Efraín González (1933-1965): el bandolero social más famoso de los 60


Philip Potdevin
Ediciones Desde Abajo, Colombia, diciembre de 2023, 144 páginas, Biblioteca Cesto de llamas


Efraín González, apodado el “siete colores”, fue “el terror de los liberales cachiporros, rojos, comunistas y ateos” (Mala conciencia, p. 140). En su breve trashumar –lo mataron a los 32 años de edad por orden del gobierno conservador de Guillermo León Valencia (1962-1966)–, dejó una estela de más de dos centenas de asesinatos en los departamentos del Valle, Quindío, Santander y Boyacá. Antes de ser asesinado por las balas oficiales, había confesado: “[…] Yo soy la mala conciencia del Partido Conservador. Yo les he servido a todos y todos me han traicionado. He cometido bellaquerías en su nombre, he contribuido a la causa del Partido Conservador, matando y corriendo liberales y gente de izquierda. Serví a los laureanistas, a los ospinistas, a todos los grupos en que se ha dividido el conservatismo”.

El siete colores, apodo con el que fue mitificado por el pueblo por su capacidad para mutar en animal o vegetal y así burlar los cercos y emboscadas de la Policía y el Ejército, fue el amigo y protegido de los esmeralderos, de los terratenientes, de los senadores ospinistas y anapistas, el bien amparado de la Iglesia, de los dominicos (orden religiosa de terrible recordación por haber estado a su cargo la barbarie de la “Inquisición”), de las monjitas de todos los conventos, iglesias y normales de señoritas de las provincias de Occidente y de Vélez (Mala Conciencia, p. 133).

Mala conciencia, la nueva novela de Philip Potdevin, integra la colección Cesto de llamas con la cual Ediciones Desde Abajo asume y debate  de manera indirecta el informe de la Comisión de la Verdad sobre el origen del conflicto armado en Colombia y su tesis de que el mismo tomó forma en 1958. Las novelas que integran la aludida colección indican que tal fenómeno arranca en los años 1940 con el genocidio padecido por el pueblo gaitanista.

La obra se fundamenta teóricamente en el libro pionero sobre los bandoleros colombianos cuyos autores son Gonzalo Sánchez y Donny Meertens (1983). A un nivel más general, sigue las propuestas teóricas de Eric Hobsbawm presentadas primero en Rebeldes primitivos –escrito a finales de 1950– y posteriormente en Bandidos (1969); también le sirve de referencia la novela Michael Kohlhaas (1808) del autor alemán Heinrich von Kleist, basada en una historia del siglo XVI del bandolero social Hans Kohlhase. Sánchez y Meertens, basándose en una investigación histórica detallada, contribuyeron con argumentos sugestivos a la comprensión de la ambivalencia del carácter político y social de los bandoleros colombianos de la Violencia. En la novela cuenta Efraín González: “Todo el dinero que pasaba por mis manos iba a dar a los campesinos, a los pobres, a las víctimas de los cachiporros. Me gané el cariño, el respeto y la protección de la gente. Por eso podía andar por toda parte, porque me cuidaban, me avisaban a tiempo cualquier iniciativa contra mí” (p. 117).

Esta obra es dedicada “A la memoria de Pedro Claver Téllez” (1941-2022), primo hermano de Efraín González (él era González Téllez) y su principal biógrafo. La guerra civil y el crónico conflicto armado han producido un cuerpo entero de ficción identificado como “La novela de la Violencia”. Potdevin, “un novelista con muchos intereses asociados con lo moderno y lo experimental o posmoderno”(1) enriquece esta tradición de la novela colombiana con Mala conciencia la cual se agrega a su anterior obra En esta borrasca formidable (2) en la cual devela “el autor intelectual del mayor magnicidio que se ha cometido desde la Independencia, el asesinato del general liberal Rafael Uribe Uribe quien en 1914 se perfila como la única esperanza para poner fin a la corroída hegemonía de la República Conservadora”. Allí escribe: “Ni los conservadores quieren perder el poder, que tan cuidadosamente han conservado desde 1885, y la Iglesia no quiere repetir la horrible noche de inicios de la segunda mitad del siglo XIX. Hay que detener a Uribe Uribe a como dé lugar. Y solo hay una forma” (p. 177). El también autor de la novela Y por dentro la caldera, se ha constituido en uno de los más importantes prosistas de la novela histórica social en Colombia.

Nuestro autor, al igual que Cristina Rojas con su concienzudo trabajo sobre identidad y violencia en el siglo XIX, muestra que la tradición de violencia que hay en Colombia acompaña a la nación desde su génesis, se convierte en una suerte de mecanismo de selección natural; los miles que mueren cada año son, dentro de este marco, los menos favorecidos, los excluidos, los pobres, los rebeldes, los insubordinados, los críticos (3).

Pero Philip va más allá de los novelistas “de la violencia” que se quedan a mitad de camino de la denuncia y el develamiento de la verdad, por cobardía y para no incomodar al “establecimiento”: su tesis consiste en argumentar como desde la invasión europea y a lo largo de la colonia y la República, los grupos dominantes, la oligarquía lumpen, corrupta y asesina, incorporaron la violencia como la esencia y núcleo para ejercer y reproducir el poder político, económico, social, cultural y ambiental en Colombia; la estrategia de “combinar todas las formas de lucha” proviene de la oligarquía como forma de mantener la tradición, la estructura estamental (organizada en grupos cerrados –estamentos–, social y legalmente diferenciados por una misma función, su ideología y sus intereses de clase). El filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) lo sintetizó en su obra Vigilar y Castigar (1975): “la criminalidad se convierte en uno de los engranajes del poder”. El también filósofo francés Henri Lefebvre (1901-1991) se pregunta en su obra La violencia y el fin de la historia (1973): ¿Cómo datar mejor, periodizar y clasificar los hechos históricos, los acontecimientos y los actos como no sea partiendo de la guerra y la paz?

Con agudeza, el psicólogo social Edgar Barrero descubre que “Desde hace mucho tiempo, nuestras élites políticas han querido naturalizar en la subjetividad del colombiano una trilogía del horror que se manifiesta en por lo menos tres grandes dimensiones de la condición humana: i) Una estética de lo atroz que siente gusto y placer con la muerte y/o desaparición física o simbólica de la otredad; ii) Una ética de la barbarie que justifica moralmente la negación del conflicto armado y su consecuente crisis humanitaria e institucional, con lo cual se niega a las víctimas su condición histórica de sujetos de derechos; y iii) El cinismo y la impunidad como valores al instalar en la memoria social un sofisticado mecanismo de ocultamiento sistemático de la verdad” (4).

En la novela histórica social Mala conciencia, quien también ha escrito ensayos políticos como Manifiesto neonarquista. La utopía impostergable, asume el rol de confidente de Efraín González: “Con seguridad algún día contará mi historia, la verdadera, por eso le he soltado esta andanada de recuerdos, para que no vaya a tergiversar nada. Y como veo que pone cuidado y escucha con respeto, pues le sigo contando” (p. 102). “Solo quiero que sepa quién soy, de dónde vengo y por qué me volví quien soy” (p. 128). Así, por ejemplo, le relata a su escucha: “en cada una de mis armas enredé en el cañón un escapulario bendecido por los dominicos. Cada disparo que salía de allí, por tanto, estaba envuelto en olor a santidad” (p.111).

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Información adicional

Autor/a: Libardo Sarmiento Anzola
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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