Justo dos meses sobrevivió Yevgueni Prigozhin el fallido motín de sus mercenarios Wagner, el mayor desafío al presidente Vladimir Putin en los 23 años que está al frente de Rusia, que se resolvió en el último momento al dar su palabra de que nada le pasaría a su antiguo protegido, vuelto a sus ojos traidor, a cambio de que entregara su “ejército privado” al Ministerio de Defensa y se exiliara en la vecina Bielorrusia.
Aunque Putin subrayó hace unos años que lo único que no perdona es la traición, esto no quiere decir que diera la orden de matar a Prigozhin y a su plana mayor, incluso podría decirse que por ser la conclusión más obvia no le convendría vengarse de la afrenta con una ejecución extrajudicial.
No menos cierto es verdad que Putin suele cumplir su palabra, cuando la otra parte del pacto hace lo propio, y si no, sólo hay que ver qué le pasó a la cuestionada familia de su antecesor, Boris Yeltsin: nada. Prigozhin, en cambio, incumplió todos los acuerdos y se sintió intocable. Cada aparición suya, en San Petersburgo o en África, se interpretaba en el Kremlin como un escupitajo en la cara.
En ese contexto, al margen de cuál haya sido la causa que hizo caer el jet que descabezó a los Wagner, no se puede evitar la sensación de que los principales instigadores de la rebelión recibieron un castigo ejemplar: pagaron con su vida la osadía y, eso beneficia al Kremlin, aunque no fuera responsable directo, como advertencia de que nadie debe volver a desafiar a quien ostenta el poder.
Descartada una falla mecánica, un error del piloto, un cataclismo natural o un deficiente mantenimiento, ninguno de los cuales produce que se desintegre un avión en pleno vuelo, excluido también que un misil tierra-aire lo haya derribado, sólo queda que explotó una bomba. Las autoridades, que son los únicos con acceso a los fragmentos que quedaron del jet, tienen que responder no a quién beneficia la muerte de Prigozhin, sino sólo dos preguntas: ¿cómo pudo colocarse el artefacto explosivo en el avión y quién lo ordenó?
De no hacerlo, y hasta los más cercanos a los Wagner sostienen que murieron por decisión de uno de “los nuestros”, cerrarán el caso, aun dejando en ridículo a sus servicios de seguridad, con una explicación inverosímil de lo que tiene todos los rasgos de una muerte anunciada.
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