En unos días, el presidente de Ucrania, Volodymir Zelensky, tratará de conseguir en Estados Unidos, su principal sostén, el compromiso de respaldar lo que él denomina “plan para la victoria”, que no es una iniciativa para negociar un arreglo político, como tampoco lo es que Rusia exija la capitulación de Ucrania como condición para aceptar el fin del conflicto armado.
Aunque no ha revelado el contenido de su plan, Zelensky busca aumentar las presiones sobre el Kremlin en varias vertientes, incluida la militar: presupone la entrega de más y mejor armamento. En ese contexto, necesita el visto bueno de Washington, Londres y París para el uso de sus misiles de largo alcance para atacar el territorio ruso (Alemania no autorizó sus cohetes Taurus).
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, afirmó que ese permiso significaría que la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) “entraría directamente en guerra con Rusia”, dando a entender que es una línea roja que no permitirá cruzar, si bien sabe que los misiles Atacms (Estados Unidos), Storm Shadow (Gran Bretaña) y Scalp (Francia), en versión de alcance reducido a 80 kilómetros, ya se están usando contra territorio ruso y que, como máximo, pueden volar entre 300 ( Atacms) y 400 km ( Storm Shadow y Scalp). Moscú está a 560 kilómetros del punto más cercano del territorio ucranio. Que Ucrania cuente con esa autorización no sería crítico, pero forzaría a retirar la flota del mar Negro, los aeródromos y otra infraestructura militar a más de 450 kilómetros.
Desde que ordenó invadir el vecino país eslavo, el Kremlin observa impasible cómo Washington y sus aliados, aunque tardan en decidirse, acaban cruzando las líneas rojas que fija, como sucedió –aquí varios ejemplos– con la entrega de los sistemas de defensa antiaérea Patriot, los lanzacohetes Himars, los misiles Atacms, los tanques Leopard y Abrams, los cazabombarderos F-16 o la invasión de su propio territorio en Kursk.
Ahora, cuando no está en juego la existencia misma del Estado ruso ni permitir ataques a un máximo 400 kilómetros significa la derrota militar de Rusia, ¿va el Kremlin a recurrir a su arsenal nuclear, lo que podría desatar una hecatombe? La respuesta parece clara, pero cada línea roja hace recordar la moraleja del antediluviano chiste de “Ahí viene el lobo…” con otro final: apocalíptico.
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