zaldumbide. Y acusó como autores directos a personas que habían servido de instrumentos de esa política de odios y revanchismos cultivada en los púlpitos, las conversaciones, los discursos, los editoriales, las caricaturas, las burlas y los deseos de venganza.
Con la muerte de los alfaristas concluyó el período de un tipo de liberalismo con orientación por los intereses populares, porque el liberalismo moderado que le sucedió se convirtió pronto en liberalismo plutocrático, identificado con la poderosa banca privada, particularmente guayaquileña, cuya hegemonía concluyó con la Revolución Juliana del 9 de julio de 1925.
*Juan J. Paz y Miño Cepeda, ecuatoriano. Doctor en Historia. Cronista de la Ciudad de Quito. Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia. Vicepresidente de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC).
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