Economista e investigador residente en Alemania, autor de libros sobre la ocupación de Palestina y el aparato de seguridad israelí1, militante del movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones, Hever (Israel, 1978) aborda en esta entrevista el nuevo contexto abierto tras la resolución del Tribunal Internacional de Justicia respecto a Israel.
—Muchos actores internacionales se han distanciado de Israel por primera vez ante la posibilidad de una incursión en Rafah. Incluso Joseph Biden ha marcado un cambio de tendencia en ese sentido. ¿Cree que esta presión puede llevar a un cambio en el curso de los acontecimientos?
—Creo que es un síntoma. Por supuesto, hay un efecto de bola de nieve desde la decisión del Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) y, debido a esa decisión, Israel tiene que demostrar que está deteniendo las acciones en virtud del artículo 2 de la Convención de Prevención del Genocidio, pero no se ha detenido. El resultado es que algunos países ya están empezando a respetar el embargo de armas y a entender que es ilegal venderle armas, comprar o permitir el tránsito de armas hacia Israel. La decisión del tribunal de los Países Bajos es muy importante, porque todas las partes de los cazas F-35 provienen de allí. El tribunal holandés tampoco permite el tránsito de armas desde Estados Unidos a Israel a través de Países Bajos. Ahora, ¿qué significa eso para España, Portugal, Grecia, Chipre, Italia? Todos están transfiriendo armas.
—¿Qué consecuencias puede tener que se detenga ese flujo?
—Israel sabe que si la Unión Europea (UE), un Estado miembro, no transfiere armas, Estados Unidos no tendrá capacidad de proveérselas. Estados Unidos ha ignorado en el pasado las decisiones del TIJ, pero la UE no puede hacerlo. En Israel se están enfrentando a la conciencia de que el tiempo se acaba. Al mismo tiempo, hay muchas protestas internas porque el gobierno no da muestras de que le importen los rehenes, dice que solo quiere ganar la guerra. Y todos comprenden que no ganarán la guerra. No importa cuántos civiles hayan matado. No se puede derrotar a Hamás como movimiento de resistencia. Y no están intentando rescatar a los rehenes mediante un intercambio de prisioneros. Por motivos políticos: si hay un intercambio, hay un alto el fuego, si hay un alto el fuego, hay elecciones en Israel. Si hay elecciones, es el fin del gobierno, y quizá el fin del Estado de Israel.
—¿Por qué quizá el fin del Estado de Israel?
—Hay una crisis política muy profunda. Por un lado, es insostenible la situación de la derecha, de los partidos fascistas, racistas, que están en el gobierno. La gente ha perdido la confianza en ellos. Sin embargo, la oposición no tiene números suficientes para formar un gobierno alternativo. Así que la gente empieza a darse cuenta de que solo hay una salida, que es la democracia. El fin del apartheid. Igualdad de derechos. Una persona, un voto. Y cuando empiecen a hablar así, entonces, sí, es el fin del Estado. No se trata solo de una crisis política, es una crisis económica: Moody’s rebajó la calificación crediticia de Israel por primera vez en la historia. Las empresas van hacia la quiebra y la gente se va del país.
—Volviendo a lo anterior, dices que el gobierno de Benjamin Netanyahu opera con la sensación de que se acaba el tiempo.
—El Ejército está disparando como si no hubiera mañana. Disparan y disparan y matan a civiles todo el tiempo. Incluso los oficiales ucranianos dijeron a los israelíes: «¿Cómo estáis disparando a ese ritmo? Nosotros no estamos disparando tanto». Así que se están quedando sin municiones, y necesitan más municiones de Estados Unidos. Según el periódico Haaretz, el Ejército ha filtrado la información de que, si se acaba el suministro, Israel no tendrá municiones en tres días. El gobierno ve, entonces, que tiene un plazo muy corto y opta por atacar. Y su ataque puede significar dos cosas. En primer lugar, se trata de un ataque suicida por parte de Israel, porque saben que esto significa que serán condenados por el TIJ y también –a título individual– por el Tribunal Penal Internacional. Y saben que será el fin de las relaciones diplomáticas con todo el mundo, y que no habrá futuro para ellos.
La otra opción es que sepan que no hay alternativa a aceptar un alto el fuego y un acuerdo con los prisioneros. Están intentando ganar puntos para firmar el acuerdo desde una posición de ventaja y para amenazar a Hamás con que, si no firman un acuerdo que siga las exigencias de Israel, matarán a todos en Rafah. Hamás ha puesto encima de la mesa sus condiciones y el problema de Israel con estas condiciones es que incluyen el alto el fuego. Esa es la única cosa que Israel no acepta. No puede dejar de matar. Biden no es la voz de la moralidad en esta historia. Ha apoyado el genocidio desde el principio. Pero también entiende que esto puede ir muy mal. ¿Y, entonces, qué hará Estados Unidos? ¿Hará lo que hizo por Vietnam del Sur? ¿Hará lo que hizo por Afganistán? Es decir, ¿dejarlo y marcharse? Como consecuencia, por supuesto, Biden perderá las elecciones y Donald Trump se convertirá en presidente.
—Has explicado en otras entrevistas que el apoyo de Estados Unidos tiene que ver con los negocios.
—El dinero que Estados Unidos gasta en lo que se conoce como FMF (Foreign Military Financing o, en castellano, Financiación Militar Extranjera) para Israel es de 3.800 millones de dólares. De esa cantidad, lo que se destina a la gente en Israel es cero. Cero. Todo va a parar a las empresas estadounidenses.
—Una posibilidad es que Israel extienda el conflicto a Líbano. ¿En qué escenario nos coloca eso?
—Israel está operando ahora mismo en una situación de desapego de la realidad y de toma irracional de decisiones. Pocos días después del 7 de octubre, el ministro de Defensa, Yoav Galant, el mismo que había dicho que los palestinos son animales humanos y que no se les debe proveer alimentos o medicinas, dijo: ataquemos también Líbano, destruyamos Líbano ahora. Y esto no es solo una indicación de su pensamiento imperialista o de su sed de sangre, también es un indicio de su desapego de la realidad. Biden le dijo a Netanyahu: controla a tu gente. Porque, si Israel inicia la guerra con Líbano, no ganará. Estoy muy preocupado porque Hezbolá tiene mucho poder. Tienen muchas armas y ellos pueden decidir empezar. No tiene por qué ser Israel el que comience. Mientras tengamos una buena razón para creer que habrá un alto el fuego y que se respetará la decisión del TIJ, creo que Hezbolá se mantendrá en la decisión de no sabotear ese esfuerzo. No quiere que la gente diga que destruyeron la oportunidad de detener la matanza y que es por su culpa que todo el mundo ignora al tribunal internacional. Pero si Israel no respeta la decisión y continúa matando, entonces Hezbolá dirá: está bien, nosotros también lo haremos, para proteger a los palestinos.
—¿Qué pasa si eso sucede?
—Si eso ocurre, no es solo que Israel será destruido, sino que también será destruida una solución democrática. Esa es la razón por la que apoyo el movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), porque creo que tenemos que trabajar con la presión política y la presión legal para lograr una sociedad justa y equitativa, no luchando con las armas.
—¿Hay alguna posibilidad de que la sociedad civil israelí presione por el final del conflicto?
—Como un Estado de apartheid, Israel tenía una situación en la que los judíos tenían más libertad de expresión. Crecí en Israel con el sentimiento de que podía ser muy crítico con el gobierno y podía decir lo que quería como parte de la sociedad civil. Los palestinos, no. Los palestinos van a la cárcel. Pero ahora esa ya no es la situación. Ahora también los judíos son atacados, amenazados con prisión, acusados de delitos, solo por criticar al gobierno. Hay mucha gente en Israel que apoya el BDS, que apoya los derechos de los palestinos y que quiere acabar con el sistema de apartheid, pero tiene miedo de hablar. La extrema derecha tiene su propia milicia y entrega armas a sus seguidores.
—¿Cuáles han sido las consecuencias económicas y sociales de la formación de Israel en torno al poder de las Fuerzas Armadas?
—Esto es algo que en los diferentes países se afronta desde posiciones distintas: hasta qué punto se permite que los militares participen de la sociedad, de la economía y del gobierno, y hasta qué punto se permite que se conviertan en organizaciones independientes y privadas. En lugares como Alemania, el gobierno controla la seguridad y al Ejército muy de cerca, a nadie se le permite tener su propio ejército o milicia. En otros países, como Estados Unidos, ocurre lo contrario. Todo es privado. Todo se basa en el dinero. Incluso las guerras se libran con mercenarios. Israel comenzó de una forma aún más extrema que Alemania. El Ejército estaba en todas partes. El Ejército controlaba las escuelas. El Ejército era la industria, construía carreteras. Formaba parte de la política de [David] Ben-Gurión desde el principio de la fundación del Estado. Y, por eso, Israel se convirtió en el país más militarista del mundo, según el Centro Internacional de Estudio de Conflictos de Bonn. Sin embargo, el militarismo está disminuyendo. Y se ve cada vez menos militarismo en la sociedad porque no mucha gente va al Ejército. Yo no fui al Ejército. Ahora, solo el 48 por ciento de los israelíes van. Pero ¿acarrea eso menos violencia? No. La violencia va en aumento.
—¿Qué tipo de violencia?
—Es una violencia colonial que proviene de las organizaciones de milicias. Es fruto de un proceso de privatización de la seguridad y el Ejército. Y no ayuda a crear una sociedad más pacífica.
La economía se ha transformado. La idea inicial del neoliberalismo era decir: ya no seremos una sociedad militarista, privatizaremos el Ejército para crear un espacio para las empresas privadas. Pero eso fracasó. Porque las empresas privadas, las empresas de armas se han hecho tan poderosas que necesitan probar sus armas y las prueban con los palestinos. Así que añaden combustible a la violencia colonial contra los palestinos una y otra vez. La gente se ha acostumbrado al uso de ese tipo de tecnología –pero no para guerras reales, porque Israel no ha luchado contra un Ejército real durante 50 años, sino contra civiles–. Es tecnología para la opresión. La economía de Israel se ha convertido en este tipo de economía de la opresión. Y ahora el mundo entero dice: «Esto no funciona, porque Israel no es seguro, porque los palestinos no están bajo control», porque el mundo ve todos los crímenes cometidos por Israel. Así que dejan de comprar esta tecnología. Y es lo que le está pasando a la economía israelí ahora. Hay casi 1 millón de desempleados y el presupuesto está fuera de control, por lo que la moneda ha perdido su valor por completo. La única razón por la que el séquel se mantiene estable es porque el Banco Central está vendiendo todas las reservas en dólares para protegerlo. Cuando se agoten las reservas de dólares, ya no habrá séquel.
—Alemania es el país clave dentro de la UE. Hemos visto a sus líderes abogar abiertamente por la militarización. ¿Debería preocuparnos eso?
—Alemania está atravesando una crisis muy profunda. La crisis se debe a que el gobierno está operando con una política muy cínica y pragmática motivada por la codicia y el deseo de poder, pero en la que habla el lenguaje de la moralidad.
La responsabilidad de Alemania tiene que ver con sus propios crímenes de lesa humanidad. Sin embargo, la memoria del Holocausto se ha convertido en una razón para ser solidarios con el Estado de Israel y para apoyar al Estado de Israel sin importar lo que haga.
—Has dicho en otra entrevista que Occidente está perdiendo influencia por su apoyo irracional a Israel. ¿Puedes explicar por qué?
—Es algo muy complejo. Creo que el momento más importante de cambio que vimos fue cuando Arabia Saudita e Irán firmaron un acuerdo de paz entre ellos en mayo del año pasado, con mediación de China. Y el Mossad israelí y la CIA estadounidense no tenían ni idea. Fue público y no tenían conocimiento previo y no pudieron detenerlo. Esto ya demostraba que la situación estaba cambiando. La estrategia regional israelí a través de los Acuerdos de Abraham consistía en construir una gran alianza contra Irán. Y para ello se trataba de entablar amistad con Arabia Saudita. Estados Unidos estaba realmente interesado en que se normalizara la relación entre Israel y Arabia Saudita para sus propios intereses imperiales y energéticos. Todo esto ha fallado. Porque si Irán y Arabia Saudita no son enemigos, toda la estrategia pierde su significado. Creo que en ese momento quedó claro que Israel ya no cumple su función de proyectar la fuerza imperialista occidental en Oriente Medio de manera efectiva. Y, en ese momento, creo que ya podríamos haber sabido que se iba a producir una crisis. Admito que no lo vi en ese momento.
—En Palestina, la solución de dos Estados parece ser retórica, algo que se dice cuando no se tiene nada que aportar en términos de derechos humanos. Al mismo tiempo, parece inviable una solución basada en un solo Estado en el que vivan víctimas y verdugos. ¿Cuál crees que es un posible horizonte para resolver el problema?
—En primer lugar, estoy de acuerdo acerca de que la solución de dos Estados es una especie de motto al que se alude de boquilla para evitar una discusión real sobre los seres humanos y sus derechos. Pero esto ha sido así durante los últimos 30 años. Sin embargo, ahora vemos una novedad, porque como judío puedo decirte que la idea de que el genocidio se pueda resolver mediante la creación de un Estado es una idea terrible. Se propone la creación de un Estado como si eso resolviera por sí solo el impacto de un genocidio: «Los palestinos están sufriendo un genocidio, vamos a darles un Estado». No, en primer lugar, paremos el genocidio, otorguemos a las personas sus derechos y, luego, hablemos de qué tipo de Estado formar. Creo que la solución de los dos Estados no es muy probable, pero si la gente lo quiere, es posible. No está fuera de las posibilidades que cabe imaginar. No estoy entre las personas que apoyan esa idea, pero creo que la gente de allí debe tomar sus propias decisiones.
—¿Qué es lo que ves más factible?
—Veo dos escenarios posibles. Uno es similar al de Argelia. Una rebelión, una resistencia, que no es democrática, un proceso de descolonización muy doloroso, en el que los colonos en gran número se marcharon (creo que muchos judíos abandonarían Palestina) y un Estado que estaría gobernado por Hamás. No creo que sea un buen escenario, pero es realista. Pienso que Hamás sabe que es realista y sabe que, si lo hace, si toma el control del Estado, como el Frente de Liberación Nacional hizo en Argelia, entonces la UE acudirá a ellos y les dirá: «Queremos tener relaciones diplomáticas con vosotros, os vamos a borrar de la lista de organizaciones terroristas».
—¿Y el segundo escenario?
—Es el que he mencionado antes, en el que la sociedad israelí es tan débil y está tan dividida que cada vez hay más grupos que dicen: «Necesitamos tener alguna base liberal, y la única manera de tener una base para la sociedad, una especie de conversación conjunta para resolver los problemas a nivel político y no con armas es si abandonamos el sionismo, si renunciamos al apartheid y todo el mundo tiene voz y voto». Por supuesto, no significa que vaya a ser un paraíso de concordia. Habrá muchos conflictos, pero será un conflicto político. Y esto es similar a la situación en Sudáfrica. Sudáfrica no es un paraíso, pero es mejor de lo que era bajo el apartheid. Creo que es posible hacerlo y no pierdo la esperanza. Si no tuviera esperanza, no trabajaría para el BDS.
(Tomado de El Salto, por convenio. Brecha reproduce fragmentos. La titulación es de Brecha.)
23 febrero, 2024
- La economía política de la ocupación israelí: represión más allá de la explotación (Pluto Press, 2010) y La privatización de la seguridad israelí (Pluto Press, 2017).
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