El comportamiento humano está moldeado por una compleja interacción de acontecimientos, condiciones y circunstancias de la vida. Para entender realmente las acciones y comportamientos de una persona, cada cual debe preguntarse: ¿A qué estuvo expuesta esta persona? ¿Qué ha experimentado? Estas preguntas apuntan a una profunda verdad: el comportamiento no puede separarse del entorno en el que se desarrolla. Desde la seguridad del entorno hasta el acceso a una nutrición adecuada, el sueño y la estabilidad social, las circunstancias de la vida tienen un efecto bioquímico duradero en el cerebro. Estas experiencias no son una mera coincidencia con el desarrollo, sino que lo moldean activamente.
Por ejemplo, la investigación sobre las Experiencias Infantiles Adversas (EAI) revela que la exposición a altos niveles de estrés y trauma durante los años de desarrollo afecta al desarrollo de varias áreas del cerebro, como el hipocampo, la amígdala y el córtex prefrontal. Estas áreas del cerebro influyen en la forma en que una persona reacciona ante el mundo. Las personas con puntuaciones altas en EAI tienen cerebros físicamente diferentes a los de las personas con puntuaciones bajas o nulas en EAI. Al mismo tiempo, las personas con altas puntuaciones EAI también son más propensas a consumir drogas de todo tipo: tabaco, marihuana, alcohol, opiáceos, setas, etc. y, por supuesto, una gran cantidad de fármacos. También tienen más probabilidades de sufrir depresión. Tienen más probabilidades de desarrollar enfermedades cardíacas y pulmonares, cánceres y otros problemas de salud. Tienen más probabilidades de tener dificultades para encontrar y mantener un empleo remunerado y de tener dificultades para mantener relaciones significativas y luchar con las emociones.
Las realidades biológicas y ambientales de la vida de una persona influyen en su cerebro y en sus comportamientos y actuaciones. Quienes tienen experiencias normales definen qué comportamientos y acciones son las normales y ordinarias, mientras que la desviación de estas expectativas se considera peculiar, indeseable y a veces patológica, incluso a veces ilegal.
Para mí, cuando el estado natural de una persona -el estar desnuda- se considera ilegal, y cuando las personas que utilizan los remedios de la naturaleza con fines medicinales son calificadas de criminales, es señal de que nuestras ideas de lo que es la moralidad común han ido demasiado lejos. Las expectativas sociales y las consecuencias jurídicas de estos juicios reflejan un alejamiento de las raíces evolutivas de la humanidad. Estas condiciones también entran en conflicto con las partes más profundas y evolutivamente más antiguas del cerebro, que se desarrollaron en entornos en donde la desnudez no tenía nada de especial y en donde ciertas sustancias psicoactivas se consumían libremente, sin los rígidos juicios y sanciones sociales de la actualidad.
Sin embargo, hoy nos parece natural, en una sociedad formada en unos pocos cientos de años, suponer que sabemos más que la propia naturaleza. Cuando ilegalizamos algunos aspectos de la naturaleza, quizá estemos perjudicando a la humanidad de un modo que no alcanzamos a comprender. Del mismo modo, cuando separamos a las personas de los ritmos naturales y las conexiones con su entorno natural, corremos el riesgo de causar problemas que permanecen más allá de nuestra comprensión.
Sin embargo, la psiquiatría moderna funciona como si el comportamiento pudiera categorizarse, diagnosticarse y tratarse de forma ordenada, sin esta comprensión y consideración más profundas de las pruebas y los acontecimientos biológicos, sociales, ambientales y circunstanciales, los cuales deben comprenderse, a menos que nos quieran vender falsos remedios. Los diagnósticos psiquiátricos, basados en patrones observables de comportamiento, se presentan a menudo como conclusiones autorizadas.
Algunos de estos patrones son los que se esperan de personas que comparten experiencias corrientes. Pero aquellos patrones de comportamiento o actuaciones mostrados por los pocos que experimentaron circunstancias inusuales se identifican como peculiares. Estos patrones -vistos como síntomas- están moldeados por sistemas y constructos que la psiquiatría rara vez cuestiona. Esto conduce a una falacia peligrosa: los psiquiatras confían en el aparato científico de su profesión, creyendo que produce resultados fiables, mientras ignoran las fuerzas sistémicas y sociales que hacen que esos resultados sean incompletos.
No se trata sólo de que la psiquiatría no tenga en cuenta a la persona en su totalidad. Es que la psiquiatría trata a las personas en un estado que no es natural como si fueran sujetos naturales. Los seres humanos evolucionaron para vivir en armonía con la naturaleza, resolviendo problemas tangibles como encontrar comida, cobijo y comunidad. Pero los sistemas modernos han desplazado esta existencia natural, sustituyéndola por una necesidad artificial de sobrevivir en una economía monetaria. Este desplazamiento afecta a todos los aspectos de la vida, desde cómo trabajamos hasta cómo percibimos el éxito y el fracaso. Un día de trabajo no se recompensa con comida o ropa, sino con fichas. Son otros los que se dedican a producir comida y ropa, mientras nosotros pagamos a otros para poder vivir nuestras vidas de forma que podamos ganarnos la vida. La psiquiatría estudia a las personas en este contexto antinatural, sacando conclusiones como si estudiara fenómenos naturales.
En pocas palabras: la psiquiatría estudia el comportamiento humano en un mundo creado por el ser humano y aplica métodos de las ciencias naturales para llegar a conclusiones sobre los trastornos y los tratamientos. Esto es similar a intentar predecir por dónde fluiría el agua de forma natural observando cómo se mueve a través de tuberías artificiales. Son las tuberías, no la naturaleza, las que dictan el comportamiento del agua, lo que hace que cualquier conclusión sobre su curso natural sea fundamentalmente errónea.
Esta condición de la psiquiatría -su incapacidad para reconocer los límites de sus métodos- es la clave de su fracaso. Los patrones de comportamiento que se desvían de las normas sociales se etiquetan como trastornos, y los tratamientos se diseñan para suprimir estos síntomas. Sin embargo, la psiquiatría rara vez considera si tales desviaciones podrían ser respuestas válidas a un mundo inválido. Al centrarse en los síntomas, la psiquiatría no aborda las fuerzas sistémicas y sociales que impulsan el malestar emocional, perpetuando un ciclo de diagnósticos y tratamientos erróneos.
Una atención errónea a los síntomas
Consideremos la expectativa de que las personas deben comportarse como si no hubieran sido afectadas por sus experiencias vitales únicas y a veces traumáticas. Esta expectativa no está arraigada en la naturaleza, sino en construcciones sociales que priorizan la conformidad y la productividad sobre la individualidad y la curación. La psiquiatría, en lugar de cuestionar estas construcciones, las refuerza. Los diagnósticos se convierten en etiquetas, y las etiquetas justifican intervenciones que abordan los síntomas dejando intactas las causas subyacentes.
Por ejemplo, una persona que se comporta de forma diferente puede haber estado expuesta a condiciones y acontecimientos que son cualquier cosa menos comunes. Sus experiencias están grabadas en las estructuras bioquímicas de su cerebro e influyen en su forma de pensar, sentir y actuar. Esperar que una persona así se ajuste a las normas sociales sin comprender su historia vital única no sólo es poco realista, sino cruel.
Cuando se patologiza el comportamiento de una persona, se la trata como si hubiera que arreglarla. Pero, ¿y si su comportamiento no es el problema? ¿Y si es una respuesta natural a un mundo antinatural? El enfoque de la psiquiatría centrado en los síntomas la ciega ante esta posibilidad, lo que lleva a tratamientos que suprimen en lugar de curar.
El papel de los sistemas y los constructos
Parte del problema es que la psiquiatría no opera por encima de la contienda. Está profundamente arraigada en los sistemas sociales que dan prioridad al beneficio, la productividad y la conformidad. Estos sistemas capitalizan las diferencias humanas, clasificando a las personas en ganadores y perdedores, normales y anormales, sanos y trastornados. Los métodos y conclusiones de la psiquiatría están moldeados por estos sistemas, lo que la hace cómplice de la perpetuación de los mismos problemas que trata de abordar.
La psiquiatría prospera dentro de un sistema que la recompensa por tratar los síntomas en lugar de abordar las causas profundas. Cuestionar las construcciones sociales que impulsan el sufrimiento mental sería cuestionar los fundamentos mismos de la autoridad y el éxito económico de la profesión.
Si la psiquiatría quiere ayudar de verdad a las personas, tiene que ir más allá de su marco actual. Es esencial comprender en profundidad la vida de una persona, incluida su biología, su entorno y sus experiencias. Sin este conocimiento, cualquier diagnóstico no es más que una conjetura, y cualquier tratamiento corre el riesgo de ser erróneo. Me pregunto si esto es lo que defendía Jean-Paul Sartre cuando ofrecía el psicoanálisis existencial como alternativa a los enfoques psiquiátricos modernos.
La psiquiatría también debe reconocer y comprender las fuerzas sistémicas y sociales que moldean el comportamiento. En este contexto, debe cuestionar las condiciones antinaturales de la vida moderna y las expectativas que imponen a los individuos. Sólo entonces podrá empezar a abordar las causas profundas de los trastornos mentales en lugar de limitarse a tratar sus síntomas.
En última instancia, el objetivo no debe ser etiquetar o arreglar a las personas, sino crear un mundo en el que sus respuestas naturales a los retos de la vida se encuentren con la compasión y el apoyo que sólo pueden surgir de una comprensión global que aún no tenemos, o desde una posición de aprendizaje sobre la naturaleza en lugar de diagnosticarla. Esto significa tratar a las personas como individuos con historias únicas, no como problemas que hay que resolver. Significa reconocer que el comportamiento no es sólo una cuestión de biología o psicología, sino de circunstancias, experiencia y entorno.
Al final, el mayor fracaso de la psiquiatría es su negativa a reconocer sus propias limitaciones. Para ayudar de verdad a las personas, primero debe admitir que, al mirar a través de su lente casi científica, aún no las entiende.
14/Ene/2025
Dan Nelson: Aunque Dan tiene un título de posgrado, sus lecciones más valiosas provienen de la experiencia personal en la escuela de los que han sufrido golpes duros. Defensor apasionado del replanteamiento de las normas sociales, escribe sobre traumas, resiliencia y formas alternativas de construir un mundo más humano. Dan cree en el poder de la narración y la observación personal para impulsar el cambio y fomentar la comprensión.
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