Desde el fin de la guerra fría, EEUU tuvo una clara estrategia de expansión de la OTAN hacia el oriente europeo. Este camino, en los últimos años, se vio solapado por posiciones encontradas entre los miembros de la OTAN sobre el modo de financiamiento de la seguridad atlántica. En el primer periodo del presidente George Bush hijo, su Consejera de Seguridad, Condolezza Rice, había expresado ideas sobre el aumento de los presupuestos europeos para financiar la seguridad común.
También, con el paso del tiempo, desde Washington se desplegó una mirada de desconfianza sobre Europa ya que ésta se financiaba en seguridad con el apoyo de los EEUU, pero compraba energía a bajo costo de Rusia; situación que le permitió a Alemania ser competitivo en el segmento de las manufacturas industriales a escala global. Esta política alemana fue diseñada en el gobierno socialdemócrata de Gerhard Schröder y consolidada por la socialcristiana Angela Merkel.
En la actualidad, si posamos la mirada en la ejecución de la política de seguridad atlántica, se puede contemplar que los EE.UU ha tenido una continuidad doctrinaria en demandar a Europa mayor responsabilidad en la defensa. Tanto el presidente Biden como Trump, han mantenido esta linea de acción común, pero con marcadas diferencias de procedimiento. Mientras el Presidente Biden lo hizo con una mejor ejecución en materia de persuasión, aproximación indirecta a los problemas y diplomacia sofisticada, el Presidente Trump se propuso los mismos fines, pero con una política de confrontación, enojos mutuos, poco cooperativa y sin resultados óptimos.
Washington siempre pretendió lo mismo, pero la calidad de ejecución política da diferentes resultados. Biden condicionó a Francia y Alemania, que son el centro geopolítico de Europa occidental, de igual modo que el presidente Trump, pero lo hizo con prudencia, sigilo y política de alianzas con otros países de la periferia europea continental y proyectando desde ahí el control continental.
Washington ha determinado que la disputa estratégica es con la República Popular China, pero hay una contienda intermedia en la región del Cáucaso y Mar Negro, que se lleva adelante a través de Ucrania.
Es muy probable que EE.UU haya abandonado la doctrina del “orden” mundial y adapten esta premisa a otra de ordenamientos regionales como se observa en el conflicto subregional de Rusia-Ucrania.
Si focalizamos la mirada en una porción del territorio de la disputa global, como es el caso de la península euroasiática y la derivación directa de la guerra ruso-ucraniana, EE.UU está llevando adelante una modificación doctrinaria en la relación con los países del viejo continente que se está ejecutando a partir de la última reunión de Putin con Biden en Ginebra (2021). De ese encuentro Putín se fue con la idea de que los EE.UU solo consideraban a Rusia como potencia regional.
¿Es apropiado preguntarse si la invasión a Ucrania en Febrero del 2022 fue producto de una decisión de Moscú por ser considerados poco relevante a escala global? Hay una alta probabilidad que asi sea.
Los geoestrategas de los EE.UU son muy afines en reparar en la ciencia histórica para analizar y proyectar el presente. De esta manera son conscientes de la operación de Moscú sobre el centro de Europa, es avalada por la historia, sobre todo el eje Francia-Alemania. Por esta razón la doctrina americana actual se caracteriza por la consolidación de la alianza de EE.UU con todos los países de frontera externa y periférica del continente europeo materializándose la alianzas de la siguiente manera:
Norte: Gran Bretaña, Irlanda y los Países Escandinavos.
Sur: España, Italia y Grecia.
Oeste: España, Portugal y Gran Bretaña.
Este: Finlandia, Países Bálticos, Polonia, Rumania y Bulgaria.
La necesidad actual de los EE.UU es trasladar el peso y la carga del eje franco/alemán de la OTAN hacia la periferia regional. París y Berlín suelen tensionar su relación con Washington, quien responde fortaleciendo los bordes geográficos de su alianza. Es decir, está usando la periferia como plataforma para controlar una región que le permitiría sostener la doctrina vigente desde Kissinger en adelante de dividir, junto a la India, el pivot euroasiático Moscú-Beijing. Es por ello que EE.UU no solamente apoya económica, militar y diplomáticamente a Ucrania sino que también respalda la proyección de Italia hacia Libia, se propone bilateralizar la relación militar con Polonia, Bulgaria y Rumania, apoyar a España en su política hacia Marruecos, mantener el equilibrio marítimo y aéreo en el Mediterráneo oriental por la disputa greco-turca y además tramitó la incorporación de Suecia y Finlandia a la OTAN. De esta manera construye un anillo externo de seguridad regional. Pero de manera simultánea limita la obra e influencia del gasoducto Nord Stream 2 perjudicando a Alemania y le quita a Francia los contratos para la construcción de submarinos para Australia.
Como consecuencia de esta serie de factores expuestos, EE.UU para enfrentar su próximo dilema geopolítico, debe consolidar un núcleo vertebral de posiciones estratégicas en todos los continentes proyectados de la siguiente manera: a) mantener el poder en los mares; b) amalgamar con equilibrio la unidad de Europa; c) compartir con Europa occidental la contención política en África; d) proyectar su poder en el Cáucaso; e) consolidar la hegemonía americana en el propio hemisferio; f) ampliar sus alianzas con los países árabes más allá de Israel persuadiendo a Tel Aviv de negociar una salida airosa de la Franja de Gaza; y g) seguir construyendo confianza con la India como aliado en el Indo-pacífico para contener la expansión marítima de China. Desde el punto de vista sustantivo EE.UU, como todo imperio, ejecuta una multiplicidad de políticas tácticas para adaptar su hegemonía a los cambios globales.
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