Diez claves sobre la escalada de impunidad en Oriente Próximo

En estos días de genocidio y bombardeos, desde Palestina hasta Líbano, se repite un manera: la “escalada regional” en Oriente Próximo. ¿Qué implica esto y qué está en juego? Veamos algunas claves.

¿Lo cambió todo el 7 de octubre?

¿Podemos decir que todo cambió el 7 de octubre? Sí y no. Es cierto que hay un antes y un después de los ataques de Hamás, considerados por organizaciones como Human Rights Watch como crímenes de guerra y de lesa humanidad. Pero también lo es que el genocidio contra el pueblo palestino que ha causado la destrucción total de Gaza, los ataques en territorio sirio y los bombardeos sobre Líbano que han provocado cientos de víctimas en solo un día, suponen la culminación de un plan que hunde sus raíces en el origen fundacional del propio estado de Israel.

Esta segunda Nakba anunciada y su propósito colonial es algo de lo que vienen advirtiendo activistas palestinos desde hace años. Pero en los últimos días el plan ha quedado expuesto, ya sin tapujos, con declaraciones como las de Amichai Chikli, Ministro israelí de diáspora y antisemitismo en X (antes Twitter).

¿Qué busca realmente Israel?

Las declaraciones de Chikli no pueden ser más claras con respecto a la visión y misión de Israel en Líbano:

“Aunque tiene una bandera e instituciones políticas, Líbano no cumple con la definición de un país. En ausencia de un monopolio sobre el ejercicio del poder tanto interna como externamente, el gobierno libanés no es una entidad soberana. El área fronteriza con Líbano, que está habitada en su mayoría por una población chiita hostil, está efectivamente controlada por la organización Hezbollah, que el 8 de octubre inició una guerra contra el Estado de Israel”.

La declaración de intenciones no se queda en Palestina y Líbano, sino que apunta a un plan aún más ambicioso:

“En una visión más amplia, tanto Siria como Irak no cumplen actualmente con las definiciones de un Estado, en vista del hecho de que diferentes milicias, ejércitos extranjeros y fuerzas militares locales controlan distintas áreas en los mencionados países. Las líneas de demarcación de Sykes-Picot, que se basaban en la distribución de áreas de influencia y recursos entre Gran Bretaña y Francia, no sobrevivieron la prueba del tiempo; las líneas de falla sectarias y religiosas, la ruta topográfica y el poder militar son los que ahora modelan las fronteras reales entre las diferentes poblaciones en la zona.”

Es decir, Sykes-Picot ha fallado, los estados que resultaron de esa distribución no son tales, e Israel se arroga la empresa de reconfigurar el territorio. Bomba a bomba, desplazamiento forzoso a desplazamiento forzoso.

 ¿Qué papel desempeña la división palestina?

 En esa reconfiguración del territorio que busca Israel, la división interna palestina desempeña un papel fundamental. La escisión entre Cisjordania, gobernada por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), y Gaza, gobernada por Hamás, ha debilitado en los últimos años la capacidad de los palestinos para enfrentarse a la ocupación de forma cohesionada.

El aislamiento de Gaza, bajo un bloqueo militar y económico impuesto por Israel y Egipto, ha asfixiado la vida cotidiana en la Franja, transformándola en una prisión a cielo abierto. La quiebra de 2007, cuando Hamás se hizo con el control de Gaza tras disputas con la ANP, profundizó esta fractura. La ANP, por su parte, es un actor percibido como inoperante, corrupto e incluso traidor a la causa palestina por su cooperación en materia de seguridad con Israel.

A esta división interna se suman los intereses geopolíticos de las distintas potencias. Gaza, que depende casi completamente de alianzas extranjeras para sobrevivir, ha sido absorbida por la esfera de influencia de actores como Irán y Turquía, que avanzan sus propios intereses a costa del pueblo palestino. Esta dependencia ha dejado a Gaza en una posición de enorme vulnerabilidad, expuesta a dinámicas de poder que se juegan más allá de sus fronteras.

¿Cómo influyen el sectarismo y el etnocentrismo en el avance de la impunidad?

La región de Oriente Próximo no es ajena al sectarismo y a los discursos que promueven el dominio de un grupo étnico sobre el resto. La búsqueda de hegemonía de Irán (autoerigido líder del eje chiíta) y Arabia Saudí (autodenominado líder del eje sunnita) ha cimentado ese discurso que diluye cualquier tensión social en el paraguas religioso, identitario y sectario. A este monstruo del sectarismo han contribuido en las últimas décadas ocupaciones como la estadounidense de Irak, injerencias como la rusa en Siria, y dictaduras como la siria, la egipcia o la bahreiní.

Precisamente esta división promovida desde las élites es lo que trataron de combatir las Primaveras Árabes o procesos revolucionarios de 2011, con planteamientos basados en la unidad popular y en el derecho a la libertad y la justicia. Estos procesos fueron una oportunidad histórica de consolidar sistemas respetuosos con los derechos humanos en una región gobernada por puños de hierro. Prueba de su potencial fue el modo en que las potencias regionales y globales desplegaron todas las armas a su alcance para asfixiar estos movimientos.

En ese juego sectario que borra de un plumazo consideraciones políticas, sociales, económicas, de género o de justicia social, Israel alcanza nuevas cotas. Lo hace a través de una deshumanización del otro que no conoce límites, desde las referencias a los palestinos como “animales humanos”, a los niños y niñas palestinas como “pequeñas serpientes”, o a la población libanesa como “el enemigo chiíta”. El etnocentrismo del estado bebe de los peores fantasmas de supremacía racial del siglo pasado y los recicla en un discurso en el que no cabe el reconocimiento de la humanidad del otro, ni siquiera de los más pequeños.

Ahondan en esa misma deshumanización la mención a poblaciones de la región con referencias como “bastión de Hezbollah”, listados de sectores, cantones, bantustanes, y todo el lenguaje fragmentado en clave militar que eclipsa el hecho de que Israel ha arrasado Gaza, asesinando en su mayor parte a civiles, y ha bombardeado Líbano, asesinando en su mayor parte a civiles.

¿Qué medidas toma Israel para proteger a civiles?

En este contexto de deshumanización, fórmulas como “evacuar a civiles”, que se repiten estos días, son eufemismos que encubren bombardeos indiscriminados, éxodos, expulsiones y desplazamientos forzosos. Basta con prestar atención a los discursos emitidos a diario desde las instituciones israelíes, actualmente dominadas por los sectores más radicales del ultraderechismo, para comprobar que en la estrategia israelí no hay distinción entre civiles y combatientes. Diluir esa distinción ha sido, de hecho, un aspecto central de la campaña posterior al 7 de octubre.

“Sería justo y moral dejar morir a los dos millones de residentes de Gaza”, afirmaba el Ministro de finanzas israelí Bezalel Smotrich durante la Conferencia Katif para la Responsabilidad Nacional, antes de añadir, pesaroso, que “ningún país en el mundo nos lo permitiría”.

¿Se implicará Estados Unidos en una “guerra total”?

Si el mundo lo permitirá o no, está por ver. Pocas consecuencias concretas han tenido, hasta el momento, las violaciones flagrantes de derechos humanos que ya se han cometido. Mientras organizaciones de sociedad civil y un puñado de estados llaman al boicot de un estado que debería ser considerado como un paria, del mismo modo en que lo fue la Sudáfrica del apartheid, Estados Unidos y buena parte de Europa se han mantenido firmes, de forma más o menos activa, en su respaldo a la ocupación israelí. Un respaldo que ha permitido a los sectores más extremistas continuar su campaña de tierra quemada en Gaza, en el resto de la Palestina histórica, en Siria y Líbano.

Para la siguiente fase de su plan, enunciado ya sin tapujos, Israel necesita implicar a Estados Unidos en esa “guerra total” que busca. Si esos estados habitados por personas a las que Israel bombardea, asedia, mutila, mata de hambre y de enfermedades curables responden de un modo letal a las agresiones, estaremos en ese escenario que justificará la intervención de un Estados Unidos que ha jugado hasta ahora a nadar y guardar la ropa.

¿Es esto una apuesta personal de Netanyahu?

En esta “guerra total” que se anuncia hay un componente de apuesta personal: la del primer ministro Netanyahu en un intento de reavivar su ruinoso capital político. Antes del 7 de octubre, Netanyahu vivía un fuerte declive, inmerso en juicios por corrupción, denuncias y un creciente descontento popular, junto con la inminente amenaza de unas elecciones que no tenía visos de ganar.

Durante la guerra no se celebran elecciones, así que el responsable máximo del genocidio no tiene prisa. Cuanto peor para las poblaciones de la región, mejor para él. Los aplausos recibidos en el Congreso de Estados Unidos el pasado julio (a excepción de la valiente Rashida Talib) lo refuerzan en su empresa, aunque el apoyo de su principal aliado está lejos de ser unánime, como señalaba la congresista Alexandria Ocasio-Cortez.

“Netanyahu ha perdido a tanta gente que está dirigiéndose solo a una fracción del Congreso. Cuando esto sucede, llenan los asientos con personas que no son miembros, como lo hacen en las ceremonias de premios, para proyectar la apariencia de asistencia completa y apoyo.”

¿Existe un “eje de Resistencia”?

¿Podemos hablar de un “Eje de Resistencia” frente a la agresión israelí? Depende de qué entendamos por resistencia. En tanto reciben y responden a ataques militares, puede decirse que grupos como Hezbollah o el régimen iraní están ejerciendo una resistencia. A la vez, responsables de crímenes contra la humanidad como los del propio Hezbollah, el régimen sirio, su aliado iraní o su aliado ruso están lejos de representar una resistencia que se alinee con principios de justicia y solidaridad internacional y pueda poner freno al avance de la impunidad. La resistencia legítima la ofrecen, en todo caso, los pueblos de la región, que soportan a la vez la opresión de dictaduras atroces y las agresiones de estados con empresas coloniales como el israelí.

En este contexto, cabe preguntarse qué estrategia desplegará Irán, contra quien Israel ha redoblado en las últimas semanas agresiones y amenazas. De momento, el régimen iraní parece más interesado en priorizar su producción de armamento nuclear, que podría correr peligro si Israel atacase su territorio. De momento, y con ayuda de Rusia, la estrategia parece apuntar a no entrar en una guerra abierta y directa, sino a facilitar, con Palestina y Líbano como proxies, la respuesta local a las agresiones israelíes.

Respecto al régimen sirio, quien tenga la tentación de ubicarlo en ese “eje de Resistencia” debería revisar su actuación de las últimas décadas. Nula respuesta a las agresiones israelíes en 50 años, masacres de Asad padre e hijo a población palestina tanto dentro como fuera de Siria, y el recurso a bombardeos contra civiles sirios como respuesta a cualquier tensión regional. De hecho, los bombardeos del régimen sirio contra población civil han arreciado en estos últimos meses, con efectos devastadores en la infancia. Que no hay líneas rojas que frenen las masacres de civiles lo saben de sobra tanto Asad como Netanyahu.

¿Qué relación mantienen Israel y las dictaduras de la región?

Es sabido el interés del estado israelí en rodearse de dictaduras que repriman con mano dura a unas poblaciones árabes en su mayoría fervientemente antisionistas. Esto resultó más patente si cabe durante los procesos revolucionarios de 2011, cuando la brecha entre los regímenes autoritarios de la región y unos pueblos ávidos de libertad, justicia y dignidad, estalló en forma de protestas pacíficas, revoluciones y rebeliones armadas.

Quedó en evidencia la falta de legitimidad de esas estructuras de poder enquistadas durante décadas, y también que ningún gobierno realmente representativo del sentir de las poblaciones de la región sería tan favorable a Israel como lo habían sido las autocracias árabes. Israel tuvo un papel activo en el hostigamiento de gobiernos legítimamente elegidos como el de Morsi en Egipto y en el ascenso del autoritarismo reaccionario de Sisi, un vecino cómodo que no pretendía en ningún caso defender los intereses palestinos.

Mucho antes del 7 de octubre, las dictaduras de la región habían iniciado el proceso de normalización de la ocupación israelí, abandonando a los palestinos a su suerte. Cuando los ataques de Hamás aceleraron el genocidio anunciado, Arabia Saudí y sus aliados paralizaron, al menos de momento, al menos de cara a la galería, sus lazos con el estado israelí.

¿Puede la guerra traer la paz?

En este contexto, más que de una “escalada regional” cabe hablar de una escalada de impunidad. El creciente número de víctimas civiles —muchos de ellos niños—, los ataques deliberados contra médicos, trabajadores humanitarios y periodistas, y la total ausencia de límites éticos o humanitarios, reflejan una grave erosión de los principios fundamentales de derechos humanos y del respeto por la dignidad humana. Esta ruptura del umbral de la impunidad trasciende la región y plantea gravísimas consecuencias para la población de todo el mundo.

La retórica oficial israelí insiste en que con estos ataques se pretende enseñar a los palestinos que “el terrorismo no es el camino”. Lo hace con el cinismo de quien sabe que bombardear, violar, mutilar y arrasar a población civil, además de ser moralmente inaceptable, ha demostrado ser el caldo de cultivo más fértil para el surgimiento de más violencia. Ante la ausencia de mecanismos de reparación y justicia, la gente tiende a tomársela por su mano, derivando en más insurgencia.

El fin de la ocupación y del sistema de apartheid que sufren los palestinos es el principal requisito para la paz. Solo la justicia y la rendición de cuentas frenan la violencia, empezando por la ejercida por los propios estados.

Por, Leila Nachawati Rego

Escritora y profesora de comunicación especialista en Oriente Próximo

25/09/2024

Información adicional

Autor/a: Leila Nachawati Rego
País: Israel
Región: Medio Oriente
Fuente: Público

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