Muchas incertidumbres y una seguridad: Rojava debe sobrevivir

El derrumbamiento del régimen de Bachar el Asad en Siria ha generado múltiples reacciones y respuestas durante estos días y será, sin duda, un elemento de debate en las próximas semanas y meses, puesto que se trata de un hecho que está destinado a generar movimientos geopolíticos en una zona de máxima inestabilidad y donde convergen los intereses de diferentes potencias mundiales y regionales. El vacío que genera esta caída obligará a una serie de ajustes y cambios en los que intervendrán todos los actores políticos.

Se ha explicado de forma reiterada el efecto de conflictos como el de Ucrania y la ofensiva israelí tras los atentados de Hamas en octubre del 2023 para explicar el debilitamiento de los aliados en los que el régimen de Bacher se sustentaba. En efecto, tanto Rusia, empantanada en su guerra en Ucrania, como Irán o la milicia libanesa de Hezbolá atraviesan dificultades para mantener sin cambios el funcionamiento de las alianzas tradicionales.

Sin embargo, se ha especulado menos sobre el por qué del momento elegido. Si consideramos a Turquía como principal responsable del momento en el que se ha puesto en marcha la operación, parece pertinente preguntarse qué ha llevado a Erdogan a dar luz verde, como mínimo, a este proceso. A poco más de un mes del cambio presidencial en EE UU, con el retorno de un Donald Trump que está generando múltiples incertidumbres sobre su nuevo mandato, se diría que Erdogan ha decidido recoger beneficios, utilizando el argot de los inversionistas en bolsa, antes de la llegada del nuevo mandatario para consolidar las ventajas logradas en el último periodo.

Dando por hecho que esto pueda ser así, surge la duda de si esta decisión puede suscitar reacciones de otros actores políticos implicados en  la zona y generar nuevas inestabilidades. Si la caída de Bachar se interpreta como un avance del islamismo, en versión de Hayat Tahrir al Sham, la existencia de otras facciones islamistas de carácter salafista y yihadista puede estimular una espiral de inestabilidad que conduzca a una nueva fase del conflicto en lugar de dar paso a su final y al inicio de un proceso de estabilización y reconciliación. Lo vimos durante los años más duros de la guerra civil y no es descartable que pueda volver a producirse una escalada intervencionista similar.

¿Siria, Levante o al Sham?

Existe coincidencia en hablar de un riesgo inmediato de fragmentación de Siria tanto entre quienes se declaran partidarios del régimen caído como entre quienes apuestan por abrir un nuevo episodio en la historia del país. En ambos casos, la preocupación principal estriba en cómo mantener la integridad y unidad territorial de Siria, aspecto que nos lleva a plantearnos hasta dónde llega la solidez del Estado sirio.

Si miramos hacia el pasado reciente descubriremos que Siria, tal como la conocemos actualmente, es el resultado del reparto colonial del imperio Otomano producido durante la I Guerra Mundial entre Francia, Reino Unido y la Rusia zarista del imperio Otomano (Acuerdo de Sykes- Picot) que se produjo durante la I Guerra Mundial. De aquel reparto y posteriores ajustes surgió el mandato francés sobre Siria que alcanzó la independencia durante el transcurso de la II Guerra Mundial.

Se trata de un Estado artificial creado, como tantos otros, durante la época del colonialismo. Con anterioridad no era un territorio articulado tal como lo conocemos en la actualidad. Entonces se trataba de la región de Al Sham, el Levante –una equivalencia al Sur o el Midi francés– del imperio Otomano que se extendía en sentido Norte-Sur, en paralelo a la costa mediterránea por el interior montañoso. Esa zona de Levante coincide con la parte occidental de la media luna o el creciente fértil, expresión utilizada tradicionalmente por geógrafos e historiadores. Un rasgo significativo es la presencia de un clima árido que obliga a la población a fijarse en las zonas elevadas para beneficiarse de las escasas precipitaciones. Ese hábitat en la altura del interior articuló el territorio en forma de un eje que se mantiene hasta hoy en dirección norte-sur: Alepo, Hama, Homs, Damasco, en Siria, e Irbid y Amman en Jordania. Ese eje es por donde se construyó poco antes de la I Guerre Mundial el ferrocarril de La Meca para integrar a la península Arábiga en el conjunto otomano, del mismo modo que más hacia el este se construyó el ferrocarril de Bagdad y Basora que tendría que haber articulado la Mesopotamia otomana.

Para los geógrafos, hablar de montañas significa, muchas veces, hacer referencia a zonas convertidas históricamente en refugio para numerosas minorías perseguidas y, en el caso que nos ocupa, encontramos la presencia de drusos o alauitas, comunidades ancladas en zonas elevadas y marginales en las que mantienen sus rasgos identitarios alejados de los centros políticos opresivos.  A esto se puede añadir la pervivencia de diversas comunidades cristianas en zonas alejadas y marginales (jacobitas y asirios).

A ambos lados de este eje articulador montañoso, encontramos dos periferias: la zona costera occidental, por donde la actual Siria se abre al Mediterráneo, en la que Francia instauró un Estado alauita integrado finalmente en Siria y, hacia el noreste, la región la Djazira, literalmente la llanura, convertida en la actualidad en zona de colonización agrícola, el granero de Siria y donde están los escasos recursos petrolíferos del país.

Así pues, cuando hablamos de Siria nos referimos a una construcción política reciente, inexistente hace un siglo. Un producto de la colonización francesa y de su desarrollo posterior a la independencia. Por lo demás, algo no tan extraño puesto que Inglaterra tuvo que seguir un proceso similar para articular la región mesopotámica hasta construir el actual Estado, también artificial, de Iraq.

El nacionalismo árabe tras la independencia

Las potencias coloniales tuvieron que acudir a un concepto político nuevo, el Mandato, para hacer referencia a los territorios de las actuales Siria, Jordania e Iraq. La promesa hecha a los árabes de ofrecerles la independencia tras la I Guerra Mundial y construir un Estado árabe desde los montes del Tauro hasta el sur de la península Arábiga nunca se cumplió. En todo caso, no era posible convertir aquellos territorios en nuevas colonias en las que no existiera un gobierno indígena. De este modo se procedió a establecer gobiernos nativos sobre aquellos territorios llamados a convertirse en naciones independientes en un plazo corto de tiempo. Este es el origen de los Mandatos y la explicación de la rápida independencia de Siria o Iraq.

Para el caso sirio, Francia cedió ante las presiones unificadoras y federalizantes del nacionalismo árabe. Así, los territorios de drusos y alauitas se incorporaron a la Siria en construcción. Para evitar el rechazo de la comunidad alauita se hicieron esfuerzos políticos y teológicos que permitieran su integración eliminando vestigios de opresiones y persecuciones de épocas pasadas. De este modo se forjó el marco de  la actual Siria, aunque Francia no pudo impedir que el distrito de Alexandreta acabara siendo absorbida por Turquía, un hecho que el nacionalismo árabe no acepta todavía hoy.

Será el Estado postcolonial el que continúe con el proceso de construcción de la entidad nacional en Siria. El Partido del Renacimiento Árabe y Socialista (Baas) intentó mantener el sueño del panarabismo como objetivo, pero pronto se vio su inviabilidad en la práctica. Diversos intentos de unidad (República Árabe Unida, RAU)  se fueron frustrando y al final incluso en aquellos Estados gobernados por el Baas fue imposible alcanzar la unidad. Así, Siria e Iraq generaron partidos baasistas enfrentados.

Frente al nacionalismo socializante, solo existía la alternativa del islamismo. Los Hermanos Musulmanes se convirtieron en una realidad en todo el mundo árabe. Sin embargo, también surgieron particularismos. Así, mientras en Jordania los Hermanos acabaron integrándose en el sistema político, en el caso de Siria la tendencia fue siempre el deslizamiento hacia el golpe y la insurrección.

Tras un periodo de mucha inestabilidad, en 1963 se produjo la revolución baasista y desde 1970, mediante un golpe de Estado militar, Hafez el Asad instauró un modelo autoritario que se mantuvo hasta la actualidad. La hostilidad con el Estado de Israel llevó a varias guerras y a perder el territorio del Golán. Este hecho ha funcionado como pretexto para justificar el mantenimiento de un estado de excepción permanente. Los avances en la construcción nacional nunca fueron acompañados por la construcción de una sociedad civil autónoma con respecto al poder político que pudiera desarrollarse en el marco de unas libertades democráticas.

El mantenimiento del poder en manos del Baas durante más de cinco décadas se explica por la utilización de los recursos del Estado para generar un aparato de seguridad en beneficio propio y la inserción de Siria en el juego de alianzas internacionales desde la época de la Guerra Fría. En este sentido, la herencia que deja el Baas, tanto en Siria como en Iraq, es el establecimiento de duros regímenes represivos que asfixiaron a la sociedad civil, causando miles de muertos. En lo que se refiere a la política exterior, Siria, al igual que el Iraq de Saddam Hussein, se acercó la Unión Soviética con la que mantuvieron estrechos lazos comerciales y políticos.

En el caso sirio, la alianza con la URSS apuntaló al régimen del Baas durante décadas. Se aplicó en este caso la política soviética de la construcción de Frente Nacional Progresista que convertía a los partidos comunistas en fuerzas subsidiarias de la burocracia dominante, lo que se transformó en una catástrofe a medio y largo plazo. Provocó divisiones y una pérdida de la iniciativa política, pero la sumisión a los intereses soviéticos obligaba a ser cómplices del gobierno baasista que se presentaba como laico y progresista en la región.

Por encima de lo coyuntural, encontramos un factor que los historiadores califican de larga duración: el deseo de la URSS de acceder a las aguas cálidas del Mediterráneo. La Siria baasista ofreció una base estable para la marina rusa en Lataquia, frente a la costa de Chipre. Esta aspiración se ha mantenido tras el final de la URSS. De este modo, el deseo de Rusia de mantener su presencia en la zona obligará a Putin a intervenir cuando estalle la guerra civil bombardeando las ciudades en manos de la oposición. Es posible que Rusia haga un esfuerzo de comprensión hacia el nuevo régimen para intentar garantizar la continuidad de sus bases en territorio sirio.

Bacher el Asad, la primavera frustrada

El régimen del Baas se convirtió en dinastía familiar y tuvo que hacer frente a la necesidad sucesoria. La figura de Bachar al Asad generó expectativas importantes. Su formación académica y occidental  se presentó como un factor de modernización e innovación. Las élites económicas (de Alepo y Damasco, cristianas y musulmanas), el aparato de seguridad del Estado y el propio Baas coincidieron en dar el visto bueno a una sucesión estabilizadora en el marco de la misma familia.

A nivel social, las expectativas también fueron grandes. La esperanza en una apertura democrática, el reconocimiento de libertades formales y una reforma económica liberalizadora fueron los elementos con los que contaba una sociedad civil ávida de democracia y participación. Este espíritu se extendió por el país y dio origen a la que se llamó la Primavera de Damasco, anterior a la Primavera árabe. Sin embargo, las expectativas no se cumplieron y para el año 2005 la represión oficial había desmantelado las diferentes iniciativas de las clases medias y profesionales de extracción urbana. La frustración se adueñó del país. Intelectuales como Michel Quilo, artífice de la Declaración de Damasco, fueron juzgados y encarcelados. Riad al Turk, veterano dirigente comunista, conocido como el Mandela sirio por haber pasado 17 años en la cárcel, afrontó nuevos juicios tras su liberación en el año 1998. A sus 72 años fue nuevamente juzgado y condenado a prisión. Estos datos deben servir para entender por qué cuando llegue la Primavera árabe las protestas se van a desplazar hacia el espacio ocupado por el islamismo. Los sectores laicos de la sociedad habían sido aplastados con anterioridad.

La revuelta iniciada en Dera’a, al sur de Siria fue reprimida por el poder. La población reaccionó con rabia al conocer la brutalidad con la que el régimen trataba a los jóvenes que impulsaban las protestas y se abrió de este modo un rápido ciclo de radicalización que condujo a la generalización de los enfrentamientos entre milicias.

El islamismo se convertirá en el protagonista de la insurrección dando continuidad a la tradición de rebeldía frente al poder. Conviene recordar que en 1982 se produjo en Hama un levantamiento civil orquestado por los Hermanos Musulmanes que se saldó con no menos de veinte mil muertos. Algunas fuentes duplican esta cifra.

El mandato de Bachar el Asad cambiará al país de potencia regional capaz de incidir en países como Líbano a convertirse en un paria internacional que se sostiene en el poder gracias a la fuerza que aportan sus aliados en medio de sanciones y condenas internacionales y una destrucción de todas las infraestructuras. Millones de personas emprendieron un éxodo en busca de acogida fuera de Siria, creando un grave problema de refugiados en Europa con proporciones desconocidas desde la II Guerra Mundial.

El poder se blindó tras el denominado Eje de la Resistencia con Irán, Rusia, Hezbolá y el apoyo a Hamas. Se abrió una lucha por el relato que se mantiene hasta hoy.  El Gobierno sirio decía luchar contra el terrorismo islamista, pero lo hacía utilizando una represión implacable, bombardeando ciudades en manos de la oposición hasta arrasarlas. Se baraja la cifra de 500.000 personas muertas y seis millones de refugiadas durante estos años de guerra civil.

Del islamismo al yihadismo (y viceversa)

La caída de la URSS dio paso a un mundo nuevo en el que la emergencia del factor islamista alcanzó un protagonismo insospechado con anterioridad. Los sectores salafistas radicalizados dieron el salto hacia una práctica violenta, en muchos casos indiscriminada. Enfrentamientos sectarios en Pakistán, yihadismo en Afganistán o en Cachemira, emergencia de propuestas fundamentalistas entre la resistencia palestina, el proyecto para establecer un Califato universal o la estrategia de Al Qaeda para enfrentarse con Occidente tras la derrota de la URSS en Afganistán y su posterior desmantelamiento son datos que nos permiten intuir la evolución de esa corriente política.

Durante la guerra civil, en Siria se enfrentaron diferentes facciones que contaban con apoyos externos y patrocinios políticos ajenos al país. Así, la propuesta salafista de Arabia Saudí se enfrentaba a los Hermanos Musulmanes que contaban con el apoyo de Qatar. Entre los grupos vinculados a Al Qaeda surgió el Isis o Estado Islámico, empeñado en una ofensiva militar que cuestionaba las fronteras heredadas de la colonización, con la proclamación de un Estado o emirato islámico y el ejercicio de una violencia insufrible a los ojos occidentales. Si algo caracteriza al Isis es su intransigencia y dogmatismo con respecto al cumplimiento de los preceptos islámicos.

Occidente buscaba a la oposición laica y occidentalizadora sin querer enterarse de que la dictadura baasista se había encargado de acabar con ella. En todo caso, es importante reconocer que el laicismo, un valor impulsado por el gobierno baasista, no dejaba de ser una coartada para un gobierno sustentado por una confesión minoritaria (alauita) frente a una aplastante mayoría sunita. El Baas monopolizaba el poder y controlaba el Ejército y buena parte del funcionariado estatal apoyándose en la minoría alauita en detrimento de las aspiraciones de otros sectores sociales.

Así pues, tocaba decidir de qué lado se estaba: con el gobierno dictatorial de Bachar, laico pero criminal, o con unos movimientos fundamentalistas salvajemente reprimidos. Algunos, como es el caso de Erdogan, no tuvieron muchos escrúpulos. Todas las propuestas fundamentalistas, por radicales que parezcan, tienen alguna utilidad para las aspiraciones de Turquía, bien para luchar contra el gobierno sirio o bien para enfrentarse  a la resistencia kurda. De este modo, se denunció la  connivencia de Erdogan con todos los grupos islamistas aunque no sirvió de mucho. El aspirante a sultán cuenta con el aval que supone ser jefe de gobierno de un país miembro de la OTAN que cumple un rol estratégico esencial en la región.

De cara al futuro inmediato se hace difícil imaginar una Siria en la que el islamismo pueda ser relegado a unos márgenes políticos estrechos. La falta de sectores laicos y liberales permite ese protagonismo. Hasta en los valores simbólicos el fundamentalismo se impondrá en el futuro inmediato: la nueva bandera siria que hemos visto en todas las imágenes de televisión en manos de quienes saludaban la caída del régimen baasista es la reconocida en el momento de la independencia. Cada uno de los tres colores representa a un califato histórico, el Omeya de Damasco, el Abasida de Bagdad y el Fatimita de Egipto. Las estrellas hacen referencia a las entidades coloniales unidas que componen Siria, frente a las dos estrellas anteriores de la época baasista que se remitían a la frustrada República Árabe Unida (RAU) que no llegó a consolidarse.

El grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS), dirigido por Mohamed al Jawlani, ha sido quien desencadenó la ofensiva fulgurante que obligó a Bachar a abandonar el poder. Con una militancia activa en la organización Al Nusra, vinculada a Al Qaeda, se presenta ahora con una propuesta moderada y flexible, recorriendo un camino similar al efectuado por los talibanes afganos tras ser expulsados del poder. Se demostraría así que el fudamentalismo puede alimentar trayectos de ida y vuelta según los resultados obtenidos. En este espectáculo de maquillaje y blanqueamiento juega un papel esencial, una vez más, Erdogan desde Turquía.

Los límites de un blanqueamiento ideológico podemos verlos en el caso afgano. La idea transmitida de haber flexibilizado las posiciones ideológicas originales duró el tiempo necesario  para consolidarse nuevamente en el poder. Pasado ese plazo, se retomaron las medidas legislativas fundamentalistas que eliminan los derechos de las mujeres.  Hasta dónde puede llegar el HTS es un enigma. En todo caso, su nombre, Vida o Fuerza para la Liberación de Al Sham nos remite a claras posiciones integristas y fundamentalistas. La opción moderada puede ser verdad, aunque está por demostrar. Pero incluso en ese caso, esa moderación no será capaz de impedir la emergencia de otra opción más radical. Lo podemos ver acudiendo al caso afgano nuevamente, donde la moderación talibán es combatida por la actuación del Isis de Jorasán, mucho más radical e intransigente. Algo similar podría darse en el caso sirio.

Precisamente por esto, una incertidumbre de cara al futuro inmediato son las dudas con respecto a la apertura de un proceso de pacificación y reconciliación o la posibilidad de que sectores radicalizados abran una vía hacia el enfrentamiento sectario entre fundamentalistas sunitas y  minorías como la alauita de origen chiita, no lo olvidemos, o los yazidíes, amparándose en rencores históricamente acumulados.

Una certidumbre: Rojava debe sobrevivir

Hace veinticinco años, Hafez el Asad decidió poner fin a la política de acogida a Abdulá Öcalan, líder del PKK, aduciendo presiones turcas y su deseo de evitar una guerra entre ambos países. Hoy, el resultado es desolador: Öcalan encarcelado en Turquía en un régimen de aislamiento penitenciario que viola derechos individuales e impide su participación en un proceso de pacificación entre el movimiento kurdo y Turquía.

La entrega de la cabeza de Öcalan no impidió la guerra, ni la caída de la dinastía Asad. Peor aún, a la destrucción total hay que añadir la ocupación de zonas como Afrin, de donde se ha expulsado a la población kurda y se ha puesto en peligro la integridad territorial para el futuro inmediato.

Si algo se ha revelado durante estos años es la visión neo-otomana impulsada por Erdogan que aspira a recuperar para Turquía influencia en zonas perdidas tras la I Guerra Mundial, pero en las que nunca renunció a intervenir: la región de Mosul en el norte de Iraq y Alepo en el norte de Siria. Para ello no duda en instrumentalizar a las comunidades turcomanas que viven en la zona. Este factor que forma parte de la política tradicional turca se complementa a la perfección con la necesidad turca de aplastar la rebelión kurda, lo que pasa por extender la guerra al Kurdistán iraquí (Basur) y a Rojava en Siria.

La guerra civil en Siria ha brindado la posibilidad de que la población kurda se incorpore al activismo político de manera autónoma, con propuestas propias que permitan su reconocimiento nacional. Sea cual sea el futuro inmediato para Siria, el pueblo kurdo corre grave peligro de asimilación política y cultural. El liberalismo occidentalizador diluye las identidades minoritarias en una entidad igualitaria superior asimiladora, una receta aplicada en Turquía y en la que se encuentran buena parte de las raíces del actual conflicto. La otra opción, el islamismo comunitario que iguala a todos los creyentes islámicos dentro de la misma comunidad o Unma, es igualmente una propuesta que niega la particularidad cultural kurda. Frente a ambas, solo queda la opción de la lucha y resistencia.

La maldición geopolítica ha situado al pueblo kurdo en Siria en una situación especialmente delicada. Enfrentado a Turquía, a los diferentes integrismos religiosos: variante chiita iraní que niega a los kurdos en Irán y los enfrenta con el gobierno sirio de Bachar y sus aliados libaneses de Hezbolá. Enfrentado también al fundamentalismo religioso sunita en sus variantes turca, saudita o qatarí, su supervivencia pasa por impulsar una política de participación política democrática con planteamientos multiétnicos, que fomenten la integración activa de las mujeres en un contexto cultural de negación de esos derechos y que impulsen iniciativas de sensibilidad ecológica en una región donde la emergencia climática será fundamental en los próximos años.

Lo que Turquía denomina como Guerra especial es una lucha en contra de las aspiraciones del pueblo kurdo. Esa guerra combina de forma híbrida planteamientos militares con otros culturales, económicos y políticos. Se trata de impedir la consolidación de la autonomía administrativa del Nordeste de Siria, la puesta en marcha de procesos de reconstrucción, para lo cual se bombardea y se destruye cualquier avance que pueda significar una mejora en las condiciones de vida de la población civil con el objetivo de incitarles a emigrar y abandonar sus tierras ancestrales. Frente a la guerra especial turca, el confederalismo democrático aparece en el horizonte como la única propuesta laica y de progreso en la región. Por todo ello, es necesario apoyar al máximo la supervivencia de la experiencia de gobierno autónomo y soberano. Rojava debe sobrevivir, lo que nos obliga a tomar la iniciativa de cara a incentivar la convocatoria de movilizaciones en su defensa.

13/12/2024

Tino Brugos forma parte de la redacción de viento sur

Información adicional

Siria tras la caída de Bachar
Autor/a: Tino Brugos
País: Siria
Región: Medio Oriente
Fuente: Viento Sur

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