Aumento récord de cinco CFC en la atmósfera, que dañan la capa de ozono

A pesar de que desde 2010 está prohibido en todo el mundo producir clorofluorocarburos dañínos para la capa de ozono, cinco de estos productos químicos han alcanzado niveles nunca vistos.

Los clorofluorocarburos, o CFC, son gases producidos artificialmente y utilizados en una serie de aplicaciones, como la refrigeración, los aparatos de aire acondicionado o como disolventes químicos. Desde la década de 1980 son objeto de una creciente regulación en una serie de tratados internacionales. El Protocolo de Montreal de 1987, ratificado por todos los países del mundo, restringe la emisión de CFC a la atmósfera, donde contribuyen a la destrucción de la capa de ozono: una franja situada a gran altura en la atmósfera que absorbe la nociva radiación ultravioleta (UV) y protege la vida en la Tierra.

El propósito del Protocolo de Montreal era inducir una disminución de la concentración atmosférica de CFC mediante el control y la restricción progresiva de la producción de estos compuestos químicos. Esto ha funcionado bien en relación con muchas sustancias dañinas para la capa de ozono, lo que explica que esta esté recuperándose lentamente. Por eso el reciente aumento de la concentración atmosférica de cinco CFC es bastante sorprendente.

Nuestros hallazgos, aunque preocupantes, deben considerarse una advertencia temprana. El impacto de los cinco CFC en la recuperación de la capa de ozono todavía es menor. No obstante, no entendemos del todo bien de dónde vienen, de modo que esto puede cambiar en el futuro y no deberíamos despreciar el efecto acumulativo de estas emisiones en la salud humana y el medioambiente.

El panorama de conjunto

Nuestro equipo ha analizado muestras de aire de todo el mundo, centrándose en los llamados lugares de trasfondo, situados lejos de las fuentes de estos CFC, o de hecho de cualquier emisión industrial. Un ejemplo es el observatorio del cabo Grim, en la remota costa occidental de Tasmania. Esta es la base de nuestra evaluación de la amenaza que comportan estas sustancias, pues su concentración atmosférica revela una tendencia mundial.

Nuestros hallazgos principales del periodo 2010-2020 presentan una doble faceta. Por un lado, las concentraciones de CFC-13 y CFC-113a mantuvieron su incremento, ya observado con anterioridad y desde luego desconcertante. El aumento de la concentración de CFC-113a incluso se aceleró alrededor de 2016. Por otro, las concentraciones de CFC-114a y CFC-115 eran estables desde la década de 2000, mientras que la de CFC-112a incluso había comenzado a disminuir. Sin embargo, todas ellas empezaron a subir alrededor de 2013-2014.

Estas observaciones, combinadas con lo que se sabe asimismo de la circulación atmosférica y de cómo los CFC son eliminados de la atmósfera por obra de reacciones químicas, nos han permitido estimar las emisiones globales de estos cinco gases. El daño que causan en la capa de ozono puede expresarse mediante su potencial de destrucción del ozono, que indica cuánto ozono destruirían en comparación con la misma cantidad de CFC-11, y que difiere para cada CFC.

El resultado tranquiliza. Las emisiones producidas entre 2010 y 2020 solo han comportado una pérdida muy pequeña de alrededor del 0,002 % del ozono estratosférico global.

Sin embargo, no es momento de relajarse, y ello por dos razones. Los cinco CFC también son potentes gases de efecto invernadero, que una vez emitidos permanecerán en la atmósfera durante decenios o siglos. Su efecto en el calentamiento ya fue en 2020 aproximadamente igual al de las emisiones totales de CO2 de un país como Suiza. Y si esas emisiones se mantienen en su trayectoria ascendente, su contribución al cambio climático también aumentará. La persistencia de estos gases en la atmósfera es un asunto serio: todas las emisiones son un legado para las futuras generaciones, que tendrán que lidiar con ellas.

Seguir las huellas hasta hallar las fuentes

Lo primero que hay que hacer con vistas a evitar futuras emisiones es descubrir de dónde proceden las que se dan actualmente. Por estudios anteriores ya teníamos algunas pistas, que combinamos con nuestros propios datos, como por ejemplo sobre el momento preciso en que comenzaron a acelerarse las emisiones.

Descubrimos que tres de los cinco CFC (CFC-113a, CFC-114a y CFC-115) pueden generarse durante la producción de otras sustancias químicas ‒cosa que permite el Protocolo de Montreal‒, sobre todo los hidrofluorocarburos o HFC. Estos HFC han sustituido a los CFC en muchas aplicaciones como alternativa que no afecta al ozono. Sin embargo, al igual que los CFC, son gases de efecto invernadero y actualmente muchos países están reduciendo su producción con arreglo a la enmienda Kigali de 2016 al Protocolo de Montreal, lo que podría reducir en 0,5 ºC el calentamiento relacionado con el clima.

Es probable que los CFC se liberen durante el proceso de producción, donde se utilizan como sustancia base (un ingrediente químico que se convierte en otra sustancia química), o debido a una conversión incompleta de la sustancia base. La producción de HFC creció efectivamente en países en desarrollo después de la prohibición de los CFC en 2010, lo que coincide más o menos en el tiempo con el incremento de las emisiones de estos cinco CFC.

Está previsto que la producción de HFC siga aumentando en los próximos años, lo que podría comportar un aumento de las emisiones de estos CFC. El CFC-113a se emplea para producir al menos una hidrofluoroolefina o HFO, una sustancia alternativa a los HFC que no calienta el clima y que podrá utilizarse durante mucho tiempo en el futuro. A pesar de que los HFC y las HFO son alternativas más benignas que los CFC, puede que su producción siga afectando a la capa de ozono si sigue habiendo fugas de CFC a la atmósfera.

No hemos hallado ninguna fuente plausible de los otros dos CFC, CFC-13 y CFC-112a. El hecho de que sus emisiones estén aumentando y de que no conozcamos la causa es en sí mismo preocupante.

¿Es hora de volver a Montreal?

El Protocolo de Montreal fue un gran éxito en la mitigación de las emisiones de sustancias que destruyen la capa de ozono. Las emisiones totales de CFC equivalen actualmente a alrededor del 5 % de su nivel máximo a finales de la década de 1980. Sin embargo, un aumento de la abundancia atmosférica de algunos CFC todavía obra en contra de los objetivos del tratado debido a determinadas fugas en procesos industriales, y su eliminación podría facilitar mucho la reducción de las emisiones de gases que destruyen el ozono y contribuyen al calentamiento global.

Los países que firmaron el protocolo deberán tratar de aplicar los controles necesarios para eliminar estas emisiones que interrumpen una tendencia. Mientras, seguiremos vigilando desde nuestros ojos en el cielo para asegurar el seguimiento de los progresos con respecto a toda una serie de gases dañinos para la vida en el planeta.

03/04/2023

The Conversation

Traducción: viento sur

Luke Western es profesor investigador asociado de Ciencias de la Atmósfera en la Universidad de Bristol.

Johannes Laube es catedrático honorífico en el Centro de Oceanología y Ciencias de la Atmósfera en la Universidad de East Anglia.

Información adicional

Medioambiente
Autor/a: Luke Western | Johannes Laube
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Fuente: Viento Sur

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