La cruel represión de la protesta de los jubilados en Buenos Aires dejó totalmente desnudo al gobierno de Milei. Un fotógrafo recibió un disparo en la frente con un cartucho de gas lacrimógeno y tuvo que ser hospitalizado
Un camión hidrante de la policía avanza prepotente por Avenida de Mayo. Desde sus entrañas se escucha un grito metálico, rasposo: “¡Vengan zurdos!” Los que manejan se ríen de la ocurrencia. Como niños malditos en el patio de un colegio, disfrutan de la canallada que acaban de hacer. Saben que esta vez tienen un permiso especial. Más que un permiso, un regalo que esperan hace muchas navidades. Tantas que los niños de azul no las podrían contar. Lo esperaban con ansiedad.
Se cansaron de escribir cartas a Santa Claus con la frase final remarcada en negro para sobresaltar la importancia: “Salir a matar”. Hasta que la democracia, por fin, les trajo un nuevo Papá Noel para que les conceda su deseo. Y ahora los niños de azul festejan. Se sacan fotos. “Tomá, sostenme la escopeta y sacanos una foto”, parece decirle un policía federal a otro mientras posa y sonríe. Para el Insta. Detrás, entre humo y explosiones, corren por sus vidas todas las personas que llegaron a la Plaza del Congreso para apoyar el reclamo de los jubilados. Ese fue el único parámetro a la hora de discernir a quién disparar y a quién no en una avanzada autoritaria que no ocurría desde el 19 y 20 de diciembre de 2001, fecha del Argentinazo que derrumbó al gobierno de Fernando de la Rúa.
Los relatos de muchos militantes curtidos en todas las batallas coincidieron en el mismo tono. “La cana [policía] estaba desatada como nunca”. La Comisión Provincial por la Memoria detalló que hubo “al menos 672 personas heridas con postas de goma, traumatismos de cráneo con y sin pérdida de conocimiento, traumatismos de tórax, síncopes, lipotimias, heridas abiertas en rostro, hemorragias, esguinces, luxaciones, quemaduras en cara y distintas partes del cuerpo, pérdida temporal de la visión y dificultades respiratorias agudas”.
A diferencia de 2001, cuando el registro visual tomaba tiempo para impactar públicamente, ahora se vio de manera múltiple y en vivo, en distintas redes sociales, la forma en la que actuaban los más de mil agentes de todo el aparato represivo del Estado: Policía de la Ciudad de Buenos Aires, Policía Federal, Gendarmería Nacional (fuerza militar para cuidar las fronteras terrestres) y Prefectura Nacional (fuerza militar para cuidar las fronteras marítimas), Policía Aeroportuaria y Servicio Penitenciario Nacional.
Dos escenas sintetizaron el accionar del brazo armado de la política de la crueldad: el palazo de un policía a una anciana que cayó de nuca al asfalto. Y el disparo de un gendarme contra la frente del fotógrafo Pablo Grillo mientras –agachado– encuadraba para sacar una foto.
Fotografiado minutos antes mientras trabajaba, fotografiado minutos después mientras lo llevaban a una ambulancia para salvarle la vida. Filmado desde drones que muestran el punto de vista de los gendarmes y desde otros drones que muestran el punto de vista de los manifestantes. El intento de asesinato de Grillo recorrió el multiverso en loop. En vivo, en directo, en línea.
Golpes y detenciones a libre albedrío para cualquiera que no fuera un agente. Un parque de diversiones para los niños de azul. Las políticas de sadismo se materializan en los operativos que intentan el sometimiento de las masas pero también en las conciencias de los que los ejecutan.
Con poco esfuerzo se reconstruyó el trayecto preciso que hizo la posta de gas lacrimógeno que partió, de forma descendente, desde la escopeta de un gendarme y terminó en la frente de Grillo. Después de varias operaciones en la cabeza, el fotógrafo de 32 años todavía puede seguir peleando por seguir con vida.
Incluso desde un teléfono se puede ir deteniendo cuadro por cuadro hasta ver cómo llega el proyectil. La explicitud pornográfica de la represión dejó totalmente desnudo a un gobierno que sostiene su piso de aprobación a fuerza de muchos balazos y todavía le falta mucho para el final de su mandato.
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, acusó a Grillo de ser un militante político como si eso fuera razón suficiente para acabar con su vida. El presidente Milei ratificó el rumbo autoritario porque “los buenos son los de azul y no los encapuchados”. El loco que hablaba con su mastín muerto y dormía entre los excrementos de los que seguían vivos en su departamento. El candidato que hacía metáforas con mujeres violadas y niños vejados.
Ahora, como antes, no le importa nada.
Está convencido de que sus políticas no tienen consecuencia. Piensa, con seguridad, que elevar el grado de enfrentamiento social no tiene impacto en su gestión. Que puede bajar la orden de matar a todo lo que se mueva y que ante la posibilidad de movilizarse nuevamente todos hayan entendido la lección y se queden en sus casas. Por eso, ni él ni ninguno de sus funcionarios ni siquiera amaga con una autocrítica o un pedido de disculpas. Incluso ante una evidencia tan burda como la que muestra el caso de Grillo.
Olvida que la noche del 19 de diciembre de 2001, la gente marchó a Plaza de Mayo sin más organización que la convicción de que ese gobierno estaba terminado. Sin el llamado de un partido opositor o una convocatoria sindical. Salió de sus casas, bajó de sus departamentos, después de que el gobierno anunciara el Estado de sitio. Es decir, ante más autoritarismo, más movilización. Ante más violencia, más gente en la calle. Por eso, el 20 de diciembre hubo incluso más gente que la noche anterior.
Desde las épocas liberales de los 90, los miércoles son los días de reclamo de los jubilados. La hija de españoles Norma Plá fue símbolo, cuerpo y voz no sólo de la lucha de los jubilados sino como resistencia al neoliberalismo en los inicios de los 90. Norma Plá pedía 450 pesos (dólares en esa época) y concentraba las marchas en el Palacio de Tribunales y luego en la Plaza del Congreso, donde inauguró el corte de calle como herramienta de lucha. En 1994, la movilización encabezada por Plá traccionó a distintos sectores. La respuesta del gobierno fue, como ahora, con gases lacrimógenos y detenciones masivas. El gobierno de Carlos Menem iba por el segundo mandato.
Hoy los jubilados ganan 350 mil pesos (unos 300 dólares) pero necesitan alrededor de un millón doscientos mil para llegar a fin de mes.
La foto de un jubilado con la camiseta del club Chacarita Juniors encendió un camino de solidaridad que, en quince días, logró la convocatoria de todas las hinchadas de fútbol, los partidos de izquierda y muchas organizaciones sociales y sindicales. “Hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados”, dijo Maradona en algún momento de los 90, cuando, como hoy, la bandera de los jubilados sintetizaba la resistencia de un pueblo que entiende el fútbol no como sinónimo de la vida sino como la vida misma. Sólo cinco de los 114 detenidos fueron identificados como barras bravas por las autoridades. Se movieron las hinchadas y los hinchas, no las organizaciones en torno a ellas.
La respuesta de Milei fue salir a reprimir a todos y matar a cualquiera. A un año y tres meses de asumir, ¿qué otras opciones le quedan a un gobierno que encuentra en la represión su arma más confiable para permanecer en el poder? Norma Plá falleció un miércoles de 1996. Poco antes de eso, dijo: “Que no se olviden, somos más pueblo que milicos”. La Navidad no se festeja todos los días. Menos para los de azul.
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